HOSTOS Y MARTÍ: DOS ANTILLANOS EN NUEVA YORK

Eugenio María de Hostos y José Martí. Foto de internet.
  • Recordando a los amigos martianos José Olivio Jiménez y Lourdes Gil
  • Fueron hermanos Hostos y Martí por su fe inextinguible en la bondad
  • y aptitudes para la vida libre de sus respectivos pueblos […]
  • Emilio Roig de Leuchsenring, Hostos y Cuba

Eugenio María de Hostos y José Martí son dos figuras fundacionales en el discurso intelectual, cultural y político del Caribe y América Latina. Humanistas, revolucionarios, educadores, periodistas, modernizadores, pensadores de lo americano, su legado tendría un gran impacto en el desarrollo político y social, en las letras, en la educación y en la agenda cultural del Caribe Hispano y Latinoamérica. Aunque no se conocieron ni medió entre ellos correspondencia alguna, compartieron una época y visiones muy afines en sus luchas emancipatorias y en sus propuestas para los nuevos países del continente americano. Son dos figuras emblemáticas, cuya proyección en la política y en el arte es buena muestra del impacto y la perdurabilidad de sus ideas.

Su importancia trasciende el ámbito caribeño, o antillano (como se decía en su época), porque piensan a América y ofrecen como señas de su identidad lo autóctono, sin rechazo de lo innovador; proponen la educación como derecho y como elemento imprescindible en la formación de nuestros pueblos; resaltan la participación ciudadana y reavivan las luchas libertarias de nuestros países; afirman la democracia y luchan por nuestra soberanía; y forman parte indispensable de la tradición crítica latinoamericana.

            Quiero dedicar estas páginas a discutir el lugar que ocupa Nueva York en la visión y obra de estos dos insignes antillanos y a señalar algunas de los aspectos más significativos en sus idearios.

Los proyectos de Hostos y de Martí, que recogen y promueven tanto el nacionalismo como las más diversas corrientes del pensamiento universal, aunque se realicen en sus patrias y en la América Latina, tienen como fondo político y contexto geográfico los Estados Unidos. Ambos residieron durante significativos períodos de sus vidas en la ciudad de Nueva York, lo que les permitió formar una apreciación informada de la cultura estadounidense y, al calor de esa experiencia neoyorquina, desarrollaron una visión democrática, modernizadora y también crítica respecto a nuestros países y respecto a los Estados Unidos. Ambos hicieron valiosos aportes a la cultura y al pensamiento latinoamericano desde su exilio, como periodistas, como organizadores de movimientos anticoloniales, y como forjadores de una identidad cultural latinoamericana que fue asentándose y profundizándose durante los siglos XIX y XX. Fue precisamente el conocimiento de la experiencia anglosajona en su mayor amplitud lo que les permitió formular una apreciación anti-reduccionista de esa cultura.

Hostos y Martí vivieron en una época de profundas transformaciones. Fueron testigos de la gran explosión científico-tecnológica que se dio en el último tercio del siglo XIX y que trajo grandes cambios en el conocimiento humano, en sus formas de organización social y en su relación con el ambiente natural.[1] Esto aparece de un modo central en sus escritos. Son pensadores de la modernidad y activistas de las reformas que proponen. Fueron también políticos latinoamericanistas, que leyeron con admiración a Bolívar y promovieron, de diversas maneras, la unidad de los países latinoamericanos.

En sus artículos sobre los Estados Unidos, Hostos y Martí estudian el desenvolvimiento histórico de ese país, destacan sus figuras cimeras, apuntan y celebran logros en las más diversas dimensiones (artísticas, científicas y tecnológicas, sociales y jurídicas), ayudan a difundir sus elementos reformadores en la educación y en su organización política, y de igual forma, señalan problemas y van formulando una mirada crítica de los Estados Unidos. En el caso de Martí, este identifica los peligros que representaban las tendencias expansionistas del creciente poderío militar y económico de los Estados Unidos para las Antillas y para los nuevos países latinoamericanos.

