El mestizaje religioso y cultural

Lunes de Dagoberto

Hoy se celebra la festividad religiosa de San Lázaro. Quizá la segunda devoción cubana después de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. Esta celebración nos evoca un fenómeno cultural y religioso que forma parte de la identidad cubana: el mestizaje, el sincretismo, el “ajiaco”.

En efecto, Cuba es una mezcla de culturas, de religiones, de etnias… que a lo largo de los siglos han ido conformando el “ser cubano”. No podremos entender bien a Cuba si no tenemos en cuenta este mejunje que es nuestra esencia.

La religión cristiana que trajo la Iglesia Católica junto con la colonización española fue mezclada, en parte, con una de las creencias africanas que vinieron con los esclavos: la religión yoruba. Así, los traídos a la fuerza desarraigados de su tierra y su cultura, comenzaron a identificar en las imágenes religiosas de los santos cristianos a sus propias deidades. A la Virgen de la Caridad del Cobre, que fue recogida en los mares se le religó con Ochún, la Diosa del  Amor, de la Fecundidad y de las Aguas. A Santa Bárbara se le sincretizó con Changó, el Dios del Trueno. San Lázaro, en el que ya confluían dos personajes bíblicos: Lázaro, el hermano de Marta y María, amigo de Cristo, resucitado por él, y que luego fuera Obispo de Jerusalén, y el otro Lázaro, que según una parábola de Jesús, era un pobre mendigo, lleno de llagas y rodeado de perros, que pedía limosna a la puerta del rico Epulón, se sincretizó con Babalú Ayé, el Dios de la miseria, la lepra y las enfermedades, más relacionado con la versión de San Lázaro, el de las muletas.

De esta forma, cada santo del panteón católico se identificó con otro del panteón yoruba, y cada cubano escogió cómo expresar su espiritualidad, según la educación que tuvo a su alcance. Más allá de disquisiciones teológicas o puritanismos religiosos, que están al alcance solo de un reducido grupo de creyentes, lo más importante, en mi opinión, es que el alma de la nación cubana sigue teniendo necesidad de expresarse a través de diversas manifestaciones religiosas, y aunque la Patria se formó en matriz cristiana en el Seminario San Carlos y San Ambrosio de La Habana, de mano del Padre Félix Varela y un puñado de hombres educados en la fe católica, la nación que parieron los padres fundadores, vio enseguida una luz multicolor y mestiza que, teniendo como raíz y tronco la fe de Jesús, fue floreciendo en una profusión policromada.

Podemos contribuir a la educación cultural y religiosa de los cubanos para promover expresiones espirituales y religiosas, libres de supersticiones, tabúes y culpabilizaciones. Pero lo que queda, lo que es más profundo e inviolable, lo que verdaderamente constituye la esencia de cada persona y de toda nación, es la dimensión espiritual, su carácter trascendente, su sentido de la esfera intangible, la elevación de su conciencia a las más altas moradas del Espíritu; en una palabra, lo más sagrado e inviolable de una persona y de un pueblo es su alma, esa forma de vivir el estupor que nos trasciende.

Que la fiesta de San Lázaro nos recuerde esa perennidad del espíritu, del alma que expresa la sacralidad de toda persona humana, creada a imagen y semejanza del Trascendente, le llamemos Dios, o Yahvé, o Alá, Brahma, u Olofin. Y esa dimensión sacrosanta de toda persona y nación, nada, ni nadie, en ninguno de los sistemas, han podido borrarlo.

Ni las guerras de conquista, ni los cataclismos naturales, ni los campos de concentración, ni las persecuciones y el paredón, ni las campañas ateístas, en ningún lugar del mundo. Solo la libertad personal, que el mismo Dios ha inscrito en nuestra naturaleza humana, nos da la opción de negar esta dimensión trascendente o ignorarla, pero eso ni la destruye ni la rebaja en el interior de cada persona, sea creyente, atea o agnóstica. La historia de Cuba en estos últimos 60 años, como en los siglos anteriores, lo demuestran. Solo lo Trascendente es inmortal, eterno. Todo lo demás pasará. Om, Amén, Aché.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).

Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

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