INDEPENDENCIA Y RON: EL LEGADO DE EMILIO Y ELVIRA BACARDÍ

Foto tomada de Internet.

Sin raíces históricas no se puede construir el futuro de una nación, y como cuando recordamos a nuestros patriotas damos una lección de moral y dedicación a las generaciones futuras, hoy debemos honrar a la familia Bacardí quienes no solo trabajaron en la empresa del ron, sino que también lucharon por la libertad de Cuba.

Facundo Bacardí Massó (1813-1886), hijo de un albañil catalán, había nacido en Sitges, Cataluña, España, y emigró a Cuba en 1830 cuando tenía 16 años. Trabajando con sus hermanos durante diez años aprendió el negocio de comerciante y eventualmente se convirtió en importador de vinos. La santiaguera, Amalia Lucía Moreau Grandichamp (1823-1897), era nieta de cafetalero haitiano de origen francés y poseedora de sus propios bienes. Amalia conoció a Facundo en 1840, y el 5 de agosto de 1843 contrajeron matrimonio en la catedral de Santiago de Cuba. Fue hace 160 años cuando Don Facundo y su esposa se embarcaron en la misión de no solo formar una familia, sino también de establecer una destilería de ron que, para orgullo de todos los cubanos, se convertiría en el mejor ron del mundo.

Además de refrescos como limonada, naranjada, agualoja, sambumbia y otras bebidas, a comienzos del siglo XIX los cubanos gustaban también de tomar chocolate que se consumía espeso o batido con leche. Este rivalizaba con el café que se utilizaba para curar los dolores de cabeza o mejorar una borrachera, y más tarde se convirtió en costumbre desayunar leche con café caliente. El campesino bebía el café que se colaba utilizando el pilón y lo tomaba en una jícara de güira, artículo heredado de los indocubanos. José Quintín Suzarte apuntaba que “ya fuese en el pobre bohío, ya en la casa de embarrado y palma, o fuera en una vivienda más confortable, toda familia tenía constantemente a fuego una olla llena de café que era a la vez alimento y refresco. […].   Apéese y tomará café, era la frase sacramental del guajiro”.[1]

También, en aquellas décadas los cubanos habían comenzado a preparar su propio ron, sobre todo los campesinos de las plantaciones de azúcar que lo llamaban aguardiente. Casi todos los centrales azucareros de Cuba tenían entonces su propia destilería, aunque solo fuera una pequeña estructura con techo de zinc para protegerla de la lluvia[2]. Pero no era un ron de calidad, ni tenía buen olor, siendo servido en tabernas o pulperías en las esquinas de los pueblos o en carretas de vendedores. Entre los campesinos de San Juan y Martínez en Pinar del Río, por ejemplo, era costumbre ingerir bebidas alcohólicas en las fiestas. Los vegueros tenían sus banquetes “reducidos al salvado aguardiente de caña y bolas de palanqueta[3] con galleta”, escribía Miguel Rodríguez Ferrer[4]. “Hoy, (se sirven)[5] porciones de confituras, licores, cerveza y sobre todo champagne, que es lo que cubre con profusión las mesas de sus festividades y convites” termina diciendo Rodríguez Ferrer. Todas estas costumbres irían cambiando de acuerdo con la época.

Pero volviendo al ron, en 1862 Facundo Bacardí compró junto a un socio, José León Bouteiller, un alambique[6] para trabajar aquel incipiente negocio del ron. Era una destilería destartalada propiedad de John Nunes, situada en la calle Matadero. Tenía una caldera de cobre de tres pies de alto por 3 de largo, y encima una chimenea de bronce con una tubería para el enfriamiento. Facundo no sabía nada de fermentación ni de destilerías, pero tuvo fe y puso toda su confianza e interés en aquella obra. Registraron la empresa con el nombre de Bacardí, Bouteiller y Compañía, y poco a poco el negocio fue prosperando. También lo empezaron a vender comercialmente y así llegó a La Habana en 1868. El comerciante catalán parecía que por fin había encontrado el camino al éxito en Cuba.[7]

Tiempo después Bouteillier vendió sus acciones en la empresa debido a su avanzada edad, y Facundo continuó trabajando en la producción de un ron cubano de calidad con el nombre de Bacardí & Co., y así se conocería desde entonces. Un día, estando en el almacén, Doña Amalia notó que una colonia de murciélagos anidaba en los aleros del techo de la destilería y le sugirió a su esposo que tal vez el murciélago podría convertirse en el símbolo de la empresa. Así fue como surgió el tan conocido emblema de esta famosa marca de bebidas.

