Disertación sobre la importancia de la Lingüística para la Indoeuropeística

Foto tomada de internet.

Antes de comenzar quiero comentar algo que considero importante y que quizás podría ser de interés general. Me refiero a la cuestión sobre el acercamiento a las ciencias por parte de cualquier persona común, o sea, no especialistas. No existe, en mi opinión, ninguna razón convincente para afirmar que cualquier persona no pueda acercarse a las ciencias aun sin ser especialista. Por supuesto, quien lo haga debe informarse correctamente y asumir la responsabilidad que una investigación rigurosa implica para no caer en tergiversaciones o interpretaciones superficiales del tema o temas que desee investigar.

Comienzo mi disertación con esta introducción, porque en varias ocasiones me ha sucedido que personas, que nada saben sobre mis intereses académicos y los fervientes estudios que he realizado sobre diferentes ciencias, al no tener argumentos para refutar mis criterios (totalmente refutables, por supuesto, pero para refutar criterios debe haber una sólida argumentación que muchas veces no hay) me dicen cosas así: “Bueno, tú no eres político” o “Tú no eres filósofo” o “Tú no eres…”. En fin, que no se necesita ser político para saber de política o historiador para saber historia y así sucesivamente. Aunque no es menos cierto que alguien que haya estudiado una carrera de Historia, por ejemplo, tiene mejores herramientas para interpretar el pasado que cualquier otra persona común. Sin embargo, reitero, con las lecturas, la disciplina y la responsabilidad adecuadas al rigor de esa ciencia cualquier interesado puede lograr eficientes análisis de los sucesos pretéritos, ergo, lograr certeras interpretaciones y conclusiones interesantes.

En mi caso, como profesional, no me considero especialista en nada: soy demasiado curioso e inquieto para limitarme a una especialidad, así que en mis ya varios años de estudios e investigación me he adentrado en diversas ciencias y de todas he aprendido muchísimo.

En esta disertación abordaré un tema bastante complejo y aún en disputa, pero que llevo ya algún tiempo investigando: los indoeuropeos. Pero antes de adentrarnos en ello, quiero comenzar a partir de unas sencillas preguntas que, aparentemente, nada tienen que ver con dicho tema, pero en el transcurso de este discurso ya veremos si ambas cosas tienen algún vínculo o no: ¿Qué significa la palabra Literatura? ¿Cuál es su origen? Este término proviene de la palabra latina littera,[1] que en castellano podemos traducir como “letra”. Por consiguiente, literatura[2] es todo aquello que está compuesto por letras, tanto las que empleamos en la oralidad como las que escribimos. Esto sugiere que existe una literatura oral y otra escrita.

También existen importantes diferencias entre lo que concebimos como literatura científica y literatura artístico-literaria (estética). Sin embargo, ambas tienen en común el uso que hacen de su respectivo lenguaje nacional, que las identifica a partir de su gentilicio: literatura africana, española, inglesa, etc.

En todo ello, la Lingüística, como ciencia dedicada al estudio del lenguaje y la diversidad de lenguas que los seres humanos emplean para comunicarse, ocupa un rol importante. Pues, aunque existen ciencias específicas para el estudio de la literatura artística (la Filología, por ejemplo), la Lingüística también es necesaria para estudiar ciertos aspectos de este tipo de literatura y las lenguas en que son escritas las obras de cada país.

Toda obra literaria, científica o no, está compuesta por letras y estas forman unidades mayores hasta llegar a la complejidad del texto (textum = tejido), el discurso ya altamente elaborado y dotado de significación (semántica), mensajes e intención comunicativa. La lingüística se encarga de estudiar estas relaciones dentro de la lengua y, por ejemplo, de reconstruir idiomas ya perdidos en el tiempo, pero que han dejado su huella en otras lenguas o, en el mejor de los casos, alguna que otra inscripción que permita al menos saber cómo era en parte su escritura. Tal es el caso de la lengua protoindoeuropea.

