La juventud cubana: ¿una generación “desconectada”?

Por Yoandy Izquierdo Toledo
 
Foto de Maikel Iglesias Rodríguez.

Foto de Maikel Iglesias Rodríguez.

Así como los biólogos separan por etapas los complejos mecanismos de acción de un proceso determinado, o los meteorólogos estudian por partes un fenómeno natural, suele suceder en las ciencias sociales. Quizá, incluso, sea mucho más complejo al tratarse del hombre en interacción con las distintas fuerzas motrices de la sociedad. Es por ello que, siguiendo este esquema de clasificación para el estudio y la comprensión de “algo” podemos enunciar la existencia de tres generaciones en Cuba desde la década del 60 hasta la actualidad.

 

Tres generaciones de cubanos

En los primeros años de la “Revolución”, dígase desde 1960 hasta 1970 podemos hacer alusión a una “generación heroica o martirial” que comprendía a las personas, fundamentalmente a los jóvenes, que un día se plantearon ciertas inquietudes existenciales, y para ser consecuentes con ellas vivieron en carne propia el sacrificio, la persecución y en ocasiones hasta la muerte. Entre estos se encuentran los impulsores del “cambio” y los que lo siguieron desde distintas posturas porque creyeron que “todo tiempo futuro tenía que ser mejor”. También aquellos que vivieron las consecuencias de su fe.

 

En las décadas venideras, desde 1970 hasta 1990, muchos de los ideales por los que habían luchado aquellos héroes y mártires, o por los que todavía algunos defendían el proyecto de Revolución de 1959, se vieron frustrados. Podríamos llamarle la “generación frustrada”, donde el proyecto de hombre nuevo se malograba, donde abundaban las promesas, luego las justificaciones y al final una lista de realidades frustrantes.

 

En los inicios de la década de 1990, la situación de Cuba se tornaba más difícil debido a la desaparición de la URSS y el campo socialista y el dilatado tiempo del gobierno en el poder, que no solucionaba los principales problemas de la población. Estas agudas circunstancias provocaron el aumento de la emigración y desencadenaron los fenómenos migratorios conocidos como “crisis de los balseros” o “el maleconazo”. ¿Cómo llamarle entonces a esa generación que nació en este período de 1990 a 2010, que no vivió los primeros años de la Revolución triunfante sino que padece las consecuencias de ella a más de medio siglo? Podríamos decir que estamos en presencia de una “generación desconectada”.

 

¿Qué significa “generación desconectada”?

 

Esta desconexión para nada tiene que ver con la enajenación y grado de concentración superior de muchos líderes espirituales, o a la que pudieron llegar muchos filósofos de la antigüedad permitiéndoles desarrollar sus más notables aportes. Es una desconexión negativa, que hace vivir sin proyecto de vida, sin importar la repercusión de las decisiones personales, familiares y sociales; en otras palabras y como dicen muchos jóvenes: “es vivir a mi aire el día a día”.

 

A pesar de que una gran parte de la población cubana vive “desconectada”, en particular los jóvenes constituyen el grupo etáreo que mejor refleja esta característica. La mayoría no pueden concebir, no tienen o no quieren un proyecto de vida en la Isla. No se ven aquí en el futuro más inmediato y ven como salida ante los problemas económicos y vicisitudes en general que sufre el país, esa fuga mundi que estamos viviendo en la actualidad. Ante la crisis interna la solución es escapar, a veces con propósitos bien claros para cuando se esté fuera, pero en otras ocasiones a probar suerte, porque existe la creencia de que en cualquier otro lugar la vida será mejor. Esto es lo que podemos llamar la cultura de la inmediatez y la inmanencia, el solucionar el problema de hoy sin importar ni “meterle cabeza” al mañana.

 

Este análisis de la realidad nos lleva a su vez a un análisis de causas profundas que no solo implican a los jóvenes. Cabe preguntarse el porqué de tan desmedido desinterés por la vida social y comunitaria, que lejos de atracción en lo que se transforma es en miedo y aburrimiento. Hay que detenerse a revisar los conceptos que proclamamos y las convicciones que defendemos, ya sea desde la política o la religión, para que no les resulten a muchos “fenómenos de cansancio y de vejez”, signos clásicos de algo que llega a su fin. Es importante discernir entre el origen real y el que se dice para justificar las actitudes de muchos jóvenes que son tildados de apáticos o antisociales cuando eluden, o sencillamente, no les atraen compromisos como el matrimonio, la formación y mantenimiento de una familia tradicional, o un compromiso social específico.

 

Otro rasgo de los “desconectados” es vivir ensimismados, enfrascados en un yoísmo que impide la expresión principal del hombre que lo hace un ser social. Esta especie de cerrazón o de individualismo, aunque parezca contradictorio, no repercute en el cultivo de una vida interior, que al igual que los compromisos y la participación social, es poca. La educación en valores y virtudes, la formación de la conciencia moral y el cultivo de la espiritualidad como complemento a una educación ética y cívica integral aún son asignaturas pendientes. El uso de las nuevas tecnologías, si bien es un reclamo de las nuevas y viejas generaciones, hace que la mayoría de los jóvenes convivan con la pantalla y en las redes sociales. Internet, como derecho humano recientemente reconocido por la ONU es para todos, pero también debemos tener en cuenta que no puede ser el centro de nuestras vidas. Como sucede en materia de Derechos Humanos, no basta la lucha por defender los derechos, sino que debemos procurar que las personas cumplan sus deberes y propiciar un ambiente donde se fomenten sus dos dimensiones fundamentales: la personalización y la socialización.

