LA COLA

Foto tomada de Internet

En Cuba, una línea de personas en espera de adquirir cualquier cosa es, por antonomasia, una cola. Nadie, cuando se habla de “cola”, piensa en la del gato o en un pegamento. Es imposible encontrar a un ciudadano de a pie que no haya formado parte, muchas veces, de una cola. Ha sido así, por lo menos, desde los primeros sesentas hasta nuestros días.

Es, la cola, una especie de taenia que, con la cabeza en la década prodigiosa, se ha reproducido vital e incesantemente, en todas direcciones, hasta formar parte de las instituciones del país. Lo de “institución” puede alarmar a los sociólogos, pero le ruego que noten que es una estructura social añeja, que se replica con una dinámica autosostenida y que parece no tener para cuando acabar. La cola es necesidad, medio de organización y elemento esencial en los procesos distributivos de bienes y servicios. Es casi una costumbre además de una desgracia. Se discute si es una desgracia genética o adquirida, pero mi potencial teórico no da para tanta especulación.

Tenía la intención de hablar de la familia de colas existentes en Cuba, pero dejaría de ser breve y hoy ese pecado no encuentra perdón en las redes digitales. Me limitaré, por tanto, a la cola de la panadería y dentro de ella al sub tipo cola de “los impedidos”, entendiendo por estos a personas con deficiencias físico-motoras con licencia tácita para llegar y comprar primero que los que llegaron primero. Esto no es nuevo. En Cuba siempre se practicó la cortesía generosa con los ancianos, enfermos, mujeres y niños. Lo nuevo es que ahora se ha mandatado, canonizado y organizado como una tarea. No sé si esto quiere decir que se ha burocratizado. Me siento confundido.

Examinemos una muestra de la casuística correlativa.

Caso 1: El mudo

Hacía 40 minutos que esperaba para llegar al mostrador y comprar. Sentí a alguien intranquilo a mi espalda. Luego un largo brazo portador de un carné sobre mi cabeza. Se trataba de un hombre de alrededor de 30 años, muy parecido a un remero de alto rendimiento deportivo, todo un atleta. Me percaté de que hacía valer su derecho a comprar antes que yo. Le cedí mi lugar y recordé haberlo visto antes. Si, lo veía a cada rato paleando concreto en una construcción cercana. Transportaba arena y bloques en una carretilla. Joven fuerte y trabajador. Mudo con carné de limitado físico-motor, es decir, reconocido oficialmente como alguien que no debe y no puede hacer colas.

Caso 2: La corredora de fondo

Estaba siendo atendido por el dependiente cuando irrumpió en el local una mujer jadeante, como si hubiera bateado un home room dentro del terreno. “ay, vengo corriendo. Se me quedó el bastón sobre el mostrador” – dijo. El dependiente le respondió: “También dejaste un pomo de miel. Te guardé ambas cosas”. Ay, gracias, gracias.

Cuando la mujer se retiró, el dependiente me explicó con rostro pícaro que la misma, cuando entró la primera vez, lo hizo jorobada y echada sobre el bastón. Compró antes que todos los que esperábamos y con la alegría del triunfo olvidó el bastón que acababa de recuperar … a la carrera.

Caso 3: El albañil

“Abran paso, ahí viene el ciego”. Todo el mundo se echa a un lado y el pobre ciego, golpeando con firmeza el piso llaga al mostrador, compra y se va… con un paso un poco más rápido que cuando venía. Luego, otro día, un día cualquiera, puede vérsele en su techo o en el del vecino cogiendo goteras o remendando espacios. Ágil. Preciso. Rápido. Y de vez en cuando se da un trago de oloroso aguardiente. A veces toma warfarina casera. Hombre serio. Respetado en el barrio. Impedido físico-motor. No debe y no puede hacer colas.

Caso N: Los “inventistas”

Existe el falso inválido y el que le empuja la silla de ruedas. Compran ambos y le compran a los vecinos de ellos.

Traen niños pequeños. Se hacen pasar por embarazadas. Tienen un lunar en el brazo. Cojean. Les dio uno, dos o tres infartos. Padecen de ansiedad. Etc. etc.

Se agotaron los bastones en las tiendas. Se agotaron también las caretas. Suerte que no hay carnaval. La intención humanitaria y bondadosa de favorecer a los necesitados de ayuda en las colas, ha creado la posibilidad para que desde el fondo del pozo de las miserias humanas, surja una manada de farsantes e hipócritas que desorganizan la justicia y deslucen la generosidad.

Una vez leí que “muchas veces los defectos son continuación de virtudes”. Y también leí que “todo sistema fracasa por la exageración del principio en que se funda”.

 


  • José Antonio Quintana de la Cruz (Pinar del Río, 1944).
  • Economista jubilado.
  • Médico Veterinario.
  • Reside en Pinar del Río.
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