¿Qué significa esto? Pues, en primer lugar, que el concepto de “indoeuropeo”, es un concepto fundamentalmente lingüístico abordado inicialmente por la literatura científica de las teorías lingüísticas respecto a este tema. Solo mediante la lingüística fue posible establecer las pautas científicas para descubrir la existencia de lo que los lingüistas, arqueólogos, antropólogos y prehistoriadores,[3] entre otros, llaman hoy indoeuropeidad de Europa y parte de Asia.

Entonces, siguiendo los criterios anteriores, podemos lógicamente deducir que la lingüística nos permite aseverar que existe una literatura alemana, una literatura española (castellana, vasca, gallega), francesa, italiana, etc. Y estas distinciones entre las literaturas aludidas no las hacemos solo por el gentilicio, la geografía o cualquier otra cuestión, sino también por la lengua en que todas son escritas. Aunque en el caso de las antiguas colonias españolas, por ejemplo, sí la distinción respecto a la Literatura Española se debe más a la geografía y a otra serie de elementos referentes a la cultura, la idiosincrasia, la política, los actos de habla, etc.

El habla, en sentido meramente lingüístico, es el acto particular e individual que cada persona hace del sistema de signos lingüísticos. Por consiguiente, aunque tanto los europeos no hispánicos como los hispánicos y los hispanoamericanos usamos generalmente el mismo sistema de signos lingüísticos (el mismo alfabeto, pero con ciertas adecuaciones para cada lengua), la forma en que cada uno de nosotros —con sus respectivas nacionalidades— lo emplea es diferente. A eso llamamos actos de habla.

Ahora bien, aclarado este punto, creo que estamos preparados para comprender que la condición de indoeuropeo consiste únicamente en tener una lengua materna de origen indoeuropeo. Es por eso que la lingüística es tan importante tanto para la arqueología, la historia antigua,[4] como para la indoeuropeística en general.

Además, según el filólogo e indoeuropeísta de la Universidad de Salamanca, Francisco Villar Liébana, «no parece existir ningún rasgo físico asociado permanentemente […] a ese pueblo y […] la lengua, que constituye el único requisito esencial de la indoeuropeidad, no es precisamente una característica menor».[5] En otras palabras, que solo la lengua es razón de sobra suficiente para determinar si una persona tiene orígenes indoeuropeos y no su raza. Se cree que hubo un mestizaje tremendo durante las migraciones antiguas de los indoeuropeos y lo mismo los había rubios de ojos azules (los que se asentaron al Norte de Europa, por ejemplo) como de piel más morena y ojos oscuros (como los del Mediterráneo); y de piel más oscura, cabellos y ojos negros como los indios.

Siguiendo esta línea de pensamiento, es certera la afirmación del filólogo aludido, referente a que «probablemente la revolución más decisiva en la historia de la Humanidad fue el desarrollo de un lenguaje articulado […] El proceso de humanización es sinónimo de instauración del lenguaje que caracteriza a nuestra especie».[6] Por lo tanto, «la lengua es el logro más insigne de la humanidad».[7]

Teniendo en cuenta todo lo anterior, es pertinente preguntarnos lo siguiente: ¿Por qué históricamente al referirnos a las Bellas Artes, siempre separamos a la Literatura y decimos Arte y Literatura? ¿Acaso no es la Literatura (no la científica, sino, su homóloga de carácter estético) otra manifestación de las artes humanas? ¿Entonces por qué la separamos del resto de las artes como si no perteneciera a ellas? Voy a responder a estas cuestiones desde mi propio conocimiento al respecto, pero argumentando las afirmaciones de Francisco Villar. Primero pondré los criterios de este filólogo entre comillas, seguido de ellos dejo mis argumentos:

