Guane, una canoa aparece en torno a los orígenes (Parte I)

Por Maikel Iglesias Rodríguez
 
 
Pinar del Río, capital de provincia. 7 de mayo, 2013. Día de sombras escasas. Cielo sin nubes. Radiación absoluta. Toda refulgencia cósmica a estas horas, penetra la materia hasta su propia médula. Son exiguos los obstáculos frente a este sol, que semeja los fuegos de agosto. Arden carreteras y caminos. Terminal de ómnibus a punto de estallar. Cada entronque de los municipios es una estación improvisada de guaguas y camiones que enternecen. Los viajeros humeantes aporcados y sedientos, a ambas orillas de las vías que enlazan a los pueblos, se desinflan en la ardua expectación.


 

 
 
Por Maikel Iglesias Rodríguez
 
Postales de Guane (1). Fotos de Maikel Iglesias Rodríguez.
 
 
 
Pinar del Río, capital de provincia. 7 de mayo, 2013. Día de sombras escasas. Cielo sin nubes. Radiación absoluta. Toda refulgencia cósmica a estas horas, penetra la materia hasta su propia médula. Son exiguos los obstáculos frente a este sol, que semeja los fuegos de agosto. Arden carreteras y caminos. Terminal de ómnibus a punto de estallar. Cada entronque de los municipios es una estación improvisada de guaguas y camiones que enternecen. Los viajeros humeantes aporcados y sedientos, a ambas orillas de las vías que enlazan a los pueblos, se desinflan en la ardua expectación.
 
 
¿Esperar qué? ¿Esperar a quién? ¿Esperar por qué? Es este entre todos los verbos, el que tiene más difícil su conjugación para nosotros. En esta isla aguardamos un nuevo Mesías, un Cristo que reanime las almas de todos los viajeros, un Orula que ilumine las conciencias de ateos y creyentes. Cada ser, se refugia a su modo, ya sea con sombrillas naturales o manufacturadas; aún así, es una hoguera de infinitas mechas este clima de verano anticipado. En unas horas, me apercibiré por no llevar sombrero, cuando aviste a un perro chulo adherido como una calcomanía sobre el entablado de una casa en construcción, y luego a un chancho criollo de menos de un año, hociqueando en un charquito de aguas negras, que cumple para sus adentros, las mágicas funciones de un yacusi.
 
Un horno de carbón de anchuras estelares, es el martes, ni te cases ni te embarques, frente al que lo más lúcido, es disponerse mentalmente para entrar en un proceso de hibernación general programada. No ansío un matrimonio en semejante data, pero debo embarcarme para proseguir con estos sueños de viajar a la raíz de mi patria. ¿Quién sabe si con esta expedición, conseguiré llegar al fondo del ser mismo, de la luz esencial? Lo queramos o no, el sopor en esta zona del Caribe, es el precio con el que debemos contribuir por tantas hermosuras y bondades de la naturaleza. Si las lluvias se tardan una quincena más, sufriremos un mes que es epicentro de la primavera, y debe procurar verdor, esperanzas, fetecunes (guateques).
 
Aquí reside según mi intuición, la primera rémora congénita que afecta a los que convivimos en esta latitud. Las estaciones del año, se suceden sin mucha notoriedad, y esto influye sobre el devenir, dando la sensación a la gente de que el tiempo es una cuerda que se aprieta y se elonga de un modo imperceptible, se hace más denso donde hay más calor y agonizan los anhelos; pareciera que asistimos o somos protagonistas, de una peli que se reproduce en súper cámara lenta. ¡Qué gran contradicción con el efecto catalizador de las temperaturas sobre los procesos fisiológicos! Así de discordantes son las cosas. El verano permanente nos madura primero, pero también podría fermentarnos, como una olla repleta de frijoles colorados antes del amanecer.
 
Retroceso a 1596, odisea insular en la espesura del trópico. Escena en que se manifiesta un rudo encontronazo de disímiles culturas. África, Europa y América precolombina. Años en los que se funda la matriz de un pueblo al occidente de Cuba: Guane, primera capital de Vueltabajo, Nueva Filipinas, Cenicienta del oeste, Pinar del Río, topónimo que más le ha perdurado a esta provincia. Surgida entre los valles fértiles, a orillas de un río caudaloso y extenso, navegable en sus épocas inmemoriales. Paraje misterioso de leyendas vinculadas a la búsqueda de un oro esquivo, de rituales caciques, behiques, y también de cimarrones. Cruce de lenguas taínas, bantúes, españolas. Mayorales y perros rancheadores, desaparecidos en las mismas narices y las bocas de las cuevas. 
 
