Los desafíos para el centrismo político en Cuba

Por Juan Carlos Fernández Hernández
 
Parlamento español. Foto tomada de internet.

Parlamento español. Foto tomada de internet.

Las reacciones en torno a la “normalización” de las relaciones entre los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos ha llegado, de momento, a su clímax, con la reapertura, izada de bandera incluida, de la “Embassy” norteamericana en La Habana.

 

Escribir u opinar de este tema es muy complejo, por las pasiones que desata, desde aquellos que se sienten “traicionados y abandonados” por la actual administración norteamericana, liderados por un sector de la oposición y la sociedad civil dentro y fuera de Cuba, los que opinan que esta etapa no es más que “puro cambio de estrategia” con los mismos fines destructivos, representados por los ultraconservadores del aparato gubernamental cubano, hasta los que, ilusoriamente, opinan que este hecho nos va a resolver la existencia por sí solo, sin mediar en él nuestra responsabilidad.

 

En los medios de comunicación, generalmente, se le ha concedido más espacio a las antípodas de uno u otro matiz político, “opositor versus oficialista”, centrando el debate en las supuestas “concesiones americanas al régimen cubano, sin contar con la oposición interna” de los primeros y, del otro lado, “el lobo viene con zanahoria, pero conocemos que sigue siendo lobo”. Estas posiciones afincadas, ambas, en acciones, dan la impresión de que el espectro social y político en Cuba y la Diáspora, es esencialmente monocromo. Dándole poca connotación a lo que por mucho tiempo se llamó “centro político” y que desde hace poco tiempo, se le viene citando como formaciones “universalistas”, un espectro político y social repleto de matices, posiciones y propuestas, pero todas defendiendo valores y conceptos políticos, como los derechos humanos o los principios democráticos y que obligan a todos por igual.

 

A simple vista puede parecer una verdad de Perogrullo, pero no lo es.

 

Desde finales de la Guerra Fría, la humanidad está inmersa en un gran debate sobre la relatividad o universalidad de las ideas políticas, derechos fundamentales y por si esto no bastara, el hasta hace poco, claro concepto de “democracia”, está en el ojo del huracán, poniéndole apellidos, con el único fin de pretender vaciar de contenido a la propia democracia.

 

El profesor, filósofo y político español vasco Carlos Martínez Gorriarán, fundador del partido Unión, Progreso y Democracia, conocido por sus siglas (UPyD), en su libro “Movimientos cívicos. De la calle al Parlamento”, Editora Turpial, 2008, nos presenta todas las caras de esta corriente, desde el relativismo cultural, que sostiene que “las distintas culturas son equiparables y condicionan de muchas maneras la visión del mundo de los sujetos educados en ellas”, pasando por el relativismo lingüístico que postula que la lengua natural también condiciona de muchos modos nuestras ideas y percepción de las cosas”, el relativismo cognitivo que nos coloca a los seres humanos, como meros entes pretensiosos, porque el conocimiento de las cosas está dado por factores que escapan a nuestra verificación y control, por tanto, todo acierto o error es casual. Y por último propone renunciar a la ética universal, válida para todos los seres humanos, ya que cualquier código ético, no sería más que una convención limitada en su validez a esa cultura en particular” (1). Por ejemplo, cuando se condena el asesinato de gays en Irán, según esta corriente de pensamiento, se estaría limitando a proyectar valores occidentales sobre una sociedad con valores diferentes. Así mismo, en la misma cuerda se mueven los que opinan que la democracia y sus valores son buenos para Alemania, España o Francia, pero no lo tienen que ser, necesariamente, para Cuba.

 

Lamentablemente existen, más de lo que se quisiera, personas e instituciones, que viven en democracias y actúan con ese relativismo respecto a nuestro país. Sus acciones concretas de omisión cada vez que nos visitan los delatan. De manera más desenfrenada, algunos miembros de la sociedad civil y la oposición en Cuba, se conducen, negándose a sí mismos y empobreciendo el rico espectro político y social de nuestra sociedad.

 

Un ejemplo claro de posición universalista lo fue, hace unos años, la firma de una carta dirigida al Congreso de los Estados Unidos por un grupo de setenta y cuatro cubanos que le pedían a los legisladores norteamericanos congruencia para con sus propios ciudadanos que se les prohibía y se les prohíbe viajar a la Isla como turistas, violando uno de los preceptos y valores en los que se erige la democracia norteamericana, la defensa de los derechos individuales de sus ciudadanos. Es una grave contradicción y negación de la letra de la propia constitución americana. Más cercano a nuestros días lo es “Espacio Abierto de la Sociedad Civil Cubana”, que aglutina en su entorno a personas y corrientes de pensamiento que no coinciden en muchos de sus puntos de vista, metodologías y caminos, pero han elegido el consenso de puntos mínimos para caminar juntos.

