“Las 7 fases de Orwell hacia el totalitarismo”

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

“Las 7 fases de Orwell hacia el totalitarismo” es el título de un artículo de Jorge Soley, publicado en infocatólica.com en 2020. Este autor no hace referencia directa a Orwell, que, por su parte, no dejó escritos explícitamente estos siete puntos, sino que se basa en el libro” La teoría de la dictadura” de Michel Onfray, quien sí tiene en cuenta la literatura orwelliana. Más allá de la autoría o referencialidad explícita, estas siete fases, siete plagas, siete formas de desarticular una sociedad y de lacerar facultades y dimensiones de la persona humana, pareciera que cobran vida, desgraciadamente, en Cuba.

En primer lugar, se plantea la reducción de la libertad a través de la imposición de una única ideología que limita o impide elegir entre determinadas opciones si las hubiera. Pensar, escribir, actuar, más allá de los límites establecidos por unos pocos, aún cuando sean libertades comprendidas en la más reciente Constitución de la República de Cuba, en 2019, sigue siendo un peligro.

La libertad cuesta muy cara, como decía Martí, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella o decidirse a conquistarla por su precio. El precio de la conquista puede ser bastante elevado. Baste mirar el desenlace del estallido social del 11 de julio de 2021 en toda Cuba para saber el costo del grito de libertad.

En segundo lugar está el empobrecimiento de la lengua. De un lado el analfabetismo ciudadano provocado por el mismo sistema cerrado al intercambio, enemigo de la pluralidad de ideas; y de otro lado, la generación de lo que podría calificarse como una neolengua. Se trata de un nuevo lenguaje donde es excesivo el uso de eufemismos, la terminología guerrerista o militar, la forma de decir las cosas a través de la imposición, la autoridad y el marcado carácter divisor en bandos o grupos antagónicos.

El discurso repetitivo, monocolor y repleto de consignas, constituye un fuerte pilar en este tipo de sistemas, mostrando una visión mediática alejada de la realidad. La incoherencia entre el discurso y los hechos demuestra que lo que importa es lo que se dice y no lo que se hace. Se pone de manifiesto aquella frase coloquial que asegura que el papel aguanta todo lo que le pongas. No sé yo, si la persona humana tenga límites, porque han jugado con la persona del cubano pidiendo resistencia, fortaleza y unidad. Pero eso también cabe dentro de ese empobrecimiento que mutila al hombre de la riqueza que hay en la comunicación libre, respetuosa y espontánea.

La tercera fase hacia el totalitarismo comprende la abolición de la verdad. Al construir un nuevo lenguaje para no llamar a las cosas por su nombre, para no mostrar la realidad tal cual es, se incurre en la mentira. Al punto de llegar a una fase superior que es la vida en la mentira.

La verdad es relativizada, mostrándose como única la verdad venida desde el poder. Entonces hablamos de la verdad de los medios, la verdad de los líderes, la verdad de cada uno, sin tenerla en cuenta como el ingrediente activo de cada acto de desarrollo humano, sin trabajar constantemente en su búsqueda para mantener un sano ambiente personal, familiar y social.

Como cuarta fase del camino hacia el totalitarismo, aparece la supresión de la historia. Desde los populismos de cualquier color político se viene haciendo común está práctica que no solo olvida la memoria histórica, la cultura, las tradiciones, los hechos que pueden servir de antecedente y experiencia para hacer mejor las cosas y ordenarlas de manera diferente, sino que reescribe la historia. Como si todo hubiera empezado aquí y ahora desde donde se parte, en conjunción con ese metalenguaje que se construye y buscando personajes únicos y nuevos mesías.

En la quinta fase, el autor se refiere a negar la naturaleza, que no es más que la consecuencia de fases anteriores. Si se reescribe la historia, se construye un nuevo lenguaje, se minimizan los presupuestos de verdad y libertad que conforman el cuerpo social, está teniendo lugar una negación de la propia naturaleza humana. Un problema de las esencias que conduce al hombre alienado por los caminos de las tinieblas.

Esta negación implica otras consecuencias como el relativismo moral, la confusión entre el bien y el mal, la justificación de los fines y los medios que afectan la dignidad humana; en fin, la pérdida del sentido de la vida por no ser capaces de reconocer la naturaleza humana libre y en interrelación.

En sexto lugar, propagar el odio, si bien no es un fin de los totalitarismos, para ser benévolos, puede ser el medio de cultivo en el que se desarrolla. Desgraciadamente, son frecuentes los discursos de odio que buscan dividir en vencedores y vencidos, en iluminados y equivocados. Si la persona no está preparada para discernir lo que es bueno entre tanto ambiente hostil sucumbe ante estas mieles que atraen desde el poder. El totalitarismo es experto en movilizar al hombre convertido en masa, jugando con la incertidumbre del momento, con el miedo legítimo de los ciudadanos ante el cambio y el haciendo uso frecuente de la represión.

La última fase del camino consiste en aspirar al imperio. Habiendo asegurado todo lo anterior, solo queda mantenerse en ese falso constructo pero que, como monolito, parece inamovible, impenetrable, indestructible. La ruptura radical con los fenómenos sociales que supone el totalitarismo le lleva a imponerse en la cúpula sin mirar a la base que le sostiene. Y esa, quizá, sea su propia debilidad. Un día la base, cansada por el peso del poder sobre sus hombros, lacerada en lo más hondo de su esencia, hastiada de todo, decide tomar las riendas de su vida y emanciparse. Entonces, la cúpula se tambalea y puede caer.

Cualquier parecido con la realidad, es lamentable decirlo, no es mera coincidencia. La historia de algunos pueblos describe este camino por fases que a veces, incluso, no se suceden en el tiempo, sino que lo más frecuente es que se solapen. La pérdida de valores éticos, morales y sociales genera personas poco preparadas para la vida en democracia y, precisamente, como decía san Juan Pablo II:

“Una democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo abierto o apenas disfrazado”.

No perdamos la esperanza, ni seamos parte de esa masa enajenada a la que no importan los destinos de la Patria, que no son más que los destinos de sus miembros, de nosotros mismos. La historia de los pueblos que han vencido los totalitarismos, pone de manifiesto el valor de la fe y la apertura que debe empezar desde nuestra propia mente, para traspasar los barrotes que impiden alcanzar los grados de libertad y derechos que supone nuestra dignidad humana.


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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