Nueva York, durante esa segunda mitad del siglo XIX, se transformó en un centro industrial, que sirvió de destino a millones de inmigrantes europeos y a miles de asiáticos. Después de la Guerra Civil, del 1865, en adelante —en el llamado período de la Reconstrucción— la urbe en la desembocadura del Hudson se torna aceleradamente en una de las ciudades de mayor desarrollo capitalista en el mundo. Pero a la par se convierte en un centro de actividad revolucionaria, artística e intelectual de gran importancia para el Caribe hispano. Aquí conspirarían contra la política colonial española no sólo Hostos y Martí; también el Dr. Ramón Emeterio Betances, los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo y numerosos otros líderes cubanos y puertorriqueños. El Presbítero Félix Varela había hecho una labor política y humanitaria muy significativa. El poeta José María Heredia, y los estudiosos José de La Luz y Caballero y Antonio Saco habían dejado sus huellas en esta ciudad. Y en el último tercio de siglo, un buen número de escritores, intelectuales y artistas hispanos, exiliados o transterrados, residieron allí y fueron definiendo una compleja relación hacia la cultura estadounidense que va a profundizarse a lo largo de todo el siglo XX.

Hostos llegó a Nueva York en noviembre de 1869 y vivió intermitentemente en esta ciudad varios años, entre 1869 y 1876. Durante ese primer año, participó en una vigorosa campaña a favor de la independencia de Cuba y la de Puerto Rico y trabajó de redactor en el periódico La Revolución de Cuba y Puerto Rico. A partir de su regreso de su viaje por Suramérica, de solidaridad y apoyo a la independencia cubana, en abril de 1874, escribió artículos que enviaba a los periódicos latinoamericanos, y como Martí una década después, hizo traducciones para la Casa Appleton. Entre febrero y abril de 1875, codirigió la revista El Nuevo Mundo – La América Ilustrada, en la que exploró temas de la cultura latinoamericana y estadounidense. En junio de ese año, fundó el primer periódico puertorriqueño en esa urbe, un periódico político de corta duración: La Voz de Puerto Rico. Meses antes se había alistado en la expedición que organizó Francisco Vicente Aguilera, vicepresidente de la República de Cuba en Armas y compañero de luchas de Céspedes, para ir a pelear a la manigua, expedición que se vio frustrada por las malas condiciones del barco Charles Miller y por una tormenta que les obligó a retornar a puerto seguro.

Sin estudiar la situación concreta en que se encontraban Las Antillas en las décadas de 1860 y 1870, no puede darse una comprensión cabal de los planteamientos que hizo Hostos y ciertamente del esfuerzo que le dedicó en el periódico La Revolución a combatir el anexionismo. Caracterizó entonces la anexión como el peor enemigo que encaraban quienes luchaban por la independencia. El peligro real de la anexión de las Antillas a los Estados Unidos, promovida desde ese país o impuesta, es un factor decisivo para entender la propuesta de la Confederación Antillana, que no tiene el carácter utópico que se le ha querido imprimir posteriormente.

Esa idea confederativa surge no solo por los factores comunes que compartían las islas, pero como una necesidad estratégica, es decir, político-militar. Se cernía sobre estas la amenaza real del anexionismo. Betances es el originador de esa propuesta, que gana la adhesión no solo de Martí, sino también de los generales Gregorio Luperón, Máximo Gómez y Antonio Maceo, del presidente haitiano Jean-Nicolas Nissage-Saget, de Hostos y de otros líderes de las Antillas.

Ante el intento de la administración de Ulises S. Grant y de los dictadores Buenaventura Báez y Sylvain Salnave, de anexar Santo Domingo y Haití a los Estados Unidos, Hostos, que fue un admirador de este país y del experimento republicano, critica su ambición de expansión territorial. La voluntad democrática del ilustre puertorriqueño no cejaba ante las manipulaciones de una política basada en la imposición. Rechaza la anexión, bien fuera por vía de la conquista, como en el caso de los territorios arrebatados a México en 1847, o mediante la compra impuesta por los poderes imperiales sin la menor consulta a los pueblos que acabarían siendo afectados y que tendrían que pagar por su cambio de dueño mediante la emisión de bonos.

