La ética y la libertad en la persona de hoy

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El estudio de la ética se remonta al origen de la propia filosofía en la Antigua Grecia. Múltiples han sido los autores que, a lo largo de la historia de la humanidad, han teorizado respecto a qué es la ética y cuál es su importancia. La palabra ética deriva del griego ἠθικός (ēthikós), que significa «costumbre», por tal motivo se ha definido como la «doctrina de las costumbres», puesto que estudia el comportamiento humano, sea bueno o malo. En su evolución histórica, este vocablo se ha ido identificando cada vez más con lo moral, por lo tanto, con el tiempo la ética se ha convertido en la ciencia que aborda la moral desde todos sus aspectos, es decir, ha dado paso al surgimiento de la filosofía moral. Lo anterior implica que la historia de la ética esté emparentada con la historia de la filosofía, hecho que queda demostrado mediante la existencia de obras antiguas como la Ética a Nicómaco (Ἠθικῶν Νικομαχείων: Ethikōn Nikomacheiōn, escrita alrededor del siglo IV a. C), de Aristóteles, aunque se sabe que los presocráticos ya habían manifestado interés por la ética desde su primigenio pensamiento filosófico. También en Sócrates y Platón se puede observar un profundo interés por la ética, pero es justo afirmar que es en la obra de Aristóteles donde se aprecia un pensamiento más agudo en esa materia.

Después del estagirita, hubo una amplia gama de perspectivas éticas que atravesó diferentes escuelas como el neoplatonismo, el estoicismo, el epicureísmo, entre otras; cuya impronta, de una manera u otra, han llegado a la actualidad. El cristianismo también jugó un rol importante en el desarrollo de la ética, ya que muchas de las ideas de Platón y posteriormente de Aristóteles dejaron su huella en el pensamiento de la escolástica clásica durante la Edad Media. No obstante, fue a partir del Renacimiento que se complicó la historia de la ética. José Ferrater Mora lo explica de la siguiente manera:

por un lado, resurgieron muchas tendencias éticas que, aunque no totalmente abandonadas, habían sido atenuadas considerablemente: es el caso del estoicismo. Fuertes corrientes neoestóicas se divulgaron durante los siglos XV, XVI y XVII, alcanzando a filósofos como Descartes y, sobre todo, Spinoza. Por otro lado, los nuevos problemas presentados al individuo y a la sociedad a partir especialmente del siglo XVII, los cambios de normas en las relaciones entre personas y entre naciones, condujeron a reformulaciones radicales de las teorías éticas. De ello surgieron sistemas diversos que, aunque apoyándose en nociones tradicionales, aspiraban a cambiar las bases de la reflexión ético-filosófica. Como ejemplo de ellos mencionamos las teorías éticas fundadas en el egoísmo (Hobbes), en el realismo político (maquiavélicos), en el sentimiento moral (Hutcheson y otros autores).[1]

Más adelante, la ética sufrió una transformación radical mediante la filosofía de Kant, que ejerció una notable influencia en las teorías éticas posteriores. Entre el siglo XIX y XX aparecen diversas teorías éticas, algunas opuestas y otras seguidoras de Kant, que han aportado su parte a la historia y evolución de esta ciencia tan necesaria para normar (o, al menos, intentarlo) el correcto comportamiento de la persona humana.

En la actualidad, la mayoría de los seres humanos viven su agitada existencia sin ni siquiera preguntarse qué es una persona, cuál es el origen de este término o por qué se habla hoy de persona humana y no solo de persona; por qué, además, se ha propuesto, desde el punto de vista jurídico la categoría de persona no humana en el mundo de hoy. En primer lugar, etimológicamente, el término «persona» proviene del griego πρόσωπον (prósôpon), con el cual se nominaba a la máscara que los actores de teatro empleaban en sus dramatizaciones. Para Abbagnano, en el sentido más común del término, se refiere al hombre y sus relaciones con el mundo y consigo mismo; en el sentido más general, alude a un «sujeto de relaciones», pues no solo ha sido aplicado al hombre, sino también a Dios. Además, aclara que el vocablo presenta varias fases: tarea y relación-sustancia: persona significa máscara, en el sentido de personaje, de esta forma fue introducido en el lenguaje filosófico por los estoicos; autorrelación o relación consigo mismo (a partir del yo pensante al que se referirá siglos más tarde Descartes) y heterorrelación o relación con el mundo.