Cuyaguateje, Guaniguanico, Guaní. Varios nombres de raigales aborígenes, distinguen el pasado y el presente de estos mares y estas tierras pinareñas. Aquí relatan los historiadores contemporáneos, que en el año 1995, una canoa de reconocido diseño indigenista, apareció en las orillas de la Playa Bailén, tras los ecos tremebundos de un ciclón tropical, mejor dicho, un huracán. Huracán; esa deidad a la que los antiguos mayas, le atribuían poderes como el fuego y las tormentas. Después de haber recorrido durante varios meses de investigaciones antropológicas, y exhibirse en diferentes espacios culturales, de Pinar y La Habana. Quiso la historia que esta barca encallase en el museo municipal de Guane, donde se conserva aún yaciendo en el suelo, entre retratos alegóricos a los nativos y escasos restos fósiles.    
   
Me pregunto si en esta decisión pudieron haber influenciado los designios de los descendientes de los primeros pobladores de estos valles, o acaso los espíritus de los autóctonos que fueron extinguidos con brutalidad. ¿Existe relación entre los guanes de la actual Colombia y los que habitaron en las márgenes del río Cuyaguateje? Son interrogantes que no puedo eludir aunque mi vocación literaria y artística, enfoquen los ángulos de la memoria con otra perspectiva. Los mares del sur del archipiélago occidental cubano, coinciden con las aguas del norte colombiano, y es perfectamente lógico, cruzarlos mediante embarcaciones, aunque nos parezcan rústicas. Una rebosante cámara de tractor, le sirvió de canoa a otros pobladores de estos lares, en otra época y hacia destinos otros.
 
Sueño que algún día en los museos de Cuba, podrán coexistir armónicamente, canoas de pacíficos aruacas, y balsas precarias de desesperados emigrantes del siglo XX, aunque disten las eras y los medios de fabricación; como legado de una humanidad unida por el mar y los naufragios; coincidente en los destinos de cruzar océanos, para salvarse de los infortunios. Pero ahora atardezco a las sombras de un río majestuoso y meandriforme, que me irriga la imaginación en sus calmadas aguas, con unos versos de influencia haikú que ahora mismo desearía compartirle a todos los vueltabajeros, a todos los que adoran esta isla, a todos los amantes de la naturaleza: 
 
Mueren las sombras.
Mansedumbre del río.
Fin del ocaso.
 
Es la 1 p.m. y ya estoy sobre un camión con chapa PDJ 956. Es un mastodonte metálico de planchas oxidadas, y casi desprovisto de donde agarrarse. Me siento apolismado por la muchedumbre. Presiento que seremos transportados como vacas locas hasta el pueblo oriundo de la heroína Isabel Rubio; en esta sauna rodante rearmada como un Frankenstein, con piezas americanas y rusas en lo fundamental. Llevo mi mochila reposando en el abdomen igualito que los marsupiales, debo proteger mi cámara con la misma delicadeza que se cuida a un bebé, y hacerle creer a mi cuerpo con los viejos subterfugios de la mente, que viajar en estas condiciones, no es una especie de tortura posmoderna.
 
Tuve que correr los últimos metros del trayecto comprendido entre mi casa y la terminal de ómnibus para poder alcanzarlo. Estaba enterado desde un día antes, del horario de salida del camión omnibusario. Sin embargo, los diez minutos que separan mi hogar del punto de embarque estilo nodo del municipio cabecera, y los diez pesos que cada pasajero ha de abonar por los 60 kilómetros a recorrer hasta el poblado con el nombre de la flamante patriota Isabel, a veces pueden multiplicarse más de lo que desearía, un arqueólogo inclusive, una chica fascinada con el tempo suave y narcótico de pólenes de primaveras, o el poeta que ahora soy o un día seré. “Pinar del Río qué lindo eres, de Guanajay hasta Guane”, fragmento que recuerdo en este instante, de una alegre canción tradicional, almibarada y orgullosa, demasiado feliz para evocar un entorno que anula por sí mismo en estos días la esperanza.  
 
