Editorial 4: Incluir, palabra de orden en Cuba hoy

La palabra de orden en Cuba hoy debe ser: incluir.
Es más, si ocurriera un naufragio de los cambios estructurales en Cuba y hubiera que salvar una sola palabra, una sola acción, un solo cambio, deberíamos subir a bordo de la nación balsera, y elevar a lo más alto de la Isla flotante esta actitud: la inclusión.
Aun más, creemos que el mejor termómetro para verificar los cambios estructurales en Cuba es la voluntad de incluir, lo que significa cambiar las leyes y decisiones para garantizar el máximo de inclusión.
Todavía más, creemos que el futuro de Cuba se decide por la capacidad real de las estructuras, de las instituciones, de las leyes y, sobre todo, de las mentalidades, de pasar de una maníaca cultura de la exclusión a una cultura de la inclusión activa.
El verdadero y más profundo cambio socioeconómico, político y cultural en Cuba es extirpar de nuestros reflejos, modelos, estilos de organizar, formas de ver la vida, de nuestras ordenanzas y reglamentos, organizaciones gubernamentales, asociaciones de la sociedad civil y de la convocatoria de la oposición política, ese instinto de conservación que se expresa en la exclusión de los diferentes.
Comprendemos que una de las causas principales de esta manía del “no es de los nuestros” ha sido el vivir en la cultura de la confrontación. En esa sistemática y omnipresente necesidad de justificar una forma totalitaria de administrar la vida de los ciudadanos y sobornar el alma de los que se dejan reclutar en la cultura de la guerra, contra todo y contra los que no piensen, no actúen, no obedezcan y no se dejen administrar por dentro y por fuera en una lucha sin cuartel dentro de la Isla-aislada y en el mundo entero.
Es vivir para defenderse. Es la existencia justificada por la lucha y no por la convivencia pacífica y solidaria. Esto solo se hace con los que se suman a la tropa. Abarca la mente, el corazón, las finanzas, la prensa, las relaciones interpersonales, el seno destripado de las familias, las entrañas de la nación dividida y por sobre todo, esta cultura-manía de la exclusión se expresa en el lenguaje. De modo que al leer o escuchar, es más fácil contestarse a la pregunta: contra quién hablan que de qué hablan.
La manía de la exclusión cunde, se pega al tuétano de las estructuras, navega por la savia de las empresas, circula por las arterias mediáticas en torrentes incontrolables, penetra imperceptiblemente pero con efectividad de cancerbero en ambientes laborales, en instituciones académicas, científicas y religiosas.
Con frecuencia, se habla primero de quiénes pueden participar y quiénes serán excluidos, y luego se habla de los objetivos, y contenido de las reuniones, proyectos u organizaciones. La causa profunda es el sectarismo y la desconfianza, sembrados durante décadas por una supuesta necesidad de defenderse aunque, con mayor frecuencia, tampoco sepamos de qué nos defendemos y por qué nos defendemos. Defensa y exclusión parecen ser sinónimos. Cuando en realidad, si tuviéramos que defendernos, la mejor manera sería incluyendo a la mayor cantidad posible en las propuestas y organizaciones, porque en la capacidad de aceptar, convocar y combinar para un fin común a la diversidad, radica la verdadera fortaleza de una obra. Luego, son más fuertes, ética y prácticamente, quienes logren mayor grado de inclusión en sus proyectos.
Ahora bien, podemos distinguir y hacer muy conscientes algunos tipos de inclusión que abundan en nuestro país:
Incluir solo a los que apoyan, es propio de las partes, de los partidos, de las fracciones o segmentos de sociedad. Entonces esa parte no puede decir que habla o representa o actúa en nombre de todos. Y debe reconocer y respetar a los demás.
Incluir a los que apoyan un proyecto en general pero pedirles incondicionalidad sin discrepancias y considerarlos traidores o infieles cuando disienten. Es una actitud propia de sectas o grupos fanáticos que exigen la totalidad del alma y de la vida. Esos grupos se enquistan, se fosilizan y llegan a causar un gran daño al cuerpo social o a sus instituciones.
Incluir solo para ejecutar y servir de instrumento o pieza en una obra sin ser tomados en cuenta para la convocatoria, la elección y planificación; sin ser considerados para la evaluación y el cambio de objetivos, estrategias y tareas del proyecto o grupo. Es una inclusión parcial y manipuladora, especialmente si se dice que es incluyente.
