DOS RETOS INELUDIBLES PARA EL ÉXITO DE LA REFORMA CONSTITUCIONAL

Foto de Yoandy Izquierdo Toledo.

Al hacer una simple evaluación de la reacción de la gente respecto a la consulta popular que se está desarrollando para debatir lo que será la futura Constitución de nuestro país, resaltan a mi modo de ver al menos dos comportamientos sumamente preocupantes: apatía y desconfianza. Por supuesto, esta es mi apreciación, y lo que he experimentado en mis círculos de incidencia, lo que no quiere decir que sea el sentir de la gran mayoría de los cubanos, al menos eso espero por el bien de nuestra Patria.

Me resulta preocupante que muchos prefieran no tomar parte, y aprovechar por lo menos la oportunidad de expresar con lo que estamos de acuerdo o no. No creo que sea un comportamiento sano para ninguna sociedad que sus ciudadanos prefieran esperar a que otros digan que no están de acuerdo, a que otros cambien la Constitución, o peor, aceptar lo que se ha propuesto por miedo o cualquier otro motivo, incluso cuando no estemos de acuerdo. A veces da la impresión de que la vida pasa frente a nosotros sin que nos movamos, no participamos en el juego, somos simples espectadores, vivimos por vivir, dejamos pasar las llamadas que constantemente se nos presentan, no aprovechamos las oportunidades, no hacemos lo que desde la óptica de terceros es solución inmediata y generosa para nuestros problemas. ¿Qué pasa? ¿Por qué el desánimo? ¿Por qué no asumir las riendas y ser los protagonistas de nuestra vida, participando libre y responsablemente en la búsqueda de soluciones? ¿Por qué no pensar y proponer un futuro para Cuba desde nuestros espacios y con nuestros dones y medios? 

Asumir el reto de participar y vivir con esperanza

Decidir sobre la Constitución es decidir sobre el futuro de Cuba, ser parte del debate. Aportar nuestras críticas y sugerencias es un ejercicio de responsabilidad con Cuba y un deber ciudadano, pues es responsabilidad de todos contribuir al bien común. No asumir este reto de participación es, cuando menos, una irresponsabilidad social que implica de cierta forma renunciar a nuestros derechos y libertades, o lo que es lo mismo, dejarlos en mano de otros.

La participación ciudadana en los asuntos de interés para la búsqueda del bien común es un termómetro confiable para medir el estado de una democracia. Sociedades donde los niveles de participación ciudadana son bajos, donde los ciudadanos se comportan de forma apática y prefieren no formar parte de las transformaciones que se necesiten son sociedades poco democráticas, pues la gente deja en manos de otros, unos pocos la mayoría de las veces, la búsqueda de soluciones y caminos para avanzar al futuro. Este es el caso de Cuba, y esta es la realidad que se observa ante una transformación tan importante como la reforma constitucional; realidad que por un lado es fruto del adoctrinamiento que por décadas ha predominado en nuestro sistema de educación y en los medios de comunicación, y por otro lado de la inexistencia de medios y garantías para una participación efectiva, pues en muchas ocasiones -en sistemas totalitarios como el cubano- se dificulta la participación en los debates, en la toma de decisiones y en el diseño del futuro que soñamos porque existen los mecanismos para hacer difícil la consumación de este ejercicio.

Una efectiva participación ciudadana siempre nos trasciende, pues nos pone frente a los que nos rodean y a su dignidad de personas, planteándonos el desafío de transformar nuestras condiciones de vida y la de ellos en condiciones más humanas. La participación implica siempre una relación con el otro, un salirnos de nosotros mismos para formar parte de algo mayor que es el nosotros, y de esa manera enfrentar las situaciones que se presentan buscando siempre soluciones óptimas para todos, soluciones que aporten al bien común. Entendida de este modo, la participación es un deber y una responsabilidad no solo con uno mismo, sino con todos y cada uno, una responsabilidad con la sociedad en la que vivimos.

Cuba es un país sumamente diverso, todos tenemos diferentes y abundantes dones y carismas. Cada uno, desde nuestros espacios y apostando por la fuerza de las pequeñas cosas, podemos influir, cambiar las realidades que nos rodean, podemos moldear y proyectar el futuro. Concretamente, podemos hacer efectiva nuestra participación, proponiendo y criticando constructivamente en nuestros ambientes, con libertad y responsabilidad hacia el futuro lo que será la Constitución de Cuba. Debatir y generar debate público también en los medios de comunicación, crear presión de estas maneras para que sean tomados en cuenta los intereses de los ciudadanos cubanos, motivando a otros a participar, a no quedarse de brazos cruzados. También votando sí o no en el referéndum que será convocado para que expresemos nuestra voluntad de cambiar o no la Constitución que se propone.

Por otro lado, se imponen los retos de confiar y tener esperanza en el futuro: actitudes que lejos de invitarnos a un estado de abandono total, de inactividad, o inmovilismo en el que solamente nos limitamos a esperar a “ver qué pasa” con la ilusión que todo saldrá bien, nos invitan al movimiento, nos ponen frente al reto de hacer algo y no quedarnos de brazos cruzados para que los sueños y aspiraciones puedan concretarse por sí mismos. Deben ser entendidos como llamados a la acción, para que al mismo tiempo que confiamos y esperamos un futuro mejor lo vayamos construyendo poco a poco. El momento que vive nuestro país exige estos dos importantes retos: participar y vivir con esperanza, esa que nos invita a movernos.

 


Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.

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