Educar para el bien, el amor y la libertad

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

El tema de la educación siempre es tratado, con elevada frecuencia, ya sea por estudiosos o por instituciones a las que les compete el difícil arte de enseñar. La educación es un arma poderosa en sistemas totalitarios, empleada como mecanismo de control para lograr el adoctrinamiento, la restricción del pensamiento y la transmisión de enseñanzas con una orientación precisa.

En Cuba pareciera que hablar de educación está prohibido, por aquel mito de estar entre uno de los países más cultos del mundo, los procesos politizados de universalización de la enseñanza o la gratuidad en el servicio educativo. Quizá esa sea la misma razón por la que no se avanza en este sector que, lejos de dar los frutos esperados, se sumerge en la misma decadencia que otros tantos campos de la cotidianidad insular.

En Cuba podemos hablar, in extenso, de la veracidad del aforismo de José de la Luz y Caballero: “Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”. La confusión entre educar e instruir es de los males mayores que ha sufrido el sistema educativo en Cuba. Venimos arrastrando, desde los tiempos del primero que nos enseñó en pensar, el Padre Félix Varela, la necesidad de enseñar para la vida, transmitir valores imperecederos, fusionar ciencia (refiriéndose también al componente instructivo) y conciencia (para hablarnos de la parte de los sentimientos y la voluntad). En este marasmo de confusiones se prioriza, a veces malamente, la instrucción en materias prácticas, dejando a un lado la formación en valores o la fusión de esas mismas materias prácticas con pautas para vivir en la búsqueda constante de la verdad, en la conjunción de conocimiento, razón y también corazón.

En la educación es más que necesaria la experiencia, que nos proporcionará a través de la observación y la vivencia personal las herramientas para nutrir el saber humano. Y si la experiencia nos demuestra que no estamos formando personas para el bien, preparadas no solo en cuanto a inteligencia racional sino además con inteligencia emocional, algo no estamos haciendo bien. Desde los tiempos de Varela fue combatido el mecanicismo y la escolástica, recitar de memoria las materias, sin más análisis que la urgencia de salir bien sin interiorizar, cuestionar o aplicar los contenidos, es un grave error que arrastramos hasta la actualidad y en los distintos niveles de enseñanza. Para algunos todavía es más importante cantidad que calidad y el proceso de masificación que hemos sufrido en otras áreas toca también este terreno para dar al traste con un servicio que debe estar basado en una profunda vocación.

Llegado a este punto, hemos introducido un factor clave para entender el detrimento de la calidad en el sistema educativo. Se trata de la formación vocacional, la aplicación de los carismas personales en un sector que requiere, quizá con mayor fuerza, entrega, amor por la profesión y prédica con ejemplo de dedicación. Los buenos modales y la conjunción de conocimientos teóricos con valores constituyen un requisito indispensable para garantizar una eficaz formación de los formadores, que a la larga, viene siendo una de las principales carencias en la cadena que supone el proceso de enseñanza-aprendizaje.

La educación necesita primero personas bien formadas y luego instituciones sólidas que coloquen a la persona en el centro de sus interacciones. Necesita comprometerse con la verdad, para que sea transmitida y fomentada, y necesita otorgar libertad que desarrollo la libre creación, el ejercicio de elegir y la capacidad de inclusión y respeto a la diversidad.

Hoy día, la calidad de la educación incrementa su multifactorialidad cuando se conjugan, por el vertiginoso avance de la sociedad contemporánea, múltiples elementos que, precisamente, requieren personas mejor preparadas para lidiar con los nuevos desafíos del presente. Estableciendo un decálogo de normas a seguir podríamos decir que, algunas de las características que definen un buen sistema educativo son:

  1. La personalización. Enfocar toda línea de acción en beneficio de la persona humana. Pasar de la colectivización al tratamiento personalizado y adecuado a las necesidades individuales.
  2. Los estándares de calidad. Establecer metas alcanzables pero elevadas para combatir el conformismo y la mediocridad.
  3. La evaluación sistemáticamente. Realizar una evaluación periódica, basada en las variables establecidas para medir los estándares de calidad. Este mecanismo da idea del rendimiento del alumno, el aprovechamiento de la formación y la eficacia de la metodología. Funciona como retroalimentación o en los procesos de mejora de planes y esquemas metodológicos.
  4. La pedagogía adaptativa. Adecuar los métodos a las necesidades no solo de cada estudiante, que ya lo vimos en el punto de la personalización, sino también a las realidades del entorno social donde tiene lugar el proceso educativo.
  5. La enseñanza integral. Propiciar la pluralidad en las materias, evitando sesgos en la enseñanza que pueden ser introducidos por cualquier ideología de turno o modelos atrasados que respondan a intereses políticos o directrices del sistema imperante.
  6. La formación vocacional y el desarrollo profesional. Promover la preparación de los educandos ofreciendo conocimientos sobre los distintos perfiles profesionales ayuda en el discernimiento profesional y conduce a elecciones de acuerdo a los verdaderos intereses. El desarrollo y preparación de los profesionales del sector debe ser constante. Nunca se concluye la preparación en la vida, menos para quienes por su carisma han recibido el don de enseñar.
  7. La participación de los padres. Crear una comunidad educativa familia-educando-escuela no solo garantiza un proceso armonioso, sino que se requiere en el proceso de enseñanza-aprendizaje para influir en la toma de decisiones y en la orientación de los programas a las verdaderas necesidades del alumno y del momento.
  8. La toma de decisiones. Establecer la jerarquía en la toma de decisiones, cosa que en sistemas cerrados como el caso cubano resulta extremadamente difícil. Los padres cubanos no tienen la posibilidad de elegir qué tipo de educación reciben sus hijos, a qué escuela los pueden enviar; pero sí pueden exigir la participación en esa comunidad educativa donde se pongan las decisiones a debate de sus miembros.
  9. La disciplina. Garantizar la calidad de un proceso pasa por el estricto cumplimiento de las normas establecidas. Disciplina significa cumplir con el deber para el que ha sido creada la comunidad educativa: preparar a la persona humana en el largo ejercicio de toma de decisiones que es la vida.
  10. Las tecnologías. Emplear todos los recursos necesarios que sirvan de coadyuvantes al proceso educativo. La postmodernidad impone tecnologías que, centradas en “el humanismo con la persona como centro y fin”, potencian la calidad y sirven para aprovechar el avance de la sociedad en función del bien personal y del bien común.

El apóstol de la independencia, heredero de la savia educativa de Mendive, Luz y Caballero y Félix Varela nos recuerda una definición muy concreta: “Educar es dar al hombre las llaves del mundo, que son la independencia y el amor, y prepararle las fuerzas para que lo recorra por sí, con el paso alegre de los hombres naturales y libres”. De eso se trata: educar para el bien, el amor y la libertad.

 

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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