LA VOCACIÓN POLÍTICA

El dilema sobre la consideración de la política como vocación y/o profesión es recurrente en el contexto contemporáneo. Considero que, aunque no debe estar jurídicamente establecido como requisito obligatorio el “título” de experto en política (¿quién lo podría determinar?), sí debería ser una exigencia moral por parte de los propios políticos y de la ciudadanía que le ha elegido para sentirse bien representada.
La famosa frase de “se hace camino al andar” aplicada en política es un verdadero fracaso. La formación ciudadana, traducida en una profunda formación política para quien aspire a ocupar cargos públicos, o participar del escenario de representación e institucionalidad de un país, es primordial. Si no contamos con políticos preparados, luego no podemos exigir efectividad en el desempeño de las funciones para las cuales han sido elegidos. El rol del representante, su relación con los representados, de modo que garantice un ambiente de inclusión y respeto de derechos y libertades, es también un asunto de vocación que, indiscutiblemente está ligado a la profesionalización de la actividad que se ejerce.

Exigir a los políticos una preparación determinada es la garantía de la vitalidad del sistema, de la fortaleza de sus instituciones y de la correcta salud de la interacción con la ciudadanía. El par preparación-vocación está indisolublemente unido. Lograr el equilibrio, sin exacerbar una arista u otra, es el reto de los políticos en la actualidad. Creo que es válido recordar siempre que “La calidad de los políticos incide en la calidad de la política” (Alcántara Sáez, Manuel (2006): Políticos y Política en América Latina, Madrid, Fundación Carolina-Siglo XXI).

Algunos ingredientes para mejorar la relación entre este par dialéctico podrían ser: el uso del lenguaje moderado, que respete la dignidad humana, tolere la diversidad de criterios y rompa con los esquemas tradicionales, sin demagogia ni populismos; el aumento de la participación de la sociedad civil en el proceso de gobernanza democrática; el ejercicio de la profesión entronizada en la realidad con análisis críticos, certeros y profundos; y el uso de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones en el funcionamiento de las instituciones y la promulgación del mensaje, para que rompa con los viejos esquemas de propaganda en el arte de hacer política.

El debate sobre este dilema me recuerda una lección de la historia de Cuba, que hace alusión a la preparación de un político que le permite establecer con mayor solidez planes de futuro. Durante la preparación de la Guerra Necesaria, o Guerra del 95´, José Martí, el principal organizador de la contienda, le escribe una carta al Mayor General del Ejército Libertador Máximo Gómez, el 20 de octubre de 1884, donde le dice: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”, y “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”.

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).

Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

 

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