El audiovisual revolucionario: un instrumento ideal para adoctrinar a la masa

Foto tomada de Internet.

De la serie: Lecciones de la guerra cultural)

La revolución cubana fue desde sus inicios, especialmente durante la década del 60 del siglo XX, un suceso particularmente mediático. Desde la cobertura televisiva realizada al arribo a la Habana de la caravana rebelde comandada por Castro, la cual superó las sesenta horas de transmisión ininterrumpida[1], hasta los interminables discursos del caudillo frente a las cámaras de las cadenas nacionales[2], que batían records de audiencia y tiempo en pantalla. El impacto en la población de esta faceta mediática, que exaltaba lo teatral y dramático de la nueva “revolución”, dejó una duradera impronta en las audiencias que recordarían, durante toda su vida, estos eventos a través de aquellas transmisiones al aire, que despertaban el interés y la excitación de las masas.

Desde los primeros días de la toma del poder por parte de los revolucionarios, la dirección política del proceso entendió que la influencia de los medios de comunicación en la población era demasiado grande, como para permitir que discursos y relatos alternativos a la naciente Narrativa Revolucionaria, pulularan por el universo de radiodifusión nacional y se dieron a la tarea de copar esta esfera de la sociedad, inmediatamente luego de tomar cuarteles y unidades del ejército; terminada la guerra militar, comenzaba la guerra cultural.

Dentro de ese esfuerzo por lograr la hegemonía discursiva en la nación cubana, es que nace el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), el mismo mes de marzo de 1959:

“Cuando triunfa la revolución liderada por Fidel Castro en 1959, y se crea el ICAIC el 24 de marzo de ese mismo año, esa será la visión del audiovisual que se impondrá desde el primer Por Cuanto de la ley que lo crea, y que establece por decreto que “el cine es un arte”. No importa que entre los fundadores del ICAIC apenas existiera experiencia creativa, ni que fue sobre la marcha que se iría formando una escuela que con el tiempo consiguió imponer un sello único: de golpe y porrazo la televisión pasaría a convertirse en el vehículo ideológico por excelencia del nuevo gobierno, delegando en el cine (léase el ICAIC) cualquier responsabilidad que tuviera que ver con las pretensiones artísticas. Trabajar en el ICAIC, aunque los resultados artísticos fueran deplorables, era automáticamente asociado “al cine de verdad”, mientras que los trabajos televisivos apenas serían tomados en cuenta por los historiadores del audiovisual de la nación, y mucho menos se fomentarían análisis donde se aspirara a algo más que al impresionismo de ocasión.[3]

La narrativa audiovisual revolucionaria quedó de facto en manos del joven Instituto, el cual la convirtió en una herramienta de lucha[4] política, cultural e ideológica al servicio del nuevo poder, que devino rápidamente en dictadura totalitaria socialista. De manera espuria y urgente, el audiovisual en todas sus variantes, fue convertido en un arma de propaganda y guerra psicológica, subordinada al aparato político-militar dirigido por el propio Castro. El portal oficial de la Televisión Cubana publicaba hace poco en su sitio web:

“Las legislaciones y normativas del Gobierno Revolucionario provisional generaron transformaciones raigales en los niveles estructurales y en los imaginarios colectivos de nuestra sociedad, y surgen nuevos paradigmas comunicativos, sociales, ideológicos y políticos. Así, lo que conocemos como Revolución se erige en uno de los más trascendentes fenómenos culturales nacionales acaecidos, fundamentalmente, en el primer trienio de la Revolución. (…) Así comienza una intensa estrategia comunicativa que proyecta hacia toda la sociedad el programa político gubernamental y otra visión de la realidad. (…) La instauración de la radiodifusión de servicio público generó una raigal revolución ideológica-cultural en los ámbitos mediáticos, simbólicos, comunicativos y comerciales de toda la nación (…)”.[5]

Esta “intensa estrategia comunicativa”, forma eufemística en que la Televisión Cubana llama al Sistema Integrado de Propaganda del régimen totalitario en sus comienzos, tenía como objetivo apropiarse del universo mediático y comunicacional de la nación cubana, secuestrar la opinión pública, influir en los comportamientos de las masas e implantar su hegemonía discursiva y simbólica en todas las esferas de las sociedad. Ese objetivo lo consiguieron en tiempo record y lo mantienen hasta el día de hoy en todos los medios oficiales e institucionales en el país, que son propiedad, en última instancia, del Partido Comunista de Cuba (PCC), fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado Socialista[6]. En este empeño, el audiovisual fue sin dudas una de las herramientas fundamentales, sino la más importante, en cuanto a poder de persuasión y penetración ideológica de la sociedad.

