El presidio político en Cuba

Foto tomada de Internet.

Hoy leí, una vez más, uno de los escritos más tristes que he leído nunca. Y pensar que fue escrito por un adolescente, y pensar que vivió esos horrores con apenas 17 años. Y pensar que todo lo que describe es verdad.

“Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas. Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás.”

Dolor infinito, devastador y un adolescente, casi un niño, sentado en el balcón de casa de su amigo Fermín, reía, ajeno a que el tirano no permite que se rían si él no lo ordena.

Los voluntarios españoles desfilaban por la calle y oyeron las risas y sintieron que se removía la fiera que llevaban dentro. Y subieron y registraron la casa y encontraron una carta donde se le reprochaba a Carlos de Castro que siendo discípulo de Mendive hubiera hecho apostasía de sus principios y se uniera al tirano. Fue suficiente, unas risas, una carta privada, y un juicio amañado.

Seis años de presidio. Y allá fue el adolescente Pepito a cumplir. Grillos en los pies, a romper piedras. Y el primer día se le abrió aquella cámara de horrores.

“Dante no estuvo en presidio. Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento de la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno.

Las hubiera copiado, y lo hubiera pintado mejor.”

El horror del presidio hizo vacilar su fe en Dios.

“Si existiera el Dios providente, Y lo hubiera visto, con la una mano se habría cubierto el rostro, y con la otra habría hecho rodar al abismo aquella negación de Dios.”

Pero, una vez deportado a España, comprendió que su misión era denunciar el horror y hacerlo en nombre de Dios, en nombre del bien, del que los tiranos se olvidan.

“Dios existe, sin embargo, en la idea del bien, que vela el nacimiento de cada ser, y deja en el alma que se encama en él una lágrima pura. El bien es Dios. La lágrima es la fuente de sentimiento eterno.”

Y lo hizo de una manera cruda y hoy, casi siglo y medio después, al leerlo, siento que las lágrimas quieren salir de mis ojos y pienso en el horror del presidio y pienso en Don Nicolás del Castillo, preso porque a los 76 años, luchaba por ver su patria (y la nuestra) independiente y libre de opresión.

Y pienso en Lino Figueredo, con solo 12 años, preso sin saber por qué. Y pienso en tantos y tantos jóvenes y ancianos, padres e hijos, que guardan prisión por defender sus ideas como Don Nicolás o, simplemente, por defender sus derechos. Cuántos y cuántos sienten en sus propias carnes todo el horror del presidio sin ser criminales; porque no es criminal pedir libertad, ni exigir derechos, ni tener hambre y no tener comida. O querer vivir como un ser humano.

“El Gobierno olvidó su honra cuando sentenció a un niño de doce años a presidio; la olvidó más cuando fue cruel, inexorable, inicuo con él. Y el Gobierno ha de volver, y volver pronto, por esa honra suya, ésta como tantas otras veces mancillada y humillada.”

Pienso en el negrito Tomás, con once años sentenciado por un Consejo de Guerra como preso político. Niños, adolescentes que no tienen la conciencia clara de sus actos, sentenciados a prisión, presos políticos cuando todavía no conocen lo que es política, cuando no saben lo que es libertad.

Presos como Juan de Dios, de cerca de cien años, demente o casi, esclavo, que tampoco conoce cuál fue su culpa. Personas que no tienen conciencia de los “crímenes” de los que se les acusa. Algunos piden libertad, otros solo tienen hambre.

“Los ojos atónitos lo ven; la razón escandalizada se espanta; pero la compasión se resiste a creer lo que habéis hecho, lo que hacéis aún. O sois bárbaros, o no sabéis lo que hacéis. Dejadme, dejadme pensar que no lo sabéis aún. Volved, volved por vuestra honra: arrancad los grillos a los ancianos, a los idiotas, a los niños; arrancad el palo al miserable apaleador; arrancad vuestra vergüenza al que se embriaga insensato en brazos de la venganza y se olvida de Dios”.

Porque la razón se resiste a creer que existan seres humanos que ordenen y ejecuten esos horrores y puedan dormir tranquilos, porque los que tienen conciencia y compasión piensan que los demás deben tenerlas. Porque no concebimos que haya personas en cuyo pecho una bomba mecánica impulse la sangre y no un corazón; porque un corazón debe sentir compasión, porque un hombre honrado debe sentir en carne propia toda injusticia que se cometa contra otro hombre y el presidio es horrible, pero lo es más cuando el delito es por defender derechos, por exigir libertades y aún más cuando los reprimidos no son siquiera conscientes del motivo de la represión, como Lino, Tomás y Juan de Dios.

