La Educación cubana: si vamos a reformar, reformemos para bien

Por Livia Gálvez Chiú
 
 

 

Están cambiando algunas cosas en Cuba. El gobierno le teme a la palabra cambio y le llama reformas. Está bien… reformas. Da igual. Pero algunas cosas se han movido de lugar, lo cual llevará, si Dios quiere y los cubanos empujan, a mover otras, y otras, hasta que el movimiento de esas cosas sea constante, continuo y no se pueda detener. Cambios, reformas, nuevas formas, transformaciones… ¿Qué más da? ¿Que no es por voluntad del gobierno? ¿Qué más da? ¿Que no es lo que necesitamos los cubanos? Pues no nos conformemos.

 

 


 

 
Por Livia Gálvez Chiú
 
Aula de estudiantes de secundaria.
 
Están cambiando algunas cosas en Cuba. El gobierno le teme a la palabra cambio y le llama reformas. Está bien… reformas. Da igual. Pero algunas cosas se han movido de lugar, lo cual llevará, si Dios quiere y los cubanos empujan, a mover otras, y otras, hasta que el movimiento de esas cosas sea constante, continuo y no se pueda detener. Cambios, reformas, nuevas formas, transformaciones… ¿Qué más da? ¿Que no es por voluntad del gobierno? ¿Qué más da? ¿Que no es lo que necesitamos los cubanos? Pues no nos conformemos.
 
Tal es el caso de la Educación. En todos los cursos se habla de los cambios que el Ministerio de Educación hará. Pero el Sistema de Educación no logra cambiar su esencia, que es en realidad donde necesita cambios. Estos experimentos a través de décadas han causado daños irreparables en generaciones enteras. Me refiero a las clases televisadas que sustituyeron a los maestros; los Profesores Generales Integrales (PGI), cuya preparación es insuficiente, pues es imposible abarcar con especialidad lo que se exige: Matemática, Física, Química, Biología; el horario cerrado, que obliga al estudiante a permanecer casi nueve horas en la escuela aunque esta no cuente con condiciones de espacio, ni brinde alternativas para ocupar ese tiempo; la merienda escolar para la enseñanza secundaria en sustitución del almuerzo, entre otros.
 
Cuando llegó el famoso “Reglamento Escolar”, vigente aún, este trajo más confusión porque más que a la esencia va a la apariencia de alumnos y profesores. Muy ambiguo y subjetivo. El pelado “correcto” -para usar las mismas palabras- nadie sabe cómo es y cada cual quiere aplicar su propio código. Durante el curso recién finalizado ocurrió que mientras una directora de escuela encontraba “correcto” el pelado de un estudiante, el profesor de Matemática, por citar un ejemplo, lo encontraba “incorrecto” y a las nueve de la mañana veías en la calle cinco o seis alumnos expulsados de su turno de Matemática para pelarse “correctamente”. Que si la saya es más corta o más larga (hubo escuelas en las que distintos profesores medían los centímetros con una regla), que si los pantalones más o menos estrechos o “cortetubo”; por cualquiera de estas razones expulsaban de los centros a los estudiantes en horarios de clases.
 
La adolescencia es una edad difícil y casi todos sabemos que las imposiciones, en muchos casos absurdas, provocan rebeldía e impotencia. Es importante exigir un buen aspecto personal, pero “lo esencial es invisible a los ojos”, como han repetido muchos de nuestros maestros en las aulas. El hecho es que este reglamento trajo incomodidades profundas a todos: padres, alumnos y profesores. Por eso considero que debe ser revisado e implementado según los nuevos tiempos y la realidad cubana, pues las reglas y las leyes son necesarias y no deben ser incumplidas, pero tampoco pueden violar derechos ni invadir la privacidad del ser humano. El resultado puede ser: jóvenes que rechacen las reglas del buen aspecto o, por el contrario, jóvenes que solo se interesen por el “buen aspecto”. Si no analizamos bien esto ahora, el costo social será alto.
 
Ahora, algo que sí entra dentro de lo esencial: la instrucción. De pronto nos sorprendieron los resultados de los exámenes de ingreso a la Educación Superior. Cientos de suspensos. Los exámenes finales, sobre todo, en Secundaria Básica y Preuniversitario sumaron más suspensos. Estudiantes con un buen índice escolar, con buena actitud ante el estudio, que se esforzaron y quedaron desconcertados ante un examen que, si bien estaba dentro de los objetivos del curso, estaban planteados con el máximo de complejidad para ellos. Si los resultados académicos fueran variados, podríamos decir que se ajustan a la realidad. Pero con más de las dos terceras partes de un grupo de estudiantes con calificaciones muy bajas o desaprobados, el fenómeno es diferente. La responsabilidad cambia de mano.
 
