De lo humano y lo divino

Lunes de Dagoberto

Hoy, 25 de marzo, la Iglesia celebra la Encarnación de Jesucristo. ¿Qué significa esta fiesta religiosa para los creyentes y también como mensaje enviado a todos? Según la teología, este día se celebra el día en que la Virgen María quedó embarazada de Jesús, quien es considerado por nosotros los creyentes como el Hijo de Dios hecho hombre. Así que lo que se festeja es una de las creencias más originales y centrales de la religión cristiana. No vamos a hacer una catequesis, mi propósito es compartir la significación y las consecuencias prácticas de este acontecimiento religioso.

Su originalidad: el cristianismo es la única religión en la que se invierte el fenómeno religioso. En todas las demás es el ser humano el que debe elevarse, purificarse, y en algunas religiones hasta vaciarse de su humanidad, para “subir” hasta Dios, hasta la experiencia mística. Lo divino, lo sobrenatural, lo trascendente está fuera de nuestra humanidad en un estado inaccesible. Sin embargo, en la religión cristiana, es Dios quien “baja” hasta nuestra humanidad. Es Jesucristo, el mismo Dios que se manifiesta en la persona del hijo, quien se “encarna”, toma carne humana en las entrañas de un joven y pobre mujer de Nazaret. Desde entonces, lo divino, lo sobrenatural, lo trascendente está dentro de cada mujer y cada hombre. Lo divino está en las entrañas de lo humano. Jesús de Nazaret, el hijo de Dios se hizo hombre en el vientre de María para que se haga realidad en cada persona aquello que los cristianos pedimos en la oración del día de Navidad: “Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana.”

Su significado para creyentes, agnósticos y ateos: Esta es la fiesta religiosa que más puntos de coincidencia tiene con todo ser humano. Para agnósticos y ateos, la trascendencia está en lo humano, en lo terreno. De este modo, el Dios de los cristianos, Jesucristo, es la trascendencia hecho hombre, es el Absoluto hecho persona humana. De modo que, en la encarnación de Jesús, en su humanidad, en su vida terrena, en sus enseñanzas y valores, está el mayor y mejor punto de encuentro, espacio de comunión, entre creyentes, agnósticos y ateos. Esto merece una fiesta de fraternidad. Eso celebra la Iglesia cada 25 de marzo. La lejanía de la divinidad, la extrañeza del absoluto, lo abstracto de Dios, se hace humanidad cercana, comunión fraterna y concreción personalista y personalizadora de Dios hecho persona histórica, conocible, palpable, visible, sufriente, resurrecta en su humanidad. Este es el acontecimiento de comunión universal con todo ser humano, con la humanidad viviente.

Sus consecuencias prácticas: Lo novedoso se vuelve cotidiano, lo trascendente se hace inmanente. Lo divino se hace humano y eso tiene consecuencias prácticas en la vida de cada cristiano y en sus relaciones con los demás, no importa si tienen religión o no, si son creyentes en una divinidad o comparten con nosotros el valor trascendente de toda persona humana. Con la concepción de Jesucristo en el seno de una mujer de carne, hueso y alma humana, se restablece la comunicación directa entre lo humano y lo divino. Se destruye la contradicción entre el hombre y Dios, entre lo que pertenece a “este” mundo y lo que se ubicaba en el “otro” mundo. Jesús restablece la comunión entre lo absoluto de Dios y lo absoluto de la persona humana, que ya desde el primer libro de la Biblia, nos dice el Génesis que “a Imagen de Dios los creó, varón y hembra los creó” (Génesis 1, 27).

Si todos, sin excepción, somos la imagen y la semejanza del Dios trascendente y con Jesús compartimos su condición divina, entonces esto en la práctica significa que la vida y la felicidad de todos los seres humanos son sagrados, son inviolables, son de carácter divino y trascendente. Esto significa que ninguna persona puede violar los derechos de los humanos, ni es lícito reprimir al diferente, ni matar al semejante. Por tanto, la primera consecuencia de esta fiesta de la humanidad de Dios es que la pena de muerte debe ser abolida en todos los casos y para siempre. Matar a cualquier hombre o mujer, sea cual fuere el pretexto o el motivo, es matar la condición divina que lleva en sí, es como intentar matar a Dios en cada uno de sus hijos. Es una enorme e irracional contradicción proclamar la libertad religiosa y al mismo tiempo mantener y aplicar la pena de muerte.

Otra consecuencia práctica de la Encarnación de Jesús en el vientre de María, es que no solo la vida humana ha sido elevada a la condición inviolable de lo Trascendente y Absoluto, sino que el desarrollo personal y social de cada persona es un derecho y una tarea sagrada. Esta es la fiesta de la plenitud de la existencia humana. De la apertura de una era en la que Dios no es enemigo sino hermano del hombre, en la que lo sagrado no oprime a lo histórico, en que el sentido de culpabilidad no puede oprimir más la felicidad de cada persona.

Ningún Estado, gobierno o institución humana, podría impedir, bloquear o condenar el derecho y la oportunidad de cada persona, cada ciudadano, de educarse, trabajar y escoger libremente su propio proyecto de vida, realizarlo en fraternidad cívica y poder esforzarse en alcanzar el mayor grado de plenitud y felicidad posible. El proyecto de hoy es que cada hombre pueda alcanzar la estatura de hijo de Dios, que es la medida humana de Jesucristo.

Ninguna religión puede desentenderse de lo humano, por el contrario, su compromiso cristiano debe pasar por la consecución de la dignidad plena de todo hombre y mujer, por el respeto y defensa de sus derechos y por alcanzar cada vez mayores grados de felicidad. Mucho menos, una religión puede invocar a Dios para matar al hombre, para dañarlo, para oprimirlo, para explotarlo.

Algunos lectores podrían haber pensado al principio de esta columna que su tema era exclusivamente religioso. Pues ese mismo concepto de que puede haber algo después de la encarnación de Jesucristo que pueda ser únicamente religioso es propio de las religiones antiguas. A partir de esta fiesta, todo lo religioso tiene una intrínseca condición humana y toda condición humana lleva encarnada en sus entrañas la condición divina. No hay nada más concreto y terreno que la encarnación de Jesús en el seno de María para que nada humano nos sea ajeno. Nunca más religión alienante y nunca más humanismo intrascendente.

Por ello, la persona humana, todo hombre y mujer disfruta, y debe disfrutar, de la primacía absoluta sobre toda institución política, económica, social y religiosa. Eso nos invita a edificar entre todos una comunidad universal sobre la base inviolable de la primacía de la persona humana.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
  • Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
    Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

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