El difícil oficio de redactar para otros

Foto tomada de Internet.

Argumentum Baculinum

El redactor para “otros” casi nunca queda bien. Su tarea es en extremo difícil porque más que hacer las cosas correctamente debe interpretar los gustos, el estilo y los caprichos de un jefe que, al principio, no sabe exactamente lo que quiere. Comienza encargando una tarea general, sin precisiones, generalmente un enunciado que a su vez recibió de “otros”. Entonces pasa la bola para ver qué sucede, y, poco a poco, según al subordinado se le van ocurriendo ideas para armar el encargo, él va “produciendo” las suyas que, inspiradas en las del empleado, sin embargo las niega. Corrige, tacha, acota, critica y hasta se burla… privilegios del poder.

En el fondo, un jefe así es un mal gerente y peor comunicador. No delega ni enseña, ni se hace entender. El número de tachaduras y rectificaciones en el borrador del subordinado es un boomerang para el jefe y debía ser su evaluación autocrítica. Pero los jefes son más diestros en el arte de la crítica que los realiza y confirma como tales, por lo menos ante ellos mismos.
En un staff de profesionales universitarios no caben los métodos de la estructura burocrática weberiana. Aquí no es posible tratar al subordinado como a un empleado del primer nivel de la clasificación de Maquiavelo, vale decir, como a un estúpido. Es más rentable confiar y delegar, comprender y enseñar, y, sobre todo, saber lo que se quiere y explicarlo. Cuando el empleado posee información y cultura, manipularlo como a una marioneta ofende su amor propio, lo reprime y lo convierte en un ser poco creativo. Y el capital más preciado para una organización moderna es la creatividad de su gente. El jefe Censor perpetum, que afila el lápiz rojo como el verdugo prepara la guillotina mientras el subordinado redacta, consigue rutinas, inercias, tradiciones y una disciplina inconsciente, pero jamás innovaciones e ideas nuevas. Un gerente brillante, ante todo, busca qué halagar en el informe del empleado, después trata de comprender lo que no es de su gusto o no se apega a su estilo, y por último hace una crítica constructiva, si procede… Pero a la manera de un maestro.

Si usted es jefe y quiere ganar fama de caprichoso (eufemismo de tonto), obligue a sus empleados a cambiar en sus informes “tal vez” por “quizás” o mamá por mami. No use a los empleados para escribir lo que usted piensa, haga que piensen. De lo contrario no contrate seres humanos, compre grabadoras.

Si usted solo es el que no se equivoca, usted está en el negocio equivocado. Piénselo… ah, y cambie, usted puede ser hoy un jefe mejor al de ayer por la tarde.

 

 


José Antonio Quintana de la Cruz (Pinar del Río, 1944). Economista jubilado.
Médico Veterinario.
Reside en Pinar del Río.

 

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