¿Qué pasó? Unos dicen que es que ya el gobierno “no quiere” más profesionales y una manera de solucionar el problema es elevar el nivel de los exámenes y confeccionar claves de calificación más cerradas. Sería cruel si esa fuera la razón. Decepción y tristeza provocó esto en la ya sufrida familia cubana. Cientos de adolescentes frustrados y desorientados. Alto costo social.
 
A esto podemos sumar que el día de la aplicación del examen, los profesores de la asignatura a examinar fueron prácticamente expulsados de las escuelas, no podían, bajo ninguna circunstancia permanecer en el centro que, además, estaba bajo la supervisión de metodólogos, de lo cual podemos deducir que el Ministerio de Educación no confía ni en sus maestros, ni en sus directores de escuelas. Puede tener sus razones, pero es a estos a quienes confía la formación de los niños y jóvenes durante todo el curso. ¿Cómo se explica entonces esta medida? Es una situación muy penosa.
 
Otros afirman que el fraude ocurrido en La Habana, y más que el fraude, las sanciones impuestas, despertaron miedo en algunos metodólogos provinciales y nacionales y “tomaron represalias”. Esta les parecerá una frase dura, pero la he escuchado más de una vez en conversaciones entre padres o estudiantes. Si muchos piensan así, algo no funciona correctamente, ya sea en la manera de transmitir las intenciones del Sistema de Educación, o en la manera de percibirlas de los estudiantes y de los padres cubanos. Si hay un problema de comunicación entre las partes que intervienen en esta relación, hay que sentarse a dialogar y revisar. De lo contrario es falsa esta relación o no existe. Costo social de dimensiones ilimitadas.
 
La otra opinión que he escuchado es que nuestros maestros no prepararon suficientemente a los estudiantes. Puede ser. He hablado con profesores que se quejan de que los horarios no permiten movilidad para fijar y ejercitar los contenidos; también los conozco que no tienen la preparación debida y he visto a otros muy buenos, sufrir por la falta de libertad de cátedra y la rigidez de algunos programas. También he notado que muchos alumnos tienen que librar verdaderas batallas campales ante profesores que parecen disfrutar cuando suspenden sus estudiantes. Quizás la violencia física se ha reducido, pero la violencia verbal de algunos educadores es alarmante. Hay de todo en las escuelas cubanas. A esto le podemos agregar errores ortográficos muy graves en exámenes finales confeccionados por metodólogos provinciales en Pinar del Río. ¿Quién le pone el cascabel al gato? Problemas graves en la preparación de maestros y profesores, de metodólogos y por supuesto, de alumnos. ¿Se podría calcular el costo social?
 
Por eso es muy importante que en el Sistema de Educación se realicen cambios profundos, reales. De no ser así seguiremos dando bandazos hasta perder la cabeza. Claro que es bueno que la exigencia crezca, pero con mínimas condiciones garantizadas: profesores y maestros realmente preparados, clases de calidad, bibliografía suficiente, real acceso a información, aulas ventiladas e iluminadas, programas menos cerrados y adecuados a la realidad de cada enseñanza, para que “la soga no siempre reviente por el lado más débil”, que son los estudiantes cubanos. El rescate de nuestros valores no puede hacerse mediante reglamentos que más parecen militares que escolares. Los tiempos han cambiado. Pocas cosas se consiguen ya con el uso de la fuerza. Sin reglas es imposible vivir en sociedad. Los reglamentos son imprescindibles, pero hay que cuidarse de absurdos y exageraciones, para que la etapa escolar no se convierta en un agobio más para la familia cubana.
 
Creo que son necesarios unos principios éticos, que coloquen al estudiante en el centro del proceso educativo, que le impulse y le den espacio para protagonizar el mismo y que el objetivo a alcanzar sea su formación humana y ciudadana, o sea, que el estudiante sea sujeto, centro y fin del proceso docente educativo. No existe en el mundo una nación a la que no le beneficie esto. Reconozco que el complemento indispensable para la aplicación de estos principios es la formación de una comunidad educativa que acompañe el proceso, integrada por estudiantes, padres y maestros y que incluya una sociedad exigente, que prefiera profesionales bien formados y no se conforme con la mediocridad que lamentablemente, desde hace algunos años emerge de las escuelas cubanas.
 
Estoy del lado de los padres que sueñan con poder escoger qué tipo de educación quieren para sus hijos, me declaro a favor de una enseñanza liberadora, que reconozca a la persona como lo primero y asumida por escuelas privadas y públicas. Creo que es por ese camino por el que gradualmente se deben hacer reformas que sanen nuestro enfermo Sistema de Educación.
 
 
Livia Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1971).
Lic. en Contabilidad y Finanzas.
Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.
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