La Habana recreada desde el exilio cubano

Ruinas de La Habana. Foto de Yerandy Pérez Aguilar.

Rosa Leonor Whitmarsh ¦¦ Los animales son territoriales y los seres humanos por ende también lo somos. La casa de la niñez es nuestro terruño y parcela de juegos; la calle, un respiradero para nuevas experiencias, y a diestra y siniestra se encuentran los puntos cardinales de cada cual (la escuela, la casa de los abuelos, el parque, el campo de deportes, la iglesia, la playa…), y las personas claves y lugares donde ocurrirán los hechos, y cada quien sentirá que forma parte de su gente-nación y que todo aquello es su Patria. Yo, habanera soy y así siento.

De haber estado mas alerta, habría tomado en cuenta La Habana desde sus distintas perspectivas: su rica topografía, profusa en colinas como las tiene Roma (las que el habanero no observa in reconoce) y el poder navegar por el río Casiguas: el Almendares. El litoral, por donde corre el Malecón que da la vida a la ciudad, es extensamente bello y coqueto y unos breves túneles lo conectan casi en sus extremos con La Habana del Este y con Miramar. Cortos puentes cruzan el Almendares, dos de ellos casi a nivel del mar cerca de la boca (el de Pote y el de Línea); otro muy elevado a la altura de la calle 23 en el Vedado, muy distante del profundo cauce que el río ha cavado y que prolonga la calle hacia el reparto Kholy, y el de Puentes Grandes, que está más cerca de su nacimiento, de gran importancia en otra época, al vincular La Habana con Pinar del Río.

Junto a la ribera occidental del río y en la boca, yace La Puntilla, reparto urbanizado, y en la opuesta, la mansión de Carlos Manuel de Céspedes, que desde hace décadas alberga el señorial restaurante Habana 1830, y en cuyos jardines se asentaba en tiempos pre-coloniales una eficiente colonia agrícola siboney dedicada a la pesca en el río y a la siembra de frutos menores fuera del áspero “diente de perro” del litoral. Desde las ascendentes terrazas marinas que forman las colinas de las calles 17 y 23 en el Vedado, claramente vislumbraban los indígenas el mar y el río, y aun desde más arriba, en las hoy en día llamadas Alturas del Vedado, donde retumban fuertes tormentas tropicales, que se deshacen campantemente.

A ocho kilómetros de distancia de la vía fluvial se encuentra la estupenda bolsa natural de la bahía de La Habana que albergara tanto a la flota mercante como a la gloriosa armada española, astillero que fue de su capitana: la Santa María, y de otros veleros, y que en el curso de la historia sucumbiera ante las fuerzas inglesas en el siglo XVIII, bolsón por donde entraron y continuaron haciéndolo por centurias los cargamentos humanos que traían los españoles, provenientes de África.

En cuanto a la demografía del país, mediante un proceso de intereses comerciales y políticos, y fundamentalmente migratorios, las poblaciones andaluza, canaria, asturiana, castellana, aragonesa, catalana y vasca (que conformaron básicamente a España como primer estado europeo) se mixtificaron en criolla; en mulata por su simbiosis con el negro quien a su vez concibió descendientes con la inmigración China, la hermosa China-cubana; desapareció el escaso indígena sin dejar influencia zamba perceptible, para devenir, al fin, la fusión total cubano-criolla, que mas allá de razas y etnias, se decantó en espíritu nacional originando la fundación del Estado cubano gracias a los patriotas independentistas de pensamiento, palabra y obra. Y así fue La Habana su principal puerta de entrada en la Historia.

La definitiva Habana después de dos cambios geográficos justificados por la necesidad se nucleó en torno a una mediana bahía de bolsa que solían cerrar con una cadena protectora contra invasores, pero su comercio y general trasiego eran intensos y pervivieron en la posterior República de Cuba, siempre in crescendo hasta que llegó el posterior y catastrófico paréntesis disminuyente.

Urgió construir varias fortalezas (a pesar de su pequeño diámetro, por ser punto de reunión de las flotas que movían las riquezas de América y traían los productos europeos) que se erigieron con el trabajo esclavo durante los siglos XVII y XVIII: los castillos del Morro, La Cabaña, La Fuerza, Atarés, El Príncipe, La Chorrera, La Punta, el Torreón de San Lázaro y la Batería de Santa Clara instalada en la Loma Taganana, hoy, sede del Hotel Nacional.

