La cultura del peloteo

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

La sociedad cubana sufre una serie de deformaciones que, como la inmunidad que desarrolla el organismo ante cualquier enfermedad, tienen un componente innato y otro adaptativo. De un lado están los problemas que, naturalmente, presenta cualquier sociedad debido al propio desarrollo de sus miembros y las dinámicas ciudadanas. Por otro, desgraciadamente, aparecen problemas como consecuencia de otros males sostenidos como la ausencia de una sólida formación en valores y virtudes, la escasa participación ciudadana, el desconocimiento y desinterés por aprender y ejercitar los deberes y derechos connaturales. Lo que los cubanos llamamos como “la cultura del peloteo” es una de esas alteraciones del normal desarrollo social.

En nuestra cultura isleña, repleta de eufemismos y nuevas acepciones a términos convencionales, “peloteo” no es solo la acción de intercambiar la pelota, literalmente. Este término también es usado cuando, estableciendo un símil con la pelota, un asunto determinado pasa una y otra vez de “mano en mano”, que en este caso podría ser de buró en buró, de oficina en oficina, de una instancia a otra. En el mejor de los casos, en algún momento la cuestión se resuelve, pero al cabo de un tiempo y con abundantes sinsabores durante el proceso.

Es válido aclarar que no sucede en todos los casos ni en todos los asuntos de la vida pública; aunque con una alta frecuencia es un mal que se cuela tanto en los oficios privados como en los servicios públicos. En conclusión, se traduce en ineficiencia y una alta dosis de molestias durante el desarrollo de los procesos.

Algunas de las manifestaciones de esta “cultura del peloteo” son la informalidad y el burocratismo.

La informalidad: ser una persona informal significa no guardar las formas y reglas establecidas. En el lenguaje cotidiano de cada cubano cuando accede a las instituciones se traduce en cambio en los horarios de servicios, incumplimiento de los plazos establecidos para recepción y entrega, ausencia a reuniones convocadas o impuntualidad en las citas previas. El sector privado, mimetizando estos rasgos que son más característicos del sector estatal, tiende en muchos casos a replicar estos comportamientos.

Esta deformación está estrechamente vinculada con la responsabilidad. Se trata en todos los casos de cumplir con nuestra propia palabra empeñada. La responsabilidad que se adquiere ante algo y ante alguien debería ser sagrada. Así preservamos el clima de la convivencia y, en el caso de los oficios, reporta confianza en el cliente, conformidad con el trabajo realizado y la posibilidad de recomendar a otros un servicio, dada la calidad y la formalidad del trabajo.

La informalidad, en términos macro, puede afectar parámetros como el crecimiento de la economía y la productividad de los trabajadores; pero a escala personal actúa negativamente en el bienestar individual, familiar y social.

La búsqueda de soluciones a grandes problemas no siempre consiste en grandes intervenciones. Siempre, y en primer lugar, parten de una actitud a escala personal para llegar a extender esa actitud al colectivo implicado y a la sociedad donde nos desarrollamos.

Un camino hacia la “formalización”:

  1. Lo primero sería asumir responsablemente el trabajo que desarrollamos.
  2. Valorar que el tiempo es una variable de suma importancia para la persona humana en la sociedad contemporánea, por lo que se debe optimizar en cada tarea.
  3. Respetar los ritmos, cronogramas y agendas personales y las de los demás para garantizar la eficiencia y la armonía.
  4. Establecer plazos que podamos cumplir y priorizar aquellas actividades que dependen de nosotros pero que afectan a otras personas.
  5. En el plano institucional: reconocer los problemas estructurales de fondo que afecten el ciclo normal de un proceso; convertirse en sujetos activos en la toma de decisiones y detallar los pasos, con tiempos que se sepan óptimos para el cumplimiento, a la hora de asumir un compromiso o establecer un convenio.

El burocratismo es un fenómeno con el que los ciudadanos también tropezamos a diario en Cuba. Constituye un concepto complejo dadas sus acepciones: por un lado, se refiere al aumento de reglas, trámites o “papeleo” que hacen más tensas las relaciones entre el ciudadano y las instituciones, y por otro, significa una excesiva intervención de los órganos de la administración y de los empleados públicos en la gestión del Estado.

En cualquier caso, el efecto que produce es el retraso en la solución de los problemas.

En sus dos acepciones se ponen de manifiesto características que generan malestar, descontento social y, en disímiles ocasiones desconfianza en las instituciones ciudadanas que están para servir y no para bloquear la iniciativa privada y el desarrollo humano integral.

Entre estos rasgos que incomodan y dificultan la vida están: la falta de creatividad que hace que los procesos sean monótonos y carentes de inventiva; la ausencia de pluralidad de opciones de solución o alternativas; el mecanicismo en la ejecución sin valorar la especificidad de cada caso o la flexibilidad necesaria acorde a la multiplicidad de factores que están implicados en cada problemática; y los flagelos que conducen al fenómeno por el camino hacia otros males como la corrupción, la impunidad y la indolencia.

En el camino hacia la “desburocratización” deberíamos:

  1. Definir, claramente, el origen de los procesos para que no se confundan las posibles soluciones y resultados.
  2. Evitar el papeleo que no produce resultados y aumentar las acciones concretas que conlleven al fin del problema.
  3. Disminuir el número de reuniones para debatir, analizar, opinar, cuando estas acciones no se traducen en productividad, eficiencia y propuestas concretas.
  4. Fortalecer el trabajo en equipo y descentralizar la figura del líder omnipotente, incuestionable e intangible.
  5. Aumentar la flexibilidad y adaptación por parte de las organizaciones e instituciones a la hora de llevar a cabo análisis de casos, estrategias de intervención y políticas públicas.

Estos dos males que hemos analizado tributan a la “cultura del peloteo” y contaminan el comportamiento social. Los cubanos, tanto en el sector estatal como en el privado, debemos tratar la sintomatología de esta deformación con algunas de las herramientas mencionadas. Eliminemos los procesos innecesarios, no nos acostumbremos a los excesos de jerarquía ni de mecanismos de control. Con responsabilidad y decencia, seamos más resolutivos y menos informales. Más eficientes y menos burócratas.

 


Yoandy Izquierdo Toledo

  • Licenciado en Microbiología Universidad de La Habana.
  • Máster en Bioética Universidad Católica de Valencia.
  • Máster en Ciencias Sociales Universidad Francisco de Vitoria.
  • Consejo Directivo Centro de Estudios Convivencia.
Scroll al inicio