LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA EN CUBA

 

Foto de Yoandy Izquierdo Toledo.

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo expresar mi gratitud por esta nueva invitación a la V Semana Social Católica de Miami. He tenido la alegría y el honor de haber participado en todas las Semanas, la primera vez desde Cuba con una grabación pues no me dieron permiso para venir y todas las demás con el don de venir a los pies del Santuario de la Virgen de la Caridad que une con su manto a toda la Nación con sus dos pulmones: la Isla y la Diáspora.

El tema que me han pedido los organizadores para mi conferencia es “La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en Cuba y para Cuba” con la que desearía complementar, si fuera posible, la encargada a mi hermano entrañable Nazario Vivero que tratará “La DSI en América Latina y EE.UU”. Pudiera decir, que el tema de la Doctrina Social de la Iglesia ha sido parte esencial y prioritaria en mi vocación y misión como laico católico. Por tanto es desde mi experiencia, que les ofrezco este testimonio vivido, sufrido y gozado en y para la Isla amada. Más que teorizar, en el ejercicio de estos laboratorios de pensamiento que son y deben ser las Semanas Sociales, usaré el viejo y siempre actual método de ver, discernir y actuar, que coronaremos con el imprescindible orar. La guía, como debe ser, será el valioso y casi desconocido Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI), sueño y proyecto del inolvidable san Juan Pablo II, a cuya realización tuve la gracia y el inmerecido honor de contribuir modestamente cuando era miembro pleno del Pontificio Consejo Justicia y Paz. Este Consejo le presentó al Santo Padre el borrador de tan valioso “Catecismo del Evangelio Social de Jesús”, como el mismo Pontífice le gustaba llamarle al Compendio.

I. La Doctrina Social de la Iglesia, parte esencial e imprescindible del anuncio y vivencia del Evangelio.

La primera realidad de la que quisiera partir es la del desconocimiento y error teológico en que permanecen, con frecuencia, nuestras comunidades en la Isla y en la Diáspora: incluyendo a obispos, sacerdotes, religiosos(as) y, sobre todo, los mismos laicos. Quizás el más grave de los errores es considerar a la DSI como un elemento opcional de nuestra vida cristiana, o como una de las muchas pastorales de la Iglesia en las que podemos participar o no, según nuestros carismas. No mencionaré a aquellos que sufren de un analfabetismo religioso y consideran que cuando la Iglesia estudia, promueve o aplica la DSI “se está metiendo en política”, ni a los que, confundiendo la gimnasia con la magnesia, intentan manipular con espíritu partidista esta parte del Evangelio de Cristo que, como todas las enseñanzas del Maestro de Nazaret, son para todos, sin excepción ni exclusiones.

Así lo presenta el Compendio:

“El cristiano sabe que puede encontrar en la Doctrina Social de la Iglesia los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción como base para promover un humanismo integral y solidario. Difundir esta doctrina constituye, por tanto, una verdadera prioridad pastoral, para que las personas, iluminadas por ella, sean capaces de interpretar la realidad de hoy y de buscar caminos apropiados para la acción: «La enseñanza y la difusión de esta doctrina social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia» (Sollicitudo rei sociales, 41)” (CDSI, 7)

Aquí también se especifica qué podemos encontrar en la DSI, que no son solamente “principios” y motivos de “reflexión” sino “criterios de juicio” para que podamos discernir lo que en la vida social, económica y política, es coherente con el Evangelio de Jesús y lo que no, de modo que el “todo vale” y la defensa de una ideología o de un partido no sean puestos por los fieles cristianos por encima de la persona y de las personas, comunidades y naciones. Ninguna ideología puede ser validada como DSI, pero la DSI puede y debe servir para discernir qué aspectos de esa ideología o del pragmatismo político son coherentes con el Evangelio de Cristo. Para eso sirve la DSI. Además podemos encontrar “directrices”, es decir, líneas de acción o sentido y dirección para nuestra acción política, social, cultural, económica, familiar. No se trata de un recetario, se trata de un GPS universal para que no perdamos el camino, ni induzcamos a otros en la dirección contraria del Evangelio, es decir, de la buena noticia de la dignidad de la persona humana, de su redención liberadora, de sus derechos, de sus deberes, de su vocación a la fe, la esperanza y el amor, en fin, a la santidad. 

El estudio de la DSI y su aplicación en nuestra vida personal, familiar y social, es como caminar “por el filo de una navaja”, lo fue para el mismo Jesús, tentado y puesto a prueba con trampas y persecución, pero tenemos la asistencia del Espíritu Santo y la comunión de la Iglesia, la comunidad de hermanos que nos acompaña, sostiene, alimenta e ilumina en nuestros discernimientos muchas veces agónicos y equilibristas. No por gusto el mismo Martí, que en muchas de sus escritos y obras inculturó el Evangelio de la virtud y del amor, dijo: “Cuba es agonía y deber”.

En ese arduo y espinoso discernimiento en comunidad, que es la mejor forma de trascender nuestras subjetividades y subterráneas intenciones de las que Santa Teresa dijo: “No hay intenciones puras”, en ese ejercicio de escogencia y docilidad al Espíritu, el Compendio de la DSI, como el Catecismo de la Iglesia Católica y todo el Magisterio eclesial, son subsidios accesibles y universales para ayudar al compromiso cotidiano de los cristianos, pastores y laicos.

Entonces, si la DSI forma parte inseparable del anuncio del Evangelio de Cristo, toda comunidad cristiana, en su actuar, por su vocación y misión de ser “luz, sal y fermento” en medio del mundo en que vive, tiene el deber y la responsabilidad ineludible de incluir a la DSI en sus proyectos pastorales de formación, en sus servicios de acción católica y debe acompañar sin exclusión, ni discriminación a todos los fieles laicos en su misión familiar, política y económica, de inculturación del Evangelio en todos los ambientes sociales. 

