
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16:24).
Existen diferentes momentos y situaciones a lo largo de la historia personal y social de los pueblos que no se parecen a ninguna otra. La Iglesia, que peregrina en Cuba en medio de una encrucijada apocalíptica conoce muy bien, por la experiencia de los tiempos vividos, que el camino a la liberación personal y social pesa y pasa por las espinas de las pruebas y las persecuciones tanto internas como externas.
Lamentablemente nuestra Isla vive, sin duda, esa hora apocalíptica, no porque sea el fin del mundo, ni mucho menos, sino porque se desnuda la verdad de lo que hemos sido y somos, de lo que hemos perdido o permitido que se pierda y, desde la fe, lo que podemos llegar a cambiar hoy en el corazón de un pueblo que agoniza.
La misión de la Iglesia no es hacer política partidista, porque no es su esencia, pero si tiene la responsabilidad institucional y Divina de iluminar desde el Evangelio las conciencias anestesiadas por el cruel y férreo sistema comunista imperante en la Isla donde peregrina y hace presente al Señor Jesucristo Resucitado de entre los muertos.
Cuba, se desangra, no solo por los muchos que han perdido su fe, sino también por la galopante y desmedida emigración constante de sus hijos más jóvenes, la muerte de tantos ancianos, la falta de sentido de pertenencia y de confianza. En medio de esta realidad funesta, la Iglesia Católica se ve confrontada con su misión de ser Luz en las tinieblas, aún a sabiendas que sus propias luces humanas parecen parpadear bajo la presión del desaliento y la persecución sutil o directa.
Lo bueno es que, a pesar de todo, la Iglesia no ha sido indiferente a este sufrimiento. Su camino, aunque silencioso, ha sido marcado por el testimonio de muchos sacerdotes, religiosos, diáconos, y laicos comprometidos, que viven coherentemente su vocación personal y social a favor del Evangelio de Cristo que es vida. Hemos visto reflejado el deseo de vida plena en las diferentes cartas pastorales de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC), una de ellas, por solo citar la que me parece más trascendental: “El Amor todo lo Espera”, ha mostrado que la Iglesia sigue siendo la conciencia moral de un pueblo crucificado.No trato en este artículo solo de denunciar los atropellos causados por el sistema totalitario en diferentes momentos de la historia contra la Iglesia a la cual serví y sigo sirviendo ahora en la Diáspora. La Iglesia es y seguirá siendo refugio espiritual, psicológico y ayuda para los mendigos y pobres de esa porción de tierra como lo es en el mundo entero a pesar de sus limitaciones humanas. Y todos sabemos que en Cuba la pobreza no es solo material, hay también pobreza, incluso miseria, moral y espiritual. La palabra Apocalipsis, que significa Revelación, de alguna manera se está viviendo en esta hora de quiebre total en la Isla, ante esta realidad revelada y sufrida se debe, con toda fidelidad, valentía y resiliencia, mostrar la fuerza de la fe cristiana compartida en pos de alcanzar la justicia, la libertad y la Verdad en dignidad que Cuba necesita urgentemente.
Estamos llamados como Iglesia a ser semilla de Esperanza para la Cuba del presente y del futuro. Debemos alimentar la certeza de que el amor es más fuerte que el odio, que la verdad se impone a la mentira, y la luz, por muy pequeña que sea, vence a la oscuridad. La fe siempre mostrará el camino del renacer de Cuba, no sabemos quizás cuando, pero estamos cerca, porque el mal se está devorando a si mismo lentamente.
Cuba, resucitará y, en ese renacer, tendrá un papel fundamental e insustituible la Iglesia que va de la mano de Cristo viviendo y transmitiendo su mensaje de liberación.
Nuestra Señora de la Caridad del Cobre: ¡Salva a Cuba!
- Juan Lázaro Vélez González (Pinar del Río, 1986).
- Cursó estudios humanísticos, filosóficos y teológicos durante ocho años en el Seminario San Carlos
- y San Ambrosio en La Habana.
- Reside en Miami.
