La acogida a todos

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

Quisiera compartir en el espacio de  mi columna semanal el texto que preparé para la Novena en honor  a la Virgen de la Caridad del Cobre:

Hemos llegado al último día de la Novena en honor a la Virgen de la Caridad. Hemos transitado un camino de preparación para la Solemnidad de la Patrona de Cuba y también patrona de este Templo Centenario. Bajo el lema ¡100 años que María tiene su casa en Pinar! y no por azar, comenzamos esta jornada de celebración allá por mayo, el mes de las madres, el mes de la Virgen. Durante estos nueve días, tanto sacerdotes, diáconos, como los laicos que han animado la Novena hemos reflexionado sobre la permanencia, la fidelidad y el crecimiento en las pruebas; sobre la disponibilidad, la fortaleza en la fe y la alegría en la misión. Estos últimos tres días, que han correspondido a la Pastoral Familiar, han estado dedicados al valor de la familia, la importancia del encuentro y, hoy, a la acogida de todos.

La acogida es un valor que evoca la apertura a un “nosotros”. Evoca realidades próximas como la responsabilidad, la compasión, la solidaridad.

La acogida hace que el extraño deje de ser extraño y el que acoge haga suya la rica extrañeza de la vida y la considere como oportunidad de aprendizaje. Entre el otro extraño y el huésped nace una relación desde la humildad y la oportunidad de complementarse en cuanto a carismas y saberes.

En la fundamentación cristiana, la acogida ha sido, a través de la tradición bíblica, una ley, una práctica, ejercida de múltiples maneras, una tradición viva, un valor moral, como horizonte que da sentido a la vida de muchas personas. La tradición cristiana arrastra a muchas personas que atendían y atienden a otros “en el nombre del Señor”, y convencidos de que así “atienden al mismo Señor”. La afirmación de la presencia del Señor en el otro es una potente fuente de espiritualidad. Una espiritualidad, obviamente encarnada, que a veces está bastante alejada de las interpretaciones que la persona humana le da para acomodar la práctica en extremo pietista, al punto de alejarnos de la realidad, alienarnos, evadirnos y vivir en el intimismo con Jesús sin preocuparnos por el prójimo.

La escucha es el fundamento de la acogida. No es un mero accidente o algo irrelevante, o una de las tantas capacidades de las que Dios nos dotó, sino la condición humana que nos posibilita comprender al otro. Escuchar es, más que una técnica, una virtud ética, un hábito que, al cultivarlo, desarrolla a la persona y transforma el entorno. Así, ser escuchado es sentir una entrañable acogida.

Es la escucha la herramienta fundamental de la relación de ayuda, la que nos permite acoger las situaciones específicas que piden ser acompañadas sanamente. La acogida de estas y otras situaciones complejas, alivia el sufrimiento, aligera la carga y sana los corazones.

Cuando llegamos a un lugar nuevo, o cuando tenemos un momento especial en la propia vida, es hermoso sentir cómo otros nos acogen, nos apoyan, nos permiten sentirnos como en casa. Eso será parte de la “catequesis de la acogida” a la que estamos llamados más ahora que seremos referencia para tantos que acudirán a este santuario diocesano de la Virgen de la Caridad.

Es cierto que no resulta fácil ser acogido o acoger cuando existen diferencias importantes en los modos de pensar o de vivir, o incluso prejuicios que obstaculizan una convivencia serena. Pero si el corazón se abre al otro, si descubrimos en él a un hermano que comparte la misma naturaleza humana y existe gracias al mismo Amor de Dios, entonces la acogida empieza a resultar posible.

