ILUSIÓN Y REALIDAD DE LAS REDES SOCIALES


Miércoles de Jorge

Las redes provocan eso en nosotros, una ilusión, una imagen falsa de lo que es la auténtica comunicación humana, una idea de que estamos cerca, de que nos conocemos, de que sabemos de los demás y ellos de nosotros, cuando en realidad solo nos estamos enterando de una parte de lo que sucede con los demás, solo nos está llegando información sobre determinados aspectos de la vida de los demás. Un cúmulo de información demasiado reducido como para englobar a esa persona que creemos conocer.

Sin duda, este es un problema en el mundo entero, donde quiera que haya internet, redes, y nuevas tecnologías para comunicarnos, y para “acercarnos” a quienes físicamente están distantes. En Cuba, aunque nuevo, por el poco tiempo que llevamos los cubanos haciendo uso de la internet, no deja de ser también un problema serio. Un problema que puede afectar de manera sensible a adolescentes y jóvenes, y que debe ser comprendido y afrontado por el sistema educativo, por las familias y todas las instituciones que puedan hacer algo al respecto.

La trampa de las redes sociales está en darnos una sensación de libertad y de poder sobre nuestras vidas, que si bien no es verdadera libertad, manipula a las personas por medio de las emociones y sentimientos que despierta, generando una idea de “éxito” que atrae a muchos. Especialmente los jóvenes son víctimas de este fenómeno. Vivimos en un mundo inundado por la tecnología, por las redes sociales, en el que las personas sacrifican auténticas relaciones, compromiso verdadero con la realidad que nos rodea y las personas con las que convivimos, y experiencias de vida reales (aunque no siempre exentas de dificultades y retos), por una realidad paralela, virtual, supuestamente elegida y diseñada libremente por nosotros, acomodada a nuestros intereses y aspiraciones, pero alejada radicalmente de la realidad.

Esas realidades virtuales que supuestamente construimos libremente, solo muestran un ideal de nosotros, que responde a la inconformidad y falta de aceptación de quienes somos, que copia modelos y paradigmas globalizados y acríticamente aceptados como buenos, correctos, mejores. De esta forma, creemos que adornarnos con filtros en realidad nos hace más bellos, que tener abdomen definido nos hace más fuertes, que mostrar fotos junto a otros nos hace cercanos a esas personas, y que mostrarnos sonriendo nos hace más felices.

Eso es lo que mostramos al mundo en las redes. Llegamos en no pocos casos a creerlo cierto. Pero luego, en la vida real, a menudo comprobamos que aquello no es más que una ilusión, y ahí es donde vienen los problemas. Comprobamos que en efecto nos sentimos solos, o no nos vemos atractivos, o en realidad no estamos felices. Llegados a ese punto, toca asumir quiénes somos verdaderamente o seguir engañándonos, aceptarnos como somos o seguir construyendo un yo paralelo y falso en el que refugiarme temporalmente pero que en algún momento se esfuma porque no es real.

Cuando la comunicación se da de esta forma no puede ser verdadera, pues no es cierto lo que mostramos a los demás, ni lo que nos llega de ellos, ni las apariencias y suposiciones que pueden suscitar. Y aunque alguna parte de esa información sea cierta, no es completa, está sesgada, fragmentada, limitada. Por otro lado, está el riesgo de olvidarnos de quien tenemos al lado, de aquellos con los que tenemos la posibilidad de comunicarnos en plenitud, por estar pendientes de esa comunicación o de ese mundo virtual inevitablemente incompleto y parcialmente falso.

La solución a las problemáticas asociadas a las redes sociales y al uso de los entornos digitales en general, si bien pasa por la responsabilidad de las empresas y las autoridades que deberían regular los contenidos de las redes y los usos que se hacen de ellas; radica principalmente en la promoción de una educación para la libertad, para la responsabilidad, que nos enseñe a ser personas en el sentido más pleno de la palabra y a vivir en libertad con todo lo que esto implica. Educación emocional, ética y cívica, para saber vivir de acuerdo a nuestra escala de valores, para formar la conciencia, saber discernir y decidir, aprender a ser personas y a vivir en sociedad, entre otros temas fundamentales.

Las redes sociales (Instagram, por ejemplo) vienen a llenar (a ocupar) espacios vacíos que dejan los sistemas educativos, las familias, las organizaciones de la sociedad civil que se enfocan en la educación. Proponen una cultura profundamente individualista, consumista, materialista, nihilista, con la que es fácil “atrapar” a las personas, específicamente cuando están carentes de las herramientas que puede aportar un robusto sistema educativo con las características anteriormente señaladas.

La crisis de valores de la posmodernidad y el cambio de época que se vive, son realidades que explican en cierto sentido los problemas que surgen con el auge de las redes sociales y los avances científico-técnicos. La persona se reduce a individuo, las relaciones humanas auténticas se sustituyen por parciales interacciones movidas por el interés personal y material, la comunicación verdadera pierde sentido y se sustituye a su dimensión connotativa, aumentan las conexiones superficiales entre personas y desaparecen poco a poco las verdaderas, aquellas en las que uno se compromete con la vida del otro, en la que por amor decidimos –en total libertad– vivir por y para los otros. Una vez más, la solución ha de venir con la educación.

 


Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.

Ver todas las columnas anteriores

Scroll al inicio