Argumentar que “lo político y social no es lo mío”, es por lo menos un pecado de omisión. Lo que no quiere decir que todo el mundo tiene que ejercer de “político” u optar por “una política partidista”, o lo que es peor, usar a la Iglesia para hacer proselitismo político en sus ámbitos. Los cristianos no estamos obligados a ejercer como políticos, pero sí a aportar nuestra visión, pensamiento, propuestas y críticas a la política como simples ciudadanos y esto sí forma parte de nuestra misión cristiana, sin la cual el Evangelio no pudiera llegar e iluminar todos los ambientes. Habría ambientes excluidos como “malos” o como “sucios”. Y para Jesús no hubo ambiente que no iluminara, intentara salvar o purificar en el amor: leprosos del alma y del cuerpo, endemoniados, prostitutas del cuerpo y del alma, cobradores de impuestos, fariseos, saduceos y publicanos, cambistas y militares, sumos sacerdotes y Poncio Pilato, muertos del cuerpo y del espíritu. El Evangelio es una colección de acciones, palabras y gestos de Jesús en todos los ambientes. Y si Él los acogió y sanó, ¿quiénes somos nosotros, me refiero primero a los cristianos, para excluir, condenar o marginar, a personas, grupos o ambientes, países o culturas, como inaceptables?

Lo que haremos en lo adelante, en esta conferencia y en el mundo, es intentar discernir nuestras realidades en los dos pulmones de Cuba, a la luz de la DSI, siguiendo el itinerario recorrido por el Compendio de la DSI. 

II. El humanismo integral y solidario: inspiración, justificación y finalidad del diálogo social en Cuba.

El eje, el centro y el fin de todos los principios de reflexión, el fundamental y universal criterio de juicio y el valor clave para las acciones de los cristianos es la persona humana: su dignidad plena, su libertad y sus libertades, sus derechos y deberes, su trascendencia, es decir, su desarrollo pleno, integral y solidario.

En Cuba, hoy día, la primacía de la persona humana sufre de una escala de valores trastocada. El poder no es para servir a la persona, sino que al ciudadano se le considera al servicio del poder, de este mismo modo, la persona, y toda la sociedad, se conciben y se ponen en la práctica al servicio de las ideologías, la política, la economía, la cultura, e incluso en ocasiones, a la práctica religiosa. 

El más profundo drama de la Cuba de hoy, origen de todas los demás lesiones personales y sociales, es el daño antropológico, es decir, la degeneración de la persona humana por la inversión o pérdida de valores, el miedo existencial, el materialismo práctico, el control totalitario del ciudadano por el Estado, la anomia social, la manipulación de los sentimientos, el debilitamiento de la voluntad, la vida en la mentira sistemática, la languidez de la espiritualidad, la decadencia y agotamiento del proyecto socio-político momificado en el pasado, entre otras formas del mismo mal intrínseco al modelo: el trastorno substancial del concepto de la persona humana, de su vocación, del sentido de su vida, de sus relaciones con los demás y de la trascendencia de su destino. La concepción sobre la persona humana del modelo en Cuba es la raíz de su decadencia, ineficacia y esterilidad.

La DSI nos presenta la buena noticia de Jesús para redimir a toda la persona humana y a todos los seres humanos. Este es el Evangelio sobre la persona humana: Toda persona es “imago Dei” (imagen de Dios) y además todo su ser y su existencia dice quién es Dios, como enseñaba San Ireneo: “Gloria Dei vivens homo”. Lo que equivale a decir, que todo hombre y mujer que vive en plenitud su dignidad, su vocación y sus relaciones, da gloria a Dios. En otras palabras: la gloria de Dios es el hombre que vive, y vive en plenitud. “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

El Compendio de la DSI dedica todo su capítulo III a la persona humana, su dignidad y sus derechos. De este modo, queda bien claro el criterio de juicio o, como se gusta decir actualmente, el criterio fundamental para el discernimiento de toda acción personal, proyecto social, modelo económico o sistema político. Esa piedra angular para educar la razón, los sentimientos, la voluntad y la capacidad de discernimiento de toda persona humana y muy especialmente, de los cristianos, es la siguiente pregunta:

¿Esta actuación personal o grupal respeta la dignidad y los derechos de toda persona humana?

Y también:

¿Este proyecto social, modelo económico, sistema político, credo religioso, respeta la dignidad y los derechos de toda persona humana?

Considero que dada la falta de educación ética y cívica de la inmensa mayoría de los cubanos, en la Isla y en la Diáspora; dada la dispersión de proyectos e iniciativas, propias de la diversificación de la sociedad civil y la pluralidad de opciones, características ambas del largo camino hacia la libertad, tengo la experiencia de que lo primero y principal de este proceso y de la misión de los cristianos es ir a lo esencial, a la raíz de la problemática, a la eticidad de las escogencias, para poder hacer un sano discernimiento de actitudes y proyectos. 

De hecho, he escuchado aseveraciones muy cubanas, en ambos pulmones, como estas: “La única salida es…”, “esta persona que tiene otra opción está totalmente equivocada…”, “quien no escoge la línea que yo considero correcta, está al servicio del enemigo…”. Teniendo esta realidad en cuenta, se hace necesario y urgente trascender de nuestras subjetividades, que no tienen por qué ser erróneas y contrastarlas con otras “verdades” a la luz de los criterios de juicio que nos ofrece la DSI.

Así lo propone el Compendio de la DSI:

“La exposición de los principios de la Doctrina Social pretende sugerir un método orgánico en la búsqueda de soluciones a los problemas, para que el discernimiento, el juicio y las opciones respondan a la realidad y para que la solidaridad y la esperanza puedan incidir eficazmente también en las complejas situaciones actuales. Los principios se exigen y se iluminan mutuamente, ya que son una expresión de la antropología cristiana (CA,55) fruto de la Revelación del amor que Dios tiene por la persona humana.”

