HOMILÍA EN LA MISA DE LAS EXEQUIAS DE S.E.R. MONS. JOSÉ SIRO GONZÁLEZ BACALLAO OBISPO EMÉRITO DE LA DIÓCESIS DE PINAR DEL RÍO

Misa de Exequias de cuerpo presente en la Iglesia Catedral de San Rosendo de Pinar del Río, 19 de julio de 2021. Foto de Yoandy Izquierdo Toledo.

Queridos hermanos y hermanas:

San Pablo nos dice en la Primera Carta a los Corintios un versículo que puede resumir toda la vida de nuestro querido Obispo emérito Mons. José Siro González Bacallao que, después de un largo, duro y fecundo peregrinar,ha regresado a la Casa de Nuestro Padre Dios.

“¿Dónde está muerte tu victoria?” (I Cor. 15,55) 

Esta Eucaristía es, como siempre, una celebración de vida y de acción de gracias. Vivir es un don de Dios. Es la más grande y hermosa oportunidad que el Señor nos regala para buscar en este mundo la santidad que es “en todo amar y servir”. Monseñor Siro ha cumplido de manera sencilla, paciente y heroica esta vocación de amor y servicio. Como el Venerable Padre Félix Varela, cuya devoción vivió y difundió, supo unir en un mismo corazón de pastor sus tres amores: el amor a Cristo, el amor a la Iglesia y el amor a Cuba. En realidad no se trata de tres amores diferentes, sino de una forma sublime de vivir el misterio de Cristo, formando parte de su Cuerpo místico que es la Iglesia, y encarnándose como Jesús en la tierra donde nació, en la etapa histórica que le ha tocado vivir para contribuir a su redención y santificación.

Hoy, junto a la Iglesia diocesana que lo engendró, lo eligió, lo consagró y disfrutó de su corazón de padre y pastor, queremos recoger el testimonio de toda su vida para ofrecerlo como hostia viva en el mismo altar en que tantas veces celebró la vida, para que unido a Cristo sea ejemplo edificante para las generaciones venideras, y ofrenda viva para la redención de toda Cuba a la que tanto amó, por la que tanto sufrió, a la que tanto sirvió y por la que estuvo preocupado, trabajando, orando, sugiriendo hasta los últimos días de su existencia terrenal. Doy fe de que así ha sido. A su tiempo esta Iglesia de Pinar del Río recogerá toda su historia, sus virtudes, su servicio sacrificado, su incansable amor para que sean conocidas y veneradas junto a la de otros obispos-pastores de Cuba a los que les tocó vivir tiempos de coherencia evangélica, profetismo cristiano y testimonio martirial.

El obispo Siro: un hombre de Dios

Así lo conocimos, así ha cumplido su vocación y su misión: poniendo a Dios primero que todo, ante las recurrentes incitaciones de adorar y obedecer a otros dioses, adoró, sirvió y amó al Único Dios verdadero. Ser un hombre de Dios no es solo tenerlo y adorarlo en la intimidad de su corazón con toda el alma y todo su ser. Eso primero, pero es también ser consecuente, coherente, no cediendo a nada fuera de Dios, en su vida cotidiana, en su servicio como sacerdote y obispo, resistiendo en este tiempo a la misma triple tentación que primero vivió Jesús en el desierto: la tentación de convertir las piedras en pan, la tentación de buscar la espectacularidad milagrera y bulliciosa de saltar al vacío desde lo alto del templo, y sobre todo, resistir a la tentación de no postrarse ante el poder del Maligno a cambio de concesiones de los reinos de este mundo (Lucas 4,1-13).