  • La lengua, cuya razón de ser permite a su vez la existencia de la literatura, presenta «más matices que cualquier obra de arte”[8] y es “más versátil que cualquier instrumento»:[9] uso de la lengua oral y escrita en toda su amplitud de posibilidades expresivas da vida a la literatura de cada nación: múltiples géneros, diversas formas elocutivas, innumerables recursos expresivos y tropos, musicalidad, entonación diferente en dependencia del tipo de lectura oral (no se lee oralmente igual la prosa que la lírica o el drama), fácil adecuación a los movimientos artísticos, etc.
  • «Más complejo y sutil que cualquier otro sistema»:[10] solamente la gramática ya la hace más compleja que cualquier otra manifestación artística. De hecho, su propia flexibilidad como arte le permite violar constantemente las normas de la gramática, la sintaxis, la fonética, la fonología y hasta la semántica.
  • «Es capaz de convertirse en seña de identidad»:[11] la lengua materna que un individuo habla determina en gran medida sus orígenes y su nacionalidad, lo cual constituye un sello innegable de identidad. Por ejemplo, se es alemán, porque se habla alemán, se es francés, porque se habla francés, etc. Aunque también se puede hablar cualquier lengua de estas en otros países, lo que determina un posible origen común y ya no específicamente una nacionalidad. Por ejemplo, en Suiza se habla mayoritariamente alemán, pero también francés, italiano y romanche y no por eso sus ciudadanos son alemanes, franceses o italianos; son suizos. Aun así, las lenguas que se hablan allí demuestran orígenes diversos en común con los de los respectivos países donde se hablan esos idiomas y estos coinciden con su gentilicio. Por supuesto, se debe tener en cuenta también que Suiza tiene fronteras con Alemania, Francia, Italia y Austria. Casos como este existen muchos, pero cuando aquí nos referimos a una lengua que determina una nacionalidad estamos aludiendo de forma general a los países donde se conformó originalmente una lengua específica tras un largo proceso evolutivo y esta se reconoce como lengua oficial de tal nación, aunque existan otros dialectos reconocidos como cooficiales, como ocurre en España con el gallego, por ejemplo.

En el caso de Latinoamérica, hablamos varias lenguas con predominio del castellano (mal llamado español de forma genérica, en mi opinión), pero, como aclaré antes, en nuestro caso la geografía tiene mayor peso para determinar nuestro gentilicio, sin embargo, que hablemos castellano portugués, cróele, inglés, etc., es también un signo de identidad que infiere un origen ya lejano de una antigua metrópoli europea o la gestación de un nuevo dialecto a partir del propio proceso complejo de colonización en las Antillas. De hecho, hace solo dos siglos nos considerábamos en Cuba españoles de ultramar, lo cual denota el signo de identidad que nos da la lengua: hace dos siglos hablábamos español (castellano) y la madre patria era España, por lo tanto, éramos españoles, aunque ubicados al otro extremo del Atlántico. La rotura definitiva de ese vínculo con la independencia nos alejó desde ese punto de vista de España (aunque este fenómeno de origen político se venía gestando desde antes), pero no del sello identitario que nos legó su lengua. En mayor o menor medida lo mismo ocurrió con el resto de Latinoamérica respecto a las respectivas metrópolis de cada país y tal vez por eso hoy todavía hay cierto drama ontológico respecto a la identidad, cierto sentido de orfandad (la pérdida de la madre de antaño) y crisis tremenda de identidad en algunos individuos de cualquier país latinoamericano. Juan Rulfo y Octavio Paz, dos de los más grandes escritores de México y toda América, abordaron cada uno a su manera estas cuestiones identitarias: basta leer solo Pedro Páramo, de Rulfo; o Tiempo nublado, de Paz, para percibirlo.

  • «Cada pueblo tiene su peculiar formar de hablar, que le confiere su identidad y lo diferencia de otros pueblos»,[12] lo cual no es ajeno a la Literatura. De hecho, muchos escritores se aprovechan de estas cuestiones de índole lingüística para crear obras innovadoras y experimentales, como han hecho Vicente Huidobro, César Vallejo y el propio Octavio Paz, entre muchos otros: creo que ya he argumentado bastante este juicio en mis comentarios anteriores. Solo agregaré que tales diferencias no solo se manifiestan entre un inglés, un español o un alemán, etc., también son perceptibles entre los mismos pueblos hispanoamericanos, aunque compartamos la misma lengua legada por España.