Deseo destacar la sugerencia de concebir un “método orgánico” para buscar soluciones, discernimiento y opciones y no solo principios aislados, citas que justifiquen actuaciones o adorno de nuestras conferencias, se trata de que especialmente los laicos cristianos creemos un método para la aplicación de la DSI a nuestras realidades y que ese método no sea sobre temas aislados, ni sobre situaciones puntuales, ni sobre algunos ambientes sí y otros no. Es necesario ser “orgánicos”, lo que equivaldría a decir, ser holísticos, buscar una visión integral e integradora, un corpus coherente y estratégico, unas propuestas incluyentes y plurales.

En la práctica, existen diversos proyectos que tienen como vocación y misión aplicar la DSI con un “método orgánico” para ir edificando una visión global sobre la sociedad y un cuerpo de pensamiento y propuestas inspirados en el humanismo cristiano. Entre las obras que tratan de poner en práctica esa recomendación de la DSI podemos citar: las Semanas Sociales Católicas, a las que San Juan Pablo II llamó “laboratorios sociales”, los centros de estudios, las universidades, los Itinerarios de Pensamiento y Propuestas para Cuba, como el que organiza el Centro de Estudios Convivencia (CEC) entre los dos pulmones: Isla y Diáspora. Ese Itinerario de Pensamiento para Cuba ya cuenta con 6 Informes orgánicos que conforman un corpus coherente de visión, objetivos, estrategias y acciones propuestas para los sectores que más impactan en la sociedad cubana: Economía, Marco Jurídico, Cultura, Educación, Medios de Comunicación y Agricultura. 

Puede descargarlos íntegros en www.centroconvivencia.org/Propuestas

La importancia medular y estratégica de estos estudios para vislumbrar y prever la Nación que soñamos para después de los procesos de transición, es una necesidad histórica insoslayable, una urgencia cívica que nos apremia, una obra de medicina preventiva, un camino de santidad para los cristianos y un proyecto de inmenso amor concreto a la Patria. Personalmente, tengo y comparto con ustedes, mi profunda convicción de que vale la pena entregar toda la vida a esta labor de prevención, ideación y fecundación de la República nueva que anhelamos y cuyos cimientos estén construidos por el Amor y la Virtud que colocaron en el alma cubana Varela y Martí.

El CDSI nos ofrece, además, en su capítulo III, una guía para el discernimiento y la evaluación de este primer fundamento de la vida social que es la persona humana. Lo esbozo en forma de cuestionamientos:

1. La unidad de la persona y su apertura a la trascendencia (cf. CDSI, 127-134): 

¿El ambiente social, económico y político en Cuba, Isla y Diáspora, está contribuyendo a la unidad de la persona humana en su totalidad: alma y cuerpo; inmanencia y trascendencia; pensamiento, sentimiento, voluntad, corporalidad, actitudes, acciones y espiritualidad, o por el contrario, nuestras formas de vida cotidiana inducen a una esquizofrenia que despersonaliza, a una incoherencia amoral que corrompe y a una desintegración social que desarraiga? ¿Qué hacer como cristianos? 

2. La libertad de la persona, el valor y los límites de la libertad y el vínculo de la libertad con la verdad y la ley natural (cf. CDSI, 135-143):

¿El ambiente social, económico y político en Cuba, Isla y Diáspora, está contribuyendo al ejercicio de la libertad interior de la persona del cubano, o por el contrario, el control social, el miedo y las leyes coartan y oprimen esa libertad de discernimiento y escogencia espiritual? ¿Reconoce, educa y promueven los ambientes, la sociedad civil y el Estado, el valor de las libertades civiles y políticas, económicas, sociales y culturales de toda persona? Se respeta en Cuba, Isla y Diáspora, aquella enseñanza de Jesús que dice: “La verdad os hará libres” (Jn 8,32) o se propicia un ambiente en que se rompe cotidianamente el sagrado vínculo entre la libertad, la verdad y la ley natural, inscritos desde siempre en lo más profundo del alma humana? ¿Qué hacer como cristianos?

3. La igual dignidad de todas las personas (cf. CDSI, 144-148):

¿El ambiente social, económico y político en Cuba, Isla y Diáspora, está contribuyendo a la igual dignidad de toda persona humana tal como dice la DSI: «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10,34), porque todos los hombres tienen la misma dignidad de criaturas a su imagen y semejanza. La Encarnación del Hijo de Dios manifiesta la igualdad de todas las personas en cuanto a dignidad: «Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28). Puesto que en el rostro de cada hombre resplandece algo de la gloria de Dios, la dignidad de todo hombre ante Dios es el fundamento de la dignidad del hombre ante los demás hombres. Esto es, además, el fundamento último de la radical igualdad y fraternidad entre los hombres, independientemente de su raza, nación, sexo, origen, cultura y clase o por el contrario, nuestras relaciones interpersonales están viciadas por los criterios políticos, o por la posición económica o por el estatus social… calificando y descalificando la dignidad de nuestros compatriotas y de los ciudadanos de cualquier nación? ¿Qué hacer como cristianos?

4. La sociabilidad humana y los derechos humanos (cf. CDSI,149-159):

¿El ambiente social, económico y político en Cuba, Isla y Diáspora, está contribuyendo el carácter sociable inherente a la condición humana y al respeto, educación y defensa de todos los derechos humanos y deberes cívicos para todos, o por el contrario, nuestros ambientes inducen cada vez más al individualismo, a la cultura del “sálvese el que pueda”, al irrespeto en la letra de nuestra leyes o en la práctica familiar, social, política y económica de todos los derechos y deberes humanos para todos sin distinción, dada la raigal igualdad de los seres humanos ante Dios y ante la Ley? ¿Qué hacer como cristianos? 

Quizá estas cuatro columnas que garantizan la plena dignidad, libertad y desarrollo de toda persona humana, sujeto, principio y fin de toda organización y acción social, pudieran ayudarnos en la formación de los laicos, sacerdotes y religiosas así como en la orientación y actuación de nuestros proyectos cívicos y religiosos. Nuestra experiencia por más de 40 años nos impulsa a recomendar este tipo de reflexión en nuestros grupos y comunidades cristianas e incluso en grupos y ambientes más abiertos de la sociedad.