Ese fue el caso del intento de venta de Cuba y Puerto Rico a Estados Unidos que promovió el ministro de Ultramar de España, Segismundo Moret Prendergast en 1870, estando Hostos en Nueva York. Pretendía apaciguar la isla de Cuba, enfrascada en la Guerra de los Diez Años, y mejorar las maltrechas finanzas españolas. La prensa reportaba la propuesta de venta de Cuba por $100 millones, y Puerto Rico por $25 millones adicionales. Es precisamente la tibieza con que reacciona Enrique Piñeyro, partidario del anexionismo y editor del periódico en el que Hostos se desempeñaba como redactor, La Revolución de Cuba y Puerto Rico, lo que lleva al revolucionario puertorriqueño a dimitir y a someter una carta donde explicaba sus razones.

Ese elemento contextual histórico explica también la impugnación que hace Hostos de las posiciones de la Junta Patriótica Cubana, con sede en Nueva York y quienes publicaban el periódico La Revolución. Los junteros, eran mayormente cubanos anexionistas de clase adinerada, que tenían intereses económicos que se beneficiarían del libre acceso al mercado estadounidense. Entre las principales figuras del sector anexionista, se encontraba Miguel Aldama,[2] quien tenía sustanciales inversiones en el negocio de exportación del azúcar y relaciones comerciales con Moses Taylor. Taylor había hecho parte de su fortuna en las inversiones del azúcar y, además, controlaba el National City Bank de New York (antecesor del City Bank). Bueno es mencionar también que en Brooklyn, en aquel entonces ciudad independiente, se manufacturaba el 51 por ciento de la producción mundial del azúcar, con una participación significativa de la exportación del producto cubano, que estaba basada en el trabajo esclavo.

La posición que asumió Céspedes sobre el destino de Cuba era la de posponer cualquier decisión hasta después de lograda la independencia. Pero la Junta de Nueva York promovía la anexión por medio de sus conexiones con políticos, militares y hombres de negocios de este país. Al criticar los esfuerzos del anexionismo como propuesta política de un sector, Hostos defendía la posición de la República en Armas. Rechazaba el que una parte se impusiera sobre el todo.

De igual modo, José Martí realizó una parte muy significativa de su obra periodística, política y literaria durante los catorce años que reside en “la Babel de Hierro”, entre enero de 1880 y enero del 1895, cuando parte a la tercera guerra de independencia cubana que estaba organizando y que comenzó entonces. En Nueva York escribe los artículos que conocemos como “Escenas norteamericanas” para La Nación, de Buenos Aires; El Partido Liberal, de México; y La Opinión Nacional, de Venezuela.[3]

Enviaba crónicas en las que informaba sobre sucesos y cuestiones que atraían la atención de los estadounidenses y la curiosidad de los latinoamericanos. Además de los asuntos políticos de interés, reportaba sobre reuniones de científicos, sobre los nuevos inventos, el ingreso de las mujeres a las universidades, la construcción del Puente de Brooklyn y el tren elevado. Pero también sobre el linchamiento de negros y la represión política contra los anarquistas. Y dedicó numerosas páginas de su labor periodística a la defensa de Cuba y la legitimidad de su independencia.

Habría que añadir que esas crónicas son iniciadoras de un periodismo de nuevo cuño. Su prosa es de gran plasticidad en las descripciones, pero de un efecto directo en lo que respecta a la idea: “centelleante y cernida, va cargada de idea”, dice el propio autor en “Nuestra América” sobre la nueva producción prosística americana, lo que muy bien pudiera referirse a la suya.

