LA SIMULACIÓN IDEOLÓGICA Y LAS CONSECUENCIAS DE VIVIR EN LA MENTIRA

Foto de Fidel Gómez Güell.

Recientes acontecimientos en pleno desarrollo, dentro de la esfera de las agencias de inteligencia y los Black Programs del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, relacionados con la posibilidad, cada vez más real, de que una facción político-militar (también conocida en el folclor estadounidense como Deep State) tenga en su posesión, desde hace al menos unos 80 años “material de origen exótico”, “vehículos técnicos recuperados de inteligencias no humanas” y cuerpos de “entidades biológicas exo-biosféricas[1][2], han desatado un creciente debate entre la opinión pública entendida, la comunidad científica y el Congreso del país norteño.

Las declaraciones de senadores prestigiosos como Josh Hawley[3] y Marco Rubio[4], hace solo unos días, y de científicos de altísimo nivel académico como el eminente Gary Nolan[5] de la universidad de Stanford y el carismático Aby Loeb de Harvard, le han añadido credibilidad al tema que despierta enconadas pasiones entre el bando de los entusiastas y los escépticos. Sin profundizar más en este apasionante asunto, que está muy relacionado con la evolución y los límites de la consciencia humana, queremos resaltar la importancia que tiene para una sociedad encarar estos debates, incluso cuando ello puede suponer, que al final, se corra el riesgo de remover los cimientos mismos de nuestra civilización y tener que aceptar públicamente, un fenómeno que hemos escondido durante demasiado tiempo debajo de la alfombra, ya sea por sus implicaciones ontológicas o por lo complicado del problema.

El motivo rector que hay detrás de todo este complicado proceso de revelación (Disclosure), que ya está costando y costará no pocas reputaciones y cargos dentro del llamado Complejo Militar Industrial de los Estados Unidos, es simplemente la búsqueda de la verdad. Mientras seguimos estos acontecimientos de cerca, no podemos dejar de preguntarnos cuál será el precio que la humanidad en general tendrá que pagar una vez que se haga pública la verdad, escondida durante muchos años tras el telón de la ridiculización y el estigma, que ha rodeado desde los cincuenta todo lo relacionado con la existencia de vida inteligente fuera de nuestro planeta y la posibilidad de que se haya establecido contacto, con una o más civilizaciones a lo largo de estos años, en múltiples ocasiones, lo cual ha permanecido encubierto de la opinión pública a través de la coerción la intimidación y las campañas de desinformación.

El deseo irrefrenable de conocer la verdad no es, sin embargo, un patrimonio propio de todas las sociedades. Lo ha sido sin dudas para la mayoría de las sociedades occidentales durante la mayor parte de su tiempo de existencia moderna. Sobre este principio, acompañado de la creencia en la soberanía del individuo y un conjunto de derechos naturales inalienables que le son consustanciales, se han construido algunas de las naciones más exitosas y prósperas que la civilización ha visto desde los tiempos fundacionales, cuando los mitos de carácter religioso y el tribalismo unificaba más a los pueblos que las narrativas nacionalistas o las ideologías, como ocurre hoy día.

La sociedad cubana, empeñada desde hace más de 60 años en el sostenimiento de un sistema totalitario, cuyos fundamentos morales y materiales se oponen diametralmente a los fundamentos biológicos y psicológicos de la naturaleza humana, es un lamentable ejemplo de lo que ocurre cuando una nación decide emanciparse de la verdad y vivir de manera más o menos consensuada dentro de su propia simulación de la realidad; simulación de naturaleza ideológica que ha hecho del mito revolucionario una especie de tabla de salvación mental, a la que se aferran un par de generaciones de gerontes “dispuestos a todo” por mantenerse habitando la narrativa que tanto confort y coherencia psicológica les confiere, ante las constantes impugnaciones de la obstinada realidad.

La propaganda totalitaria y los relatos culturales fabricados bajo la saya protectora y celosa de la “revolución de los humildes”, han jugado un papel sobresaliente en el sostenimiento del Mito y la calidad de la narrativa revolucionaria. Películas, seriales, libros, canciones, poemas, reportajes y productos mediáticos de todo tipo, insuflados de mensajes ideológicos, se han dispensado a diestra y siniestra a la famélica población cubana ininterrumpidamente, desde aquellos días gloriosos del Noticiero ICAIC Latinoamericano y Palabras a los Intelectuales.