En cuanto a nuestra interacción con la sociedad, especialmente con los demás grupos de la sociedad civil y con el Estado, sabemos que la DSI nos propone el diálogo civilizado, equilibrado y sistemático como el mejor camino para la participación social, las transformaciones políticas y la convivencia pacífica. Les propongo este decálogo de fuentes inspiradoras para el diálogo interpersonal y social en Cuba, y entre sus dos pulmones inseparables, Isla y Diáspora: 

a. Diez fibras para el arte de tejer diálogo desde el humanismo cristiano en Cuba hoy. 

1. “Imago Dei”. La verdad sobre el hombre: El primer componente que es el fundamento y la base de todos los demás es la dignidad que todo hombre y mujer tiene por haber sido creado “a imagen y semejanza de Dios”2 . En Cuba, solo creyendo que “la persona humana es el centro, el sujeto y el fin de toda obra social”3 como expresa el Concilio, es posible establecer un diálogo serio y perdurable. Primero un Diálogo interior en que cada persona reconoce su propia dignidad, respete y promueva su subjetividad que las sociedades totalitarias y materialistas intentan desconocer o subvalorar, y es capaz de “entrar en comunión con otras personas y está llamado a una alianza con su Creador”4. En las sociedades materialistas el “hombre nuevo” resulta ser el hombre banalizado-manipulado-desconectado-en fuga y solo puede encontrarse y encontrar a los demás entrando en un diálogo interior5 para poder reconocer la impronta trascendente que lo hace templo de Espíritu Santo6.

2. “¿Dónde está tu hermano?”7 El segundo rasgo para un diálogo auténtico es escuchar esta primigenia y perenne interrogante de Dios en el principio. Para no encerrarse en su ego y no convertir el diálogo interior en narcisismo, la persona humana debe hacerse cargo de que “todo hombre es mi hermano” como decía el beato Pablo VI. De ahí se desprende “el deber de cuidar”, que según el Papa emérito Benedicto XVI en la ONU tienen los Estados y las personas entre sí8. Ese deber de cuidar de mi hermano incluye el respeto a la pluralidad sana y a la diversidad, la inclusión, los derechos humanos y los deberes cívicos y la participación democrática. Es el principio del Diálogo interpersonal, de la intercesión de Abraham que regatea con Dios a favor de su pueblo que ha caído en el pecado y la perseverante respuesta de Dios: “Por unos justos no destruiré a mi pueblo”9. En Cuba debemos creer en el poder de intercesión de las minorías, en que a pesar de todo y del daño antropológico que sufre nuestro pueblo, por el resto fiel que ha perseverado durante casi 60 años, Dios salvará a nuestra Nación.

3. “Veritatis splendor”10. La búsqueda del esplendor de la verdad es la tercera fibra del delicado tejido del diálogo. En efecto, una vez reconocida la primigenia dignidad del hombre y respondida la exigencia de que somos corresponsables de nuestros hermanos, comienza el camino compartido en busca de la luz de la Verdad, cuyo primer resplandor es esa imago Dei y cuya segunda estación de luz es reconocer la de todos los hombres. En Cuba es necesario fomentar la búsqueda de la Verdad, que existe más allá de nuestras pequeñas verdades subjetivas, puede sanar nuestra tendencia al relativismo moral y a lo que el Papa Francisco enseña como “la mundanidad que nos pudre”. Las sociedades postotalitarias deben emprender este sinuoso camino para salir del marasmo ético que pudre la bondad, la belleza y la verdad sobre el hombre.

4. “La justicia y la paz se besan”11. He aquí la cuarta estación para construir un diálogo desde el humanismo cristiano: en sociedades secularizadas es necesario acudir a la ley natural cuyo referente es para los creyentes la huella de la justicia y la misericordia que residen en el corazón de Dios. En Cuba, sabemos que la paz es obra de la justicia y que en una sociedad sin un sistema jurídico independiente es muy difícil que la justicia y la paz se besen. El Centro de Estudios Convivencia (CEC) propone en uno de sus estudios un paquete de 45 proyectos de ley en ámbito estructural, económico, para el desarrollo de la sociedad civil y para el desarrollo humano integral (Cf. www.centroconvivencia.org/propuestas) El Diálogo económico entre el destino universal y la propiedad privada, entre el Estado y el mercado, para corregir la primacía de la persona sobre el trabajo y de estos dos sobre el capital. Un sistema económico ineficiente, cerrado y subsidiado por otros es un serio obstáculo para el diálogo y la paz social. El CEC también propone en uno de sus estudios, posibles salidas hacia un modelo de economía social de mercado (Cf. www.centroconvivencia.org/propuestas). 

5. “No hay libertad sin solidaridad”12. El quinto paso es la búsqueda de la libertad entendida como el buen uso del libre albedrío que tenemos los hijos de Dios. El Papa Benedicto expresó en Cuba: “Dios no solo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla.”13 Un diálogo honesto debe respetar todos los grados de libertad interior, libertades civiles y políticas, económicas, sociales y culturales como establecen los Pactos Internacionales de la ONU. En este sentido en Cuba debemos asumir que la libertad y la responsabilidad son las dos caras de una misma moneda y que el protagonismo de la sociedad civil ante el Estado y el Mercado y como taller de diálogo es el nuevo nombre de la democracia y del Diálogo social.

6. “Dives in Misericordia”14. La sexta hebra del tejido del diálogo es la que le da al paño un tinte verdaderamente cristiano, en efecto, el cultivo del perdón y la reconciliación, es decir, el Diálogo razón-corazón, es la estación suprema del Diálogo interpersonal, familiar y social. En Cuba, luego de largas y sufridas décadas de intentar introyectar una dialéctica existencial de lucha de clases, de una llamada dictadura del proletariado, de un clima de confrontación con los enemigos externos e internos, descalificaciones mediáticas, actos de repudio, división de las familias y exilio, en una atmósfera de desconfianza y miedo ignoto, se hace necesario y urgente la educación en una cultura “dives in misericordia”, una cultura de la compasión y la magnanimidad. El corazón de Cuba debe parecerse cada vez más al corazón de Jesús. 