Las concepciones más actuales de las diferentes disciplinas sobre la categoría de persona han establecido varias distinciones a partir del modo en que abordan el estudio de este concepto. Así, tenemos la categoría de persona divina, persona humana y persona no humana. No hay necesidad de explicar la primera concepción que alude al Dios Uno y Trino de los cristianos, pero sí es preciso aclarar las dos segundas. ¿Por qué decir persona humana y no solamente persona? ¿Acaso no es redundante o innecesariamente reiterativo decir persona humana? La respuesta es sencilla. En argumentos anteriores ya se planteó el origen griego de la palabra persona: prósôpon, que significa máscara. También se declaró que este concepto fue aplicado no solo al ser humano, sino también a Dios, por lo tanto, esta distinción entre persona divina y persona humana explica en sí misma la distinción entre Dios y el hombre hecho a su imagen y semejanza. La tercera concepción es la más contemporánea, pues proviene del creciente interés de algunas ONG en defender los derechos de los animales. En este sentido muchas de estas ONG proteccionistas han presentado ante los gobiernos de varios países numerosos pedidos de un habeas corpus para proteger ciertos derechos que se considera deben otorgárseles a los animales, en especial a los primates. Estas organizaciones no buscan igualar la persona no humana a la persona humana, ya que esto sería imposible teniendo en cuenta las disímiles diferencias entre el homo sapiens y el resto de los animales, pero sí pretenden garantizar a estos últimos algunos derechos inalienables de la persona humana, que se encuentran recogidos en las Constituciones de cada país, como el derecho a la vida, a la libertad y a no ser maltratados ni física ni psicológicamente. Como fundamentación para todo lo anterior, las organizaciones proteccionistas aluden a la similitud entre las emociones humanas y las de los chimpancés, por ejemplo; criterio que se vio reforzado por los estudios del psicólogo, primatólogo y etólogo holandés Frans de Waal, quien afirmó que los bononos son capaces de manifestar altruismo, compasión, empatía, amabilidad, paciencia y sensibilidad; comportamientos y emociones muy marcadas en la persona humana.No obstante, como diría Guardini: «una vez más debemos recordar que el hombre no está cerrado en sí, como el animal, sino que se puede superar»;[2] y esto último distingue, entre muchas otras cuestiones de índole racional, ética, política, etc., al homo sapiens del resto de los animales. Las diferencias entre persona humana y no humana son evidentes, pero la necesidad de proteger a ambas es un derecho común a estas y a todos los seres vivos.

En el contexto de la postmodernidad, el individualismo ha tomado gran auge, quizás, debido a ese egoísmo del que hablaban en sus obras los esposos von Hildebrand, que provoca cierto temor del ser humano a entregarse al encuentro del otro, dado que tal temor lleva a las personas a creer que «toda comunión implica un riesgo y que, al aceptarlo, abrimos la puerta también a sufrimientos, desilusiones y, posiblemente, amarguras. ¿No sería más “seguro”, más razonable, permanecer pacíficamente encerrado en uno mismo?».[3] Por supuesto, esta concepción del ser humano encerrado en sí mismo por temor, siguiendo a Bruni, a la «herida del otro», pero no solo desde la perspectiva económica, sino también antropológica, política, sociológica, etc.; coincide con la que Sartre evidencia en A puerta cerrada (1944) al poner en labios de sus personajes la idea del otro como un infierno. Este temor deriva en una especie de egoísmo que, a su vez, es una manifestación de individualismo, el cual, según el Prof. Antonio María Baggio, lleva a la persona a alienarse de la sociedad que lo ha constituido, diluyendo todos los ligámenes con esta. De esta manera se autoafirma como individuo, lo cual constituye una libertad negativa, pues puede colocarse como autodeterminado, potencialmente ilimitado y, por consiguiente, absoluto. Este aislamiento voluntario conlleva a la persona a una soledad autoinfligida, dado que, si el individuo se encierra en la comodidad de su propio egoísmo a la vez se está limitando a sí mismo su propia libertad, debido a que viviría esclavo de su mísera paranoia. Además, en oposición al criterio sartreano mencionado, el otro no solo puede ser el infierno, también puede llegar a ser la salvación, el amor, la fraternidad y hasta la felicidad.

Si se le preguntara hoy a cada persona en la calle qué es la libertad, de seguro muchos contestarían que se trata de «no tener ataduras», «no pertenecer», «hacer lo que plazca», etc. Esta concepción actual se puede definir como una libertad para, como lo que disuelve el ligamen antes mencionado, ya que se trata de una libertad pobre de contenidos necesarios o prescritos, que deja al sujeto la libertad de escoger los contenidos y el estilo de la propia vida. Tal libertad se puede claramente llamar también libertad negativa, porque niega la interferencia de una autoridad sobre las decisiones fundamentales del sujeto.[4]

La libertad para significa que el individuo posee total autonomía para alcanzar un objetivo o para realizar un valor o para llegar a una meta, es de tipo interna y reside en la voluntad. Otra clasificación es la libertad de, que alude a la inexistencia de obstáculos, de vínculos o de restricciones, sean estos de orden físico o de orden moral. Sin embargo, para que exista una verdadera libertad humana esta tiene que presentar un sentido axiológico y un sentido de responsabilidad, pues de no ser así se caería en libertinaje, tan de moda en la sociedad postmoderna en que se vive actualmente. Dicha libertad axiológica o libertad interior, está regida por valores que la persona humana capta y asimila en el contexto social en que se eduque. Esto implica que cada individuo posee la autonomía y la voluntad de elegir si asume o rechaza un valor determinado, por lo que en esencia la libertad interior está directamente emparentada con la ética y la moral propias del ser humano.