Me gustaría comentar, al final de esta Novena, y como acicate para esa, insisto, catequesis de la acogida a la que debemos ser llamados, algunas actitudes que se nos van colando en nuestras comunidades y que nada tienen que ver con la mujer sencilla de Nazaret, la bendita madre de la sagrada familia:

La iglesia siempre ha sido lugar de acogida, oración y amparo. Seamos, por tanto, el rostro alegre de la acogida y el servicio, no los primeros bloqueadores, ni los menos facilitadores, porque será imposible ver en nosotros el rostro de Jesús y de María, la alegría de la misión, el valor de la fraternidad, la invitación a vivir bajo un estilo de vida donde no pensemos, a priori, que el otro me quiere hacer daño, que el hombre es un lobo para el hombre. “Aceptaos los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para gloria de Dios” (Romanos 14,1).

Salgamos de misión como María, al encuentro de su prima Isabel, y no nos quedemos encorsetados en nuestro banco, solo como católicos de Misa dominical, incapaces de mover el bolso de encima del banco para que otro se siente, o imposibilitados de extender el saludo cordial a hermanos en la fe. Eso también es entrar en amor íntimo con Dios, pietistas en extremo sin mirar al de al lado, sin tener en cuenta la dimensión ágape del amor, para la que también Dios nos ha creado. Abrirnos desde el amor hace que encontremos tiempo y energías para que el otro sienta cómo su existencia resulta bella, cómo su historia entra en contacto con la nuestra, cómo construimos una fraternidad respetuosa y fecunda.“El que los recibe a ustedes, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Mateo 10,41).

Quienes acogen al sacerdote, a los religiosos, a las religiosas y son incapaces de extenderle la mano al hermano necesitado o al que “me cae mal” porque no piensa como yo, me hizo esto o aquello, y es incapaz de perdonar, no guarda, precisamente, aquellas cosas que María guardaba en su corazón. Olvida a Jesús que nos dice al oído: “Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley de Dios” (Santiago 4,11).

Aprendamos, también, a acoger en silencio, sin pregonar lo que se hace, sin protagonismos que agoten o reduzcan la virtud. “Que no sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda” (Mateo 6,3).

En la iglesia no hay tiempos, cabe igualmente el fundador, que el que ha recibido recientemente los sacramentos de iniciación cristiana, que el que está en el catecumenado de adultos.

No entendemos como acogida lo que nos permite mantenernos en nuestras zonas de confort: el que me cae bien, el que mañana me puede resolver, el que no me hace sombra, el que no me perjudica porque es políticamente correcto. Eso no es acogida, es acomodo y doble moral.

Si somos capaces de introducir todos estos sesgos en nuestro espíritu de acogida, entonces nos vamos convirtiendo en Savonarolas de estos tiempos, a semejanza de aquel predicador italiano, fundamentalista religioso, que murió en la hoguera en el siglo XV, condenado por herejía y por haber provocado la división proveniente de su fanatismo. Nosotros, los cubanos católicos, tenemos la dicha de tener el antídoto que nos viene del Evangelio de Jesucristo y de la aplicación del Evangelio en nuestros pilares fundacionales de la nacionalidad y nación cubanas, como lo fue el Venerable Padre Félix Varela.

Supo Varela que el eje de la esencia humana, tanto en lo individual como en lo colectivo, estaba constituido por los valores éticos y que, por ello, las crisis históricas tienen siempre sus causas en quiebras morales. Lo estamos viviendo y sufriendo en nuestras familias, lo estamos viviendo y sufriendo en nuestras comunidades de base, lo estamos viviendo y sufriendo en nuestra Cuba, desmigajada y acogida en diversos lugares del orbe. Varela quiso prevenir a su pueblo de los fallos que lo podían amenazar, que podían frustrar las esperanzas de libertad. Si somos capaces de entender esa modalidad de la acogida, allende los mares, tanto más debemos ser capaces de entender la acogida en el lugar donde somos protagonistas.

La belleza de la acogida surge, por lo tanto, desde un modo de pensar y de vivir que nos recuerda esa verdad tan maravillosa que nos comunicó Cristo: tenemos un Padre común en los cielos. Desde esa verdad, y con la ayuda de la gracia, podemos vivir ya en la tierra como hermanos que caminan juntos hacia el encuentro eterno con Dios que es, necesitamos recordarlo siempre, Amor.

