El historicismo, la modernidad y la crisis de valores

Un concepto ambiguo

El historicismo, contrario a lo que quizá muchos pueden pensar, es un fenómeno muy presente en nuestros tiempos. Como concepto se presenta ambiguo y posee gran cantidad de significados, algunos de ellos estudiados por clásicos de la filosofía política; otros traídos al debate contemporáneo tras el desarrollo en la modernidad. Como todo asunto que implica a la esencia humana y las esferas cognitivas ha tenido sus seguidores y, por supuesto, sus detractores.

Para algunos el historicismo es el establecimiento de una concepción del mundo que sitúa a la historia en el centro de todas las acciones y por tanto de la vida política. Otros ubican al concepto como la reivindicación de los documentos y pruebas históricas, es decir, las fuentes historiográficas, en un lugar superior a la aceptación, sin crítica alguna de la tradición. Se dice que estos significados son ambiguos, y coexisten en la intención de reforzarse mutuamente.

Visto como una concepción del mundo, el historicismo justifica las tradiciones culturales de los pueblos, y en su afán de mantener una idea, está dado su carácter conservador. Por otro lado resulta funcional en la medida que busca una respuesta a los orígenes, o lo que es nombrado como la filosofía de la historia.

La reproducción de un pensamiento historicista en estos tiempos, donde la modernidad ha irrumpido con sus implicaciones en la política, se torna un problema. Hacer uso de este recurso, sin los matices necesarios, puede conducir a absolutizaciones o relativismos extremos que coarten la libre creación y el pensamiento que permanece en constante cambio y transformación de acuerdo a los contextos en que se desarrolla.

El conocimiento heredado, es lógico que no tiene una base contemporánea, pero es accesible y puede explicar, en muchas ocasiones, la esencia de las realidades contemporáneas. El error podría estar en el hecho de solo dar importancia a esa herencia histórica, justificar la mayoría de las actitudes con el “legado” que nos antecedió, o basarnos en la memoria histórica para intentar encontrar la solución de los problemas actuales, sin hacer un análisis concreto de los elementos todos que interactúan en las sociedades modernas. Esto no significa la tan mencionada pérdida de la memoria histórica, que es cierto que podría devenir consecuencia de la crisis de la modernidad, sino que, basados en la herencia, analizar la vigencia del conocimiento anterior en las problemáticas actuales como los asuntos del Estado, la política, el comportamiento humano y los valores y actitudes.

Al menos en Cuba, es famosa la frase “el hombre piensa como vive”. La concepción que se tiene de la vida política estará determinada por las situaciones históricas que le hayan sucedido y estén sucediendo, lo que pone al descubierto el carácter relativo del historicismo. Es evidente que las concepciones que se pueden tener de un mismo hecho variarán en dependencia de si son miradas desde la óptica del protagonista o del espectador.

Aquí podemos recordar lo que es considerado uno de los problemas del historicismo, y es la ausencia o negación de un pensamiento universal; es decir, la contradicción entre lo particular y lo que puede establecerse, por su alcance y trascendencia, como universal.

Resulta esencial no confundir el historicismo con la historiografía. Esta última se dedica a narrar la historia y analizar las circunstancias que propiciaron un determinado suceso, lo que nos permite conocer el pasado y establecer todo tipo de interpretaciones, relaciones entre causa y efecto, análisis de comportamientos.

El historicismo niega todo carácter universal de todo lo anterior, es decir, que el pasado es importante, pero que en cada tiempo se vive de acuerdo a la experiencia histórica y no en correspondencia con el entorno y la realidad circundante. El hecho de que cada experiencia pertenezca si y solo sí al tiempo en que ha sido vivida, evita que se alcance la trascendencia que constituye una de las dimensiones fundamentales de la persona humana. El hombre no debe encerrarse en su realidad personal, ni detenerse en su cotidianidad, sino que debe abrirse a la búsqueda de nuevas experiencias en interacción con los demás, que den sentido a la vida, sabiendo que cada actitud puede contribuir al bien de los demás, en tanto servir de ejemplo para otros.

Todo lo descrito no significa que el hecho de tomar como punto de referencia a las experiencias del pasado sea un fallo en el desarrollo de las sociedades actuales. Por el contrario, se propone tomar lo valioso de cada época, es decir, lo que proviene del pasado, con el objetivo de proyectarse de un modo positivo hacia el futuro. Es lo que en la filosofía política se reconoce como la función del intelecto humano que entiende lo que ha ocurrido, y al asimilarlo se reconcilia con la realidad y siente la libertad de actuar en correspondencia con lo que ha comprendido; bien sea replicando el mismo modelo, o modificándolo con toda la libertad posible y necesaria.

La filosofía política moderna, aunque parezca una contradicción, debe partir del estudio del pensamiento que le ha antecedido, y corroborar que todo el tiempo futuro, necesariamente tiene que ser mejor. Basta con detenerse a recordar los grandes descubrimientos en los campos de la física, la astronomía, las matemáticas; o en los primeros avances en el área de la medicina y en la actualidad todavía se torna difícil, a la luz de los conocimientos y avances en infraestructura y tecnología, dar solución a enfermedades que causan la muerte a miles de personas en el mundo.

La modernidad y la crisis de valores

Como un producto del pensamiento moderno se generó una visión de la realidad que ha venido a excluir los valores humanos en el ejercicio de la producción de conocimientos; lo que hacia la segunda mitad del siglo XX, con el surgimiento de la Bioética, ha sido revocado. Lo valorativo forma parte del conocimiento como construcción social.

En sintonía con el orden moral, como principio rector de la política, es importante señalar algunas consecuencias de la modernidad que han venido a dar al traste con la formación de la persona y su preparación para enfrentar, sin relativismos excesivos, ni absolutizaciones constantes, los nuevos escenarios.

El fracaso moral puede ser entendido en el desprecio a la religión y su dimensión humana por excelencia, la pérdida del sentido de hacer el bien, la secularización de la mayoría de los ambientes, y la fragmentación de la relación con Dios en su esencia de inspiración, compañía y recurso para el alma.

La vida moral y la reflexión ética deben comprender ciertos conceptos, procedimientos y actitudes que redimensionen la realidad y den coherencia, profundidad y claridad a la conciencia moral de la persona. Algunas de estas ideas esenciales son:

  1. La génesis de los valores morales: su historicidad y universalidad.
  2. Las normas éticas y la pluralidad moral en las sociedades democráticas.
  3. Las principales teorías éticas (moral trascendental, nihilismo, existencialismo, utilitarismo, entre otras).
  4. Los problemas sociales como: las relaciones ser humano-naturaleza, guerra y carrera armamentista, desigualdades norte-sur, violencia social, consumismo, marginalidad y discriminación.
  5. Los proyectos éticos contemporáneos relacionados con temáticas globales de derechos humanos, pacifismo, feminismo, ecologismo, entre otras.
  6. Los debates sobre la religión como hecho individual y social, y sus relaciones con la ética. El redimensionamiento del significado de libertad religiosa.

  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
    Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
    Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
    Responsable de Ediciones Convivencia.
    Reside en Pinar del Río.

 

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