Siguiendo esta misma línea, o sea, la de la libertad interior, los esposos von Hildebrand afirman que «el gran don de la libertad implica el riesgo del pecado. Pero sin este riesgo, los valores morales no serían posibles. La bondad moral ocupa un lugar tan alto a los ojos de Dios que no quiso evitar el riesgo incluido en la libertad».[5]Este criterio, asumido desde una perspectiva cristiana que no es errada en lo absoluto, alerta sobre la posibilidad de pecar debido a la libertad que Dios, con gran respeto, otorgó al hombre mediante el libre albedrío; pero también refiere el hecho de que, gracias a Su bondad moral, al dotar de tal libertad a Su creación, es que existen los valores morales que permiten a cada individuo, si así lo eligen, ser coherentes con la realidad y conducir sus vidas por el camino correcto. Desgraciadamente, esta profunda visión de la libertad no es seguida por la mayoría, pues la postmodernidad está matizada por el escepticismo y una antropología pesimista que ha incentivado el individualismo de esta época, en la que el concepto de verdad se ha desintegrado en falacias, meras opiniones, la mayoría de las veces sin ningún fundamento.

Si se analiza con agudeza el comportamiento y la forma de vida actual, es fácil percibir que existe una preocupante inclinación a seguir las modas, la tecnología y determinadas filosofías pesimistas que son expresión del egoísmo, del individualismo y del ateísmo. Estas tendencias típicas de la posmodernidad convierten a los seres humanos en esclavos de dichos fenómenos y, por consiguiente, a una pérdida incipiente de la libertad. Paradójicamente, los posmodernos caen en el mismo entramado ideológico que tanto critican y atacan de la Modernidad: el culto irracional y absoluto a lo que aparentemente o no —un gran rasgo de la posmodernidad es, precisamente, que entre tantas doxas (δόξα: doxa = opinión) es, si no imposible, muy difícil discernir qué es verdad y qué no lo es— merezca la aprobación requerida para ser seguido.

Hoy la persona humana está cada vez más pendiente a los celulares, al que dirán y a la apariencia física, que a lo que en verdad importa de su propia naturaleza: la belleza interior. ¿No es acaso esto una pavorosa pérdida de la verdadera libertad de cada individuo? Se preconiza el libertinaje, el amor por los placeres terrenales. Se sobrevalora el dinero, se le tiene en gran consideración como si fuera un dios, lo cual provoca una terrible dependencia que aleja muchas veces a los seres humanos de sus principios y valores ético-morales. De ahí su posmoderna propensión a olvidar que, como diría Romano Guardini, el verdadero respeto solo se adquiere mediante las cualidades reales de la persona, que permiten al otro otorgarlo y recibirlo de forma recíproca sin temor a la herida.

Bibliografía

  • Abbagnano, Nicolás: Diccionario de filosofía, Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 1986, p. 909.
  • Baggio, Antonio María: Notas del Curso de Ética General, Instituto de Estudios Eclesiásticos Padre Félix Varela, 2015-2016.Bruni, Luigino: La herida del otro, Editorial Cuidad Nueva, Buenos Aires, 2010.
  • Bayo Mayor, Jesús: Apuntes de ética general, Instituto de Estudios Eclesiásticos Padre Félix Varela, La Habana, 2017-2018.
  • Ferrater Mora, José: Diccionario de filosofía, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.
  • Guardini, Romano: Una ética para nuestro tiempo. Reflexiones sobre formas de vida cristiana, Editorial Lumen, Buenos Aires 1994.
  • Guerra López, Rodrigo: Afirmar la persona por sí misma. La dignidad como fundamento de los derechos de la persona, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, México, D. F., 2003.
  • Sartre, Jean-Paul:A puertas cerradas, Editorial Losada, Digitalizado por Libro Dot.com. Disponible en: http://www.librodot.com.
  • Von Hildebrand, Dietrich y Alice: Actitudes morales fundamentales, Ediciones Palabra, Madrid, 2003.
  • [1] José Ferrater Mora: Diccionario de filosofía, p. 596.
  • [2] Romano Guardini, Una ética para nuestro tiempo. Reflexiones sobre formas de vida cristiana, p. 46.
  • [3] Dietrich y Alice von Hildebrand: Actitudes morales fundamentales, pp. 97-98.
  • [4] Antonio María Baggio: Notas del Curso de Ética General, 2015-2016.
  • [5] Von Hildebrand: op. cit., p. 98.

 


Magdey Zayas Vázquez (La Habana, 1985).
Graduado en 2012 de la carrera Licenciado de Educación, Humanidades, en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona.
Maestría en Didáctica del Español y la Literatura (2017, también en el Pedagógico).
Profesor Instructor de Literatura Latinoamericana de la UCPEJV, desde 2015 hata 2018.
Profesor Instructor de Literatura Cubana en la Universidad de las Artes desde 2019.

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