La educación en Cuba: historia y propuestas

Por Miriam Celaya González

Antecedentes históricos

Los orígenes de la pedagogía cubana se remontan a los finales del siglo XVIII e inicios del XIX, estrechamente vinculados al proceso de inicio de la formación de la identidad cultural y del pensamiento cubanos, cuando las ideas de la Ilustración europea –reinterpretadas desde la realidad insular por los mejores pensadores criollos de entonces


 

Por Miriam Celaya González

 

Nuestros futuros médicos. Foto de Luz Escobar.

 

Antecedentes históricos

 

Los orígenes de la pedagogía cubana se remontan a los finales del siglo XVIII e inicios del XIX, estrechamente vinculados al proceso de inicio de la formación de la identidad cultural y del pensamiento cubanos, cuando las ideas de la Ilustración europea –reinterpretadas desde la realidad insular por los mejores pensadores criollos de entonces– transformaron definitivamente la instrucción y educación de la Isla y establecieron las bases de lo que llegaría a ser posteriormente una sólida cultura pedagógica, la cual jugaría una función decisiva en la consolidación de la cubanidad.

 

Instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País, la Sociedad Patriótica, la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana y el Real y Pontificio Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio; así como personalidades sobresalientes como los presbíteros José Agustín Caballero y Félix Varela, el pedagogo y filósofo José de la Luz y Caballero, entre otras destacadas figuras, fueron los pilares fundacionales de una tradición pedagógica que también alcanzaría alto vuelo en el siglo XX.

 

En fecha tan temprana como los finales del siglo XVIII, José Agustín Caballero impulsó una reforma educacional que, entre sus más destacados avances propugnaba la generalización de la enseñanza primaria gratuita y la impartición de la enseñanza a las mujeres. Su obra está recogida en numerosas publicaciones que se cuentan entre lo más avanzado del pensamiento de su época. Félix Varela, por su parte, fue el primer cubano que habló de patria como sentimiento de arraigo y pertenencia, como comunidad de intereses y de espíritu nacional. Independentista y abolicionista, fue también el primero que eligió la educación como camino de la liberación, le trazó un rumbo propio al pensamiento cubano y se empeñó en enseñarnos a pensar; y el que introdujo la ética en los estudios científicos, sociales y políticos.




 

José de la Luz y Caballero es considerado, con justicia, el padre de la pedagogía cubana, la cual puso a la altura del pensamiento humanista y universal más avanzado de su época. Concibió la educación como la tarea esencial para el logro de virtudes ciudadanas, de ahí la importancia que confirió al maestro, expresada en su más conocido aforismo “Instruir puede cualquiera; educar solo quien sea un evangelio vivo”.

 

Ya durante los inicios del período republicano (1902-1958), el también pedagogo y político, Enrique José Varona, encabezó una importante reforma en la educación. Su gestión en la Secretaría de Instrucción Pública durante la primera intervención norteamericana se centró en implantar una reforma integral desde la enseñanza primaria hasta la universidad. Su doctrina pedagógica rechazaba la violencia revolucionaria como método para solucionar los males sociales, y consideraba a la universidad como un espacio cívico autónomo que debía ser fragua de la democracia nacional.

 

Fueron muchas las personalidades que enriquecieron la pedagogía cubana durante la República. La enseñanza pública se generalizó y se diversificó la instrucción. Surgieron numerosas escuelas de enseñanza general, escuelas pedagógicas (las Escuelas Normales graduaban maestros de enseñanza primaria que cursaban estudios de la especialidad durante cuatro años, en tanto los de enseñanza superior debían cursar estudios pedagógicos de nivel universitario), escuelas tecnológicas, de comercio, tanto laicas como religiosas, así como de diversos oficios, y se fundaron, además de la entonces ya centenaria Universidad de La Habana, otras dos universidades: la de Oriente, con sede en la ciudad de Santiago de Cuba, y la Universidad Central, en la ciudad de Santa Clara.

