El General Brooke favoreció al pronto establecimiento de la República de Cuba

Toda intervención militar extranjera es indeseable y, en muchas ocasiones, cuando no es por razones humanitarias, es éticamente inaceptable y mejor hubiera sido que no ocurrieran, pero la historia no puede echarse atrás y reescribirse falseando todo. ¿Todo en la intervención fue negativo? ¿Hubo interventores mejores que otros? ¿Se puede ser interventor y no ser anexionista? Cuba tuvo ejemplos para responder a estas y otras interrogantes.
Por Wilfredo Denie Valdés
La conducta heroica de los cubanos, al mando del coronel del Ejército Libertador Enrique Thomas, en las acciones ventiladas por estos y sus aliados norteamericanos (junio de 1898), contra las tropas españolas en Playa del Este, Tres Piedras y el Cuzco (Guantánamo), y la ofensiva criolla, fueron de tal magnitud, que el propio almirante McKeala, de la Marina de Guerra de los Estados Unidos, no pudo menos que hacerle justicia, diciendo en memorable discurso pronunciado el día 23 de julio de 1898, ante las fuerzas cubanas y norteamericanas, las siguiente palabras:
“Los cubanos habían ido a salvarlos del pánico en que se encontraban ellos desde su llegada, por los continuos ataques de los españoles, que no les dejaban respirar, y que no sabía cómo agradecer bastante, en nombre del gobierno de Norteamérica y en el propio, a los cubanos que, como una bendición del cielo, llegaron en momentos precisos para evitarles un desastre a las fuerzas norteamericanas del desembarco”.
Un oficial del ejército norteamericano quiso protestar de algunos conceptos implícitos en estas palabras, a lo cual respondió McKeala diciendo:
“Usted podrá decir lo que quiera, pero la verdad histórica, es lo que acabo de manifestar”.
El mayor general John R. Brooke, durante el tiempo que desempeñó el cargo de gobernador militar de Cuba (1ro. de enero de 1899 al 20 de diciembre de 1899) sin instrucciones precisas sobre el carácter que tenía dicha Intervención, tuvo que afrontar las gravísimas responsabilidades inherentes a la forma en que se había producido la interposición norteamericana de la contienda cubano-española, entre otras:
la situación de agudísima miseria que imperaba en el país, consecuencia de la cruenta guerra mantenida desde el 24 de febrero de 1895, contra el salvaje despotismo español;
el desconcierto general por la incertidumbre en la actitud que en definitiva adoptaría el gobierno de McKinley sobre el status de Cuba;
los recelos que contra el gobierno interventor lógicamente existían por ello entre los elementos revolucionarios libertadores;
a la lucha de intereses desatados entre gobernantes y políticos norteamericanos para incumplir los pronunciamientos y promesas de la Resolución Conjunta de abril 1898;
No obstante todas esas dificultades, el Mayor General Brooke se reveló como hombre de austeridad y dignidad ejemplares y como un gobernante comprensivo, capaz, dinámico y justo.
Atemperó su actuación a la que juzgó mandato ineludible impuesto a su nación por la voluntad popular reflejada en los artículos primero y cuarto de la referida Resolución Conjunta:
que, habiéndose reconocido por los Estados Unidos “que el pueblo de la Isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”.
y que “no tienen deseo ni intención de ejercer jurisdicción y dominio sobre dicha Isla, excepto para su pacificación”,
Esta era su única y trascendental misión, encaminada, desde luego, a entregar “el gobierno y dominio de la Isla a su pueblo”.
Brooke trató por tanto a los cubanos con el respeto y consideración, de los que eran merecedores por su abnegada y heroica lucha en pro de la independencia y de la libertad y por sus relevantes cualidades –que siempre estuvo pronto a reconocer- de inteligencia, bondad y laboriosidad.
Durante su mandato de menos de un año se ocupó inmediatamente en organizar el gobierno civil y militar propio de la Isla. Poco después nombró gobernadores civiles para las provincias, y en el mes de abril se creó el Tribunal Supremo para Cuba.
Se estableció también el primer Juzgado Correccional. Los ayuntamientos fueron organizados por los gobernadores civiles de las provincias respectivas.
Durante el primer año de la paz con intervención, el estado general del país, que había salido de la guerra, era de un territorio totalmente arrasado. En los campos no había “casa en pie”, al decir de los habitantes. Todos los cultivos habían desaparecido y el ganado y los animales domésticos eran escasísimos. La miseria era general y el estado sanitario verdaderamente horrible. A pesar de la falta de animales de trabajo y de aperos de labranza, la población campesina se dedicó con extraordinario ardor a levantar sus hogares destruidos y a cultivar la tierra.
En todos los pueblos de la Isla se inició la obra piadosa y patriótica de recoger los restos de los cubanos muertos en la guerra, diseminados en los campos, depositándolos en sencillos monumentos funerarios. Al propio tiempo, se fundaron algunos asilos para atender a los numerosos huérfanos de la Patria.