El Papa Francisco en la encíclica “Fratelli tutti”, de 2020, nos dice:

“El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: Todos ustedes son hermanos (Mt 23,8) (Fratelli tutti, No. 95).

Finalmente, la acogida, para nosotros, hermanos en la fe, debe ser entendida como:

  1. Un valor humano y cristiano que respeta la dignidad de todos los seres humanos, sin discriminaciones.
  2. Una pastoral que forma parte de la vida de los discípulos de Cristo, de la Iglesia, de sus tareas y misión.
  3. Un signo de catolicidad porque el sentido de universalidad marca, por definición, a la Iglesia Católica, no sólo en el sentido de su extensión territorial o de la multiplicidad étnica y cultural de sus miembros o de su vocación misionera, sino también de su apertura universal.

Ahora, más que nunca, en la víspera de la declaración de Santuario Diocesano de la Virgen de la Caridad, en la más occidental de las provincias cubanas, entendamos la acogida como don, misión y tarea de todos.

Me gustaría terminar, hablando hoy de acogida, que es también inclusión y pluralismo, con una plegaria en décimas de la poeta santiaguera Pura del Prado. Ella sufrió el silencio y la falta de acogida por muchos años, hasta que la Editorial Letras Cubanas, en 2009, rescató parte de su poesía. Cumpliendo su voluntad expresa, sus restos mortales fueron traídos a su Santiago de Cuba y recibieron sepultura en el Cementerio de Santa Ifigenia, en el Panteón del Arzobispado de Santiago de Cuba. Esto es, también un ejemplo de la acogida de la Iglesia a sus hijos dispersos por el mundo, piensen como piensen.

La plegaria, actualísima, dice:

Virgen del Cobre, cubana

que llegaste sobre el mar

a sostener y amparar

nuestra isla soberana.

Marinera, capitana

sublime de nuestro anhelo

que como un barco de duelo

hoy boga por la aflicción,

dirige la redención

timoneando desde el cielo.

 

No importa si allá a tu imagen

la han vestido de uniforme

pues no hay nada que deforme

tu realeza aunque la ultrajen.

No importa que ahora viajen

los tres Juanes al destierro

si alrededor de aquel cerro

de la Cruz que te acompaña

un pueblo entero en campaña

tiene sustancia de hierro.

 

Madre de amor, madre ardida

de perdón y caridad,

envía tu claridad

a los que la luz olvidan.

Restáñanos esta herida

que el odio nos ha sajado,

hoy sangra nuestro costado

como aquel del crucifijo,

tu pueblo, como Tu Hijo,

grita que está abandonado.

 

Ya sabes lo que nos hiere,

ya sabes del paredón,

conoces la inmolación

de la nación que te quiere.

Madre: ¡que Cuba se muere

y es urgente este mensaje!

ponte de nuevo tu traje

de reina y sal a ordenar

que vuelva a resucitar

la alegría en tu paisaje.

 

(…)

 

Que como el cobre fulgores

hace en las piedras chispear

tu gracia vaya a alumbrar

al alma más torva y dura

pues solo por tu ternura

podremos cicatrizar.

 

Oh Virgen, que el tiempo pasa

sin irte a ver al santuario

y queremos un rosario

para rezarlo en Tu casa.

Queremos ver si traspasa

la celda del prisionero

algo más que el carcelero

que lo mantiene cautivo,

milagro caritativo

que abra la jaula al jilguero.

 

Oh Madre, que yo quisiera

marchar en tu procesión

cantando, sin la oración

afligida y lastimera.

No sé qué te prometiera

porque otorgaras el don

de hacernos volver al son

de aquel himno de Perucho

no a herir, sino a amarnos mucho

flotando en tu bendición.

 

Que María, y la sagrada familia de la acogida, que también tiene morada en este Templo, sea ejemplo para vivir la alegría del Evangelio encarnado en esta tierra cubana y en nuestra comunidad parroquial.

¡Que así sea!

 

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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