No hay ganas de cantar dentro del monstruo rodante, alias gimnasio rústico de las carreteras. Nadie silba, ni tampoco entonará coplas guajiras. El ruido y la aglomeración no solamente ensordecen a los tripulantes, sino que amordazan sus bocas, y acto seguido, les nubla la visión que opta por dejar que sea el cerebro quien proponga otras imágenes sobre el reality show, que se refracta a ambos lados de la vía. Aunque parezca absurda, la travesía en este tipo de transporte incita a que los pasajeros viajen al pasado o al futuro, con tal de evadir en lo posible, lo que supone ser su experiencia más actual. Debo confesar que el paisaje no es tan deprimente y angustioso como mis ojos intentan describirlo, lo que sucede es que toda observación bajo condiciones similares, se ve perjudicada en nitidez, perspectiva y color.
 
Por eso los matices que pugnan por predominar en mis escritos, en este tramo del viaje, en que ya debo haber traspasado los linderos de San Luis y San Juan y Martínez, tienden a la evasión casi absoluta de la campiña cubana; donde se reflejan, además de ganado escaso y enclenque, plantas invasivas que se adueñan de las tierras más fecundas, bohíos inclinados como diminutas torres de Pisa en contraste con edificaciones de mampostería, un tanto más confortables y espaciosas, pero casi siempre de diseños toscos y sin criterios que tengan en cuenta la armonía con el paisaje natural. También en franco deterioro y merma, casitas para curar tabaco; a pesar de que he oído a los guajiros, referirse a esta zafra, como una de las mejores de los últimos años, sigue siendo el camino intrincado para los vegueros.
 
La mayoría de las escuelitas rurales, pueden divisarse desde la carretera. No sé si las construyen a propósito, para que los turistas las contemplen. Predominan en muchas los techos de asbesto cemento. Se reiteran los diseños rectangulares y uniformes, es escasa la iluminación. No obstante, los colegiales irradian ternuras y alegrías a raudales. Es cierto que sus aulas, están menoscabadas, imploran reparaciones urgentes; mas en los chicos recibo la mejor esperanza, cuando el camionsaurio se detiene en las proximidades de una de las escuelas. Del lenguaje corporal que expresan los adultos y los profesores, lamento no desentrañar las mismas emociones, ni siquiera por asomo pueden semejarse.
 
El mundo de los grandes en el entorno rural, que orilla el recorrido que ha de conducirme a Guane, es mucho más tedioso y decadente que el de los infantes, en señal de que el tiempo le hizo una broma muy pesada al campesinado de Cuba, a los que debieran ser, según mi modesta opinión en asuntos de bienestares sociales, los más beneficiados de toda nuestra historia, por derecho natural. Aún así, me abstraigo del ambiente, hago el máximo de mí por aliviar esas penurias, que aunque quiera compartir al calzarlas como si fueran mis mismos zapatos, jamás padeceré en la misma intensidad que los guajiros; noto que me quedan energías para contemplar, que a menos de 20 kilómetros de la entrada a Isabel Rubio, hay dos imágenes espectaculares: las playas del Sur, y el río Cuyaguateje.
 
El azul de las aguas marinas, sobrepasa los tonos celestes. Es más profundo y seductor el mar desde este enclave, donde el paralelismo de la vía férrea, con la conocida ruta Panamericana que descuella en la llanura, y el diseño metálico de varios puentes, enaltecen la memoria de la ingeniería y el ferrocarril cubano, uno de los pioneros de este medio de transporte en el planeta; y ahora tal vez, entre los más rezagados del mundo. No solo porque sean antiguas las locomotoras, sino porque entre un tren y otro, hay una eternidad de pausas y un millón de deseos de moverse a donde cambien para bien las vidas.
 
Fue tanta transferencia de las frustraciones la que recibí, de parte de los viajeros habituales en el mastodonte sudorífico y antiecológico, que en nada me sirvió de consuelo comparar, mi aventura insólita con la cotidianidad de la gente. Me iba a ser escurridizo, un tramo considerable del itinerario, en el que se diferenciaban, el pueblito de Sábalo, y el punto de control y vigilancia de la policía experta en registrar maletines, camuflados con bejucos de boniato y hojas de plátano, para disimular los fuertes olores de mariscos y el tabaco. Juro que lo vi, los vi, pero no los grabé. Me evocaron tropeles de palabras, que no voy a escribirles, porque quiero que hable el silencio y otras formas sutiles de la comunicación humana. Así que en este momento del diario, perdónenme queridos lectores, un mutis hacia lo intangible, esta necesaria muda al plano espiritual.
 