 

En poco más de 40 años surgieron numerosas instituciones de enseñanza tanto pública como privada en la Isla, aunque las zonas urbanas exhibían una gran ventaja tanto en el acceso a la instrucción y en el número de escuelas, como en la calidad de la enseñanza, en comparación con las zonas rurales.

 

No obstante, hacia finales de la década de los 50’ del siglo XX Cuba exhibía uno de los más bajos índices de analfabetismo, no solo de este Hemisferio, sino incluso por debajo de la que había sido su metrópoli, España, y de numerosos países que hoy se encuentran entre los más desarrollados del planeta. El censo de 1953 reflejaba un 23% de analfabetismo entre los cubanos mayores de 10 años, una cifra favorable para los estándares de la época.

 

Las zonas rurales, menos favorecidas, mostraban un 41,7% de analfabetismo, en franco contraste con las zonas urbanas, que tenían un índice de 11,6%. El 31% de la población de 6 años y más que sabían leer y escribir no tenían aprobado grado alguno de enseñanza, el 58% tenía aprobado de 1 a 6 grados y solo el 11% había cursado 7 grados o más



. En las aulas existía además un alto índice de retraso escolar, lo que significaba un elevado número de alumnos cuya edad rebasaba en dos años o más la correspondiente al grado que cursaban. Esto implicaba a su vez un alto índice de deserción escolar entre estos educandos, incluso al nivel de educación primaria, debido a su incorporación temprana al trabajo.

 

Sin embargo, la tendencia general era hacia un incremento gradual de la escolarización y de los niveles de instrucción, lo que suponía un avance considerable, tomando en cuenta que apenas medio siglo atrás Cuba había dejado de ser la última colonia española en América. En cincuenta años la Isla no solo se había colocado entre las naciones con mejores niveles de instrucción de Hispanoamérica, sino que superaba los estándares de alfabetización e instrucción de su exmetrópoli.

 

La educación en el período revolucionario: el voluntarismo institucionalizado

 

La llegada de la revolución al poder en enero de 1959 trajo consigo una transformación radical del sistema de educación. Entre las medidas tomadas por el nuevo gobierno, la Ley de Nacionalización de la Enseñanza (6 de junio de 1961) estableció la enseñanza pública y gratuita y suprimió la educación privada. Todos los centros de enseñanza privada, así como sus bienes y acciones, pasaron al poder del Estado, encargado absoluto desde entonces de los programas docente-educativos.

 

En el propio año 1961, el gobierno revolucionario impulsó una campaña de alfabetización que se propuso erradicar el analfabetismo en Cuba. Para cumplir semejante meta fueron movilizados por todo el país, incluso hasta a los lugares más intrincados y humildes, cientos de miles de jóvenes de casi todos los niveles de enseñanza. Muchos de ellos, apenas adolescentes, marcharon de sus hogares por primera vez para enseñar a leer y a escribir a otras tantas familias, fundamentalmente campesinas, compartiendo sus duras condiciones de vida y sus jornadas de trabajo



. A la vez, el Manual que utilizaba el alfabetizador servía “para orientarlo técnica y políticamente”; mientras la Cartilla de los educandos contenía “24 temas sobre cuestiones básicas de la revolución, con definiciones sobre las palabras usadas”. Es decir, que la campaña alfabetizadora, más allá del altruismo de llevar la luz de la enseñanza a los rincones más apartados de Cuba, tenía como objetivo esencial de adoctrinar políticamente a favor del gobierno a las grandes masas de origen obrero y campesino, así como a los maestros.

 

Fue esta la primera movilización masiva de larga duración promovida por el nuevo gobierno y una de sus campañas más populares, con un balance político sumamente favorable, aunque con un gran costo económico y social cuya envergadura aún no se ha calculado. También era el inicio de una fatídica experiencia que se repetiría más de una vez en períodos posteriores ante la insuficiente cantidad de educadores: los maestros improvisados mediante cursillos breves, sin una verdadera formación pedagógica.