Por otro lado, los trabajos literarios de Martí en Nueva York son significativos. Es autor de la novela Amistad funesta en 1885. Y en 1888 tradujo del inglés y prologó la novela de Helen Hunt Jackson, Ramona, cuya edición pagó de su bolsillo en la expectativa de que sirviera de catalizador de la opinión pública a favor de los pobladores originarios, masacrados en las guerras indias de este país, precisamente en el tiempo que vivió Martí en los Estados Unidos. En 1891 publica Versos sencillos, que revela una nueva manera de hacer poesía que llevaría el nombre de El Modernismo.

Con respecto a la crítica literaria y de artes, escribe ensayos sobre reconocidos autores hispánicos, entre estos, Heredia, Juan Pérez Bonalde, Calderón de la Barca, Julián del Casal, y además, sobre el nuevo arte europeo. En otros textos hace un acercamiento a la literatura de lengua inglesa de su época: sobre el poeta Walt Whitman en su última lectura de poemas en Nueva York; sobre Emerson al momento de su muerte; sobre el escritor irlandés Oscar Wilde, de visita a los Estados Unidos. Se interesa también por la literatura infantil y publica tres números de una revista para niños titulada La Edad de Oro. (Curiosamente, Hostos también desarrollaría un interés por esa literatura: escribía breves obras de teatro para sus hijos, que llamaba nenerías.)

La labor de Martí es diversa e intensa. En otros momentos se desempeña en labores diplomáticas en representación de Argentina, Uruguay y Paraguay. En sus años finales en Nueva York, colabora con un proyecto educativo: la Liga de Instrucción para obreros cubanos y puertorriqueños negros, que fundó Rafael Serra. Nos deja, en evidencia, varios textos publicados en Patria, uno particularmente hermoso: “Los lunes en la Liga”.

Ocho años antes de que Martí fundara el Partido Revolucionario Cubano (PRC), en 1884, sus profundas convicciones democráticas habían chocado con la posición de los generales Antonio Maceo y Máximo Gómez en torno a cómo estructurar la Cuba independiente. Los líderes militares desconfiaban de los civiles porque entendían que eran los responsables del resultado de la Guerra de los Diez Años. La reunión tuvo lugar en el Hotel de Madame Griffou, ubicado en la calle 9, No. 21 Oeste, en Manhattan, donde se hospedaban los dos generales. Martí plantea entonces un criterio civilista que le hizo separarse de los esfuerzos que realizaban Maceo y Gómez por reiniciar la lucha armada contra España, después de la Guerra de los Diez Años y de la Guerra Chica. Es con motivo de esas diferencias que Martí le escribe a Máximo Gómez la famosa carta del 20 de octubre de 1884 con la famosa frase: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento […]”.

Hay una interesante coincidencia que no ha sido observada. Fue en ese mismo lugar—que había sido casa de huéspedes antes que hotel—donde vivió Hostos durante varios meses en el año 1871. No era fácil darse cuenta de esto porque en las Obras completas de Hostos hay una errata que hace del nombre de la dama francesa “Madame Griffon”, cuando su nombre correcto era Griffou.[4] Hostos se refiere a ella como “mi primera locataria”, entiéndase por ello que se refería a su primera residencia al regreso del viaje por Suramérica en abril del 1874.

Martí murió a los 42 años en un campo de batalla. Su práctica del periodismo —que fue una de las maneras de ganar el sustento mientras vivía en Nueva York— le dio acceso a información que llegaba del resto de la nación y del mundo. Su enorme interés y curiosidad, sus diversas inclinaciones —no sólo políticas y literarias, sino también científicas y artísticas— y su residencia en una de las ciudades de mayor actividad cultural, científica y financiera del mundo lo hicieron uno de los intelectuales mejor enterados y más cultos de su época.