Amalia y Facundo habían tenido cuatro hijos: Emilio (1844), Juan (1846), Facundo Jr. (1848) y María (1851). El matrimonio siempre les dio el ejemplo y enseñó a sus hijos los valores cívicos, morales y espirituales que con el tiempo irían pasando de generación en generación. También estaba el matrimonio interesado en que sus hijos fueran cultos. Cuenta el historiador Tom Gjelten[8] que Amalia muchas veces solía leer a los niños en francés, el idioma de su abuela, quien había llegado a Cuba desde Haití, y de esta forma también aprendían un idioma extranjero.

Pensó luego Facundo que sus hijos podrían ayudarlo en el negocio, sobre todo Emilio que tenía la inteligencia de manejar asuntos comerciales, así como el carisma para tratar con los clientes. Pero Emilio prefería ir a la escuela pues había heredado de su madre el amor por la literatura. También le gustaban la pintura, la poesía, la historia, los escritores de la época. Mientras Facundo pensaba en el futuro de la empresa, en 1852 los sorprendió un terremoto que fue inmisericorde causando innumerables daños, destruyendo edificios, incluida la catedral. Pero lo peor fue la epidemia de cólera que se extendió por la ciudad causando muchas muertes, entre ellas fallecieron dos hijos de Bacardí: Juan, y María, todavía una bebita, así como el abuelo de Amalia. Con miedo a perder a sus otros dos hijos, los Bacardí decidieron enviarlos a Sitges, en Barcelona, para que vivieran con sus abuelos un tiempo.

Cuando los hermanos Emilio y Facundo Jr. regresan a Cuba se encuentran con el problema de la esclavitud y la rebelión de los criollos pues muchos deseaban la libertad de España. La oposición a la tiranía y el deseo de libertad empezaron a calar hondo en Emilio. La rebeldía que sentía hizo que se uniera a los mambises cuando estalla la Guerra de los Diez Años en 1868, y establece una eficiente red clandestina de suministros a las fuerzas insurreccionales que operaban entre Santiago y Guantánamo. En 1876 fue apresado y condenado a cumplir prisión en las Islas Chafarinas, posesión española en África, pero al ocurrir el Pacto del Zanjón (1878) se abrieron las cárceles y Emilio regresó a Santiago.

En 1876 Emilio contrajo matrimonio con María Lay[9] y Berlucheau (1852-1884), santiaguera de ascendencia francesa. Tuvieron seis hijos: Daniel, Facundo Jr., Emilio Jr., Carmen, y María. Pero en 1885 fallece María Lay de una grave enfermedad dejando viudo a Emilio con sus seis hijos y en una profunda depresión. Al siguiente año fallece el patriarca de la familia, Facundo Bacardí, luego de haber trabajado toda una vida en los negocios, sobre todo en la producción de ron. Deja a cargo de la compañía a Emilio, su hijo mayor, y durante los próximos 17 años, entre el Zanjón y el 24 de febrero de 1895, Emilio pudo conciliar su responsabilidad de trabajo en la empresa familiar con su continuo esfuerzo por ayudar a alcanzar la independencia de Cuba. Su círculo de conspiradores lo integraban figuras de enorme prestigio patriótico, jóvenes como los Sánchez Vaillant, Eduardo Yero, los hermanos Portuondo Tamayo, los Silva Duany, y su entrañable amigo Federico Pérez Carbó.

En julio de 1887 Emilio vuelve a contraer matrimonio, esta vez con Elvira Cape Lombart (1862-1933). Natural de Ti Arriba, Alto Songo, Santiago de Cuba, Elvira era hija de Guillermo Cape Foútan, natural de Lourdes, Francia, y de la cubana de ascendencia francesa, Leocadia Concepción Lombard Premión. Elvira es una mujer culta, bilingüe en francés y español, y se casa por amor. Elvira y Emilio tienen cuatro hijas: Marina (1889), Lucía (1893), Adelaida (1894) y Amalia (1895), todas nacidas en Santiago de Cuba. En menos de 20 años, la familia Bacardí había ido creciendo por lo que nos podemos imaginar el jolgorio en la residencia Doña Elvira, una casona que Emilio había regalado a su esposa y donde todos los Bacardí vivirán los últimos años del siglo XIX.