¡Ah!, pero la ciudad se calza con maderas para evitar el lodo y se cubre de vías para el comercio y para el regodeo citadino en los “paseos”: la Alameda de Paula, el Paseo del Prado, el de Carlos Tercero, la Calzada de Agua Dulce… Ya se puede transitar sin enlodarse y llegar al manantial que abastece la ciudad por medio de la zanja (posteriormente convertida en calle) que corre hasta la plaza principal.

Con la llegada de la recia arquitectura española y sus influencias árabes, y de la francesa, la ciudad se embellece y se protege del sol con sus soportales y patios. Evolucionan el carácter y los intereses económicos del criollo. Estorba la garra colonial y los punteros cubanos- con la Independencia de la nación- logran un Estado cubano moderno, capitolino, lleno de matices propios, y desarrollan en cortos años una ciudad que vibra por su modernidad, por su afán de estar al día, abarrotada de transporte que no se da a basto, con poderosa iniciativa privada y pública. De coches y tranvías de tracción animal, pasa a utilizar tranvías eléctricos, autobuses, trenes, transporte menor y a tener un aeropuerto internacional y otros auxiliares.

Se ha procurado a lo largo de cincuenta y siete años el retiro de las manos foráneas para rescatar el país, sin que se niegue el aporte tan necesario pero no copador de la inversión extranjera. Y se logró con éxito, en cincuenta y siete años de constante desarrollo.

Se trata de un pueblo habanero que toma la vida con afabilidad y en el cual sus estamentos sociales, los naturales en primer lugar: clases pobre, media y alta; y las instituciones creadas: los sindicatos, asociaciones culturales, profesionales, religiosas, deportivas, caritativas, educativas, recreativas, etc., tanto laicas como estatales, tienen su asiento como ocurre en el resto del país en menor cuantía.

Tan pequeño territorio se ha ido desarrollando, y un moderado crecimiento poblacional forma la más variada muestra del sentir de sus habitantes extendido al país: la modernidad de su pensamiento y leyes plasmadas en consenso por los partidos políticos en la Constitución de 1940 (que fueron dañados en su entraña democrática por el imperdonable golpe de Estado de 1952), favorecieron que la ciudad culminara en una Habana espléndida en 1958, que habría de durar hasta que se cayeran sus paredes como está ocurriendo y se marcharan sus hijos en una emigración que no cesa aun en 2019. La Habana: fuente de recuerdos inolvidables de aquellos barrios de antaño y con puntos memorables para muchos cubanos y ¡claro está, para cada habanero!

Muchos detalles habría por contar de La Habana: de la culta y sus copiosas asociaciones, de sus curiosidades y pintoresquismos: de los toldos en tiendas y cafés, la blanca vestimenta de hombres y mujeres (guayabera, blusas de hilo y sayas), el uso del abanico fino o de cartón anunciando la farmacia, la pimentosa conversación en las guaguas (autobuses), la vida en los “solares” o conventillos, su extensa música popular y la culta, la libre e intensa radio y prensa, sus músicos y la farándula (factores en la identidad de la nación), los cines y night clubs, los cabildos religiosos afrocubanos de Regla o del Vedado, el guturalismo en el habla, las “esquinas” famosas, sus variopintas escuelas de educación, su juego de pelota en los terrenos baldíos, ¡de…tanto..!, de lo que se acabo como de lo que aún permanece o ha evolucionado, y de lo que está pendiente en el éter.

No en balde, por tantas cubanas razones, no podemos resignarnos a su pérdida. Nunca presuntuosa se hizo querer por los suyos con naturalidad, si bien han sido los de afuera, sus festejantes, quienes la han convertido en un mito. Aunque disminuida y muestre muy poquito de lo que fue en carne y espíritu “Habana, a pesar de la distancia yo te añoro…”

La Habana… para mí el Vedado, mi barrio. ¿Y mi casa? donde creció mi espíritu: Curiosamente radica (¿existe aún?) en el punto equidistante entre mi lugar natal y el de mi improbable terminal, la Necrópolis de Colon – situados entre sí a kilómetro y medio de ella. De desplomarse el ficticio “muro de agua” fabulado por los apoderados del país durante sesenta años, impulsaría mi regreso con dignidad, siempre abierto a la esperanza.

 

 


  • Rosa Leonor Whitmarsh.
  • Nacida en La Habana.
  • Bisnieta del Mayor General y Lugarteniente General Calixto García Íñiguez.
  • Doctorada en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana.
  • Máster en Lengua Inglesa de la Universidad de La Habana y Graduada en Piano en el Conservatorio Hubert de Blank.
  • Miembro del Board del Instituto San Carlos de Cayo Hueso.
  • Miembro del Board Editorial de  la Revista Herencia Cultural Cubana.
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