Desde entonces aprendimos a convertir de manera sistemática las derrotas en victorias, los desperdicios en alimentos, los esbirros en héroes y las masas arrolladoras en maestros, doctores, ingenieros e intelectuales. Hace poco, mientras leía un discurso del actual primer secretario del Partido Comunista de Cuba en el que decía: “¡La unidad y la victoria son la esperanza, la unidad y la victoria son el presente y el futuro de la patria y el socialismo!”[6] recordaba la idea revolucionaria de la conversión mística de la derrota en victoria. O sea, que cuando el opaco secretario actual del PCC decía victoria, bien se podía entender derrota, o más exactamente derrota convertida en victoria. No se sabe a ciencia cierta cuantas de nuestras derrotas han sido convertidas mágicamente en victorias o cuantas de nuestras victorias son auténticas, genuinas y legítimas victorias. Lo cual es un problema grave, nacionalmente hablando.

Las derrotas, los fracasos o los errores, son señales inequívocas de que algo ha salido mal, son pistas de que el camino que estamos siguiendo no es el correcto. Son alertas muy importantes a tomar en cuenta para corregir el curso, ajustar las estrategias y mejorar los procedimientos. Sin derrotas, reconocidas y reflexionadas, no hay aprendizajes y sin aprendizaje no hay mejoras. La emancipación de la realidad y el arte de transmutar las enseñanzas que traen consigo los errores, en victorias constantes y sonantes, es tal vez uno de los rasgos más peligrosos del fracasado totalitarismo cubano.

Gracias a este malabarismo del lenguaje nos la hemos arreglado para convertir al país en uno de los peores lugares para vivir en el hemisferio occidental. Sin lecciones que aprender, cegados por el éxtasis de la vida permanente en la victoria, los revolucionarios cubanos han degenerado en una especie de secta pseudoreligiosa, que se aferran a deidades moribundas y leyendas falsas sobre realidades que solo existen en sus atribuladas cabezas.

Uno de los políticos más grandes del siglo XX y de todos los tiempos, el astuto Winston Churchill, en su más afamado y emocionante discurso, ofrecido luego de la evacuación exitosa de los soldados británicos, franceses y belgas embolsados en Dunkerque por las tropas de la Wehrmacht alemana en la segunda guerra mundial, tarea en extremo difícil y arriesgada, donde Gran Bretaña se jugaba la posibilidad de mantenerse en la guerra o abdicar, dijo, a modo de advertencia a sus compatriotas:

Debemos tener mucho cuidado de no asignar a esta liberación los atributos de una victoria. Las guerras no se ganan con evacuaciones. (…) Seguiremos hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire, defenderemos nuestra Isla, cueste lo que cueste, lucharemos, lucharemos en las playas, lucharemos en los desembarcaderos, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en los cerros; nunca nos rendiremos…[7]

Este histórico discurso le valió el apoyo definitivo de los ciudadanos británicos y de sus vacilantes detractores en el congreso, lo cual fue fundamental para encarar el enorme esfuerzo bélico que tuvo que hacer Gran Bretaña en los peores años del asedio germano. Aun cuando se necesitaba desesperadamente el apoyo de las masas y de la casta política, aun cuando la operación de rescate había salido razonablemente bien contra todo pronóstico y una victoria era indispensable para apuntalar su imagen y levantar la decaída moral británica frente al magnífico poderío alemán, Churchill prefirió advertir a su nación de que no debían confundir una operación de rescate con una victoria militar.

La sabiduría del entonces primer ministro salvó a Inglaterra y sus aliados de una derrota segura a manos de la bien engrasada maquinaria bélica de Hitler; la primacía de la verdad sobre la propaganda, ayudó a las personas a calibrar bien la situación, aprender de los errores y emprender el penoso camino de la verdadera victoria. Huelga decir que por el otro bando, el aparato de propaganda de Joseph Goebbels se mantuvo mintiendo al pueblo alemán hasta los últimos días de la guerra, cuando la utopía totalitaria nazi colapsó bajo el peso de la realidad. Una lección que a los cubanos nos vendría muy bien aprender a tiempo.

 


  • Fidel Gómez Güell (Cienfuegos, 1986).
  • Licenciado en Estudios Socioculturales por la Universidad de Cienfuegos.
  • Escritor, antropólogo cultural e investigador visitante de Cuido60.

Scroll al inicio