En los escritos de Hostos y Martí hay una clara denuncia del imperialismo europeo y del nuevo imperialismo de los Estados Unidos. En 1847 “la Roma americana”—como la llamaba Martí—había despojado a México del 51% de su territorio nacional en una guerra de conquista a la que se opuso el filósofo Henry Thoreau, dejando de pagar el porcentaje de sus impuestos que correspondían al esfuerzo bélico, y que denunció post facto el joven congresista Abraham Lincoln. En la década de 1860 España había re-anexado a Santo Domingo y Francia había instalado a Maximiliano como emperador en México. El quehacer político de ambos antillanos gira en torno a la soberanía y a la autodeterminación de nuestros pueblos. En su última carta escrita en la manigua cubana y que quedó inconclusa, Martí le confesaba a su amigo mexicano Manuel Mercado que todo cuanto había hecho en los últimos años de su vida era para evitar la expansión de “el vecino del Norte” hacia América Latina, cuya visita estaba próxima. Igualmente, antes de morir, Hostos denunció el dominio de “la nueva oligarquía de naciones”—que reunía a las potencias europeas y a los Estados Unidos.

En 1892, con el fin de lograr la independencia de Cuba y fomentar la de Puerto Rico, en condiciones verdaderamente difíciles, Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano. El órgano de ese partido llevaba por título Patria, y lo imprimía un puertorriqueño oriundo de la ciudad de Ponce, Sotero Figueroa, en su Imprenta América, localizada en el 284-286 de Pearl Street, y más tarde en el 74 de la calle 3. El PRC fue el primer partido revolucionario moderno, de aspiraciones democráticas y con una participación de base muy amplia. A ese proyecto de fundación de país contribuirán los tabaqueros, con una generosidad y compromiso verdaderamente impresionantes: donaban el salario de un día por mes al partido que fundó Martí.

Hostos regresó a Nueva York en julio del 1898, cuando era inminente la invasión de Puerto Rico por los Estados Unidos. Al llegar se enteró también, por conversaciones con algunos dirigentes cubanos, de los rumores de la anexión de Puerto Rico. Viaja a Washington y confirma con su amigo José Ignacio Rodríguez —diplomático nacido en Cuba, y alto funcionario del Departamento de Estado— que Estados Unidos anexaría a Puerto Rico. Esto sucedía antes que el país fuera invadido el 25 de julio de 1898.

Julio J. Henna le informaba a Hostos sobre la inminente disolución de la Sección Puerto Rico, lo que dejaría la defensa de los derechos de los puertorriqueños en el limbo. Fue entonces que decidió fundarla Liga de Patriotas Puertorriqueños, para defender el derecho de autodeterminación de los puertorriqueños. La asamblea de fundación tuvo lugar en el auditorio de Chimney Corner Hall, localizado en la calle 25 y Sexta Avenida. Regresaría a Puerto Rico a fines de septiembre de ese año para organizar la Liga e impulsar una agenda de desarrollo social, económico y educativo basado en la autogestión.

Hostos y Martí pensaron América como americanos. Se acercaron a la América Latina —Nuestra América, que diría Martí— desde una perspectiva científica, más observadora y escrutadora de la realidad y de los elementos que la conformaban. De ahí que fueran entre los primeros en reconocer la importancia del mestizaje en nuestra configuración social y en reivindicar su valía. Sin ese reconocimiento no habría posibilidad de un porvenir sobre bases científicas y éticas. Inauguraron asimismo una reflexión moderna sobre la democracia racial en nuestro continente. En su aprecio por los valores humanos, Martí se adelanta a la ciencia y afirma que no hay razas, sino una unidad esencial de la especie humana, o lo que llama la “identidad universal del hombre”.[5] Es un concepto de absoluta actualidad. Lo reitera y elabora en otros escritos: “No hay razas: no hay más que modificaciones diversas del hombre, en los detalles de hábitos y formas que no les cambian lo idéntico y esencial, según las condiciones de clima e historia en que viva”.[6]

En su importante Programa de los independientes, escrito en Nueva York en 1875, Hostos se convertiría en verdadero precursor de la doctrina de los derechos humanos, asignándole la igualdad y la dignidad humana a todos los seres de nuestra especie, indistintamente de la raza o el lugar de nacimiento. Martí lo leyó en México y allí emitió el siguiente juicio, calificándolo de “Catecismo democrático”:

Eugenio María de Hostos es una hermosa inteligencia puertorriqueña cuya enérgica palabra vibró rayos contra los abusos del coloniaje, en las cortes españolas, y cuya dicción sólida y profunda anima hoy las columnas de los periódicos de Cuba Libre y Sur América que se publican en Nueva York.[7]

Martí hablará de “nuestra América mestiza” como un hecho incontestable y elabora un discurso de inclusión de indios y negros en el proyecto de construcción de las nuevas sociedades. Por su parte Hostos, en su visión de las tres Antillas, contemplaba la fusión de las diversas poblaciones que sería, a su manera de ver, una de las grandes aportaciones a la civilización. En diversas instancias—y contradiciendo los prejuicios de su época—, le asignaba al mestizaje un valor de signo positivo, que representa una proposición dignificante de nuestra democracia racial. En “El cholo”, que escribe durante su estadía en Perú, escribe Hostos: América deberá su porvenir a la fusión de razas; […] el mestizo es la esperanza del progreso.[8]

La reflexión que ofrecen sobre las culturas latinoamericanas nos ayuda a comprendernos sobre bases objetivas. En su escrito “América Latina”, publicado en 1874 en esta ciudad en la que nos reunimos, Hostos establece diferencias entre la experiencia de la colonización del Norte y Suramérica y defiende a nuestras jóvenes naciones del injusto descrédito a que se las había sometido. Además, rechaza el intervencionismo militar de las potencias, con preguntas que parecen más bien de nuestros días, porque pertenecen a una época que aún no acaba:

¿Quién daba a las estaciones navales de Europa el derecho de desembarcar fuerza armada en Montevideo cada vez que los extranjeros hospedados creían en peligro sus intereses? ¿Quién en los Estados Unidos puede reconocer a buques de la armada federal el derecho que se arrogan de desembarcar pelotones cada vez que hay una revuelta en Panamá?[9]

En “Nuestra América” Martí también reflexiona sobre la necesidad de una crítica de nuestros propios países: “los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud […]”, escribe, en tanto señala males y ofrece soluciones. En esa América nuestra se iban fraguando formas nuevas que el ojo avizor de Martí supo ver y que alcanzarían su plena madurez en otros tiempos. Esa tradición del pensamiento americanista, que viene de Simón Rodríguez, anida en Simón Bolívar, en Pétion y en Benito Juárez, es ya en Hostos y Martí una reflexión madura sobre lo que somos. Ambos pensadores rechazan el calco de las importaciones extranjerizantes y promueven la creación de nuevas instituciones a partir de nuestra realidad, y de una educación que refleje, aliente, desarrolle nuestros valores y que esté a tono con nuestras necesidades.

Ambos pensadores, el cubano y el puertorriqueño, fueron humanistas de logros notables, porque contribuyeron al estudio y la comprensión no solo de las humanidades, sino del ser humano. La crítica literaria y de artes que escribió Martí abarca figuras seminales de la cultura occidental contemporánea. Los estudios de Hostos sobre Hamlet y sobre Romeo y Julieta, de Shakespeare; sobre el poeta cubano Plácido y sobre importantes figuras de la cultura latinoamericana, europea y de los Estados Unidos, son de una gran lucidez. Fueron estos insignes antillanos no solo pensadores de nuestra realidad, sino indagadores del quehacer artístico y exploradores de los planteamientos de las nuevas ciencias de las sociedades: la sociología, la antropología, la lingüística. Compartieron una profunda preocupación por la educación de nuestros pueblos, y reconocieron su importancia en la formación cívica de nuestros países.