 

Fortalezas y oportunidades de los jóvenes

Sin embargo, independientemente de los rasgos descritos anteriormente, existen fortalezas y oportunidades que son elementos positivos que, con buenas actitudes y métodos, se pueden y deben aprovechar para lograr una mayor implicación de la juventud en la vida social de la nación.

 

El espíritu rebelde de los jóvenes, por ejemplo, es una de esas fortalezas, y bien encausado provocaría salir de la inercia que impide todo tipo de movimiento. Los deseos de protagonizar y destacar son la chispa para darle vida a proyectos comunitarios deportivos, culturales, etc. que estén abiertos a la innovación y a la creatividad. El fenómeno de las tribus urbanas, aún con su espíritu gregario y no muchas veces coherente, nos da una idea de cuánto se puede hacer en espacios de libertad que lleven implícitos la responsabilidad personal y social. Son un ejemplo del poder de asociación de un grupo determinado cuando se ponen sobre la mesa intereses comunes y se respetan las opiniones, gustos, estilos y modos de vida. Este aspecto constituye una oportunidad excelente para educar ese individualismo hacia un personalismo comunitario.

 

No es un secreto para nadie que los jóvenes son más incluyentes de la diversidad existencial en cuanto se refiere a sexo, etnia, religión, pluralismo político. Algo muy positivo que se relaciona con este tópico es que valoran la transparencia y la apertura de mente. En este sentido vale resaltar que se valora además la autenticidad, no la transmisión de un modelo de vida que trae como premisa “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”.

 

El 11 de julio de 2015, Yuniel Labacena Romero, periodista de Juventud Rebelde realizó una entrevista a José Ramón Machado Ventura, Miembro del Buró Político y Vicepresidente del Consejo de Estado de la República de Cuba. La tituló: “A los jóvenes, la verdad argumentada y no el dogma”. Excelente título, sería necesario aplicar esa sentencia más allá de los contenidos que se exponen en las respuestas emitidas por el alto dirigente quien, entre otras nos dice: “El joven tiene que tener también criterios propios, discutirlos…” Cabría preguntarse, y no solo para los jóvenes, ¿son respetadas nuestras opciones personales, siempre que no afecten la convivencia pacífica y civilizada? ¿Podemos manifestar nuestros criterios con total libertad y transparencia? No digo discutirlos, porque eso implica su previa expresión y sabemos que muchas veces no sucede ni lo segundo ni lo primero. Esto es motivado, en gran medida, por la falta de espacios reales donde se aprenda a ejercitar la libertad. La ambigüedad moral de decir una cosa con doble moral, y dando importancia, solamente, a las apariencias externas.

 

Por último, y de seguro que quedan muchas, otra de las fortalezas de los jóvenes es su carácter emprendedor. Basta detenerse a observar en cada barrio, en cada provincia, que la mayoría de los trabajadores por cuenta propia son jóvenes. Han encontrado en la pequeña y mediana empresa privada un espacio para ejercer esa libertad añorada, a la vez que representa una fuente de ingresos superior a la empresa estatal.

 

¿Qué hacer? Actitudes y métodos

 

Las principales actitudes y métodos para el trabajo con los jóvenes deben estar acompañadas de absoluta transparencia y de una coherencia vital entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Debemos tener el poder de convocatoria, y más que esto, la capacidad para transmitir la experiencia vivida y propiciar la formación de pequeños grupos auténticos, vitales, comprometidos en algo concreto y visible. Debemos evitar, a toda costa, los grupos-refugio, donde buscamos ser uno más, escondidos en la masa mientras pasa el tiempo; o los grupos-trampolín, donde permanecemos por algún interés personal hasta que llegue el momento dar salto para hacerlo realidad.

 

Consideramos que el proceso de formación ciudadana a través de la educación en valores es largo y complejo; pero su incidencia es extremadamente notable. Desarrollar desde etapas tempranas la capacidad valorativa y las virtudes, estimula la capacidad transformadora y participativa con significación positiva en el seno de la sociedad, fomenta la espiritualidad y el desarrollo de la personalidad hacia la integralidad, al mismo tiempo que transforma lo oficialmente instituido a través de las normas morales, los sistemas educativos, el derecho, la política y la ideología, de una moral malformada a una moral vivida.

 

La meta de la formación ética-cívica de jóvenes debe estar sobre estos tres pilares:

 

Discernir y asumir un proyecto de vida personal; 2. Descubrir y cultivar una auténtica vida interior, con la espiritualidad y la mística como dinamo interior y 3. Discernir y asumir un compromiso social coherente con los dos puntales anteriores. Estas podrían ser algunas ideas que nos conduzcan en el tránsito de una “generación desconectada” hacia una generación comprometida, en armonía con los tiempos que vive Cuba y el mundo.

 

Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).

Licenciado en Microbiología.

Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.

Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.

Responsable de Ediciones Convivencia.

Reside en Pinar del Río.

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