LA MUERTE DE MARTÍ

Réplica en La Habana de la estatua ecuestre de Anna Hyatt Huntington en Nueva York simbolizando la muerte de Martí. Foto tomada de Internet.

El cuadro La muerte de Martí en Dos Ríos, de Esteban Valderrama (1892-1964), gracias a su impresionante realismo, recoge dos hechos sorprendentes: no se ven tropas españolas desplegadas ni huestes mambisas, machetes en alto. Martí recibe una descarga en el pecho, mientras su acompañante (Ángel de la Guardia, casi invisible) ha desmontado de su encabritado caballo. Como sabemos, el artista, enojado por las críticas —a mi juicio injustas— decidió destruir la obra en 1918.

Sin embargo, tal vez sin saberlo, el artista había adelantado dos conclusiones para la Historia: Martí no cae en combate, sino en una escaramuza que pudo y debió evitarse; es la única baja entre más de 300 mambises.

Desde que se produjo, en mayo de 1895, la muerte del Apóstol ha estado signada por la polémica, el misterio o el silencio. Por esta razón no pretendo ofrecer un juicio conclusivo sino ofrecer un panorama de cómo esa tragedia fue descrita por biógrafos y estudiosos.

Martí, el apóstol, de Jorge Mañach

Jorge Mañach y Robato, nacido en Sagua la Grande, en 1898, y fallecido en el exilio en San Juan, Puerto Rico, en 1961. Mañach establece con su biografía, publicada en 1933, un referente de rigor histórico.

El autor aborda el tema de la muerte en su capítulo “Dos Ríos” (Martí, el apóstol, Espasa-Calpe, Madrid, 1998). Al tratar de explicar —de explicarse— las causas de aquel cataclismo, formula las tres preguntas por las que han transitado desde entonces otros biógrafos e historiadores: “¿Arrebato épico? ¿Inexperiencia? ¿Codicia de su hora?”. No resulta ocioso significar que “hora” se refiere al fin de su vida. “Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora”. (Carta a Federico Enríquez y Carvajal de 25 de marzo de 1895).C

Carlos Márquez Sterling, Biografía de José Martí

Carlos Márquez Sterling, académico, periodista, político, miembro de la Academia de Historia de Cuba, nació en Camagüey en 1898, y murió en Miami, en 1991.

Márquez Sterling no desarrolla especialmente el tema de la muerte en Biografía de José Martí, de 1982. Asigna apenas una página al episodio dentro del capítulo “Dos Ríos”.

En cuanto a la interpretación de los motivos, el autor desliza la idea de la predestinación: “Toda su existencia, y aun su muerte tan cercana, no son otra cosa que la providencia misma (…) Se diría que una fuerza interior lo conduce y lo guía hacia lo eterno, de acuerdo con el papel que debía representar en la vida, próxima a terminarse”.

Martí, místico del deber, de Félix Lizaso

Félix Lizaso González, ensayista, profesor, periodista e historiador cubano, nació en Madruga, La Habana, en 1891, y falleció en Rhode Island, Estados Unidos, en 1967.

La biografía escrita por Lizaso fue Martí, místico del deber, publicada en 1940. Sin embargo, no es allí donde se refiere a los posibles motivos de su final sino en Proyección humana de Martí, de 1953.

En ella el autor dedica un capitulos 5ñal tema: “Muerte y transfiguración”. Allí se pregunta “si fue realmente un acto de heroísmo impremeditado el que le llevó a lanzarse incontenible sobre el enemigo, o si fue acaso el pensamiento de poner término de modo heroico y grandioso a una vida que ya consideraba cumplida”.

Estima que acaso su muerte era parte sustancial de su predestinación, “parte de la obra que tenía que realizar”. Con todo, y pese a la argumentación que sustentaría la tesis de la “inmolación”, Lizaso la rechaza y recurre, finalmente, al argumento de que “fue obra de designios superiores reservarle una muerte tal”. (Imagino a las Parcas cortando el hilo de su vida).