No me extenderé mucho en este tema que daría para múltiples disertaciones, pero sí quiero dejar como ejemplo que tales diferencias entre nosotros se deben en primer lugar a una serie de características muy individuales de cada nación, pero también a los actos de habla que los individuos de cada una de tales naciones hacen del castellano. Por ejemplo, el yeísmo de los rioplatenses no existe en Cuba, México, Puerto Rico, etc. Sin embargo, todos compartimos el seseo, que igual se emplea en algunas zonas de España (Canarias, Andalucía, Galicia), aunque en su mayoría la /z/ sí se pronuncia correctamente y no se confunde con la /s/ como hacemos todos los Hispanoamericanos. A este fenómeno lingüístico se le ha llamado inadecuaciones fono-fonético-grafemáticas, es decir, errores de pronunciación que llevan a errores ortográficos luego. Hay también diferencias de índole semántica y pragmática. Por ejemplo, en México, el verbo “coger”, se emplea como alusión al acto sexual; en Cuba significa simplemente tomar o atrapar algo con la mano. ¡Vaya confusión para una mexicana si un cubano le dijese “¡Coge eso ahí!” o le preguntase ¿Quieres coger ese taxi conmigo?! Y así tenemos miles de ejemplos en cada nación de las nuestras.

La lengua es un signo identitario que evidencia la pertenencia de ciertos individuos a una sociedad determinada y no a otra. Nos distingue del resto de las comunidades de hablantes pertenecientes a otras lenguas, lo cual implica una diferencia respecto a los otros, aun cuando todos usemos el mismo sistema de signos lingüísticos (aunque con algunas modificaciones para cada lengua, en general casi todos usamos el mismo alfabeto en Occidente).

Desde que nacemos nuestros padres nos enseñan la lengua que ellos heredaron de los suyos y estos de sus ancestros. Pero este sistema de signos lingüísticos, el alfabeto, no solo nos es útil para comunicarnos, también trae consigo implícito una manera de aprender y aprehender el mundo que nos rodea. Con la enseñanza de la lengua, nuestros padres también nos imponen una hermenéutica del mundo a nuestro alrededor, pues todas las categorías que se emplean para definirlo, inicialmente las aprendemos de ellos desde pequeños.

De esta manera, se puede decir que aprender una lengua implica penetrar en la realidad de una sociedad humana determinada, una interpretación de la realidad de X pueblo, de sus convicciones, sus credos (religioso, políticos, ético-morales, sociales, etc.), o sea, como dice Francisco Villar, la Weltanschauung (cosmovisión, o visión del mundo).[13]

Nuestra lengua es el castellano, el cual derivó del latín junto al resto de lenguas romances que son sus hermanas (rumano, italiano, portugués, francés, etc.). Pero el latín, a su vez, también tuvo lenguas hermanas desaparecidas en la antigüedad cuando el latín se impuso en lo que hoy conocemos como Italia sobre el resto de las lenguas de las comunidades periféricas en torno al Lacio. Me refiero al Umbro, el Ligur (aunque sobre esta hay serias dudas sobre si es de origen indoeuropea o no), el Osco, el Etrusco. Todas esas lenguas hermanas tuvieron una madre de la cual se desprendieron durante un largo proceso evolutivo: el itálico. Esta lengua madre, a su vez, tuvo como hermanas al germánico (del cual derivaron todas las lenguas germánicas hasta conformarse las que hoy existen: inglés, alemán, noruego, sueco, islandés, feroés, etc.), el eslavo, el griego, el sánscrito, entre otras. Pero todas, aun con sus diferencias tienen un origen común en una lengua madre que se hablaba en la antigüedad y de la cual no quedó registro escrito ninguno.