Las naciones y grupos de la sociedad civil del mundo entero luchan por la inclusión y contra la exclusión de todo tipo. Esa lucha es uno de los rasgos fundamentales de las ideas y acciones progresistas y socializantes. Se pudiera suponer que un país que desea un proyecto de socialismo democrático sea el más incluyente de los modelos posibles. O, por lo menos, el que más cambia en esa dirección. Entonces, ¿por qué el gobierno cubano permite y promueve en su discurso y en sus acciones la exclusión en nuestra sociedad?
Los que vivimos en Cuba, y también los que en el mundo intercomunicado de hoy, deseen superar la nostalgia de un proyecto que ya no existe, y se propongan sinceramente dejar la ceguera ideologizada y extender una mirada honesta sobre nuestra situación real y cotidiana, no necesitan investigar mucho para constatar, por lo menos, algunos de estos tipos de exclusión que enumeramos someramente:
La exclusión económica: En Cuba hoy, el Estado es el único empleador, el único que puede crear empresas propiamente dichas y el único que puede establecer y ejecutar el comercio interior y exterior. Los ciudadanos cubanos solo tienen acceso a una limitadísima lista de los llamados “trabajos por cuenta propia” que establece y elimina el Estado, cuando lo considera oportuno, sin discutir ninguna ley que lo regule. La inmensa mayoría de los cubanos estamos excluidos de la iniciativa económica, de la gestión de empresas pequeñas, medianas y grandes. Estamos excluidos de la propiedad privada hasta en las más insignificantes cosas como es no poder vender ni comprar las casas y automóviles. Aún más, levantar cabeza en lo económico de forma laboriosa, progresar y ganar dinero, desarrollar esas microempresas, es considerado un delito, es perseguido en cada cuadra, es castigado con la confiscación y la cárcel. El mercado subterráneo, la bolsa negra, la falta de comercio mayorista y el bloqueo total al acceso de los ciudadanos a las materias primas, las herramientas, los medios básicos y los inmuebles, coloca a la sociedad entera en la más absoluta exclusión, en la humillación de la ilegalidad y en la indefensión total frente al estado que como espada de Damocles, pende sobre las diminutas cabezas de los emprendedores.
Por último y no lo menos importante: los cubanos y cubanas estamos excluidos de recibir la totalidad de nuestros salarios en la moneda dura que es en la que se vende la casi totalidad de todo lo necesario para la vida. La doble moneda es una de las exclusiones económicas más aberrantes, humillantes e injustas. Es una verdadera injuria a la dignidad de los cubanos. Divide a la sociedad escandalosamente y hace depender de las remesas de sus familiares y amigos que trabajan en el extranjero a la mayoría de los que las reciben. La inclusión económica será una señal de que el gobierno cubano tiene la voluntad de cambiar de verdad. Incluso, es el cambio que, según la misma teoría de los que sostienen ideas de inspiración marxista creará las bases para los otros cambios. ¿Cómo es posible que un país con esta injusticia raigal pueda llamarse y considerarse socialista? La larga lista de la segregación económica marca con el hierro candente de la economía feudal a una sociedad que vive en el hemisferio occidental, en el Mar Caribe y en el siglo XXI y que dice además que tiene el modelo más perfecto, la intención de insertarse en las relaciones internacionales de hoy y erradicar las injusticias que subsisten en este mundo globalizado. Si esto fuera así, los ciudadanos cubanos gozaríamos de todos los derechos económicos, sociales y culturales, reconocidos en los Pactos que el Gobierno cubano ha firmado este año en las Naciones Unidas. Este es un cambio estructural que Cuba necesita y debemos emprender entre todos. Para ello: la exclusión económica debe cesar.
La exclusión política: En Cuba hoy, en su Constitución política, ley suprema de la República, existe, todavía en el siglo XXI, un artículo 5 que establece con toda claridad que: “El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista.” Además en ese mismo texto de la Constitución vigente se abre la puerta a la violencia de la lucha armada, cuando no fuera posible asegurarlo de otra forma, como un derecho constitucional para sostener este proyecto de exclusión política: “Todos los ciudadanos tienen el derecho de combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución.”(Artículo 3).
