La Iglesia católica en Cuba ha atravesado en las últimas décadas momentos de resistencia, acompañamiento y discernimiento en medio de la realidad cambiante de la nación. Su jerarquía episcopal, que ha ayudado a sostener la vida eclesial en contextos de limitaciones y presiones, se encuentra hoy ante una coyuntura decisiva.
El actual episcopado cubano refleja no solo la historia reciente de la Iglesia en la Isla, sino también los desafíos que se ciernen sobre su futuro inmediato: la avanzada edad de varios de sus pastores, la urgencia de un relevo generacional, la escasa presencia de obispos auxiliares y el deber de responder, con nuevas energías y carismas, a las condiciones sociales, económicas y espirituales que marcan el presente.
Panorama demográfico del episcopado cubano
En la Arquidiócesis de Santiago de Cuba, Mons. Dionisio García Ibáñez ya cuenta con 80 años, cinco por encima del límite canónico. Ha sido una figura clave de la Iglesia oriental, pastor cercano y mediador prudente, pero su permanencia prolongada, a pesar de sus problemas de salud, evidencia la ausencia de un relevo ya disponible. Algo similar sucede en la también oriental Diócesis de Bayamo-Manzanillo, cuyo pastor, Mons. Álvaro Beyra, arribó en mayo a los 80 años.
En septiembre pasado, Mons. Emilio Aranguren, obispo de Holguín, cumplió 75 años, por lo que, como indica el canon 401 §1 del Código de Derecho Canónico, debe presentar su renuncia al Papa por motivos de edad. Lo mismo deberá hacer próximamente Mons. Domingo Oropeza, obispo de Cienfuegos, y Mons. Wilfredo Pino, arzobispo de Camagüey, quienes llegan en octubre a los 75 años.
En La Habana, el cardenal Juan de la Caridad García, cumplió el 11 de julio 77 años. Su presencia es muy querida, pero no deja de interrogar sobre quién asumirá las riendas de la arquidiócesis más grande y compleja del país en un futuro cercano. En situación semejante está la Diócesis de Pinar del Río, cuyo obispo, Mons. Juan de Dios Hernández, está próximo a cumplir 78 años.
Por contraste, existen diócesis conducidas por obispos más jóvenes, como Mons. Juan Gabriel Díaz (65 años), obispo de Matanzas; Mons. Arturo González Amador (69 años), obispo de Santa Clara y actual presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC); y Mons. Silvano Pedroso (72 años), obispo de Guantánamo-Baracoa.
En cuanto a los obispos auxiliares, Mons. Eloy Ricardo (48 años) colabora en La Habana y Mons. Marcos Pirán (64 años) en Holguín.
También es justo reconocer la presencia de tres obispos eméritos: Mons. Héctor Luis Peña Gómez, con 96 años, el más anciano del episcopado cubano y uno de los más longevos del mundo; Mons. Jorge Enrique Serpa, de 83 años, emérito de Pinar del Río; y Mons. Mario Mestril, de 85 años, emérito de Ciego de Ávila, diócesis vacante desde 2022.
Esta mirada al mapa episcopal muestra un dato revelador: de los diez obispos residenciales con que cuenta hoy la Iglesia cubana, ocho han sobrepasado los 70 años. De ellos, siete ya tienen o superan la edad de jubilación, y una diócesis permanece sin pastor desde hace tres años.
El conjunto dibuja un episcopado marcado por la fidelidad y la entrega, pero con una pirámide etaria inclinada hacia arriba. Es un signo claro de que la renovación no puede esperar mucho más. Conviene recordar, sin embargo, que, aunque el obispo está llamado a presentar su renuncia al cumplir 75 años, corresponde al Papa decidir cuándo aceptarla. Hasta ese momento, el prelado continúa ejerciendo su ministerio.