“Los hombres que sueñan con la federación universal, con el átomo libre dentro de la molécula libre, con el respeto a la independencia ajena como base de la fuerza y la independencia propias, anatematizaron la petición de los derechos que ellos piden, sancionaron la opresión de la independencia que ellos predican, y santificaron como representante de la paz y la moral, la guerra de exterminio y el olvido del corazón.”

Martí se dirige directamente a los intelectuales españoles que pedían su libertad de la monarquía, como haría en “La República española y la revolución cubana”. Porque los que piden libertad para ellos y se niegan a otorgársela a los demás, olvidan que el mundo gira y que quien niega derechos no tiene la posibilidad de pedirlos cuando se les supriman, es justicia. Muchos son así, defienden “su libertad” pero no aceptan que otros tengan conceptos diferentes de la libertad. Y Martí los retrata, sueñan con un mundo unido, hablan, hablan, hablan, pero sus palabras encubren verdades, sus palabras crean delitos a partir de actos de conciencia y no ven que la causa de la rebeldía es su propia conducta.

Martí pide, aunque sea, compasión. No pide más, pide que el corazón de los opresores se conduela de los oprimidos.

“Yo os pido latidos de dolor para los que lloran, latidos de compasión para los que sufren por lo que quizás habéis sufrido vosotros ayer, por lo que quizás, si no sois aún los escogidos del Evangelio, habréis de sufrir mañana.”

Sufrirán mañana porque, cuando el oprimido, puesto en pie sobre el yugo que le ha sido impuesto se quite de los hombros al tirano ¿Puede este pedir compasión para él y los suyos? El pueblo, oprimido, tiene derecho a aplastar al opresor y tiene, también, el derecho a ser clemente. ¿Cuál ejercerá? Solo Dios lo sabe.

Y les recuerda que los tiranos son los responsables de la rebelión de los pueblos, que la violencia engendra violencia, que la esclavitud fertiliza las ansias de libertad.

“¿Qué venís haciendo tantos años hace? ¿Qué habéis hecho? Brotó, porque vosotros mismos la impelisteis a que brotara, porque vuestra crueldad hizo necesario el rompimiento de sus venas, porque muchas veces la habíais despedazado el corazón, y no quería que se lo despedazarais una vez más. Y si esto habéis querido ¿qué os extraña? Cuando todo se olvida, cuando todo se pierde, cuando en el mar confuso de las miserias humanas el Dios del Tiempo… halla las vergüenzas de una nación, no encuentra nunca en ella la compasión ni el sentimiento.”

Y no hay justificación para esos crímenes porque por muy buenas intenciones o ideas que se tengan, la represión es un crimen, encarcelar inocentes es un crimen, maltratar, golpear, vejar a los que piden libertad, a los que piden comida porque no tienen, a los que piden derechos, es un crimen:

“La idea no cobija nunca la embriagues de la sangre.

La idea no disculpa nunca el crimen y el refinamiento bárbaro en el crimen.”

Y las campanas de la Demajagua están sonando desde hace poco y “La siempre fiel Isla de Cuba” está cansada de aguantar humillaciones, de ser engañada, pisoteada y el tirano teme porque siente las vibraciones de los pies patriotas en el suelo cubano y su temor se refleja en la represión y encarcela niños, ancianos, adolescentes y entre ellos a Pepito, que verá abrirse a sus pies un abismo, el abismo del presidio político y su conciencia sentirá el dolor ajeno como propio y, una vez fuera del infierno, pero con el infierno dentro de él, escribirá esta joya político-literaria con la que pretenderá “romper en el alma española el vaso frio que encierra la lágrima”.

Y a mí, que hoy lo releí una vez más, me asomé de nuevo a ese abismo y sentí compasión por los que sufren, por los marginados, por los que guardan prisión injustamente.

Y sentí, en mi alma, como se rompía de nuevo el vaso frío que encierra la lágrima.

Bibliografía

El presidio político en Cuba. José Martí. Obras completas. Tomo 1, pp. 45/74.

 

 


  • Antonio Manuel Padovani Cantón (Pinar del Río, 1949).
  • Médico.
    Profesor de medicina interna.
    Abogado.
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