En julio de 1890, el mayor general Antonio Maceo, recibió autorización para viajar a Santiago de Cuba, su ciudad natal, donde fue recibido como un héroe. En una cena ofrecida a Maceo, Emilio Bacardí, en conversación de sobremesa, coincidió con el ideal de Cuba independiente y soberana, y se compromete a apoyar de nuevo a los mambises. Al día siguiente del grito de Baire, Emilio comentaba desde Santiago de Cuba en sus magníficas Crónicas de Santiago de Cuba:

«En esta ciudad hay un pánico inmenso. Se suspende un baile que debía efectuarse esta noche, fiesta que habían organizado varios jóvenes de la clase de color. Lo mismo se hace con un té que ofrecía la simpática Srta. María Caridad Broos, y otras diversiones propias del carnaval».[10]

Un día después volvía a relatar:

«Amaneció tranquilo en esta ciudad sin que se hubiera realizado el movimiento insurreccional, que se esperaba ocurriría en la Plaza de Armas durante la retreta de la noche anterior. Mucha gente abriga serios temores y prepara su equipaje para marchar fuera del país. El coronel Zibikouski, que está hoy de jefe de día, recorre desde temprano todos los cuerpos de guardia y lugares extremos de la población. Ningún síntoma alarmante se advierte…, pero en el campo ya es otra cosa. Los alcances de ‘La Bandera Española’ y de ‘La Patria’, que como de costumbre salen al mediodía, dan la noticia de haber aparecido en Matanzas dos partidas insurrectas».[11]

Emilito Bacardí Lay, el hijo mayor, se incorpora al ejército mambí. En octubre de 1895 participa en las filas de la Columna Invasora de Antonio Maceo y se inicia la épica jornada que llevó la guerra hasta Mantua en el extremo Occidental de Cuba. Emilio Bacardí Jr. peleó en otras batallas y terminó la guerra con grado de coronel del Ejército Libertador.

Elvira, la patriota

Cuando estalla la guerra, y cumpliendo con su promesa a Maceo, Emilio reanuda su peligrosa misión de abastecimiento, activando las rutas de medicinas, pertrechos de guerra y correos. En ocasiones propicias utilizaba botes de remos dentro de la bahía de Santiago, aprovechando los espesos manglares y la densa vegetación en las estribaciones de las montañas. Las zonas de los antiguos cafetales franceses en el Cristo, La Maya y Cuabitas, eran también puntos de contacto con los mambises de la región. Pero tarde o temprano Emilio sería objeto de sospechas por las autoridades coloniales. Un día Salustiano Bertot, Jesús Antúnez y Emilio Bacardí, fueron detenidos y remitidos a la cárcel donde quedaron incomunicados por estar implicados en la insurrección.

Mientras tanto, el jefe principal de la policía de esta provincia se personó con varios agentes en la casa de Bacardí y llevó a cabo un minucioso registro. No encontraron nada sospechoso que los pudiera poner en peligro, todo gracias al ingenio de Elvira, que era una mujer extraordinariamente valiente y astuta, y que había ocultado en el sombrero de su niña Lalita parte de los documentos comprometedores que consistían en toda la correspondencia sostenida por su esposo con los Generales Antonio y José Maceo, Agustín Cebreco y el coronel Federico Pérez Carbó. La niña, acompañada de su criada Georgina, que también llevaba escondida la mayor parte de la documentación peligrosa, salió a pasear con la mayor naturalidad mientras los policías efectuaban las pesquisas. Pero el cuerpo del delito se lo habían llevado ya la criada y la niña. Elvira por su parte se hacía la tonta ante los policías que registraban y preguntaban.En mayo de 1896 nuevamente una unidad al mando del jefe de la policía local se presentó en la casa de Emilio, esta vez quedando este detenido y llevado a la cárcel de Santiago para luego ser enviado por segunda vez a la terrible prisión de Chafarinas, cerca de África.

La guerra estaba en su apogeo. Cuentan testigos que en las ciudades se oían los sonidos distantes de las mujeres que se quejaban y los niños que gritaban, mientras los hombres pedían la liberación y juraban venganza sobre sus torturadores.  La madre de Elvira Cape, Madame Leocadia Concepción Lombard[12], era dueña de la finca La Soledad en Ti Arriba, en Santiago. En las inmediaciones de esa finca se había producido la muerte de José Maceo entre las tres y las cuatro de la tarde del 5 de julio de 1896. Esto ha quedado verificado por su médico, Porfirio Valiente, que dio el testimonio de que cuando José Maceo muere, y para evitar su profanación, el cuerpo fue trasladado por los soldados a la finca de Madame Lombard[13] para allí darle sepultura.