Las élites intelectuales sometidas al naciente poder totalitario, comprendieron que la “nueva sociedad” que se pretendía construir, desde el paradigma marxista y socialista, precisaba de una ruptura inmediata con el pasado republicano y sus valores tradicionales. Era necesario infiltrar la subjetividad nacional con contenidos ideológicos arraigados en la épica revolucionaria para dar forma a los imaginarios populares y crear audiencias comprometidas con el cambio de rumbo que los revolucionarios preconizaban para la sociedad, desde todos los vehículos de propaganda a su disposición. “La hondura de aquel viraje histórico implicó el desmontaje del viejo Estado y a su vez el montaje de uno nuevo. El camino proyectado fue posible ya que se actuó de inmediato en lo más importante del ciudadano más allá de su procedencia o status social: su subjetividad. Era preciso subvertir violentamente la mentalidad para desarticular un sistema de valores del pasado y crear uno nuevo”.[7]

Esta subversión violenta, desarticulación de los valores arraigados y cruzada ideológica de la que nos da cuenta Álvarez (2016)[8], son componentes estructurales de lo que se conoce hoy como guerra cultural. El empleo del audiovisual como arma fundamental en esta guerra por la supremacía simbólica en la nación, cobró especial connotación política al calor de los acontecimientos que se sucedían como parte de la transformación de la sociedad liberal cubana, en una sociedad colectivista autoritaria.

“Cada una de las reformas revolucionarias produjo filmes documentales que transmitieron las consignas oficiales cuya finalidad era el trabajo de comunicación con la población y la politización. La reforma agraria, la campaña de alfabetización propiciaron muchas producciones del ICAIC, por ejemplo, Escuela Rural de Néstor Almendros (1960); Tierra Olvidada de Oscar Torres (1960); Año de la reforma agraria de Fernando Villaverde (1961); Cada fábrica una escuela de Idelfonso Ramos (1961); ellas representaron un esfuerzo de propaganda (VINCENOT, 2009, p. 108). Otras producciones significativas fueron Esta Tierra Nuestra (1959); de Tomás Gutiérrez Alea; La vivienda (1959) de Julio García Espinosa; Guanabacoa: crónica de mi familia (1966); de Sara Gómez; Por primera vez (1967) de Octavio Cortázar; y Coffe Arabiga (1968) de Guillen Landrián. Un filme muy polémico sin apoyos del ICAIC que provocó censura y exilio fue PM (1961) de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera”. [9]

Con respecto al cortometraje PM (1961), de los realizadores Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, que no hizo otra cosa que mostrar con un estilo desenfadado y realista, algunas escenas de la vida nocturna en los bares adyacentes a los muelles de La Habana, sin embargo, fue tachado de diversionista, no tanto por lo que mostraba sino, -cosa inverosímil- por lo que dejaba de mostrar.

“Para esa fecha comenzaba a vivirse en el país un intenso pensamiento de “plaza sitiada”, debido a la radicalización de las medidas revolucionarias, y la creciente hostilidad de la política norteamericana. Justo la argumentación del ICAIC en ese Acuerdo que prohíbe el corto documental no puede ser menos elocuente cuando explica “prohibir su exhibición, por ofrecer una pintura parcial de la vida nocturna habanera, que empobrece, desfigura y desvirtúa la actitud que mantiene el pueblo cubano contra los ataques arteros de la contrarrevolución a las órdenes del imperialismo yanki” (2009: 56)”. (García, 2015)[10]

Con la censura de PM quedaba absolutamente claro que el nuevo sistema político y sus instituciones culturales se reservaban el derecho al monopolio sobre las lecturas públicas de la realidad. Ya en ese año no existía vestigio de prensa libre en Cuba. La propaganda política se había extendido a todas las esferas de la producción cultural e intelectual del país y no solo no se podía criticar a la revolución, sino que no se podía hablar de otra cosa que no fuera la revolución y su “marcha triunfante” sobre las viejas estructuras culturales republicanas.[11]

Los hechos se precipitaron en los años subsecuentes y la política cultural de la revolución se radicalizó hasta alcanzar su punto más bajo en el siglo XX, a principios de los años setenta, dando lugar al infame periodo conocido como “quinquenio gris”, otro eufemismo para designar uno de los grandes fracasos del proyecto totalitario comunista.