Martí, hombre, de Gonzalo de Quesada y Miranda

Gonzalo de Quesada y Miranda nació en La Habana en 1900 y murió en la misma ciudad en 1976. Hijo de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, secretario del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y albacea de la obra de José Martí.

Con Martí, hombre, de 1940, quiso revelar la condición humana del biografiado. El tema de su muerte ocupa el capítulo XXXIII y final, intitulado “Su hora”.

Quesada abre su interpretación con el episodio de La Mejorana: “después de la borrascosa entrevista con Maceo tal parece que su gran corazón se encoge, que comprende que solo le queda un camino, el del holocausto” (aquí en la antigua acepción de sacrificio por amor). Y, si bien disimula su dolor y desengaño, “su alma ya está profundamente herida y su ruta definitivamente trazada”.

El autor abraza la idea de la inmolación y discurre que, una vez iniciada la acción de Dos Ríos, Martí “presiente y lo avasalla el supremo instante de demostrar que ya es “hombre”, de acallar para siempre las lenguas víperas, que le acusan de “civilista” cobarde, de asegurar para que no ñ4siempre la perdurabilidad de su obra”.

José Martí, El Santo de América, de Luis Rodríguez Émbil

Luis Rodríguez Émbil, narrador, poeta, ensayista, periodista y diplomático, nació en La Habana en 1879 y murió en la misma ciudad en 1954. Fue miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba.

Obtuvo en 1938 el primer premio del concurso internacional sobre proyectos de monumentos y biografías, convocado por la Comisión Central Pro-Monumento a José Martí. José Martí, El Santo de América, de 1941, se caracteriza por una desbordada loa al apóstol, enfilada a sustentar su “santidad y heroísmo”.

Rodríguez Émbil dedica apenas dos páginas a su muerte. En ellas resume los aspectos más conocidos en su época sobre el episodio. El autor no descarta la tesis de la inmolación, aunque excluye que fuera por “motivos egoístas”. Se pregunta: “¿Quiso morir?”. Y prefiere aposentarse en la incertidumbre con esta frase: “Lo ignoraremos siempre”.

Martí revolucionario, de Ezequiel Martínez Estrada

Ezequiel Martínez Estrada —narrador, poeta, ensayista y biógrafo— nació en San José de la Esquina, Santa Fe, en 1895, y murió en Bahía Blanca, Buenos Aires, en 1964. Su estancia en La Habana, de 1960 a 1962, como director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Casa de las Américas, le permitió acometer un estudio en profundidad de la obra de José Martí.

Martí revolucionario, de 1974, sobresale por su originalidad. Basándose en las categorías de “mito”, “alegoría” y “héroe”, analiza la trayectoria de Martí y lo coloca junto a otras figuras redentoras: Prometeo, Teseo, Jesús, Juana de Arco…

El capítulo III, “El ciclo fatídico del héroe”, contiene nueve epígrafes, y sus dos últimos son “presagios” y “muerte”. Uno de los presagios es la entrevista de La Mejorana. El autor estima que el acuerdo sobre el regreso a Estados Unidos del delegado del PRC era una virtual condena a muerte, en tanto “se le quitaba la gloria del sacrificio que había reclamado como única recompensa para sí (…) En ese encuentro, prosigue, “Martí hubo de sentir secretamente, y ahora de manera inapelable, que debía morir”.

Considera que su muerte “es el hecho más fabuloso y al mismo tiempo más lógico de su biografía. Considerada como drama su vida, no pudo tener otro final, y jamás dudó él de que la muerte combatiendo por la libertad de Cuba era un fin indefectible de su destino”.

Otros estudios

Existen estudios específicos acerca de la muerte del apóstol. Alrededor de la acción de Dos Ríos, de Gonzalo de Quesada y Miranda (Imp. Seoane, Fernández y Cía., 1942, La Habana, Cuba). Lo más relevante de la obra es la correspondencia entre su padre, Fernando de Quesada y Aróstegui, y el coronel José Ximénez de Sandoval, donde recoge la versión del militar, jefe de la columna española, sobre el hecho. De Quesada y Miranda reitera que la muerte de Martí “fue un sacrificio consciente de su parte, de acuerdo con su más íntimo sentir y ante el hondo convencimiento de que su caída, lejos de debilitar a la revolución, le daría el supremo y necesario ejemplo para triunfar (…) en su aspecto más importante y trascendental aun, o sea, en el psíquico, al dejar su huella inmortal en el alma cubana”.