Siro, el hombre de Dios primero, siguió a Jesús en este camino por el desierto, la incomprensión, la incertidumbre, las amenazas del Mal: No cedió al materialismo de las piedras, al contrario, repartió y multiplicó el pan a los pobres que siempre encontraron en su casa abierta, sea en San Juan y San Luis como en el Obispado, sea como director nacional de Cáritas-Cuba como en su retiro de Mantua, sea en la formación cívica y religiosa como en la formación de sus sacerdotes desde el preseminario en su casa, sea en la Hermandad de Ayuda al Preso y sus Familiares como en ese sobrecito discreto con el nombre de sus elegidos, los pobres, escrito de su puño y letra. En todas estas obras y otras muchas, Pinar del Río y Cuba encontraron en el corazón-hogar de Siro la casa de acogida, la mano generosa y la mesa servida de la fraternidad afectiva y efectiva. Antetodo esto, podemos decir hoy: “¿Dónde está muerte tu victoria”?

Siro, el hombre de Dios primero, siguió a Jesús: No cediendo a ese estilo de vida espectacular, ni haciendo ruido, ni silenciando el Evangelio, ni pasándose, ni quedándose inerte. No se tiró de lo alto de sus audaces obras pastorales para probar que Dios lo sostenía con sus ángeles, sino que con los pies bien puestos y enfangados en la tierra de su pueblo pasó por esta vida “haciendo el bien” y obrando milagros de los que no suenan pero sanan, de los que creen en la fuerza de lo pequeño pero son grandes a los ojos de Dios, de los que los hombres no comprenden pero que son la profética huella de que es preferible y necesario “obedecer primero a Dios que a los hombres”(Hechos 6,29). Ante todo esto, podemos decir hoy: “¿Dónde está muerte tu victoria”?

Siro, el hombre de Dios primero, siguió a Jesús: No cediendo a las tentaciones de servir a los poderes de este mundo. Fue hombre de diálogo edificado sobre la roca del Evangelio para que no se derrumbara la casa ante el primer vendaval. Fue hombre respetuoso de la autoridad y la ley pero sin confundirlos, ni poner en segundo lugar la Ley suprema del Amor que dice: “Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, Y a Él solo servirás” (Lucas 4,8). Eso hizo Siro, solo se arrodilló ante los pobres de alma y cuerpo para servirlos con el pan de la palabra, la formación integral, la Pastoral de la Cultura, la promoción integral de Cáritas; solo se arrodilló para sanar sus heridas como el Buen Samaritano sin mirar de qué procedencia e ideología fueran; solo se arrodilló para lavarle los pies a sus más próximos apóstoles y discípulos: sus hermanos obispos, sus sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos. Solo se arrodilló durante largas horas ante el Sagrario y la bendita imagen de la Virgen de la Caridad, origen y fuente de todo lo que vivió, hizo y creyó. Ante todo esto, podemos decir hoy:“¿Dónde está muerte tu victoria”?

El Obispo Siro: Hombre de Iglesia

Hay una forma eminente de ser un hombre de Dios: ser un hombre de Iglesia. Así vivió y cumplió Siro su vocación y misión en esta Iglesia: viviendo su fe en comunidad, vino a esta Iglesia, a sus parroquias, a su Diócesis como el dignísimo sexto Obispo de Pinar del Río. Vino a esta Iglesia, como lo hizo su divino Maestro: que “no a ser servido sino a servir y a dar la vida para rescatar a muchos” (Mateo 20,28). Fue hombre de Iglesia para cumplir aquel mandato de Jesús: “los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser servidor de todos” (Marcos 10, 42-43).

Monseñor Siro amó tanto a la Iglesia concreta en la que le tocó vivir que, primero que todo, se tomó muy en serio su vocación cristiana como adolescente ayudando a misa.Como seminarista sabía que para servir mejor a la Iglesia hay que estudiar más y discernir con conciencia recta su proyecto de toda la vida. Como sacerdote joven, en tiempos de persecución y de quedarse solo con dos o tres curas en toda una diócesis pobre, descubrió que los Planes de Dios no son nuestros planes, que Sus Caminos no son nuestros caminos, descubrió que en el Evangelio siempre hay que comenzar de nuevo, creer en la eficacia de la semilla y trabajar sin descanso. Su acacharrado “VW cucarachita” de tiempos de la Segunda Guerra Mundial al que llamó “Petronila”, supo lo que fue recorrer, día y noche, todos los caminos polvorientos de toda la diócesis en los años 60 y 70´s, y luego, en San Juan y San Luis, entregarse sin medida ni acomodos al servicio de las parroquias a él encomendadas. Cuando cayó sobre sus hombros la pesada y gozosa cruz del episcopado lo hizo con la misma sencillez, cercanía, diligencia y audacia, pero ahora sirviendo a toda la Diócesis y de alguna forma a toda Cuba, en sus servicios en la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba.