 

En la década de los 60’ comenzó a evidenciarse la impronta ideológica que marcaría la educación cubana en los años siguientes y hasta la actualidad. Pero el número de profesores era insuficiente para cubrir la demanda en correspondencia con los programas docentes de la revolución y, por otra parte, la urgencia de crear un nuevo tipo de maestro capaz de responder a los intereses del gobierno revolucionario y de fomentar el surgimiento de un Hombre Nuevo, a imagen y semejanza de los guerrilleros de la Sierra Maestra, imponía la creación de escuelas pedagógicas de nuevo tipo.

 

Entre los primeros experimentos pedagógicos del gobierno se liquidaron las Escuelas Normales



y se crearon los concentrados de estudiantes –futuros maestros revolucionarios– en lugares montañosos. Asimismo se establecieron nuevas Escuelas para Maestros Primarios con planes y programas revolucionarios, alejadas de los centros urbanos y bajo régimen de internado: los estudiantes cursarían un año de estudios en Minas del Frío, en plena Sierra Maestra, y después cuatro años más en Topes de Collantes, en la Sierra del Escambray, en condiciones casi de guerrilla. Estos estudiantes se formaban “pedagógicamente” no solo en las aulas, sino entrenándose en las privaciones de las marchas por las elevaciones y los montes, conociendo los rigores de la intemperie, alejados de sus familias y viviendo muchas veces en situación de campaña. Un maestro debía ser tan tenaz y resistente como un guerrillero y en el mismo espíritu debería formar a sus educandos.

 

Paralelamente se crearon los primeros planes de formación de maestros emergentes (conocido como “Maestros Voluntarios”), mediante los cuales, en un plazo de solo cuatro meses, se formaban maestros primarios en campamentos establecidos también en las montañas de la Sierra Maestra. En las zonas urbanas se aplicó otro plan de maestros emergentes, conocido como “Maestros Populares”, que formó educadores primarios entre jóvenes que apenas tenían cursado hasta el sexto grado. Más adelante se implementaron planes de perfeccionamiento y recalificación, lo que permitió elevar el nivel de los educadores que se habían formado bajo programas emergentes.

 

Pese a las deficiencias, en muy pocos años, entre 1960 y 1963, el gobierno revolucionario había logrado asegurar la escolaridad primaria de seis grados a la totalidad de los niños cubanos en edad escolar, una meta para la cual la UNESCO había trazado un plazo de diez años.

 

Ya en la década de 1970 surgieron otras escuelas pedagógicas más especializadas, concebidas siempre bajo el espíritu de “batallas” y “contingentes” que ha constituido el signo de los programas impulsados por el gobierno: el Contingente Pedagógico “Manuel Ascunce” y la Escuela Formadora de Maestros Primarios “Salvador Allende” se concibieron para la formación de maestros secundarios y primarios, respectivamente. A finales de esa década, surgió el Instituto Superior Pedagógico “Enrique José Varona”, que llegó a graduar profesores de alto nivel pedagógico con una instrucción especializada en todas las ramas de la enseñanza.

 

A partir del surgimiento de los acuerdos de cooperación científico-técnica y educacional subsidiados por la Unión Soviética y los países del antiguo campo socialista, se formaron durante más de dos décadas miles de cubanos en especialidades de nivel universitario y tecnológico, graduados tanto dentro de la Isla como en esos propios países. También se contó con la llegada de técnicos y asesores extranjeros que elevaron la calificación de los profesionales de la Isla en todas las ramas de la enseñanza.

 

La renovación radical del sistema de educación tenía como objetivo esencial la creación del llamado Hombre Nuevo, un prospecto de aliento facistoide que presuponía la superioridad moral del hombre formado en el socialismo con relación al sujeto capitalista (intrínsecamente “desnaturalizado, deshumanizado”). Para tales fines, el principio de combinar el estudio con el trabajo trajo como consecuencia desde los años 60’ la implementación del Plan la Escuela al Campo, en función del cual cada curso escolar se movilizaban los estudiantes de secundaria básica, de enseñanza tecnológica y de preuniversitario hacia campamentos agrícolas, en los que permanecían internados trabajando por un período que en sus inicios fue de dos meses y más tarde se fijó en 45 días. Inicialmente la incorporación de los estudiantes a este plan era voluntaria, pero a partir del curso 1971-72 se impuso con carácter obligatorio.