Esta misma Constitución se viola sistemáticamente en otros puntos que veremos más adelante, pero en lo referido a este podemos decir que la práctica supera con creces la más minuciosa aplicación de este precepto constitucional. Todos sabemos, y se puede comprobar a diario, que en Cuba existe el viejo concepto y modelo de la “dictadura del proletariado”, que excluye no solo a otros partidos políticos, o la formación de sindicatos libres o la actividad de asociaciones civiles, sino que excluye del acceso a puestos de trabajo, incluso no directivos, al que exprese la más mínima discrepancia propiamente política. Se puede discrepar de los detalles administrativos, siempre que se aclare que es negligencia de un funcionario local o intermedio, o incluso nacional, solo a título personal cuando cae en desgracia, pero jamás se puede expresar que es algo propio del proyecto, del sistema, del modelo económico o político. Quien lo insinúe, aún con el mayor de los respetos hacia las personas del gobierno, es expulsado fuera de su centro de estudio o de trabajo, discriminado socialmente, difamado por los órganos de difusión masiva, con un lenguaje de trinchera, un concepto de guerra y una explícita voluntad excluyente y difamatoria.
Todo el mundo sabe que en Cuba se puede tener ideas políticas distintas…pero enterradas en lo más hondo del tuétano de los huesos porque, de lo contrario, cae sobre esa persona toda la maquinaria del Estado para conseguir un solo objetivo: marcarlo y excluirlo. El que lo quiere saber… lo sabe. Eso significa, en el lenguaje de los cubanos de a pie: “no te señales, no hagas eso porque te perjudica.” Y cuando una minoría se decide a sacar fuera lo que no puede ya reprimir más dentro de sí, no hay respeto al derecho de esas minorías ni a la existencia cívica: Se declaran no-personas, se excluyen de todo acto público, se congela en un limbo político a los que los reconocen, se prohíbe en la práctica a los visitantes, encontrarlos, a riesgo de no ser recibidos por las autoridades gubernamentales y se les cataloga como gusanos y mercenarios al servicio de una nación extranjera. Todos sabemos que los verdaderos opositores y disidentes en Cuba son cubanos y cubanas que piensan diferente, tienen la honestidad de hablar como piensan y actúan pacíficamente según les dicta su conciencia y no un amo extranjero. Ningún mercenario es capaz de sacrificar vida, prestigio, familia, libertad, tan generosamente como lo hacen los verdaderos patriotas. Todos sabemos, pero especialmente los que ostentan el poder, que los auténticos disidentes aman a su patria, por lo menos, igual que los que los denigran. Y todos sabemos que ellos hacen, dicen y piensan como hacen, dicen y piensan los opositores pacíficos del mundo entero y como hicieron en Cuba los opositores pacíficos en todas las etapas de nuestra historia. ¿Cómo es posible que sean excluidos en su propio país de forma radical, a veces con violencia verbal, psicológica y hasta física, incluso, antes de que tengan una sola oportunidad de probar con sus hechos y con total transparencia la honestidad de sus vidas, la vigencia de sus propuestas, y su insobornable amor a Cuba y a la soberanía ciudadana y nacional? Hasta el propio gobierno cubano sabe que dentro y fuera de la Isla, existen auténticos patriotas con estas características y otras mejores, que disienten, proponen y trabajan para el cambio hacia una mayor democracia en Cuba. Y muchos saben que lo mejor sería abrir espacios para su participación ordenada, legal y pacífica. Crear el marco jurídico para que puedan demostrar su probidad, amor a Cuba y aportes a su progreso. Todos los que lo hemos pensado, sin aferrarnos a intereses económicos o poderes políticos, sabemos que Cuba ganaría. En primer lugar, los ciudadanos cubanos gozaríamos de todos los derechos civiles y políticos reconocidos en los Pactos que el Gobierno cubano ha firmado este año en las Naciones Unidas. Además, Cuba podría insertarse plenamente, y en igualdad de condiciones, en la comunidad de las naciones donde están sus mejores amigos y aliados. Este es otro cambio estructural que Cuba necesita y debemos alcanzar entre todos. Para lograrlo: la exclusión política debe cesar.
