El ruido

Miércoles de Quintana

Hace poco transitaba por la calle Luz Zaldívar, justo por el costado de la antigua Escuela de Comercio y sentí que algo me observaba. Ese algo clamaba por mi atención. Alcé la vista hacia las casas que dan al costado de la escuela y quedé sorprendido. Las paredes de estas están tapizadas con un collage de carteles de intenso colorido. Pensé que era arte. Y tal vez lo sea. Ahí vive un matrimonio de artistas visuales. Me detuve y aprecié mejor de lo que se trataba. Se trata de una protesta, de un collage diseñado para llamar la atención, despertar el interés cívico, y convocar a la acción solidaria. ¿Qué dicen los carteles?

-No al bar. Esta es zona residencial.

-Quiero dormir y el vecino no me deja.

-El respeto al derecho ajeno es la paz.

En esencia es una protesta contra una agresión sonora proveniente de un negocio aledaño. Imagino que cuando este ciudadano ha decidido hacer la denuncia pública es porque no ha tenido éxito reclamando su derecho ante las instituciones oficiales que corresponde.

En realidad, este no es un hecho aislado. En otros momentos y lugares han aparecido talleres de chapistería y mecánica en zonas residenciales convirtiendo la tranquilidad previa en infierno sonoro debido al concierto de mandarriazos y acelerones. Tiembla la tierra y los ancianos, los enfermos, los niños… y el que aspira a leer un libro tranquilamente. 

Hasta hace unos años y desde muchísimos más se aplicaban en Cuba normas que protegían a los ciudadanos de la contaminación sonora y la agresión por música y ruidos estridentes. Recuerdo el permiso que otorgaba por escrito la policía para organizar una fiesta hasta la media noche. Así es aun en el mundo entero.

¿Quién autoriza la apertura de bares?

¿Quién legaliza los talleres ruidosos?

 ¿A quién quejarse?

Hace varias generaciones que los niños han oído decir que “en la sala de mi casa yo pongo la música que quiero y como quiero”. Nadie les dice que en la sala de la casa de al lado o en la del frente hay personas con derecho a no oir lo que se le impone.

Pareciera que la Asamblea del Poder Popular debiera dedicar una sesión para revivir las tradiciones de convivencia civilizada que habíamos logrado.

Un tip: Por encima de 70 decibeles el ruido enferma. La bulla que imponen los bafles gigantescos a los vecinos está entre 90 más de 100 decibeles.

 Ojalá, como otros productos muy necesarios, escaseara el ruido.

 


  • José Antonio Quintana de la Cruz (Pinar del Río, 1944).
  • Economista jubilado.
  • Médico Veterinario.
  • Reside en Pinar del Río.
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