 

En los inicios de los años 70’ se crearon las primeras Escuelas en el Campo como sistema de internado, que se fue generalizando para los niveles secundario, preuniversitario y para varias especialidades de enseñanza tecnológica. La primera escuela experimental de este sistema, “Vanguardias de La Habana”, fue construida en la Isla de la Juventud (Isla de Pinos)



, durante el curso 1971-72. Su matrícula se nutrió de alumnos de nivel secundario de la capital y fue la base de una experiencia propuesta por Fidel Castro, que se generalizó en pocos años a todo lo largo y ancho de Cuba. También en sus inicios este plan tuvo carácter voluntario para el ingreso de los educandos, pero hacia finales de la década de los años 80’fueron obligatorias para aquellos estudiantes que optaban por cursar estudios de preuniversitario con vistas a continuar más tarde estudios superiores.

 

Tales planes llevaban implícito un adoctrinamiento permanente y sistemático de las nuevas generaciones en torno a las ideas del marxismo-leninismo, bajo fuertes preceptos de ateísmo y negación de tradiciones y valores culturales y familiares considerados por el régimen como “rezagos burgueses heredados del capitalismo”. El individuo en sí (rasgo típico de los caducos valores burgueses) debía fundirse en la masa proletaria (símbolo de la nueva sociedad y de futuros tiempos), de ahí la concentración de decenas de miles de adolescentes conviviendo en condiciones de promiscuidad, uniformados e igualados como un ejército de zombis al servicio de una ideología, de un partido y de un gobierno.

 

El Estado se convertía así en el nuevo tutor de las juventudes, con más autoridad que los padres para decidir su destino. Y en función de esto en los nuevos hogares-escuelas se reinventaba la historia nacional: todo el pasado se condenaba y solo el presente revolucionario legitimaba la justicia y los derechos para los cubanos. Por primera vez en Cuba, la política implantada por un gobierno sustituyó el papel de los padres por el del Estado, asestando un golpe demoledor a la familia como núcleo básico de la sociedad.

 

A tenor con estos principios, los adolescentes eran separados de sus familias y se (de)formaban alejados de la atención directa de los padres, lo que produjo en muchos casos la ruptura de los jóvenes con sus hogares, creando un cisma entre éstos y sus familias y originando la pérdida de valores tradicionalmente transmitidos de una generación a otra a través de la relación de padres e hijos.

 

Analizando este controvertido proceso de la educación en Cuba, vale recordar los presupuestos de un destacado pedagogo brasileño, “Enseñar exige el reconocimiento y la asunción de la identidad cultural”



. Así, habrá que entender que en Cuba, en los últimos 50 años, se ha asumido en el proceso docente-educativo una falsa identidad cultural altamente ideologizada y subordinada a los intereses del Estado, y se ha extendido la enseñanza de una historia nacional apócrifa, al servicio del poder totalitario. El resultado lo estamos confrontando en la realidad actual con la carencia de verdaderos ciudadanos y la imposición oficial de un falso concepto de cubanía.

 

El mismo pedagogo señala: “El mundo de la cultura que se prolonga en el mundo de la historia es un mundo de libertad, de opción, de decisión, mundo de posibilidades donde la decencia puede ser negada, la libertad ofendida y rechazada.”



El ejemplo de la experiencia pedagógica cubana después de 1959, demuestra cómo la negación de libertades, de opciones y de decisiones lastra hasta hoy la cultura y erosiona los valores nacionales. Es precisamente por esa razón que la educación no puede prescindir de la libertad y de la formación ética de los individuos.