La exclusión social: Es fruto de las dos exclusiones anteriores y de la total indefensión de los ciudadanos que se deciden a ejercer la soberanía que les es inherente precisamente por eso, por ser ciudadanos y no súbditos. La cultura de la subordinación mental y real debe cambiar en Cuba. El bloqueo de la iniciativa cívica y del derecho a la organización ciudadana no gubernamental debe cesar. El colmo es que la misma palabra “ciudadano” es sistemáticamente usada de forma peyorativa por los agentes del orden para identificar a los cubanos y cubanas que excluyen de la consideración oficial de “compañeros”. Esto puede considerarse un detalle insignificante ante el apartheid social que vivimos los cubanos, pero es un signo de esa brecha social que une lo peor del capitalismo con lo peor del socialismo, lo peor de la economía de mercado con monopolio exclusivo del Estado, con el analfabetismo cívico, la parálisis del miedo y el bloqueo de la información y las comunicaciones.
Cuba es tan Isla en la manipulación mediática y de la internet como lo es en lo geográfico. Es necesario o “volar” o “embarcarse” para tener acceso a la vida del mundo y lo más increíble, para enterarnos de lo que pasa en nuestra propia Isla. Es la auto-exclusión que nos imponemos por la falta de información o por la manipulación maniquea de todos los canales mediáticos: el mundo exterior es todo malo; mientras que el mundo intra-muros, hasta los confines de la Isla, es todo bueno. Si no, pruebe usted frente al Noticiero Nacional de Televisión o a una sesión de la llamada Mesa redonda, en la que nos explican, ataques incluidos, los cables recibidos por la Internet y la prensa extranjera de la que la inmensa mayoría de los cubanos somos excluidos. Es el colmo de la franqueza oficial de la exclusión: el apartheid informativo. Cuatro o cinco personas, casi siempre las mismas, tienen el “privilegio y la misión” de interpretar, comentar y, si es necesario, esclarecer, denunciar y enmendar, las noticias, imágenes y fuentes informativas de las que el resto de los once millones y medio de cubanos somos excluidos en la práctica. Jamás se pudiera idear una manera más paternalista de excluir de la información, ni una consideración más despreciativa de la capacidad de los cubanos y cubanas para:
1. Acceder por ellos mismos a las más plurales fuentes de información, incluido el acceso libre y costeable a la Internet;
2. Elegir con sus propias valoraciones éticas, qué leer y aprender y qué desechar y denunciar.
¿Cómo es posible que se excluya de este elemental derecho de discernimiento ético a un pueblo que es catalogado como protagonista de una cultura general integral? Y si lo somos, una de dos: ¿es desconfianza en su capacidad para elegir e interpretar la información por cuenta propia? O es que, ¿precisamente por saber que es capaz de hacerlo bien y de que tiene la instrucción y la sabiduría para hacerlo, se le quiere ocultar la verdad o parte de ella? ¿O acaso son las dos juntas?
Con el acceso a los hoteles y a otros artículos prohibidos no ha cesado el apartheid ciudadano. Días después del levantamiento de esas prohibiciones una “reservada orientación superior” restableció otra versión del mismo apartheid: los cubanos residentes en su país no pueden pagar con tarjetas de crédito, ni a través de las agencias turísticas que facilitan gestión y precios a los extranjeros y cubanos residentes en el exterior, tienen que reservar en carpeta, pagar al cash y solo con la más alta de las tarifas existentes. Estas exclusiones vejatorias ofenderían a cualquier ciudadano del mundo, menos a los que vienen a hacer turismo en Cuba y miran para el otro lado para solo ver el mojito, las maracas y las mulatas, con ese nuevo racismo turístico y sexual que ofende y denigra lo mejor de la cultura y la identidad del pueblo cubano.
Si los lectores quisieran hacer su propia evaluación de la realidad que nos circunda podrían comparar la letra de este precepto de la actual Constitución socialista de la República de Cuba con la experiencia cotidiana de cada uno:
Artículo 43.- El Estado consagra el derecho conquistado por la Revolución de que los ciudadanos, sin distinción de raza, color de la piel, sexo, creencias religiosas, origen nacional y cualquier otra lesiva a la dignidad humana: Tienen acceso, según méritos y capacidades, a todos los cargos y empleos del Estado, de la Administración Pública y de la producción y prestación de servicios; ascienden a todas las jerarquías de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y de la seguridad y orden interior, según méritos y capacidades; perciben salario igual por trabajo igual;disfrutan de la enseñanza en todas las instituciones docentes del país, desde la escuela primaria hasta las universidades, que son las mismas para todos;reciben asistencia en todas las instituciones de salud;se domicilian en cualquier sector, zona o barrio de las ciudades y se alojan en cua0lquier hotel;son atendidos en todos los restaurantes y demás establecimientos de servicio público;usan, sin separaciones, los transportes marítimos, ferroviarios, aéreos y automotores; disfrutan de los mismos balnearios, playas, parques, círculos sociales y demás centros de cultura, deportes, recreación y descanso.”