Abrió de par en par las puertas del Obispado, expresando con alegría y cierta picardía campesina que su casa era signo de la Iglesia a la que servía y narraba: Entrando a la derecha, Cáritas y la Capilla donde está esculpido en el mármol de la sede “Cháritas Christi, urget nos”(2 Co 5, 14) (la Caridad de Cristo nos urge, nos empuja, nos impele). Seguía el recorrido diciendo al visitante: a la derecha están el pan material y el pan espiritual, a la izquierda estaba el pan de la enseñanza y de las comunicaciones sociales al servicio del Evangelio, refiriéndose al Centro de Formación Cívica y Religiosa y a la revista Vitral. Más al fondo, decía, está la cura del cuerpo, refiriéndose al Dispensario de medicamentos que él se ocupaba de mantener bien surtido. Arriba está mi casa, mi mesa, “servicio de oreja-escucha” y mi consejo de hermano y de padre. Todos y cada uno de estos signos y las realidades que simbolizaban, estuvieron plagados de las limitaciones e incomprensiones que siempre supo sortear y vencer con paciencia y perseverancia, sin alardes pero sin doblegarse. En todo esto, podemos decir hoy: “¿Dónde está muerte tu victoria”?

El obispo Siro, hombre de su pueblo

La vida de este obispo, cuya vida hoy celebramos, fue la vida de un hombre de pueblo, de su pueblo, con su pueblo, al servicio de su pueblo. Los gozos de su pueblo fueron sus alegrías, los sufrimientos de su pueblo fueron sus dolores y su acicate. Las angustias de su pueblo y su sanación fueron la veleta, el norte y el sentido de su vida. Por ello, al restaurar este templo catedral quiso colocar en lo más alto de sus torres dos signos: en una torre puso unas campanas electrónicas para amplificar la buena noticia de que Cristo vence a la oscuridad y a la muerte; y en la otra colocó en el pináculo una veleta con un gallo: el gallo para que despierte nuestra conciencia, y la veleta para que siempre nos oriente en la dirección de las necesidades, angustias y esperanzas de nuestro pueblo cubano.

En su larga, valiente y fructífera vida de pastor siempre le gustó usar el báculo de la diócesis que lleva en lo alto la imagen del Buen Pastor, y él decía: incluidas algunas ovejas, quizá las más necesitadas y amadas del redil. Hoy este humilde sucesor suyo lo lleva como prenda de esa solicitud inclaudicable del Pastor que conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen, como hemos escuchado en el Evangelio proclamado. Por Jesús, y con el coherente testimonio pastoral de Siro, podemos aprender que para nosotros los cristianos solo se puede ser plenamente hombre de pueblo cuando se es, al mismo tiempo, hombre de Dios y hombre de Iglesia. Y viceversa: aprendamos de nuestro querido padre Siro que solo se puede ser consecuentemente hombre de Dios y hombre de Iglesia cuando se es hombre de pueblo. Al servicio del pueblo, sufriendo con este pueblo, esperando con este pueblo, sembrando en el sudoroso y doloroso surco de la historia que nos ha tocado vivir, la gloriosa semilla del Evangelio.

Con la paz y el gozo que hoy ya está disfrutando plenamente Monseñor Siro, podemos darle nuestro:“¡Hasta luego querido Padre!”, con lo más preciado que tenemos: la Eucaristía de la Vida y la Palabra eternade los vivientes.Que así sea hoy para ti cuando el Señor te lleve a la plenitud de la Gloria. Descansa en paz, querido Siro, y cuando estés ante el único Pastor, ruega por nosotros, por tu diócesis y por tu pueblo de Cuba. Amén.

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