En Cuba la gestión de la economía parece divorciada de la vida cotidiana de la gente, encaminada a cumplir con un mandato ideológico en lugar de satisfacer las necesidades cotidianas de las personas, lo que ha de ser el fin de la economía. Vemos como importan más la burocracia, los planes, la retórica, el triunfalismo y la mentira, en lugar de crear condiciones en las que todos puedan generar los medios necesarios para el progreso en sentido general.
El lado humano de las tímidas reformas y medidas adoptadas, sin duda, ha sido olvidado por las autoridades cubanas. Si criticable es el exceso de tecnicismos y el hecho de que en países capitalistas a menudo importen más las cuestiones medibles y de eficiencia que los temas más humanos, más aún lo es el hecho de que por otro lado, en nombre del bienestar social, la igualdad y la solidaridad, se sustituya el tecnicismo por burocracia, y las leyes del mercado por ataduras ideológicas que atentan contra la persona y la sociedad en general. La economía siempre es susceptible de “olvidar a la persona humana” a nombre de los criterios de eficiencia y productividad promovidos -principalmente- en economías de mercados, pero más grave aún es que este olvido se dé de igual forma, por otros medios, en sociedades que se venden como humanistas y preocupadas por algo más que estos criterios. Este es el caso de Cuba.
Precisamente, esta cuestión es la que ha provocado el cambio de las últimas décadas en cuanto a las visiones sobre el desarrollo. Concepto que se ha ampliado, superando las visiones que lo entendían como mero crecimiento económico, para incluir otros aspectos más relacionados con la persona humana, con sus necesidades concretas, no solo materiales sino también espirituales y en otras dimensiones. De esta forma, mirar la economía y a la persona de forma integral, se vuelve cada vez más, una exigencia para poder avanzar en el pleno y verdadero desarrollo de las sociedades.
Ahora bien, en Cuba, a pesar de los resultados positivos en términos de escolarización y acceso al sistema de salud, hay mucho por hacer para lograr responder de forma integral y humana a las necesidades básicas de la gente. Estos son solo dos aspectos del desarrollo humano, importantes, pero no los únicos, además de que han de ser evaluados no solo en términos cuantitativos sino cualitativos, cosa que -en Cuba- a menudo no se hace efectivamente, o se manipula intencionalmente.
Las medidas que se adoptan no pueden reducirse al ámbito técnico ni responder a la burocracia y mandatos ideológicos, y afectar a los ciudadanos solo como resultado de sus efectos negativos (tarea ordenamiento), sino que deben estar dirigidas a promover a las personas, a potenciar su desarrollo, a generar condiciones para el ejercicio de las libertades económicas fundamentales. Tampoco pueden ser “humanistas” solo en el discurso, en las intenciones, en la retórica, sino que deben ser efectivas, deben lograr la realidad de mejorar las condiciones de vida de la gente y de la sociedad en general, sin condicionar uno al otro, pues el bien común solo se logra cuando se conjuga el de la persona y el de la sociedad en su conjunto.
Llevamos muchos años en Cuba sufriendo de crisis económicas, a veces con momentos aparentemente de mejora, y luego con caídas abruptas. Es hora de tomar en serio la gestión de la política económica, y ello no puede conseguirse de otra forma que no sea mirando a las personas concretas, a los cubanos que sufren los problemas y anhelan soluciones. Es necesario un cambio de enfoque, dejar la ideología y los intereses políticos a un lado para poner a la persona en el centro de la gestión, como lo más importante y sagrado. Solo así lograremos soluciones verdaderamente efectivas, que sepan aprovechar lo mejor del mercado y que a la vez mantengan presente el balance entre ética y economía, que no olviden el lado humano de la cuestión.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
- Laico católico.
- Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.