La importancia del relevo generacional
La sucesión episcopal nunca es un mero trámite administrativo. Es una cuestión pastoral y social de primer orden. No solo porque los obispos son pastores de sus iglesias particulares, sino porque se convierten también en referentes de esperanza, sobre todo en un país donde la desesperanza, el hastío y el desencanto son constantes.
El relevo se hace aún más urgente en un país que atraviesa transformaciones complejas y una crisis política, económica y social profunda. En ese contexto, la llegada de nuevos obispos puede significar no solo un alivio para quienes están ancianos, enfermos o cansados, sino también una oportunidad de renovar energías para acompañar a las nuevas generaciones y proponer caminos pastorales creativos en medio de la crisis.
La prolongada ausencia de obispos auxiliares
La falta de obispos auxiliares durante largos periodos ha debilitado al episcopado cubano. Durante años, diócesis extensas y complejas como La Habana, Santiago o Camagüey carecieron de un auxiliar estable.
No es obligatorio contar con auxiliares, pero la realidad geográfica, demográfica y pastoral de ciertos territorios, así como el estado de salud de un obispo, son factores claves para solicitarlos a la Santa Sede. En un contexto donde disminuyen los sacerdotes y vocaciones, un auxiliar no es un lujo, sino una necesidad. Su presencia puede significar un apoyo en la administración de la diócesis, en la coordinación pastoral, en el acompañamiento del clero y de la vida religiosa, en la administración de sacramentos y en la representación institucional.
Además, el obispo auxiliar no es solo un colaborador: su ministerio es en parte un proceso de formación y crecimiento pastoral. Muchos obispos residenciales en Cuba fueron antes auxiliares, lo cual demuestra que esta figura es una cantera natural para el relevo.
La escasa presencia de esta figura en años recientes puede responder a dos causas: o bien la no aceptación por parte de la Santa Sede de un auxiliar para determinadas diócesis, o bien la falta de petición de un auxiliar por parte de los obispos diocesanos en lugares donde podría justificarse su presencia. De ser lo segundo, resulta llamativo, pues el episcopado cubano ha contado históricamente con un número significativo de obispos que antes de ser titulares ejercieron como auxiliares.
El actual episcopado ofrece varios ejemplos: de los tres eméritos, dos fueron auxiliares. Antes de convertirse en el primer obispo de Holguín, Mons. Héctor Luis Peña fue auxiliar de Santiago de Cuba. Lo mismo ocurrió con Mons. Mario Mestril, quien antes de ser nombrado primer obispo de Ciego de Ávila se desempeñaba como auxiliar de Camagüey. De esa misma diócesis fue auxiliar el hoy cardenal Juan de la Caridad García, actual arzobispo de La Habana. También Mons. Juan de Dios Hernández ejerció como auxiliar en La Habana antes de ser nombrado titular de Pinar del Río. De igual modo, Mons. Emilio Aranguren fue auxiliar de Cienfuegos antes de convertirse en su obispo titular. Y Mons. Arturo González Amador colaboró como auxiliar en Santa Clara antes de suceder en esa sede a quien fuera su primer obispo.
La ausencia de auxiliares ha supuesto una sobrecarga pastoral para muchos obispos y ha reducido el espacio de preparación para futuros pastores. Aunque la responsabilidad recae en los propios obispos, también es clave la labor del nuncio apostólico, quien debe valorar ciertas realidades diocesanas, evaluar candidatos y presentar recomendaciones al Vaticano.
A esta ausencia se suma la nula presencia de obispos coadjutores en las últimas seis décadas. Esta figura, además de colaborar como auxiliar, tiene derecho a la sucesión automática cuando la sede queda vacante. Este nombramiento es otorgado por la Santa Sede a petición del obispo de una diócesis, o por propia iniciativa del Santo Padre, generalmente cuando el obispo tiene edad avanzada y está próximo a renunciar por edad, lo cual asegura una transición ordenada.