Mientras Emilio permanecía preso en Chafarinas, Elvira y su hermana Herminia, estaban en Santiago y continuaban la labor y operaciones clandestinas, así como la correspondencia con los rebeldes. Las dos suministraban armas y municiones a los cubanos, y Elvira firmaba los mensajes codificados con el nombre de ‘Phociona’, la contraparte femenina del nombre en clave de ‘Phocion’[14] que Emilio había utilizado anteriormente en sus comunicaciones.[15] Es Elvira una mujer emprendedora. Su hermana Herminia relataba: “y yo, mono ve, mono hace; porque yo era como la fotografía de lo que hacía Elvira. Para mí, mi hermana mayor era una diosa, una persona de corazón grande”.[16]

El exilio de Jamaica

En 1896 las hermanas Cape logran escapar a Jamaica junto con sus respectivas familias[17] para evitar que fueran capturados y apresados por los españoles. Pocos días después, los norteamericanos comenzaron el bombardeo de Santiago. Elvira y Herminia se integran a la colonia de cubanos en Kingston y desde allí siguen ayudando a la insurrección. Por entonces residían en Jamaica: Dolores Castillo y Garzón, Juan Araujo y su esposa Alejandra Pérez, la familia de Francisco Vicente Aguilera, Dominga Maceo y María Baldomera, su hermana. También había vivido allí la madre de estas y de todos los hermanos Maceo, la gran patriota Mariana Grajales de Maceo, a quien Martí visita en 1892 y que fallecería en Kingston un año más tarde.

En Jamaica permanecen los Bacardí hasta que la guerra concluyó con el armisticio del 22 de agosto de 1898. Ese mismo día Emilio Bacardí salió de la cárcel de Chafarinas y regresó a su querido Santiago de Cuba donde su pueblo lo recibió como un héroe de la independencia. Se convirtió en el primer alcalde republicano de su ciudad natal, elegido en 1901 con el 61% de los votos, y en 1906 fue nombrado senador de la República por el conservador Partido Moderado de Domingo Méndez Capote y Tomás Estrada Palma. También se ocupó de su amada ciudad: extendió la electrificación y pavimentó gran parte del casco urbano de Santiago, por lo que oficialmente fue reconocido como «Hijo predilecto de Santiago de Cuba». Escribió varias novelas dejando inéditas Filigrana y El doctor de Beaulieu, todas de inspiración patriótica, y escribió también obras teatrales, el libro de viajes Hacia tierras viejas, y varias biografías, así como su obra más importante y valiosa que son las Crónicas de Santiago de Cuba (diez tomos, 1908).

En 1912 Emilio decidió llevar a su esposa Elvira de viaje por Europa. Visitaron Nueva York, Paris, Jerusalén y luego Egipto. Durante el viaje fueron recogiendo objetos para el Museo Bacardí de Santiago de Cuba. Entre las piezas llevaron una momia egipcia que buscaron con afán.[18]

El ron Bacardí

El negocio había seguido prosperando, y apenas 30 años después de creado un producto de calidad, regresaría la familia a Cuba después de asistir a la Feria Mundial de París, con una Medalla de Oro, y el ron Bacardí se convertiría en la marca de los Reyes de España. Se conoció entonces como: “El Rey de los Rones y el Ron de los Reyes”. La Compañía mereció otros importantes premios y medallas, y también compitió con famosas marcas de ron como: Albuerne, Álvarez Camp, Bocoy, Arechabala, Campeón, Castillo, Jiquí, Lavín, Matusalén, Obispo, San Carlos, San Lino y La Vizcaya.

Emilio Bacardí falleció el 28 de agosto de 1922, a los 78 años, en «Villa Elvira», quinta campestre próximo a Santiago de Cuba. Elvira continuaría con el legado de su esposo y con el establecimiento del Museo Bacardí en el que trabajó hasta su muerte, en 1933.  El ron Bacardí fue y continúa siendo el más preciado y conocido del mundo. Facundo Bacardí habría estado orgulloso de ver el éxito de la empresa creada por él y sus descendientes.

El pasado año 2022 se conmemoró el centenario del fallecimiento de Emilio Bacardí Moreau en Santiago de Cuba, y el 160 aniversario del natalicio de su segunda esposa, Elvira Cape Lombard. A ellos dedicamos, con orgullo y gratitud, este espacio en el que hemos evocado a esta familia santiaguera que dedicó todos sus esfuerzos al bienestar de Cuba y de los cubanos.