Al parecer, años después se arrepintió de esta idea, tal vez por presión social. Después de 1959 hablar del suicidio de Martí era blasfemo.

Rolando Rodríguez, historiador cubano y alto funcionario, rechaza en Dos Ríos: a caballo y con el sol en la frente (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2001), la tesis de la inmolación y para ello se basa en las acciones que el propio Martí reconoce que debía emprender. El autor se esmera en demostrar que este salió a luchar para dar el ejemplo a la tropa. En verdad había tomado un camino diferente al del grueso del contingente y por ello se encontraba aislado. De los cubanos, salvo Ángel de la Guardia, nadie lo vio caer. En sentido general, la obra apenas hace aportes en documentación o interpretación sobre este tema.

Arnaldo Miguel Fernández, ensayista, periodista y abogad popo, también refuta en La muerte indócil de José Martí (Ed. Nueva Prensa Cubana, Miami, 2006), la idea de la inmolación y se basa igualmente en las proclamadas acciones que debía acometer. Descarta la explicación de servir de ejemplo que sustenta Rodríguez: Martí, argumenta el autor, es un general sin tropa; nunca la tuvo. Sin embargo, el mayor valor de la obra es que señala directamente el factor central, en última instancia, de su muerte: “la conducción irracional de las acciones combativas en Dos Ríos por el General en jefe Máximo Gómez”.

Y desmenuza su tesis: desviarse del destino principal: Camagüey; desespero por entrar en combate, planearlo mal y, para colmo, arrastrar al aclamado “presidente” a “una escaramuza insignificante”. Demuestra, basándose en un análisis pormenorizado del mapa del terreno, los errores tácticos de Gómez.

La obra pasa revista a los trabajos más relevantes sobre el tema y revela, gracias a la capacidad de Fernández como periodista y abogado, las contradicciones, debilidades y fortalezas de los argumentos. Es, a todas luces, una de las obras más rigurosas y singulares de los últimos años acerca de la muerte de José Martí.

A modo de resumen

Todas las biografías aquí expuestas provienen de admiradores de José Martí y guardan información de valor histórico. Respecto de su muerte, unas dedican más espacio al tema que otras. En el cotejo afloran contradicciones, omisiones y errores, naturales en la construcción de un relato donde escasean fuentes fidedignas. Muestran diferentes perspectivas acerca de los posibles motivos: dos no se pronuncian (Mañach y Rodríguez-Émbil); dos los atribuyen a una inmolación (Martínez Estrada y Gonzalo de Quesada); y dos los explican por predestinación o designios divinos (Márquez-Sterling y Lizaso).

El 28 de abril en su Diario de Campaña Martí consigna que, por mandato de Gómez, el coronel Luis Bonne había sido encargado de crearle una escolta.

El 17 de mayo Gómez le había disuadido de ir al combate, pues alegaba ignorar la fuerza del enemigo. Martí se queda en el campamento y apunta: “Conmigo doce hombres bajo el teniente Chacón, con tres guardias, a los tres caminos; y junto a mí Graciano Pérez”. Una nota del Editor en el Diarioidentifica a Chacón como jefe de la escolta de José Martí. Es decir, que además de Garriga y Feria —ayudantes—, disponía de protección. ¿Qué se hizo de ella dos días después? Para enredar más el episodio Luis Toledo Sande en su biografía, Cesto de llamas (Pueblo y educación, La Habana 1998), indica que ni Martí ni Gómez poseían escolta. ¿Cómo congeniar el inmenso y brillante Manifiesto de Montecristi, que ambos firmaron, con este desaguisado?