7. “Amor y virtud”. El séptimo rasgo para dibujar un paisaje cubano de diálogo es recuperar nuestras verdaderas raíces culturales, aquellos valores explícitamente cristianos que son matriz y cuna de nuestra nacionalidad. El Diálogo intercultural hace posible el mutuo enriquecimiento entre tradición y renovación. Abandonar la tradición por el “snobismo” es cortar las raíces de las naciones y quemarlas al sol de hoy. Cerrarse a un sano “aggiornamento” es esterilizar la fecundidad y desgajar los retoños de la nación. El venerable Padre Félix Varela, padre de la cultura cubana, y José Martí, el Apóstol de nuestra independencia son, como Pedro y Pablo, las dos columnas de la cultura cubana. En Cuba, el arte de construir diálogo será imposible sin adherirnos a las “semillas del Verbo” que se mantienen latentes en el campo de la antropología cubana que pudieran resumirse recordando estas dos enseñanzas egregias. El Padre Varela, a quien Martí llamó “el santo cubano” desde el siglo XIX dejó en sus “Cartas a Elpidio”, piedra angular de la eticidad cubana, este aforismo: “No hay Patria sin virtud, ni virtud con impiedad”. Martí, su continuador, trasvasó el mensaje evangélico en estas tres frases que constituyen la santísima trinidad de la matriz cristiana de nuestra cultura:

 1. La primacía de la persona humana: “Yo quiero que la ley primera de la República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”; 

2. El perdón y la reconciliación: “cultivo una rosa blanca en junio como en enero/para el amigo sincero que me da su mano franca,/y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo/cardos ni ortigas cultivo,/cultivo una rosa blanca.”

3. La supremacía del amor: “Por el amor se ve, con el amor se ve, es el amor quien ve”. El amado Papa polaco decía: “El diálogo de la Iglesia con las culturas de nuestro tiempo es un campo vital donde se juega el destino del mundo.”15 Por tanto en Cuba, en Polonia y en todo el mundo, el diálogo en la búsqueda del bien común, el diálogo entre las raíces culturales del pasado y el proyecto de Nación hacia el futuro, sigue siendo un diálogo por la vida de las personas y las naciones. En él se debe enmarcar el Diálogo político entre el Estado con su misión de subsidiaridad y el ciudadano como soberano y “protagonista de su propia historia”.

8. “Den razón de vuestra esperanza”16. El octavo paso es la dimensión trascendente del diálogo. Lo sabemos en Cuba y en el mundo de hoy, cuando todo se cierra y casi todos ven a la violencia como única salida ante el empecinamiento del mal intrínseco, los cristianos y especialmente los laicos y educadores cristianos, debemos aportar a ese difícil arte de dialogar, lo que Pablo VI llamó “suplemento de alma”, ese recurso in extremis, ese sostén de nuestra perseverancia en hacer el bien y en reconocer la capacidad de todo ser humano y de cada nación de salvarse gracias a la misericordia que es el hábitat del corazón de Dios, y también gracias a la “vida en la verdad” y en la bondad del resto fiel de esos  pueblos. La verdad sobre Dios y el Diálogo con Dios: es la primera y la última instancia, la sede inconmovible de nuestra esperanza en que el diálogo en la verdad, la bondad, y la belleza tendrá la última palabra.

9. La verdadera libertad religiosa es la novena pincelada del arte de dialogar. Sin libertad religiosa plena el espíritu humano y el alma de la nación ven aherrojados todos los demás derechos y libertades. El Diálogo interreligioso es también camino del diálogo entre las culturas y los pueblos. Muchas de las guerras y de los ataques terroristas del mundo de hoy se deben a la falta de esta dimensión dialogal entre las religiones. En Cuba, y creo que en Polonia y en todo el mundo, el Diálogo entre ateos y creyentes, entre la concepción antropológica cristiana y los humanismos inmanentes, entre la decadencia de la condición humana y su capacidad de recuperación, es de trascendental importancia. En Cuba debemos perseverar sin desfallecer, cuando nos parezca que nada se mueve, en lo que José Martí enseñaba a su hijo: “Hijo, espantado de todo, me refugio en ti. Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti.”17 Todo este caminar está íntimamente relacionado con el misterio de la Encarnación de Jesús, por el cual la verdad sobre la Iglesia y el hombre como su primer camino, nos regresa como el devenir de la noche y el día, al primer punto de este itinerario: la impronta de la imago Dei en todo lo creado y, eminentemente, en toda persona humana y en su Iglesia.

10. Diálogo: actitud, método y lenguaje. El último componente, pero no el menos importante de este sendero de diálogo, es la aplicación práctica de todos los anteriores. En efecto, el desafío permanente de los discípulos de Cristo en la escuela del diálogo verdadero es convertir estas verdades de fe y estos fundamentos filosóficos en estilo de vida. Con frecuencia, vemos con cierta desconfianza los intentos de “diálogos” que se reducen a unas conversaciones bizantinas sin impacto en la vida, o en unas negociaciones interminables mientras miles sufren y mueren. Los dos pulmones de la única, diversa y culta Europa, desde sus penínsulas hasta el corazón de sus universidades, son un ejemplo de esto. Desde el Medio Oriente hasta la península de Corea, desde Cuba, Venezuela, toda América Latina hasta los Estados Unidos, nos encontramos con el “espanto” de que lo que se llama diálogo no ha llegado a traducirse en métodos eficaces para buscar la verdad sobre el hombre, sobre las culturas y sobre las naciones. No ha llegado a convertir el lenguaje y los signos en puentes de comunicación y mutuo enriquecimiento sino que, cada vez más, las relaciones interpersonales y hasta los medios de comunicación social, las tecnologías de la información y las redes sociales usan su ambivalente naturaleza para atacar, descalificar y banalizar la vida. Pero sobre todo el mayor desafío es que la cultura del diálogo trascienda métodos y lenguajes para convertirse en actitudes permanentes y en hábitat social.