Condiciones actuales de la Iglesia en Cuba
La crisis nacional marca profundamente la vida eclesial. Las comunidades sufren la emigración de jóvenes y familias, la pobreza y la falta de horizontes. Muchos sacerdotes, diáconos y agentes de pastoral han migrado también.
Varias parroquias han quedado semivacías y son atendidas por sacerdotes que deben multiplicarse en diferentes comunidades. Hay localidades, que apenas reciben misa dos veces al mes. Numerosos templos permanecen dañados, sin posibilidad de reparación por falta de recursos o de permisos oficiales.
La vida religiosa ha envejecido sin nuevas vocaciones que aseguren la continuidad de sus obras. Varias congregaciones han cerrado casas o abandonado el país tras décadas de presencia.
Desafíos y horizontes
De esta situación emergen algunos desafíos urgentes para la Iglesia en Cuba:
- Promover el relevo episcopal: urge la designación de nuevos obispos en diócesis donde los titulares han superado ampliamente la edad de renuncia.
- Recuperar la figura del obispo auxiliar: actualmente La Habana y Holguín cuentan con auxiliares, pero sería muy provechoso que diócesis extensas como Santiago o Camagüey también pudieran contar con ellos.
- Fomentar las vocaciones: sin un clero joven y que se renueve cada cierto tiempo, habrá cada vez menos candidatos jóvenes al episcopado y por ende será mucho más difícil y tardía la sucesión apostólica en las diócesis que lo necesiten. La pastoral vocacional es un imperativo, pero va íntimamente ligada a la Pastoral Juvenil. No existen vocaciones al sacerdocio sin una pastoral como esta, por lo que cada día se hace necesaria la atención y el acompañamiento a los jóvenes, prestando mucha importancia al aspecto vocacional.
- Dar protagonismo al laicado: el laicado cubano se ha caracterizado siempre por su compromiso, valentía y fidelidad más allá de cualquier contexto histórico difícil. Allí donde faltan sacerdotes, los laicos han sostenido las comunidades con la celebración de la Palabra y el servicio en diversas áreas pastorales. Los obispos deben seguir procurando la formación constante del laicado, confiar y apoyarse aún más en ellos.
- Ser voz profética: en un país con libertad de culto, pero sin una verdadera libertad religiosa, marcado por el hambre, la escasez, la falta de electricidad, la represión y la ausencia de derechos humanos, el episcopado tiene la misión de anunciar esperanza, pero también de denunciar lo que es injusto y atenta contra los derechos fundamentales y la dignidad del ser humano.
- Fortalecer la relación con el exilio: no solo con el exilio histórico asentado en Estados Unidos, sino también con las comunidades cubanas presentes en otros destinos, como España y América Latina. Mantener vínculos pastorales y de comunión con estos fieles no solo enriquece la vida de la Iglesia universal, sino que también asegura que la experiencia y el testimonio de quienes viven fuera de la Isla continúe siendo un apoyo para la Iglesia que peregrina en Cuba.
El episcopado cubano vive una encrucijada histórica. Las duras condiciones de la nación reclaman con urgencia un relevo generacional. Es natural temer a los cambios, pero también son una oportunidad: la de que nuevas voces y nuevos carismas acompañen al pueblo cubano en este momento difícil.
La Iglesia ha sabido resistir, pero necesita también renovarse para seguir siendo signo de esperanza. La transición que se avecina no será fácil, pero puede ser fecunda si se realiza con discernimiento, oración y confianza en que el Espíritu Santo sigue guiando a la Iglesia.
El pueblo de Dios en Cuba, fiel y sufriente, merece pastores que lo acompañen con vigor, cercanía y esperanza.
Manuel A. Rodríguez Yong (Holguín, 1990).
Productor y Realizador Audiovisual egresado de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio
de los Baños (EICTV).
Licenciado en Dirección de Medios de Comunicación Audiovisual por la Universidad de las Artes
de Cuba.
Fue Presidente de SIGNIS Cuba y Miembro de la Junta Directiva de SIGNIS ALC.