 

De la misma manera, la ideologización extrema de la educación, el ingreso forzoso a centros internados y la obligada adhesión a las ideas comunistas como requisitos para cursar estudios de cualquier nivel, fundamentalmente en las universidades, ha ido fomentando una doble moral y un sentido del disimulo generalizado en toda la sociedad: la falsedad y la mentira forman parte actualmente del acervo cultural de varias generaciones de cubanos. Semejante pérdida de valores se contradice con los altos niveles de instrucción que reportan las estadísticas oficiales.

 

La educación –gratuita y obligatoria hasta el noveno grado– se extendió a cada municipio y rincón de la Isla y se alcanzaron elevadas cifras de graduados universitarios y de nivel tecnológico, pero a la vez también se comenzó a experimentar simultáneamente un sostenido retroceso en la calidad de la enseñanza. Fundamentalmente en la educación básica. La implementación de sucesivos cursos emergentes para improvisar maestros sin la debida aptitud y el afán de sacrificar la calidad de toda la educación a favor de la mayor cantidad de graduados, condujo, salvo excepciones, a la pérdida paulatina de la calificación de los profesionales y técnicos cubanos con relación a sus homólogos del mundo. Dicha tendencia se manifiesta más en la actualidad, cuando los avances de la tecnología de la informática, las comunicaciones y otros adelantos propios del desarrollo científico y técnico a nivel global están fuera del alcance de los cubanos.

 

No obstante, pese a sus limitaciones, el sistema de enseñanza cubano logró extender la instrucción a todas las capas de la población, por mucho tiempo aumentó los niveles de acceso de grupos sociales históricamente desfavorecidos y creó en la población la conciencia de la educación como un derecho.

 

En los años 80’ se impulsó la creación de numerosos centros de educación superior en todas las provincias. Hasta la actualidad, además de las tres universidades que existían ya en 1959, se han inaugurado numerosas sedes universitarias, facultades y filiales de diversas especialidades en cada provincia, que forman parte del sistema de educación superior nacional.

 

Tan espectacular cuadro, sin embargo, no pasaba de ser un mero espejismo. Durante los años 90’, después del colapso de la Unión Soviética y la desaparición del bloque socialista, se desvanecieron los generosos subsidios que permitían el sostenimiento de los planes educativos del gobierno cubano. Las condiciones de estudio y trabajo en las escuelas, fundamentalmente en los internados rurales, se deprimieron a niveles inimaginables. La economía entró en un estado de crisis tal que se produjeron la deserción de grandes masas de estudiantes y el éxodo de miles de maestros y profesores hacia otras ocupaciones más rentables. Decenas de escuelas en el campo que se habían construido al calor de los programas de formación del “Hombre Nuevo” fueron cerradas y actualmente sus instalaciones se encuentran en estado de total abandono.

 

El advenimiento del llamado “Período Especial”, la más profunda y permanente crisis que haya conocido la historia de Cuba, sellaba así, con un fracaso estrepitoso, uno de los mayores experimentos que alguna vez, sin poseer la base económica imprescindible y siendo apenas un protectorado soviético, concibiera la megalomanía oficial: hacer de Cuba “el país más culto del planeta”.

 

La educación en Cuba en el presente. Valoraciones para el futuro a mediano y largo plazo

 

Ante el colapso de lo que fuera un sólido y desarrollado sistema educacional, en la actualidad el gobierno está enfrentando las consecuencias de la aplicación sistemática de políticas erradas promoviendo los mismos errores de base. Así, la implementación de nuevos cursos de maestros emergentes de rápida formación –popularmente conocidos como “maestros instantáneos”– ha sido la estrategia oficial para remontar la crisis general de la educación. Se trata de la vieja y socorrida maniobra de atacar las consecuencias sin eliminar las causas que originan los males, las cuales se inscriben en las deformaciones inherentes al sistema socio-económico y político impuesto hace más de medio siglo.

 

A las limitaciones propias del sistema y a las concepciones de asumir la educación de todo un pueblo como si de sucesivas campañas y batallas de guerra se tratase, se suman ahora otros males acumulados a lo largo del proceso. Uno de los factores que dificulta la recuperación de los antiguos niveles de calidad de la enseñanza en Cuba es la permanente emigración hacia el extranjero de miles de profesionales y técnicos que alguna vez fueron la base esencial de la formación de educandos. “Algunos estudiosos del tema calculan que en los últimos 30 años emigraron cerca de 15.000 médicos, más de 10.000 ingenieros y más de 25.000 licenciados en distintas especialidades, así como un sin número de técnicos medios y obreros calificados”.