NOTA: Agradezco a la Sra. Lesbia Orta Varona, ex bibliotecaria de la Colección de la Herencia Cubana de la Biblioteca de la Universidad de Miami, su colaboración con algunos datos para este artículo. También al escritor y biógrafo de la familia Bacardí, Tom Gjelten, por permitirme reproducir algunas fotografías de su libro Bacardí, and the long fight for Cuba.

NOTAS

  • Bacardí Moreau, Emilio. Crónicas de Santiago de Cuba, Graf Preogam, Madrid, 1972.
  • Gjelten, Tom. Bacardí and the long fight for Cuba, Penguin Book, New York, 2008.
  • Leyva, Armando. Museo Santiago de Cuba, Tipografía Arroyo Hermanos 1922.
  • Núñez Jiménez, Antonio. El pueblo cuenta su historia, La Habana: Gente Nueva, 1980.
  • Muse, Laura Katherine. “Ron y Rebelión, ‘Phociona’ or the History of the Cape Sisters and their Fight for Nineteenth Century Cuban Independence,” International Journal of Cuban Studies, vol. 4 no. 2, Londres, 2012.
  • Rodríguez Ferrer, E. Miguel. El tabaco habanero; su historia, su cultivo, sus vicisitudes, sus más afamadas vegas en Cuba”, 1954, p.  60, en Levi Marrero, Cuba, Economía y Sociedad, Editorial Playor, Madrid, 1976, t. XI, p. 62.
  • Suzarte, José Quintín. “Los guajiros” en Salvador Bueno, Costumbristas cubanos del siglo XIX, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1885.
  • [1] José Quintín Suzarte,“Los guajiros” en Salvador Bueno, Costumbristas cubanos del siglo XIX, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1885.
  • [2] Tom Gjelten: Bacardi and the long fight for Cuba, Penguin Books, 2009, pp 17.
  • [3] Palanqueta, dulce seco hecho de maíz tostado y molido, amasado con miel.
  • [4] E Miguel Rodríguez Ferrer, El tabaco habanero; su historia, su cultivo, sus vicisitudes, sus más afamadas vegas en Cuba, 1954, p.  60 Levi Marrero t. XI, p. 62.
  • [5] Se refiere a 1940-50.
  • [6] Utensilio que sirve para destilar una sustancia volátil, compuesto fundamentalmente de un recipiente para calentar el líquido y de un conducto por el que sale la sustancia destilada.
  • [7] Ibid., p. 23.
  • [8] ibidem, p. 13.
  • [9] María Lay Berlucheau de Bacardí falleció el 13 de mayo de 1884. Emilio Bacardi Moreau, Crónicas de Santiago de Cuba, Graf Preogam, Madrid, 1972, vol. 7.
  • [10] Bacardí, Crónicas, p. 73.
  • [11] Ibídem.
  • [12] Casada con el francés, Guillaume Cape y Balleto.
  • [13] Patriota y esposa de Emilio Bacardí quien buscó asilo en Jamaica durante la guerra.
  • [14] Phocion fue un político y estratega ateniense, Creía que la extrema frugalidad era condición necesaria de la virtud y vivía de acuerdo con esta creencia.
  • [15] Bacardí. Crónicas, 20-1.
  • [16] Antonio Núñez Jiménez, El pueblo cuenta su historia, Gente Nueva, La Habana, 1980, p.198.
  • [17] Ibídem, entrevista a Herminia Cape, p. 198.
  • [18] Armando Leyva.Museo Santiago de Cuba, Tipografía Arroyo Hermanos, Santiago de Cuba, 1922, p. 176.

 


  • Teresa Fernández Soneira (La Habana, 1947).
    Investigadora e historiadora.
    Estudió en los colegios del Apostolado de La Habana (Vedado) y en Madrid, España.
  • Licenciada en humanidades por Barry University (Miami, Florida).
    Fue columnista de La Voz Católica, de la Arquidiócesis de Miami, y editora de Maris Stella, de las ex-alumnas del colegio
    Apostolado.
    Tiene publicados varios libros de temática cubana, entre ellos “Cuba: Historia de la Educación Católica 1582-1961”, y “Mujeres de la patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba” (2 vols. 2014 y 2018).
    Reside en Miami, Florida.
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