El poder de los anónimos en Cuba

Desde hace varios años un ente, un virus letal para una sociedad, ha ido cobrando fuerza y espacio en Cuba: las denuncias anónimas. A tal punto, que en la mayoría de las ocasiones, las mismas, orientan, dirigen y controlan los modos de actuación de los órganos que inspeccionan las ilegalidades en Cuba y reprimen las tímidas manifestaciones de libertad, autonomía e independencia que se dan en la emergente sociedad civil.
Por Virgilio Toledo López
A “fulano de tal” le están haciendo una investigación sobre la construcción de su casa, porque dicen que le hicieron una denuncia anónima. A “ciclano” lo están investigando en el trabajo porque dicen que le hicieron una denuncia anónima, a “esperancejo” lo tienen detenido porque dicen que le hicieron una denuncia anónima acusándolo de negociante clandestino. Esto que parece una letanía se ha hecho realidad alrededor nuestro.
 Muy mal tienen que estar las instituciones estatales para regir, en no pocas ocasiones, su actuación, basándose en algo tan mezquino, oscuro y falto de transparencia como es el caso de las denuncias anónimas; muy mal tiene que estar la eticidad de un proyecto político-social para que sus instituciones actúen producto de la delación, que en esencia es la actitud que rige este tipo de modus operandi.
¿Qué ha pasado en Cuba para que un virus tan letal como las denuncias anónimas, haya ido cobrando tanta fuerza y espacio, al punto de que en la mayoría de las ocasiones, orientan, dirigen y controlan los modos de actuación de los órganos represivos o de los que velan por las ilegalidades en Cuba? ¿Qué hay detrás de estos anónimos; por qué se producen?
Cuando en una sociedad las denuncias anónimas adquieren validez y ascienden a la categoría de métodos válidos para conducir las actuaciones de las personas, grupos, instituciones, órganos represivos o de los que velan por las ilegalidades, algo está muy grave. No se puede sustentar el funcionamiento de una sociedad sobre la base de algo que hasta los mismos que alientan y permiten estos actos tienen conciencia de que no es correcto, sino porque escogen el anonimato y la subrepticidad para hacerlo. Ninguna sociedad normal le da crédito a un anónimo, menos para elevarlo a la categoría de documento que obligue a hacer una determinada investigación
Bien es sabido que los delatores, la delación en sí misma, es una de las actitudes más despreciables, porque degrada al ser humano a un estadio moral muy bajo, lesionando profundamente su dignidad.
¡Cuántos cubanos miran por arriba del hombro para ver si alguien lo ve a la hora de comprar algún producto en el mercado negro para satisfacer sus necesidades básicas! ¡Cuántos viven temerosos día a día porque casi todo lo que necesita para sobrevivir es ilegal! Es hora de transformar las leyes que obligan en no pocas ocasiones a los cubanos a hacer algo ilegal. Esto en el fondo es una de las causas que provocan y estimulan la delación, que hacen que algunas personas quieran obtener prebendas de ese estilo de vida que atenta y lesiona su dignidad de ser humano.
Si analizamos el hecho por separado de una denuncia anónima, se desprende que el protagonista de ella sufre una deformación en su escala de valores, y una confusión entre lo que está bien o mal hecho, o sea, no tiene rectitud, ni verdad de conciencia. Pero no solo quien denuncia está confundido o deteriorado, sino que todo aquel que permita, aliente, o cobije actos y actitudes de este tipo, padece las secuelas de este síndrome.
Desde la familia debemos trabajar por que los miembros más pequeños vayan aprendiendo a diferenciar entre lo que está bien o mal hecho, si estimulamos a nuestros hijos o le damos crédito cuando dicen algo que su hermana, hermano, u otro miembro de la familia hizo, estamos sembrando en él las semillas para que en un futuro sea un delator, o por lo menos un mensajero de anónimos. No se trata de no educarlo y que permanezca impasible ante lo mal hecho, se trata de darle herramientas para que lo enfrenten con firmeza y valentía, sin doblez o falta de transparencia.
Muchas veces en nuestras escuelas les asignan roles a los alumnos que promueven la delación como actitud: desde apuntar en un papel a los que llegan tarde, a los que escriben las paredes, hasta estimular o emplear un método de emulación que favorece esta actitud delatoria. Es evidente que hay que trabajar y educar para que los alumnos no lleguen tarde, porque la puntualidad es un valor, o que cuiden los pupitres, las paredes, las mesas, porque es un deber preservar la propiedad de todos, o emular para fomentar la sana competitividad en ello, pero no a costa de delatar a los demás y señalarle en una asamblea estudiantil, delante de todos, las deficiencias que ha tenido durante el mes. Hay que emplear para lograr estas loables actitudes y virtuosismo, métodos que no deformen moralmente, que no hagan peor el remedio que la enfermedad.
Los que tenemos alguna experiencia laboral sabemos que en no pocas ocasiones, algunos trabajadores caen en desgracia porque algún todopoderoso anónimo llegó a la dirección de la empresa acusando o denunciando algo que dicho trabajador ha hecho. O en el barrio, de repente nos desayunamos con una investigación que se le está haciendo a fulano porque está vendiendo plátanos, o durofríos, o cualquier producto para ayudar a complementar la magra canasta familiar.
Es un reto para nuestra sociedad, qué hacer para eliminar o mitigar los efectos de este temible virus. Cada educador debe insistir en la importancia que tiene fortalecer y promover la transparencia como valor. Cada grupo o institución debe ponerle freno a los efectos de las denuncias anónimas, no debe dársele crédito ni curso a las mismas, eso desestima la seriedad y credibilidad de quienes emplean esos métodos.
Puede ser que una denuncia anónima nos ayude a desentrañar alguna situación en concreto, pero a la larga emponzoña el alma de quienes están involucrados en ella. La valentía para solucionar honestamente y con claridad edifica y sana cualquier conflicto creado por una mala actuación, pero el proceder fundado en anónimos corrompe y enferma el alma de los que se dejan influenciar por ellos.
Nuestra sociedad necesita del fomento de unas relaciones entre los ciudadanos basadas en la transparencia para construir un futuro, donde la confianza y la reconciliación entre todos sean actitudes normales. Cuba necesita de instituciones que no fundamenten su labor sobre denuncias anónimas para controlar las ilegalidades. La justicia no está para nada ligada con la delación, más bien la perjudica. Y si queremos construir una sociedad donde reine la justicia y la paz, no debemos darle cabida a las denuncias anónimas, porque ensucian lo mejor de este país que son los cubanos y cubanas, que siempre se han caracterizado por ser, sencillos, sinceros y sin trastiendas a la hora de relacionarse con los demás.    
Virgilio Toledo López (Pinar del Río, 1966).
Ingeniero Electrónico. Premio Ensayo 2006 en el concurso “El Heraldo”.
Ha publicado en revistas nacionales y extranjeras.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.
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