La fraternidad nos une en la diversidad

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

La fraternidad es también entendida como la amistad o el afecto entre las personas cuando estas se relacionan entre sí como iguales. Ella implica respeto y consideración a la persona del otro; solo así se propicia la convivencia pacífica y civilizada.

En el plano de las relaciones interpersonales es fácil entender la fraternidad cuando nos encontramos en nuestra zona de confort. Interactuar con aquellos que tenemos más cerca o con quien nos sentimos más cómodos, es fácil. Lo difícil es hacer lo mismo, aunque nos cueste, con aquellos que se encuentran más distantes de nosotros en cuanto a formas de pensar, afinidades, sentimientos y formas de actuar. Quizá no se llega al mismo punto de entregarse o desvivirse por el otro, pero poniendo el respeto como premisa se alcanza un ambiente de tolerancia e inclusión donde se puede convivir en armonía a pesar de las diferencias.

Por desgracia hoy se cultiva un gran número de actitudes que atentan contra la fraternidad. En el seno del hogar: la violencia física o verbal, la falta de educación en valores para crecer en humanidad, el egoísmo o la división entre los miembros de la familia, impiden un clima de paz y unión. En los centros laborales: la división entre grupos, la falta de liderazgo que separa en jefes y empleados distantes e incapaces de resolver juntos cualquier problema que se presente. Además, la delación, el desinterés por los problemas colectivos, provocan el descontento, la ineficacia y el desinterés por el objeto de trabajo. En el plano eclesial, cultivador nato de la fraternidad, también se cuela esa mundanidad que traemos de fuera y, desafortunadamente, se mimetizan comportamientos ajenos a la vida cristiana que nos conducen a la apatía, la ausencia de compromiso, la poca sistematicidad en los proyectos por problemas de afinidad y discrepancias entre los responsables, y la generación de comentarios entre los fieles que los alejan del espíritu fraterno que acoge y caracteriza la fe cristiana.

De otro lado, podemos analizar la fraternidad en una escala superior, en la que contribuye al bien común y a la convivencia pacífica entre todos los actores sociales, entre estos con el Estado y entre todos los pueblos. Puede ser también reconocida, como lo hace la Doctrina Social de la Iglesia, como la amistad cívica. En este sentido, la fraternidad permite a todas las personas, iguales en su esencia, dignidad, libertad y en sus derechos fundamentales, participar de diferentes formas en el bien común. Esto es posible cuando se logra armonizar la variedad de capacidades y los diversos carismas y servicios que puede prestar cada uno de nosotros, cuando se respetan las vocaciones y el plan de vida, cuando somos solidarios y empáticos a través de una ética de mínimos que, en nombre de la anhelada fraternidad, encuentra los puntos comunes en medio de la diversidad.

La fraternidad, en su dimensión macro, está construida sobre la justicia social. Fraternidad y justicia social vienen a convertirse en un par indisoluble a la hora de mantener la unidad en la diversidad de las sociedades plurales. En ellas, la fraternidad se expresa a través del cuidado recíproco entre los ciudadanos, miembros de una comunidad política y los líderes de esta. La confianza genera fraternidad. Cuando la primera se resquebraja, porque la fe de vida indica que no existe reciprocidad ni preocupación por el bien común y el hecho civilizado entre hermanos, sino que se incita a la violencia, aumenta la represión y se divide en bandos de acuerdo al color político, resulta muy difícil alcanzar un verdadero clima de fraternidad.

En un intento de mejorar la convivencia que es, a la larga, la fraternidad entre hermanos, podemos tener en cuenta: la escucha de los problemas del otro que también pueden ser los míos; la disponibilidad para participar, ayudar, proponer y crear espacios que busquen la verdad, basada en el respeto y el cultivo de la educación ética en las relaciones personales y comunitarias, con sencillez y naturalidad; la toma de conciencia sobre la necesidad de vivir en un ambiente saludable para el crecimiento espiritual, motor de todo tipo de crecimiento.

La fraternidad genera paz social, porque crea un equilibrio entre libertad y justicia, entre responsabilidad personal y solidaridad, entre el bien personal y el bien común. Decía san Juan Pablo II que:

“Todos tenemos un papel que desempeñar en la construcción de un mundo mejor. No subestimemos nuestra capacidad para hacer el bien”.

Es importante recordar que en cada uno de nosotros radica la responsabilidad de generar un cambio positivo hacia la fraternidad. Cada persona humana tiene potencial para ello, construir un futuro mejor para todos es convertir el don asignado en tarea que concluye en el desarrollo humano integral.


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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