Las novias profanadas de otros paisajes

Por Héctor Antón Castillo
 
 
En una de sus sentencias iluminadas por el ocaso de la ínsula, José Martí expresa: “Las palmas son novias que esperan”. Aunque esa eternidad del instante sin la gracia del amor sugiere figuraciones simbólicas que trascienden el goce carnal postergado.

 


 

 
“Dichoso el hombre que soporta la prueba...” Santiago 1.12. No. 35. “Éxodo.” Mixta (Acrílico) Lienzo. 75 x 154 cm. 2014.
 
En una de sus sentencias iluminadas por el ocaso de la ínsula, José Martí expresa: “Las palmas son novias que esperan”. Aunque esa eternidad del instante sin la gracia del amor sugiere figuraciones simbólicas que trascienden el goce carnal postergado. Ello deviene en ese “arte de la espera” que nuestro historiador y ensayista Rafael Rojas identifica como el vía crucis de la nación cubana hasta el presente. Algo similar busca el pintor Alan Manuel González, quien parece dispuesto a romper con el paisaje idílico y reconfortante que intenta apañar todas las mentiras. Este plasma en sus lienzos palmas sin derecho al traje blanco, convertidas en arquetipos humanos que sucumben bajo la amenaza del martillo judicial, el incendio o la soga capaz de extinguir la vida. Agobiadas por la neurosis identitaria, estas joyas naturales luchan sin éxito por evadir oscuras fuerzas que niegan cualquier indicio de sentido común.
 
La pulsión objetual es la ganancia mayor de esta poética, donde lo sombrío del contenido se eleva a la pulcritud de la forma. Así el readymade duchampiano adquiere una connotación pictórica que le disputa el protagonismo a las palmas como alter ego del artista. Lo frío se impone a lo cálido en una pugna donde el romanticismo visceral termina por ceder. Sin renunciar al orden retiniano de su apariencia, las piezas se alistan en una corriente del arte conceptual que entra por los ojos para luego instalarse en el imaginario crítico del espectador. Por otro lado, la belleza de las imágenes contiene el trasfondo irónico de un profundo dolor. Pero se trata de una agonía contenida que no se atreve a pronunciar su nombre. Por lo que la solución es refugiarse en el silencio de una lucha entre el objeto ordinario y la naturaleza virgen que soporta sus embates.
 
Cuarenta días de ayuno visual para el triunfo del Amor (2010) es un lujo inusual que nunca se permitiría un paisajista relamido aspirando al virtuosismo de la pincelada. Todo se reduce al absurdo de pintar un cuadro expuesto al revés. Su pose es discordante con el resto de las piezas que se muestran tradicionalmente. Dicho gesto evoca la censura de los años ochenta en Cuba donde este viraje imprevisto se repitió con bastante frecuencia sin que mediara una intención artística. La pieza se torna un desafío antiglamuroso, como homenaje al sacrificio de quienes entran en el panteón sagrado entregando sus mejores días por esa causa que nos falta.
 
Entre la utopía religiosa como redención futura y la distopía social como frustración inmediata se coloca esta propuesta que podemos calificar como una pintura de actitud. Suerte que en este caso el compromiso ético no es sinónimo de panfleto oportunista, temerario y mediático. El giro estratégico de Alan Manuel González obtendrá una patente discursiva cuando logre expandir su repertorio más allá del tiempo y el espacio que le brinda el color local. Mientras, el artista cumple un mandato impostergable: cuestionar las artimañas del diablo desde la Palabra de Dios.
 
Héctor Antón Castillo
Periodista y crítico de arte.
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