 

Por el otro lado, la clase gobernante cubana ha echado mano a ese relativismo enarbolando, lo que, según ellos, entendemos los cubanos por “democracia y derechos humanos”, haciendo todo lo posible por dejar sin contenido aquello que está escrito en la ley natural del ser humano, “en la que todos los hombres somos iguales en dignidad por el solo hecho de ser hombres”, escudándose en un multiculturalismo que pretende fragmentar la sociedad en comunidades culturales, con su conveniente singular personalidad jurídica y las interpretaciones que se hacen sobre lo antes mencionado.

 

Al parecer, la mesura, la inclusión, la gradualidad, la universalidad de valores y conceptos políticos, como son los derechos humanos o los principios democráticos, independientemente del contexto y que obligan por igual, sean cuales sean las creencias y las sociedades en las que se desarrollan, la opción por el diálogo, por encima de la confrontación y la descalificación, hace de los que han optado por este camino “traidores a la causa de la libertad”, calificaciones dadas por algunos que defienden referencias ideológicas más conservadoras. Así mismo son llamados “traidores y vendepatrias”, por la rígida perspectiva ultraconservadora oficial.

 

La historia nos demuestra que esto no es un hecho inédito, existen ejemplos en la historia contemporánea que ilustran la difícil tarea y los inmensos desafíos a los que se enfrentaron los “centristas” en el mundo. ¡Gran ironía!

 

En la transición española, el entonces joven, Adolfo Suárez, proveniente de las filas del franquismo pero con una visión totalmente progresista, fue duramente atacado por tirios y troyanos. Sus propios correligionarios lo llamaron traidor por llamar a elecciones pluripartidistas y legalizar al Partido Comunista. Posteriormente los socialistas le serrucharon el suelo y sus propios compañeros del UCD (Unión de Centro Democrático), partido al cual pertenecía y fundó, lo abandonaron a su suerte. Más cercanos aún en el tiempo, Nelson Mandela, Lech Walesa, Václav Havel, entre otros, cada uno en su momento, fueron duramente atacados y descalificados por sus propios partidarios al optar por el diálogo y la negociación como vías para resolver los conflictos en sus países.

 

En fin, en el llamado “eje dinámico del espacio político” (2), el centro es un espacio que ha hecho suyas las preocupaciones tradicionales del liberalismo y la socialdemocracia, comprometido con políticas progresistas (en el sentido de ganar mayor libertad y más igualdad para las personas), aprovechando los nuevos escenarios que esta etapa conlleva en sí misma.

 

Los derechos, son universales o no son. Si los pedimos a diario para nuestro pueblo, es una gran contradicción que se ataque a aquellos que los defienden desde un espacio, metodologías y maneras diferentes sin que por ello se desvirtúen. La gran ventaja de la democracia y a la vez el gran desafío, es que podemos perseguir un mismo fin pero no todos tienen que ir por el mismo sendero, ni caminar igual, ni a la misma velocidad. Existen otros caminos y otros pasos y velocidades y esto no les resta para nada validez ni a uno ni a otro, siempre que las diferencias se lleven con respeto y decencia, se puede cultivar una bella amistad y discrepar, como contaba un hermano en estos tumultuosos días. Aceptar al otro tal cual, no significa que estemos de acuerdo en todo, esta actitud solo engrandece al que la practica, que ve la diferencia como fuentes de riqueza y diversidad, siempre valoradas ambas, con un profundo contenido ético. En estos mínimos radican los fundamentos del centro político, para nuestra cultura cargada con la herencia hispano-africana, son presupuestos difíciles de llevar, pero no imposibles y hoy con las nuevas realidades que se abren ante nosotros son más que necesarios, son imprescindibles.

 

En esto tenemos que educarnos los cubanos. Sobre todo para no vaciar de su esencia a la política, cometiendo los mismos errores que en el pasado la ensombrecieron con consecuencias funestas que perduran hasta nuestros días, haciendo de la política el tenebroso espacio que muchos llaman “politiquería”.

 

Bibliografía

(1 y 2) “Movimientos cívicos. De la calle al Parlamento”. Editora Turpial, 2008. Capítulo: “El eje dinámico del espacio político”.

Juan Carlos Fernández Hernández (Pinar del Río, 1965).

Fue Corresponsable de la Hermandad de Ayuda al Preso y sus Familiares de la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Pinar del Río.

Animador de la Sociedad Civil.

Miembro del Equipo de Trabajo de Convivencia.

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