Nosotros creemos que Cuba sería mejor si esto pudiera cumplirse con igualdad de oportunidades. Este es otro cambio estructural que Cuba necesita y debemos gestionar entre todos. Para conseguirlo: toda exclusión social debe cesar.
Si esta realidad que hemos intentado reflejar a grandes rasgos coincide con lo que los lectores están viviendo y experimentando, en carne propia o en mejilla ajena, entonces no deberíamos quedarnos en la queja inútil y estéril.
Mientras en Cuba no cambien estas tres exclusiones, o por lo menos, comencemos por cambiar alguna de ellas, podremos decir con certeza que nada esencial ha cambiado en Cuba.
Para esto hay que ser propositivo. Ante cada experiencia de exclusión, aprendamos a conjugar el verbo incluir:
Yo incluyo en mi vida la consideración y el respeto a todas las personas sin distinción de sexo, raza, preferencia sexual y opciones filosóficas.Yo incluyo en mi mentalidad, en mis actitudes, en mis decisiones y en mis relaciones humanas una concepción plural, diversa, multicultural del mundo, de la política, de la economía, de la cultura y de la religión.
Tú incluyes en tu vida, en tus relaciones, en tu estilo de dirigir, de convocar, de organizar, de legislar, de hablar, de reflexionar, de definir, de discrepar, de elegir, de trabajar, de creer, de convivir… la más amplia diversidad, la más flexible tolerancia, la participación más incluyente y el lenguaje y el trato más respetuoso y propositivo.
Nosotros incluimos como Nación a todos los cubanos y cubanas, aún y especialmente, cuando piensen diferente y sostengan ideologías contrapuestas, cuando tengan unas opciones políticas disidentes, cuando practiquen otra religión o deseen vivir la misma religión con matices y compromisos diversos. Nosotros debemos incluir la diversidad, el pluralismo, la incorporación respetuosa de las minorías y la convivencia pacífica de los contrarios en el ideario, la cultura, la religión y los programas políticos, tal como siempre desearon los padres fundadores de la Nación cubana,desde Varela hasta Martí. Nosotros debemos incluir también a la comunidad internacional sin fundamentalismos de bloques ideológicos, trasnochada resurrección de la guerra fría o de los totalitarismos sofocantes.
Ustedes incluyen, ustedes, los que ostentan el poder, los que excluyen del saber, los que no promueven el ser, las naciones del mundo que ponen el comercio y la geopolítica por encima de los derechos humanos y los derechos de los pueblos. Ustedes, nuestros compatriotas de la Diáspora, cuantos comparten la añoranza, los sueños y los trabajos por una Cuba libre, próspera, incluida en la comunidad de las naciones en igualdad de aprecio y trato, incluyan a los que todavía no tienen poder de decisión; compartan el saber sin bloqueos ni falsos elitismos. Ustedes, naciones que viven en la democracia, incluyan a Cuba en el listado de las naciones que desean lo mismo que ustedes desean y se esfuerzan por lograr en sus respectivos pueblos, la libertad, el pan compartido, la justicia social, el desarrollo humano integral y la interdependencia solidaria y pacífica entre las naciones. ¿Por qué no defender y trabajar en Cuba por lo mejores ideales y proyectos que ustedes defienden y promueven en sus propios países?
En fin, creemos que la clave principal para evaluar los cambios en Cuba es el carácter inclusivo de las reformas. Lo que equivale a decir, el carácter participativo y democrático del proyecto social que deseamos.
Y si nos fallara la gramática de la inclusión, hagamos una nueva alfabetización cívica: única forma pacífica de aprender a conjugar, entre todos, el verbo cambiar.
 
Pinar del Río, 20 de mayo de 2008
106 aniversario de la República de Cuba
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