Mi alma se apeó del PDJ 956 a las 2 y 58 de la tarde. Apenas sin llegar a desentumirme y recambiar el oxígeno, la imagen de un camioncito Ford, PDJ también, pero 395, pintado de verde, con varias plazas vacantes, y al parecer remodelado, me cautivaría por la cifra módica de un peso cubano desde un sitio con nombre de heroína mambisa hasta el pueblo que obtuvo su bautismo en las raíces aborígenes. Por fin en Guane, de poscarnaval e iglesia antigua, con el reloj detenido a las 10 a.m. Son las 3 y 12 pasado meridiano en mi móvil rebosante de cobertura, e intento orientarme en el espacio de una tierra de la que apenas guardo memoria. Cada vez que la rondaba lo hice de prisa y de paso. Ahora tengo todo el viento a mi favor. ¡Lástima que haya llegado un día después de que finalizaran las fiestas populares!, digo para mis adentros. Quizás ha sido lo mejor que arribara después del vendaval etílico y la musicanga, aunque tengas que vértelas con una villa en resaca y cansada.  
 
Sigo pensando. Me aquieto. Siento que mi corazón es como un radio que busca sintonizarse. El aire es denso y el calor bravísimo. La escultura gigante y grisácea que avisté en la bienvenida, parecía que se iba a derretir con tanto fuego. Me resultó bien curioso, que desde mi colocación favorita para retratar, aquella efigie que semeja a un gran cacique taíno y en la parte baja luce el rótulo GUANÍ, se alineara con la señalización de “PARE” y una esbelta y coqueta palmera solitaria en lontananza. No se notaba ninguna sugerencia de llovizna o brisa. Un bando de tiñosas merodeaba frente al cine municipal. Un perro sato refugiándose del sol, dormía la siesta, sobre unas tablas que encofraban el esbozo de una nueva residencia de familia.
 
La plaza de camiones y ómnibus, está tan próxima a la estación de trenes, que ambas pueden confundirse. Vienen siendo como una doble bahía terrestre. Denotan un silencio inesperado en este horario. Distingo que un grupito se acomoda en los asientos azules del esperadero, con la intención de hacer obligatoria escala, vía Mantua o Sandino; y una señora con la apariencia física de ser, algo así como la súper abuela del pueblo, se adormila en su butaca, cabecea y sueña con los angelitos, esquinada en la supuesta terminal. No sé bien, a pesar del silencio, me parece que ellos hablan un idioma parecido al mío, pero con otros énfasis que nos distancian mucho. Quizás sean meras especulaciones de mis deseos, por hallar algún truco genuino, que acaso permita la fusión de mi alma con la de la gente, hacerme uno con cada columna de la vieja iglesia, con su cruz, su campanario, y echar a andar el reloj en la hora de un mundo más próspero; sin que por ello deba sufrir, la triste condición humana, que encarnan los herejes y los que disienten.
 
He llegado a un destino difícil, en fase recuperativa, parece que le marcan conteo de protección a esta comarca. Nunca más ha de ocurrírseme viajar a un territorio, un día después del carnaval, que es lo mismo que un día posterior a la guerra. Náuseas, vómitos, cefalea, sed intensa, zumbido de oídos; somatizan el ambiente guanero a mi llegada. Las personas están más paranoicas de lo pensado, le huyen al lente de mi cámara Olympus, como novios o novias supersticiosos a pocas horas de su casamiento. Están en todo su derecho, pienso, cada quien es propietario de su ser. Solo quiero capturar imágenes con ética, medito. Por eso voy más desenvuelto a la rutina arquitectónica, que presupone casas, templos, parques, cementerio y museo. Lo peor, es que en algunos de estos sitios, veo que en los gestos de los pobladores, se delata una intención de delatarme, de echarme pa’lante, como decimos en cubano.
 
Pero estoy en absoluta paz conmigo, y sé que es plenamente lícito, normal y necesario lo que me proyecto; por eso cambio la estación que reproduce los rumores y las fobias ajenas, mientras trato de sintonizarme con alguna voz amiga o una señal fraterna de esta época. El poeta Damián, es una tentativa afable en vísperas de ver qué hay detrás de la máscara de mi primer impacto. Él es un cofrade excelente de mis rutas literarias; dicen que vive cerca del templo católico; aunque tal vez pueda hallarlo rumbo al policlínico, donde le han visto refugiarse desde la mañana, producto de una posible hipoglicemia. ¡Ay, Madre Divina! Presumo que el alcohol, al igual que a otros tantos artistas y escritores, lo tiene recostado contra las cuerdas del ring cotidiano. ¡Qué pena que un talento así, se dilapide en pueblos chicos e infernales!
 
(Continuará)
 
Maikel Iglesias Rodríguez (Pinar del Río, 1980).
Poeta, articulista, médico y fotógrafo.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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