A esa lengua le llamamos hoy indoeuropeo (o protoindoeuropeo, pera distinguirla en cuanto a su arcaísmo respecto a las lenguas indoeuropeas a las que dio origen). Por consiguiente, todo aquel que hable una lengua dentro de esta gran familia lingüística, se puede considerar que tiene un origen indoeuropeo, aunque en su ascendencia también tenga otros orígenes

¿Cómo se sabe todo esto? Para responder a esta pregunta es necesario remontarnos al pasado y analizar el proceso evolutivo de la lingüística, que posteriormente fue científicamente apoyada por la arqueología. Aquí solo me referiré a tres momentos importantes de ese proceso sin detenerme en el análisis de las diversas teorías lingüísticas en cada etapa, pero algunas sí tendré en cuenta porque las considero imprescindibles para entender el descubrimiento del fenómeno de la indoeuropeidad.

En el siglo XVI, mercaderes y comerciantes europeos dan las primeras noticias al respecto. En 1585, el comerciante florentino Filippo Sassetti (1540-1588) dejó constancia en una carta su percepción —tras varios viajes a la India— respecto a ciertas similitudes entre palabras provenientes del antiguo sánscrito y su lengua materna, el italiano: «deva/dio ‘Dios’, sarpa/serpe ‘serpiente’, sapta/sette ‘siete’, ashta/otto ‘ocho’, nava/nove ‘nueve’».[14] Este sencillo, pero certero análisis, convierte a Sassetti en el precursor del descubrimiento de la llamada lengua indoeuropea, de la cual deriva el 42 % aproximadamente de las lenguas actualmente habladas en Europa y Asia meridional.

Por desgracia, nadie prestó atención a las observaciones de Sassetti y estas solo quedaron como mera curiosidad de un comerciante. Los estudiosos de la época estaban más interesados en las gramáticas de sus respectivas lenguas nacionales que en cualquier posible similitud con las de otras lenguas foráneas. Por ejemplo, fue a finales del siglo XV, en 1492, que Antonio de Nebrija (1441-1522) publicó la primera Gramática castellana. Hubo que esperar hasta el siglo XVII para que hubiese un avance en cuanto a la cuestión indoeuropea.

En 1647 el lingüista holandés Marcus Zuerius van Boxhorn realiza la primera propuesta referente a la existencia de una lengua primitiva que dio origen a las actuales —se refería específicamente al latín, el griego, el alemán, el persa, las lenguas eslavas, celtas, bálticas y su propia lengua materna—, la cual denominó Escita. Aunque no tuvo mucha relevancia en su momento, el trabajo de van Boxhorn abrió el camino a futuras investigaciones que derivaron en serios estudios comparados en el siglo XVIII y que generaron, en el siglo XIX una serie de conceptos para denominar a esa lengua originaria, entre los cuales sobresalió el de lengua indoeuropea, hoy totalmente vigente.

Para 1686, Andreas Jäger publicó su obra De Lingua Vetustissima Europae. En este estudio, el lingüista alemán reconoció la existencia de una lengua remota que probamente se expandió desde el Cáucaso. Según Jäger, esta lengua fue la que dio origen al «latín, griego, eslavo, ‘Escita’ (persa) y celta (o ‘celto-germánico’), al cual nombró escito-celta».[15] Jäger no distinguió el celta del gótico ni del germánico, por lo tanto, consideró que estos últimos eran también lenguas célticas.