III. Una mística que inspire y mueva nuestras vidas y proyectos: La acción liberadora de Dios en Cuba: historia, presente y porvenir

Con mucha frecuencia, quizá demasiada, escucho a personas y grupos, con vocación más de profetas de la calamidad que de la esperanza, que parecieran creer más en los hombres y en los ídolos que en el verdadero y único Dios. La DSI nos invita, especialmente a los laicos, a ser profetas de la esperanza, mensajeros de la Buena Noticia de la Encarnación de Dios en nuestra condición humana, de la Liberación de esa naturaleza humana de su condición caída por el mal uso de su libertad congénita y de la Renovación sistemática de mentes, corazones y estructuras. Esta misión la inauguró y cumplió a plenitud Jesús de Nazaret con su encarnación, su redención y su regalo de resucitado: el Espíritu Santo que renueva la faz de la tierra. De nuestra querida tierra cubana y del alma de la Nación.

Todo lo anterior, que es un resumen de la milenaria historia de la Salvación, constituye el núcleo teológico que ilumina y justifica el desarrollo de la DSI y su aplicación a los diferentes contextos histórico-sociales. Como se debería saber y transmitir mejor, la DSI forma parte del núcleo de la teología cristiana y muy específicamente del capítulo de Teología Moral, orientadora del actuar de cada persona humana en el hondón de su conciencia y en sus relaciones interpersonales, familiares, sociales, económicas, culturales, políticas e internacionales. Ningún sector de la vida humana, ninguno de los ambientes en los que se desarrolla escapa fuera de la luz y el influjo de la Encarnación, de la Redención y del Don del Espíritu de Jesús Resucitado. Ninguno. Cuba, su Isla y su Diáspora, no son una excepción. Valga la obviedad justificada por aquella repetida cantaleta de que Cuba es “distinta”, que eso no pasará porque somos “cubanos”, o esas interpretaciones y domesticaciones del Evangelio y su DSI para no ser “piedra de contradicción”. 

Por tanto, la teología cristiana no solo trata tangencialmente las realidades temporales o alguna de ellas, sino que las ilumina, redime y fecunda a todas, desde dentro de ellas mismas por la acción, la oración y el testimonio de vida de los fieles cristianos. Se trata de una mística que inspire y mueva nuestra vida personal, nuestros proyectos y el alma de la nación. Así lo dice el Papa san Juan Pablo II en una de sus Encíclicas de mayor vigencia para Cuba hoy, citada al principio del Primer capítulo del Compendio de la DSI:

«La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana» (Centesimus annus, 55).

Destaco que dice que esta dimensión teológica (dígase el corpus de la DSI) es “necesaria”, no conveniente, ni útil. Y no solo para “interpretar” sino para “resolver” los actuales problemas de la convivencia humana. Esta cita bastaría para explicar y asumir el estudio, la aplicación y la acción que emana de la DSI por parte de cada uno de los discípulos de Cristo, encarnado, redentor y santificador, dicho con la fórmula de nuestro bautismo: “Yo te unjo con el Crisma de la Salvación para que entres a formar parte de Cristo, sacerdote, profeta y rey.” Eso somos y debemos ser sus seguidores cubanos en la Isla y en la Diáspora. Veamos cada una de las dimensiones de esta mística cristiana, verdadero dínamo del proceso de conversión-evangelización-santificación:

a. Historia y Encarnación: dinámica del compromiso y la inculturación 

Nuestra religión cristiana se diferencia sustancialmente de todas las demás, incluso de las primigenias mitologías. En todas ellas el ser humano debe ascender en busca de Dios inaccesible y terrible, o la persona debe vaciar su humanidad para ascender en purificación y asimilarse a la trascendencia, o el Absoluto se vale de semidioses para que sean los intermediarios entre la condición humana incapaz de acceder a Dios y Este que no “baja” a buscar a sus criaturas. Sin embargo, por el inefable misterio de la Encarnación de Jesús, insuperablemente narrada en el Prólogo del Evangelio de san Juan, (Jn 1, 1-18) y en la Carta de san Pablo a los Filipenses 2, 5-11, la voluntad libérrima del Trascendente Absoluto ha tenido, desde la eternidad, la acción de “abajarse”, de acercarse, de encarnarse, para, como dice la oración de la Misa de Navidad: “Aquel que se dignó compartir su naturaleza divina con nuestra condición humana”.

De esta forma, Dios se hace hombre verdadero para devolver a la naturaleza humana la suprema dignidad de hijos de Dios. En la persona de Jesús, nacido de mujer, Dios entra en toda persona humana y en la historia de la humanidad. Ha sido su voluntad soberana, su estilo de relación, y su modus vivendi et operandi. De lo que se desprende que la vocación, la misión y el primer compromiso de los discípulos de Cristo es precisamente “encarnarse” en la naturaleza y en la historia humana. 

Como dice el Concilio Vaticano II en su Constitución Gaudium et spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy” son los mismos de la Iglesia. “Nada humano le es ajeno” (G.S.1).

Por tanto, nada de lo que ocurrió, transcurre y ocurrirá en Cuba y en el mundo, puede ser ajeno para los cristianos, ningún ambiente, ni acontecimiento, ni transformación o novedad puede, ni debe, escapar al compromiso de los laicos según los carismas, el estado y la vocación de cada cual. La primera moción de esta mística es el seguimiento del proceso de encarnación-inculturación que vivió Jesús. Sin este primer dinamismo la “fuga mundi” y la fuga de Cuba, tanto el escapar de la Isla, como alienarse de trabajar por ella, apoyo efectivo, afectivo y orante, en la Diáspora, sin esta mística de encarnación-inculturación y compromiso eficaz, la fuga seguirá siendo imparable hasta que cese el totalitarismo que la provoca y la falta de espiritualidad y resiliencia para vivir inmersos y activos en ese ambiente asfixiante, “signo de cansancio y vejez”-como lo describía el beato Pablo VI. 

El Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) y su complemento en la Diáspora, el CRECED, escogieron como una de las tres Exigencias Prioritarias en sus respectivas comunidades o pulmones: ser una Iglesia encarnada (cf. ENEC, 1123-1125). De este modo la Iglesia en Cuba, toda ella, en la Isla y en la Diáspora, fue fiel a esta primera dimensión del anuncio liberador de Jesucristo.

La historia humana, pasado, presente y futuro, debe y puede ser transida del Espíritu de Cristo a través de la reflexión para aprender las lecciones del pasado, la acción transformadora del presente y el pensamiento, la visión y las propuestas para el futuro de Cuba y del mundo. El reto se puede traducir a este cuestionamiento:

¿El pasado de nuestra historia patria ha sido estudiado y asumido, con sus luces y sus sombras, para sacar de él las lecciones de la historia que pueden ayudarnos a vivir el presente y prever las potencialidades y peligros para el porvenir de Cuba? 

b. Presente y Redención: dinámica pascual del tránsito, el servicio y liberación

Un segundo dinamismo de esa mística cristiana es vivir un sereno y permanente proceso de tránsito de la cruz a la resurrección en nuestras vidas y proyectos. La aplicación de la DSI en los momentos actuales de la vida de cada cubano y de la Nación entera, con sus dos pulmones, tiene su paradigma y su vía en el misterio de la cruz y la resurrección de su Maestro. Nuestro presente no podría ser entendido, sentido, vivido, aguantado y transformado sin la fuerza de aquel que supo convertir su debilidad humana en ofrenda divina, convertir su corazón traspasado en fuente de liberación de todo mal, y que supo convertir sus manos crucificadas, clavadas y atadas al madero de la cotidianidad en servicio sanador que lava los pies, lo pedestre de nuestra existencia inmersa en lo que Pablo llama “el combate de la fe”, el “he corrido hasta la meta”. 

Al escenario pascual cubano del presente no le falta ninguno de los protagonistas de la pasión de Cristo: apóstoles que se duermen, discípulos que lo niegan, uno de los doce que lo traiciona, los Pilato que se lavan las manos porque la Iglesia no debe meterse en política, las mujeres que lloran sin saber por qué deben llorar, las verónicas que tratan de enjugar el rostro maltrecho de los que son llevados al Calvario, los soldados que ejecutan sin comprender su responsabilidad, la pequeña comunidad del resto fiel de los creyentes, los defraudados y escépticos de Emaús, y muchos más.

En este camino cubano que desafía todos los días a nuestra esperanza, debemos aprender a vivir en un espíritu de resiliencia, nombre moderno del misterio pascual: reaccionar como un resorte sobre la cruz de cada día para elevar cada vez más alta nuestra dignidad, nuestra existencia “de condiciones menos humanas a condiciones más humanas” como decía el Papa Pablo VI en la Populorum Progressio. En este camino valdría detenernos por unos momentos para revisar si, en nuestro compromiso cristiano estamos acercándonos a vivir según lo que pedimos en una Oración Colecta: “rechazar lo que es indigno de ese nombre y vivir lo que en él se significa.” Para esta revisión de vida personal y comunitaria podría servirnos esta interrogante: 

¿El presente de Cuba, en la Isla y en la Diáspora, está siendo estudiado, asumido y servido para redimir sus sombras, liberar sus fuerzas positivas, aprender a vivir con resiliencia y así facilitar el tránsito pascual: muerte-vida nueva en todos los ambientes para ser “protagonistas de la vida personal y nacional” como nos invitó tres veces san Juan Pablo II en su inolvidable y vigente visita a Cuba, cuyo 20 aniversario estamos celebrando?

c. Futuro y Renovación: dinámica de la fecundación y el profetismo de “los cielos nuevos y la tierra nueva”

La acción liberadora de Dios en la historia de Cuba, en su presente y porvenir, alcanza su plenitud en la tercera dinámica con la que Jesús inauguró la labor evangelizadora de su Iglesia que se pudiera resumir en esa entrañable plegaria de los fieles cristianos al Espíritu de Cristo resucitado, al Espíritu del Amor Fecundo y Fecundante, cuando clamamos con toda nuestra alma: ¡Señor, envía tu Espíritu! ¡Que renueve la faz de la tierra! ¡De esta tierra cubana!

En efecto, la vivencia de la DSI no se reduce a una mirada al pasado, ni se limita a un análisis de la realidad presente. Si en verdad la historia es maestro de vida, solo lo puede ser para actuar el presente y prever el porvenir. Y si es verdad que el presente es el aquí y ahora de nuestras vidas, lo único que tenemos a mano, la oportunidad única que nos da Dios para “pasar haciendo el bien”, este presente no tendría dirección ni sentido si no lo vivimos oteando el horizonte, construyendo “el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se nos dará por añadidura”.

El cristiano comparte con el resto de la humanidad la búsqueda insaciable de sentido de la que nos habla Viktor Frankl y san Agustín: “Señor has hecho nuestro corazón para ti y está inquieto y turbado hasta que no descanse en ti”. Pero esa búsqueda no es el laberinto sin sentido del nihilismo, ni la angustia existencial que desemboca en la náusea de vivir. Se trata de una vivificante dinámica de fecundación y de profetismo de “los cielos nuevos y la tierra nueva”.

Un cristiano sin visión de futuro no es cristiano. Un servicio evangelizador sin propuestas de futuro no es cristiano. Un estudio de la DSI sin “mapeos” de futuro ni mirada holística que trace las rutas náuticas plurales para la navegación hacia “los cielos nuevos y la tierra nueva” no sirve para nada. Así de contundente, porque vivir el presente sin proyectos y sin rutas alternativas es simplemente un “sin vivir”. Luchar pacíficamente por los cambios en Cuba y en el mundo sin visión de futuro y estrategias flexibles y renovables de porvenir es dar palos al agua. 