Semejante descapitalización afecta directamente la base docente, que en numerosas especialidades se nutre de dichos graduados. Muchos de esos emigrados son profesores de diferentes niveles de la enseñanza.

 

Por su parte, el propio gobierno ha desviado decenas de miles de maestros y otros profesionales cubanos de la enseñanza hacia los programas educativos concertados en el marco de la Alianza Bolivariana para América (ALBA). Dichos planes, resumidos en un programa denominado “Yo sí puedo” destinado a alfabetizar a millones de latinoamericanos, ha dejado sin los maestros más calificados a centenares de estudiantes cubanos. Las aulas abandonadas en Cuba han sido ocupadas entonces por los “maestros emergentes”, apenas alfabetizados ellos mismos, con graves consecuencias para la calidad de la enseñanza.

 

En medio de la crisis estructural del sistema no han faltado propuestas que apuntan algunas opciones posibles para superar, al menos parcialmente, los profundos desafíos de la educación de las generaciones presentes y futuras a corto-mediano plazo. Algunas voces se han alzado desde espacios religiosos propugnando la reapertura de algunas escuelas de educación religiosa. Esa iniciativa, defendida por grupos de la Iglesia Católica y que no supone peligro alguno para la educación pública laica, ha sido fuertemente rechazada por el gobierno. De hecho, nunca ha sido divulgada ni sometida a debate público.

 

Otra alternativa bloqueada por las autoridades cubanas es la posibilidad de fundar escuelas tecnológicas, de oficios, e incluso de enseñanza general, con capitales privados, de fundaciones o de instituciones internacionales reconocidas, lo que significaría una valiosa contribución a la instrucción en Cuba y una vía para insertar a las jóvenes generaciones en los avances y conocimientos del desarrollo tecnológico global. No puede concebirse la instrucción en el siglo XXI sin el pleno acceso a las tecnologías de la informática y las comunicaciones.

 

Por otra parte, a contrapelo del gravamen que constituye sostener sin recursos el enorme sistema educativo del país, de los bajos salarios de los educadores y de la existencia de una gran red de profesores-repasadores privados, que se han dedicado desde hace varios años a impartir clases de diversas materias a alumnos cuyos padres pueden pagar por estos servicios, las autoridades se niegan a hacer alguna apertura a otras opciones.

 

En los últimos años se ha reconocido oficialmente la existencia de estos profesionales –muchos de ellos profesores retirados ya del sistema nacional de educación– y se ha legalizado su condición de maestros “repasadores”. En la actualidad, decenas de profesores se desempeñan como empleados por cuenta propia y tienen el derecho de ejercer su labor pagando un impuesto al Estado. Los superiores resultados docentes de aquellos estudiantes cuyos padres contratan los servicios de estos profesionales de la educación, demuestran no solo la preponderancia del esfuerzo privado sobre el programa educativo oficial, sino la irreversibilidad de la crisis y la incapacidad del gobierno para solucionar el déficit de maestros y el descalabro del sistema educacional.

 

Estas vías de educación “informal” marcan un punto de retorno al inicio del proceso: la coexistencia de una red semi-clandestina de instrucción-educación privada, junto a un deficiente sistema de educación pública al acceso de todos. La terca realidad ha quebrado la quimera del igualitarismo ramplón refrendado en el sistema educativo nacional, al crearse una situación en virtud de la cual solo los estudiantes favorecidos por mayores ingresos familiares se pueden permitir el acceso a estos profesores-repasadores privados.