A los pocos meses, la paz y la seguridad se habían establecido con firmeza en los campos y ciudades. El pueblo cubano se aplicaba con toda su energía a reconstruir el país, sin odios ni rencores, y solo ansiaba el momento de ver la Patria enteramente libre.
Todo esto bajo la administración de un norteamericano honesto y respetuoso de la identidad y la soberanía intrínseca de la Isla por el momento intervenida. Hay que reconocer, además, que el interventor Brooke se rodeó, en cuanto le fue posible, para mejor desenvolver su administración, de cubanos de altos merecimientos patrióticos e intelectuales, a los que concedió amplias facultades para que desarrollaran sus planes de reforma sobre educación, justicia, sanidad y obras públicas.
Guiado por esos consejeros, conocedores de la idiosincrasia y la realidad cubana, tuvo como primordial empeño y preocupación de su gobierno, el bien de Cuba.
Brooke merece profundo y eterno reconocimiento de los cubanos, por su noble conducta, adoptada todavía con más mérito porque desoyó las intrigas que tejían desde Washington, el Ejecutivo, algunos congresistas y otros políticos, y dentro de la Isla desestimó durante su mandato las maniobras urdidas por Leonardo Wood en pro de la anexión.
Nuestra posición es de defensa de la soberanía y la integridad territorial y moral de la República de Cuba, sin embargo, en aras de la historia verdadera, debemos reconocerlo, el primer interventor norteamericano en Cuba siempre fue opuesto a la anexión, y se negó a propiciarla, confiando, en cambio, en la capacidad del pueblo cubano para labrar por sí mismo su propio destino. Sin olvidar en ningún momento la provisionalidad de la intervención, y por tanto, de su presencia y mandato transitorio, Brooke favoreció decididamente el pronto y estable establecimiento de las bases de la República de Cuba, luchada, engendrada y edificada por los propios cubanos, desde entonces abiertos al mundo y con la colaboración de cuantos hombres honestos de cualquier nacionalidad desearon ayudar a la instauración de la nueva República.
Al ser bruscamente relevado de su cargo el mayor general Brooke, ya se habían creado las condiciones favorables en la Isla para que nada ni nadie, pudiera arrebatarles a los cubanos su condición de hombres libres e independientes aunque tratasen de favorecer intrigas anexionistas.
El general Leonardo Word sustituyó al general Brooke, tomando posesión del cargo de interventor el 20 de diciembre de 1899. Mucho cambiaría entonces en Cuba porque los hombres y sus formas de gobernar y concebir la libertad influyen decididamente en el destino de las naciones.
El pueblo de Cuba supo comprender y agradecer al mayor general Brooke su nobilísima gestión, ofrendándole un emocionado homenaje de despedida en el que participaron los elementos más representativos de la ciudadanía, enraizada en el espíritu y los ideales de la Revolución Libertadora.
En la prensa verdaderamente cubana, en los discursos que se pronunciaron en el grandioso banquete de despedida y en el inmediato enjuiciamiento de los historiadores que fueron testigos de su administración, se proclamó:
que en su gobierno “resplandece de tal manera la probidad, que nadie se ha atrevido a pensar que con dinero podía adquirirse influencia sobre sus hombros, ni con dinero alcanzar ninguna resolución gubernamental”,
se reconoció que “ningún acto suyo mereció censura, ninguna resolución la aconsejó el apasionamiento, ningún propósito movió su ánimo no encaminado al respeto de la ley y el mejoramiento de la producción y la riqueza, totalmente destruida por la guerra.”
Desde el punto de vista cubano fue juzgado su gobierno como eficaz, pues según se dijo aquel día de la despedida:
“donde encontró un desierto dejó un oasis, donde solo había luto, dejó sonrisas, donde había miserias, dejó abundancia; donde había dudas, dejó esperanzas; siendo esta afirmación honrada, la más bella corona que pueda ofrecer un pueblo a un gobernante”.
Y los cubanos de todos los tiempos, sin renunciar para nada a la condición de país libre e independiente de los Estados Unidos y de cualquiera otra nación, cada vez que mencionemos el nombre del gobernante Brooke, no debemos olvidar que los cubanos de su tiempo lo despidieron, al abandonar nuestro territorio, con estas palabras que muy justicieramente debemos mencionar:
“….Cualquiera que sea nuestro destino, o las circunstancias que a los cubanos nos favorezcan o nos agobien, tendremos siempre de vos una brillante memoria y os profesaremos un motivadísimo sentimiento de respeto, de amor y de gratitud.”
Bibliografía:
Todas las citas entrecomilladas y en itálica son de:
– Revalorización de la Historia de Cuba, 2da. Edición. Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, 1961.
Historia de Cuba. Dr. Guerra y Sánchez, Ramiro. Octava Edición. Cultural, S.A., Pi y Margali 525. Habana.

Wilfredo Denie Valdés (Pinar del Río, 1926)

Periodista. Lic. en Historia.
Historiador de la ciudad durante mucho tiempo.
Fundador del Movimiento 26 de Julio en su provincia.
Ex-Director del Instituto de Amistad con los Pueblos en P. del Río.
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