Por supuesto que no se trata de un materialismo histórico que obliga a un trazado confrontativo, utópico y excluyente, ni otros tipos de determinismos o voluntarismos totalitarios que “sueñan” con las utopías cerradas y globales, con construir “una torre que asalte al cielo” para terminar como en Babel. La DSI precisamente es un instrumento para la ideación verdaderamente dialéctica cristiana, para una dialógica entre las rutas éticas y los errores de toda obra humana, para la dinámica entre la visión y el pragmatismo. Se trata de crear comunidad de profetas y servidores, se trata de crear escuelas de pensamiento que fecunden las “semillas del Verbo” esparcidas por el viento en todos los ambientes humanos, se trata, en fin, de estar expectante para discernir con esa llama que se posa sobre nuestras cabezas en el cenáculo de la Patria y de la Iglesia, para que podamos “entendernos entre todos” aún cuando “cada cual hable en su propia lengua” política, económica, cultural o religiosa”. Se trata de transitar de Babel a Pentecostés, del presente de Cuba al futuro plural en que “quepamos todos” y de hacerlo caminando a tientas en la Isla y en la Diáspora, “como si viéramos al Invisible”.

Esta es la mística y el sentido con los que el Centro de Estudios Convivencia (CEC) (www.centroconvivencia.org) está realizando este Itinerario de Pensamiento y Propuestas para Cuba y el porqué quiere hacer este camino “con sus dos pulmones”, Isla y Diáspora, sin los cuales la Nación cubana renquearía sin aliento hacia el porvenir. Creo que el “asma” nacional que ha provocado la hiperventilación de estas últimas décadas se debe al propósito del totalitarismo de dividirnos, de separarnos, de dejarnos con un solo pulmón, aquí o allá, para asfixiar las más altas aspiraciones de la Nación cubana y también depende de cada uno de nosotros que no acabamos de tomar conciencia de que Cuba sin los dos pulmones y sin compartir, en comunión activa, esta mística, no podrá avanzar hacia un futuro democrático, próspero y feliz. 

Si cada iniciativa de la Isla provoca un alud de “eso es por gusto”, “aquello va a durar mil años”, “eso es hacerle el juego al gobierno” y si por allá, está el gobierno descalificando todo apoyo e iniciativa de la Diáspora, calificándola de “imperialista”, “mercenaria”, y otros epítetos, entonces vendrá el sofoco, el “asma” de la hiperventilación personal y mediática. En sociedades democráticas cada cual puede decir lo que quiera, el asunto es si vamos a decidir nuestras opciones a merced de cada bocanada, venga de de donde venga. Quizá lo mejor sería, hacer una opción personal y comunitaria en sintonía con la DSI, respetar las demás y aprender la convivencia pacífica sin violencia verbal, gestual o de otros tipos. Otro paso podría ser no solo respetar sino trabajar juntos en lo que se pueda y consensuar pensamiento y propuestas coherentes entre ambas orillas y salidas del mismo Evangelio. En este sentido quizá ayude hacernos esta pregunta sosegadamente:

¿El futuro de Cuba, con los respectivos roles de sus dos pulmones, está siendo estudiado, asumido y proyectado responsablemente, con pensamiento y propuestas consensuadas a la luz de la DSI o la inmediatez no nos deja tiempo ni sosiego para esta misión insoslayable y trascendente de “pensar Cuba”: los procesos de fecundación de “las semillas del Verbo” que perviven en cada cubano para crear o mejorar las “res novae” y la visión de cómo daremos a luz a “los cielos nuevos y la tierra nueva” que Cuba merece?

Hagamos un resumen de las primeras tres estaciones en el ascenso hacia esa “gracia de estado” que Dios regala pero que también es tarea que construye el compromiso cristiano en el mundo, según el Evangelio de Cristo:

 1. La primera estación es el reconocimiento de la primacía de la persona humana y su desarrollo humano integral, fundamento, principio y fin de todas las demás. 

2. La segunda estación es crear y preservar un hábitat dialógico para que la primacía de la persona y su crecimiento personal no se reduzca a un individualismo asfixiante, ni a nacionalismos  

amurallados, ni a dialécticas de lucha de clases que dividen y crispan a naciones enteras desintegrando en la violencia el tejido de la sociedad civil y desmantelando y deslegitimando las estructuras de las instituciones democráticas. 

3. La tercera estación es como el oxígeno, el soplo y la atmósfera para que la persona y el hábitat dialógico sean viables, estables y perseverantes: se trata de un perfil de espiritualidad, aún más, de una mística para que toda persona y toda sociedad “tengan vida y la tengan en abundancia”.

(Continuará)

Referencias

1Valdés Hernández Dagoberto. Estos diez puntos fueron presentados por primera vez por el autor en la Conferencia Internacional Veritatis splendor. Aula Magna. Universidad Jaguelónica. Polonia. 15 de septiembre de 2017.

2Génesis 1, 26.

3Concilio Vaticano II.

4Catecismo de la Iglesia Católica, 357.

5Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 114.

6I Cor. 6,19.

7Génesis 4,9.

8Benedicto XVI, Discurso en la ONU, publicado en revista Convivencia No. 3 (www.centroconvivencia.org).

9Génesis 19,32.

10San Juan Pablo II. Encíclica Veritatis splendor, 6 de agosto de 1993.

11Salmo 85,10.

12San Juan Pablo II.

13Benedicto XVI. Homilías en su viaje apostólico a Cuba. Homilía en la Misa en la Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba. 26 de marzo de 2012.

14San Juan Pablo II. Encíclica Dives in misericordia. 30 noviembre de 1980.

15San Juan Pablo II. 20 de mayo de 1982.

16I Pedro 3,15.

17José Martí. Ismaelillo. Obras Completas. Vol. 16, p. 18.

 


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

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