 

Se crean así grupos de educandos elite que acuden con mayor ventaja a los exámenes de ingreso para alcanzar las mejores especialidades u opciones en los diferentes niveles de enseñanza. En consecuencia, los más altos niveles de instrucción vuelven a quedar al alcance de sectores elite de la sociedad, a los cuales solo les resta fingir la mayor adhesión al sistema socialista y al gobierno “revolucionario” para acceder con amplias prerrogativas a la enseñanza superior y, en consecuencia, a una mayor calificación técnica y profesional.

 

A la vez, la incapacidad del Estado-Partido-Gobierno para sostener el monopolio de la enseñanza e instrucción quedó refrendada en los lineamientos del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (abril de 2011). El contenido de los puntos 145 al 153, referidos a la educación, pone punto final al experimento oficial de los internados (Escuelas en el Campo), e igualmente quedó establecido el cierre de la formación de maestros emergentes, entre otros males congñenitos del sistema educacional. Dichos lineamientos también hacen una crítica al menosprecio que ha sufrido la formación de técnicos medios y de obreros calificados, así como a la magnificación sistemática que ha existido en torno a “la formación humanística”, que incide más en el aspecto ideológico que en las necesidades prácticas de la realidad del país. Es el reconocimiento del propio gobierno al fracaso del sistema educativo implantado por Fidel Castro.

 

En la actualidad los estudiantes de secundaria y preuniversitario han retornado a los espacios urbanos. Esto no responde, sin embargo, a una renuncia oficial al monopolio e ideologización del sistema educacional. Sencillamente, las precarias condiciones económicas no permitían sustentar por más tiempo el severo gravamen que impone el sostenimiento de la alimentación, hospedaje, transporte y mantenimiento del fondo escolar y los medios de enseñanza de decenas de decenas de miles de estudiantes.

 

Recientemente se ha retomado la formación pedagógica especializada para la educación primaria, implementándose nuevamente la carrera de cuatro cursos de estos estudios, a partir del ingreso en ellas de estudiantes con estudios secundarios aprobados. Ni más ni menos que el mismo sistema de estudios que cursaban los alumnos de las Escuelas Normales antes de 1959. De hecho, en el caso de la capital se ha rehabilitado para tales estudios la que fuera sede de los maestros normalistas.

 

Con todo, habrá de transcurrir un período considerable de tiempo antes que comiencen a reportarse señales de recuperación en el sistema educacional cubano. Para ello habrá que contar también con un repunte económico que permita la inversión de cuantiosos recursos en este empeño; un escenario poco probable dadas las circunstancias.

 

Hasta el momento actual, el colapso sufrido por el sistema nacional de educación concebido y artificialmente sostenido durante décadas, se presenta irreversible, en tanto la solución depende de la voluntad política del gobierno. Eventualmente se producirá una obligada apertura de formas alternativas de la enseñanza, incluyendo el retorno de la educación privada, laica y religiosa, lo cual no significa renunciar a un amplio programa de instrucción pública de calidad. Sería una solución posible en medio de la crisis estructural de un sistema político totalitario que, por obsoleto y caduco, no podrá ser “renovado”. Toda Cuba debe cambiar, y con ella cambiará también el sistema educacional.

 

Honrar los mejores valores de la tradición pedagógica cubana sepultados bajo medio siglo de oscuridad nos impone promover desde el presente un nuevo concepto de educación, que tenga como culto esencial la libertad del individuo, y como pilares irrenunciables la cultura de los valores éticos y morales de los ciudadanos.

 

Bibliografía

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FERRER, RAÚL. Avances de la educación obrera y campesina en Cuba. La Habana. Cuba Socialista No. 23, Año III, julio de 1963.

FREIRE, PAULO. Pedagogía de la autonomía y otros textos. Editorial Caminos. La Habana 2010.

GARCÍA GALLÓ, GASPAR J. La Lucha Contra el Analfabetismo en Cuba. Cuba Socialista No. 2, Año I, octubre de 1961.

HART, ARMANDO. El desarrollo de la educación en el período revolucionario. La Habana. Cuba Socialista No. 17, Año III, enero de 1963.

 

Miriam Celaya González (La Habana, 1959).

Antropóloga. Bloguera independiente.

Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia.


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