Ahora bien, tras la colonización inglesa de la India en el siglo XVIII, Europa conoció el sánscrito y los hallazgos de similitudes lingüísticas que dos siglos antes mencionaba Sassetti cobraron cierta relevancia. Hubo un creciente interés en estos estudios lingüísticos, que, con el advenimiento del Romanticismo cobraron mayor fuerza en el siglo XIX. El Romanticismo fue fundamental para estas cuestiones, aunque por lo general solo se rememore su arista artística, que también fue sumamente importante. Los románticos legaron investigaciones que arrojaron mucha luz en lo referente a la lingüística (Schlegel, Grimm, entre otros), rescataron el folklore de los pueblos europeos y las tradiciones de los pueblos asiáticos. Fue este un momento de gran interés por el Oriente, sobre todo porque muchos lingüistas creían que los indoeuropeos provenían de la India. Creían que el sánscrito era la lengua madre protoindoeuropea de todas o casi todas las lenguas de Occidente. No percibieron que esta lengua hindú era la hermana y no la madre del latín, el germánico, el eslavo, etc. Con todo, la impronta lingüística de los románticos fue fundamental para aclarar un poco más la cuestión indoeuropea.

Varias décadas antes de la publicación de Jäger, en 1813, el erudito británico Sir Thomas Young acuña el término “indoeuropeo”, aunque en aquella época no existía un consenso para denominar a la recién descubierta familia lingüística. Había varias propuestas para nombrar a esa lengua ancestral de origen común a las actuales, como la que el orientalista alemán Julius von Klapproth (1783-1835) introdujo en 1823: Indo-Germanisch, que generó también muchas polémicas.

Surgen muchas teorías, propuestas de nombres para dicha lengua arcaica, pero faltaba la demostración científica que evidenciara sin lugar a dudas su remota existencia y su huella actual en las lenguas supuestamente derivadas de ella. Fue el filólogo danés Rasmus Christian Rask (1787-1832) el primero en señalar el vínculo entre el gótico y el noruego antiguo; y, entre el eslavo, el lituano, el latín y el griego. Por su parte, el lingüista alemán Franz Bopp (1791-1867) percibe por su cuenta también tales vínculos lingüísticos entre esas lenguas y otras, lo cual reflejó en su obra Comparative Grammar (1833-1852). Rask arribó a estas observaciones antes, pero Bopp fue el primero en publicarlas. De cualquier forma, ambos son los iniciadores de la gramática comparada y sus obras, sobre todo la mencionada antes de Franz Bopp, constituyeron «el punto de partida de los estudios indoeuropeos como disciplina académica».[16]

De esta manera, tras una larga carrera de oposiciones teóricas desde la lingüística y postulados de nuevas teorías, quedó impuesta la denominación de “indoeuropea” para referirnos a la lengua primigenia, y se abrió un camino a una nueva ciencia dentro de la rama de la lingüística: la indoeuropeística.

Concluyendo, es válido aseverar que la Lingüística Comparada ha permitido identificar la existencia de una lengua primigenia común a la mayoría de las lenguas europeas actuales y algunas asiáticas a partir de diversos elementos lingüísticos que aún persisten en ellas. Esto ha sido apoyado y constatado también por la arqueología al demostrar que los movimientos migracionales entre los milenios V y IV ane —a los que posteriormente siguieron otros— coinciden bastante con la expansión lingüística del protoindoeuropeo.

Estos elementos lingüísticos que perviven hoy en las lenguas de origen indoeuropeo no son solo de índole semántica, como los expuestos anteriormente en el orden numérico que percibió Sassetti, sino también de raigambre gramatical. ¿Qué relevancia tiene esta distinción entre semántica y gramática? Pues, que si se tratara solo de palabras cuyo significado (lo semántico) es similar en varias lenguas podríamos desacreditar con mucha facilidad la idea de una lengua anterior común a las lenguas comparadas en las que se perciban dichas similitudes. Esto se debe a que, como mismo hoy existen préstamos lingüísticos en cualquier lengua, los pudo haber desde la antigüedad hasta hoy. En cambio, cuando en varias lenguas coexisten similitudes de índole gramatical, es evidente que en algún momento anterior estas lenguas derivaron de una común, pues la gramática no se hereda de una lengua a otra diferente a no ser que entre ellas haya habido un ancestro lingüístico común en épocas remotas. Y en este caso, solo se heredan algunos rasgos que permiten identificar familiaridad ancestral, no la gramática en su total complejidad tal y como hoy la conocemos. Cada lengua tiene su propia gramática y si se hallan similitudes arcaicas de índole gramatical entre un grupo determinado de lenguas (las indoeuropeas actuales, por ejemplo), esto solo se puede explicar porque todas ellas comparten un ancestro lingüístico común.