Del legado de Hostos y Martí quiero señalar los elementos que dan a sus propuestas actualidad y vigencia. Menciono los que me parecen pertinentes: 1. el progreso como una aspiración abierta a la participación de todos y la educación como un instrumento clave para el desarrollo intelectual y social; 2. el papel fundamental que juega la identidad cultural en los procesos sociales e históricos de nuestros pueblos; 3. la democracia como conquista real de los pueblos, que son los verdaderos soberanos; 4.la igualdad racial, el compromiso con los derechos de gentes y con los derechos naturales, lo que hoy llamamos derechos civiles y humanos; 5. la defensa de la asediada soberanía de nuestras naciones; 6. la forja de una conciencia americanista que promueva el apoyo mutuo y la solidaridad; y 7. la formación de un pensamiento crítico que sirva de remedio a nuestros males y atienda nuestras necesidades.

Son ideas plenamente vigentes. De ahí la significación y actualidad de estos dos pensadores y activistas antillanos. Correspondió a Nueva York ofrecer la geografía física y cultural en la que también inscribirían su universalidad cosmopolita, su pensamiento decolonial y sus afanes emancipadores.

Algunas referencias sobre el tema

  • Arroyo, Anita. “Hostos y Martí, universales”. Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, Núm. 24, julio-septiembre, 1964.
  • Colectivo de autores, Aproximaciones a las escenas norteamericanas. Centro de Estudios
  • Martianos, La Habana, 2010.
  • Corretjer, Juan Antonio. [editorial sobre Hostos y Martí]. Pueblos Hispanos, 5 de febrero
  • de 1944, p. 16.
  • Ferrer Canales, José. Martí y Hostos. Instituto de Estudios Hostosianos, Univ. de Puerto
  • Rico-Río Piedras y Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1990.
  • Maldonado-Denis, Manuel. “Martí y Hostos: paralelismos en la lucha de ambos por la
  • independencia de las Antillas en el siglo XIX”. Anuario del Centro de Estudios Martianos, núm. 3, 1980.
  • Pedreira, Antonio S. “Hostos y Martí”. Hostos. Año I, núm. 1, septiembre 1928.
  • Quiles Calderín, Vivian. “Hostos y Martí: algunos apuntes”. Claridad. San Juan, del 12 al 18 de enero de 1996, pp. 22-23.
  • Roig de Leuchsenring, Emilio (recopilador). Hostos y Cuba. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1974.

[1]Ver sobre el tema: Rafael Almanza Alonso, Hombre y tecnología en Martí, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2001; y Josefina Toledo, “Consideraciones acerca de la visión hostosiana de la ciencia”, Hostos: Forjando el porvenir americano. Las Actas del Simposio. Exégesis, Año 17, Núms. 48-50, 2004.

[2]Lisandro Pérez, Sugar, Cigars and Revolution. New York University Press, 2018. Es de particular interés la primera parte.

[3]José Martí: Escenas norteamericanas. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:

https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/en-los-estados-unidos-escenas-norteamericanas–0/html/. Y también: Otras crónicas de Nueva York, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1983. En cuanto a trabajos críticos, el estudio de Susana Rothker, Fundación de una escritura: las crónicas de José Martí (Casa de las Américas, La Habana, 1992) es lectura obligada sobre el tema. También es de gran interés el artículo de Eduardo Santa Cruz Achurra: “Las crónicas de José Martí y el origen del periodismo moderno latinoamericano”, https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-58112015000100004 .

[4]Diario de Hostos, Tomo II, Edición facsimilar de la del Centenario, 1969. pp. 147.

[5]José Martí, “Nuestra América”, 1891.

[6] “La verdad sobre los Estados Unidos”, 1894.

[7] “Catecismo democrático”, El Federalista, Ciudad de México, 5 de diciembre de 1876. En Obras completas, Tomo VIII, pp. 53-54, La Habana, Editora Nacional de Cuba, 1964.

[8] Eugenio María de Hostos, “El cholo”, Temas suramericanos, Vol. VII, Obras completas, p. 153.

[9] “La América Latina”, Ibid., p. 10.

 

 

 

 

 

 

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