Por supuesto, el aparato de propaganda del régimen realizaba de manera ininterrumpida costosas producciones audiovisuales con formato para cine y televisión, donde glorificaban la lucha de la revolución contra sus “enemigos”, imaginarios o reales y presentaban una arista deformada de la realidad donde el heroísmo de los comunistas siempre salía victorioso frente a las agresiones del “imperialismo y sus secuaces”. Trabajos como: En silencio ha tenido que ser, El regreso de David, El hombre de Maisinicú, Patty Candela, Río Negro, Julito el pescador, Guardafronteras y La frontera del deber, entre muchos otros, dan cuenta del poder de persuasión que mostraba el audiovisual revolucionario en manos de las hábiles manos de propagandistas, ideólogos y realizadores con marcada filiación comunista y fidelista.

En estos y otros trabajos, los héroes eran generalmente “valientes oficiales del MININT y la Seguridad del Estado”, que de manera altruista y desinteresada, estaban dispuestos a ofrecer su vida por la continuidad del proceso revolucionario, en desigual lucha contra algún enemigo poderoso contra el que no escatimaban esfuerzos, recursos o sacrificios personales. Fueron estas producciones notables herramientas de persuasión y disuasión pública que por un lado, alentaba a los jóvenes idealistas a sumarse a las “gloriosas filas” de los organismos represivos y por otro, advertía a la población el fatal destino que le esperaba a opositores, disidentes e inconformes, si osaban atentar contra la sacrosanta “revolución de los humildes”.

Durante algo más de treinta años, el audiovisual revolucionario, en poder de la élite totalitaria, política y cultural, sirvió como un “arma ideológica de grueso calibre”, como llamaba Titón al cine en manos de la revolución, para adoctrinar hasta lo absurdo a la población cubana, que aun hoy, no logra desprenderse completamente del vínculo emocional que construyeron con aquellas producciones, que les legaron héroes inolvidables, autoritarios, idealistas y violentos.

Con la crisis socioeconómica de los 90, la industria del audiovisual revolucionario cae en desgracia y llega un período de reciclaje de símbolos, que de alguna manera subsiste hasta el día de hoy pero decae progresivamente, a pesar de los intentos de los nuevos (y menos talentosos) propagandistas de revivir aquellos “años dorados” de adoctrinamiento de masas sensibleras y adocenadas.

[1] Televisión Cubana. (2022) “Tv-Historias. Comunicación en la naciente Revolución”. Disponible en: https://www.tvcubana.icrt.cu/secciones/seccion-historia/6709-comunicacion-en-la-naciente-revolucion

[2] Televisión Cubana. (2022) “Tv-Historias. Comunicación en la naciente Revolución”. Disponible en: https://www.tvcubana.icrt.cu/secciones/seccion-historia/6709-comunicacion-en-la-naciente-revolucion

[3] García, J.A. (2023) “El cine cubano hecho para la televisión” Disponible en: http://cinelatinoamericano.org/biblioteca/fondo.aspx?cod=8870

[4] Alvares, C. (2019) “El cine se convirtió en teatro de lucha de clases. Entrevista con Manuel Pérez Paredes”. Revista Digital de Cine Documental. Disponible en: http://ojs.labcom-ifp.ubi.pt/index.php/doc/article/view/666

[5] Televisión Cubana. (2022) “Tv-Historias. Comunicación en la naciente Revolución”. Disponible en: https://www.tvcubana.icrt.cu/secciones/seccion-historia/6709-comunicacion-en-la-naciente-revolucion

[6] Gobierno Cubano. (2021) “PCC: Fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Disponible en: https://lastunas.gob.cu/es/actualidad/noticias/1702-pcc-fuerza-politica-dirigente-superior-de-la-sociedad-y-el-estado

[7] Álvarez, A. (2016) “Retrospectiva histórica del cine cubano (1959-2015)”. Disponible en: http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2308-01322016000200008

[8] Álvarez, A. (2016) “Retrospectiva histórica del cine cubano (1959-2015)”. Disponible en: http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2308-01322016000200008

[9] Bobadilla, L. (2016) “EL CINE DE LA REVOLUCIÓN CUBANA: una polémica en torno a los primeros proyectos del ICAIC, 1959-1964”. Revista Brasileira do Caribe, vol. 17, núm. 32. Disponible en: www.redalyc.org/pdf/1591/159148014009.pdf

[10] García, J.A. (2015) “Provocaciones en torno al cortometraje documental cubano en los años sesenta y setenta”. Revista de la Asociación Argentina de Estudios de Cine y Audiovisual. No. 12 (2015). Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7263195

[11] Masin, D. (2013) “La revolución proyectada. Hacia una arqueología del cine documental cubano en los años sesenta (1959-1971).” p. 11. Disponible en: www.aacademica.org/000-076/96.pdf

 

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