El concepto de “indoeuropeo” fue inicialmente lingüístico, como hemos visto, pero posteriormente pasó también a ser de interés arqueológico e histórico, a tal punto, que no se puede estudiar el tema sin la correlación de todas esas ciencias: donde una no puede hallar la respuesta, las otras la secundan y viceversa. Digamos que todas se complementan y junto a otras, como la Dendrocronología, por ejemplo, nos han permitido saber más sobre nuestros orígenes remotos.

Los lingüistas actuales, como Francisco Villar (a quien he seguido muy de cerca en estas cuestiones y, por supuesto, en toda esta disertación) están de acuerdo en que el pueblo indoeuropeo se ha expandido más que ningún otro por toda la Tierra (por zonas asiáticas, casi toda Europa y América: me refiero a los colonos europeos y su legado, no a nuestros nativos). Es el pueblo que más desastres bélicos ha causado, pero también el que ha logrado, junto a otros de origen semita, el desarrollo de la medicina, la ciencia y la técnica actual en Occidente. También es el que más ha socavado el ambiente con su erosiva contaminación, pero igualmente ha estado entre los pioneros del ecologismo y la creación de instituciones benéficas, filantrópicas, pacifistas, etc.[17]

Francisco Villar plantea, además, que «podría decirse que en lo bueno y en lo malo los indoeuropeos han sido, desde hace al menos dos mil quinientos años, vanguardia de la Humanidad y motor de su progreso. Pero no ha sucedido así desde siempre. Originariamente nuestros antepasados ocupaban un espacio geográfico pequeño y hablaban una lengua regional. Tenían una cultura rudimentaria. Adoraban a unos dioses locales. Carecían de escritura. La sociedad indoeuropea contaba con una peculiar estructura familiar y una más que limitada organización política. Eran tan sólo unos bárbaros, ajenos al desarrollo cultural que por entonces gestaban otros pueblos».[18] Pero para adentrarnos en estas temáticas, se necesitarían muchas más páginas y un abordaje diferente sobre la cuestión indoeuropea.

Bibliografía

  • Corominas, Joan: Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Editorial Gredos, Madrid, 1987.
  • Gimbutas, Marija: Diosas y dioses de la Vieja Europa (7000-3500 a. C.), Ediciones Siruela, Madrid, 2014.
  • Quiles, Carlos y Fernando López-Menchero: Gramática de indoeuropeo moderno, Academia PRISCA, Sevilla, 2017.
  • Villar, Francisco: Los indoeuropeos y los orígenes de Europa. Lenguaje e Historia, Editorial Gredos, Madrid, 1996.
  • [1] Registrada por primera vez en 1140, según Joan Corominas: Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, p. 358.
  • [2] Registrada a partir de 1490: Ídem.
  • [3] Según la historiografía actual, los conceptos de protohistoria, y prehistoria no son exactos, pues todo lo que anteriormente se concebía como tal, hoy se incluye dentro de la historia antigua.
  • [4] En el sentido de lo que antes se consideraba prehistoria y protohistoria.
  • [5] Francisco Villar Liébana: «Prólogo», en Los indoeuropeos y los orígenes de Europa. Lenguaje e Historia, p. 6.
  • [6] Ídem.
  • [7] Ídem.
  • [8] Ídem.
  • [9] Ídem.
  • [10] Ídem.
  • [11] Ídem.
  • [12] Ídem.
  • [13] Ibíd., p. 7.
  • [14] Carlos Quiles y Fernando López-Menchero: Gramática del indoeuropeo moderno, p. 52.
  • [15] Ídem.
  • [16] Idem. p. 53.
  • [17] Francisco Villar: op. cit., p. 7.
  • [18] Idem.

 

 

 

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