Gómez reconoce que el plan fue deficiente (“combate rudo y mal preparado, lo confieso”, escribe). Desconocía no solo el tamaño de las fuerzas enemigas, sino también sus posiciones. Aun en esas desventajosas condiciones aceptó que el delegado del PRC lo acompañara; luego admitió que había desobedecido su orden —se cuentan en decenas las contradicciones y versiones de Gómez sobre Dos Ríos. Anota en su Diario de campaña: “y no pudiendo yo hacer otra cosa que marchar adelante para arrastrar a la gente, no pude ocuparme más de Martí”.

Sin embargo, hay un hecho sobrecogedor: José Martí es la única víctima de ese día entre más de 300 mambises. El capitán español Antonio Serra Orts escribió en sus memorias: “¡Pero, Señor! ¿Por qué se batía Martí en vanguardia? ¿Es posible que un futuro presidente de la República Cubana se bata como un guerrillero?” (Recuerdos de las guerras de Cuba. 1868 a 1898, 1906).

Y expresaba del mismo modo su desconcierto el jefe de la columna, coronel José Ximénez de Sandoval:

“Su arrojo y valentía, así como el entusiasmo por sus ideales, le colocó frente a mis soldados y más cerca de las bayonetas de lo que a su elevada jerarquía correspondiera, pues no debió nunca exponerse a perder la vida de aquel modo, por su representación en la causa cubana”. (Enrique Ubieta, Efemérides de la Revolución Cubana, t. IV, La Habana, La Moderna Poesía, 1920, pp. 293-294. Carta del 24 de junio de 1918 al autor).

Al mediodía del 19 de mayo Martí, como un soldado más, se suma a la tropa. En cierto momento, el militar dominicano le indica que se retire o se ponga tras de sí. Prosigue el avance mambí; Martí queda detrás y poco después decide ir a la carga. (Este episodio nunca quedó claro). En busca de sus posibles motivaciones, retomo las preguntas paradigmáticas de Mañach: “¿Arrebato épico? ¿Inexperiencia? ¿Codicia de su hora?”.

El arrebato épico ha dado lugar al argumento de que Martí, habiendo notado que la respuesta cubana estaba siendo débil, se lanzó adelante para animar a los cubanos. Sin embargo, era invisible para la tropa y murió teniendo un único testigo: Ángel de la Guardia. Alguien de tamaña inteligencia, sabiéndose bisoño y vulnerable, ¿arriesgaría la vida de modo tan irreflexivo, sobre un caballo de pelaje dorado, y en un atuendo que lo convertía en blanco fácil para el enemigo? Por demás, su revólver nacarado se encontró con todos los proyectiles en el cilindro: jamás fue usado.

La muerte como ofrenda sacrificial se ha descartado por algunos alegando la incompatibilidad del acto con la ética martiana y la trascendencia del legado, la resiliencia del prócer ante los desaires y ofensas de Maceo y Gómez, y el amargo acatamiento de la decisión de su regreso a Estados Unidos (“clavándome el alma”, anota en su Diario). Comparadas con las poquísimas referencias a sus deberes, a corto y largo plazo, hay abrumadoras declaraciones acerca de la búsqueda de la muerte.

Esta, si no es la única explicación, es de las menos desatinadas. En otras palabras: tendría más sentido entender su deceso como martirologio, que como mera casualidad o accidente, que es la interpretación del destacado especialista Carlos Ripoll.

A fin de cuentas, en situaciones límite puede que se mezclen un sinnúmero de resortes sicológicos y motivaciones contradictorias en las que resulta difícil dirimir cuál o cuáles han sido determinantes en la conducta final.

Nunca sabremos los motivos del proceder de Martí en Dos Ríos. Cualquier impulso —y no descarto ninguno— pudo influir aquel 19 de mayo de 1895. Sin embargo, más importante que los motivos son las circunstancias de su muerte y en estas sobresale la responsabilidad de Máximo Gómez (por comisión y omisión).

La muerte del Apóstol seguirá marcada por la polémica, el misterio o el silencio. Tal vez deberán pasar muchos años para que, despegados de la “fascinación y embrujo” de las que hablaba el escritor Lino Novás Calvo, podamos acercarnos a él como figura histórica, sin limitaciones.

 

 

 

 

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