EL DILEMA DE LOS VALORES Y LA ACCIÓN POLÍTICA

Foto tomada de Internet.

 Por Jorge Ignacio Guillén Martínez ¦¦ Para Weber (1979), al igual que para otros autores como Hanna Arendt (1951), Strauss (1959) o Raymond Aron, existe -de cierta manera- una clara y profunda contradicción entre los valores y la acción política, entre la teoría de lo que debería ser la política y la realidad de lo que se hace en política, entre los ideales o valores en los que se inspira la acción política, y los hechos y realidades que se dan en la cotidianidad. El día a día de la política, así como la existencia y la naturaleza del ser humano, cambian constantemente, son fenómenos multidimensionales, abarcan todo un abanico de contradicciones, opciones, decisiones y características que los impregnan de una enorme complejidad. Es por ello por lo que -entre otras cosas- se hace difícil encontrar un punto de convergencia, una sinergia o coherencia perfecta entre los ideales de los políticos y sus actuaciones en la realidad cotidiana.

Esta es una realidad comprobada, tanto en países capitalistas, como comunistas o socialistas, no importa cuál es la ideología o el sistema político imperante, no importa cuál es el lugar o el momento de la historia que se vive, la acción política siempre estará inevitablemente sumida a este divorcio, y los políticos tendrán que asumirlo como un asunto aún sin solución, como una realidad que aunque peligrosa e indignante, forma parte del día a día de la política (Weber, 1979). En este sentido, Weber habla en su obra de que “quien entra en política firma un pacto con el diablo”, en un intento de sintetizar categóricamente en una frase la idea anteriormente señalada.

El pacto con el diablo del que habla Weber (1979) no es más que la ruptura que a menudo se produce con las decisiones que los políticos se ven “forzados” a tomar. Este autor plantea en su obra la discusión entre quienes viven para la política y quienes viven de la política, y argumenta la poca probabilidad o imposibilidad de que haya políticos que vivan para la política en su sentido más pleno, es decir, que entiendan la política como un servicio al prójimo y al bien común, y que se comprometan en este campo solo para servir y no para servirse, para entregar y no para recibir.

Para Weber, el hecho de que se puede vivir para la política implica que los políticos han de tener todos sus problemas resueltos, de modo que puedan entregarse por completo a la causa del servicio y no encuentren en la política una vía de solución de problemas personales. De lo contrario estaríamos en presencia de un político que vive de la política, un profesional que gana por lo que hace, y que a veces corre el riesgo de contradecir sus propias creencias, ideas, etc., de ceder ante presiones que lleven al olvido de causas justas por las que merecería la pena luchar y trabajar. Todo ello debido a los retos y desafíos que en el día a día se le presentan al actor político, quien debe aprender a sobrevivir en ambientes donde las luchas de poder, los lobbies, la corrupción, los intereses económicos, la primacía o preferencia de determinados valores o ideales sobre otros, etc., con frecuencia presionan fuertemente y condicionan la acción política.

Vivir y participar en la política, siendo cien por ciento coherente con los principios y valores que se profesan es una realidad casi imposible para los políticos, pues la acción política, la gestión cotidiana implica como afirma Weber un pacto con el diablo, una renuncia parcial o completa a los principios y la ética personal, y una necesidad de ser parte de otros valores o principios que pueden llevar a una renuncia o cambio radical de la conducta política.

En este sentido, la excesiva profesionalización de la política, el vivir y servirse de la política, el pactar con el diablo de los políticos, son realidades completamente punibles, pues pueden provocar nefastas consecuencias para el bien común. Además, esta es una idea que nos sitúa en un extremo, el que a menudo ha conducido a muchos países a la corrupción, ha generado desconfianza de los ciudadanos hacia los gobiernos, ha despertado nuevos liderazgos o populismos, y ha generalizado la idea de que la política es sucia y no merece la pena envolverse en política. Cuba es un ejemplo de ello, mucha gente no cree en los políticos porque no representan realmente los intereses ciudadanos, sienten indiferencia y apatía, desinterés por la política porque a menudo se aprecia cómo los políticos se sirven más de la acción política que lo que entregan de sí mismos en términos de servicio y compromiso con el bien común, etc.

Por otro lado, y en el otro extremo, se plantea también el problema de las convicciones, de la política como vocación, y la coherencia casi perfecta -e inalcanzable- entre las convicciones propias, los ideales, valores y principios que se asumen de forma concienzuda, responsable y valientemente ante la sociedad. El problema con las convicciones es que, asumidas de forma radical, excluyente y afanada, pueden conducir a las grandes ideologías, a los totalitarismos, e interpretaciones de la realidad política que se alejan del ser humano, de lo que ello significa para la política, y de este modo se cae en las ideologías entendidas en un sentido negativo, los grandes relatos históricos que “traen salvación” y en nombre de ello provocan en realidad más destrucción de la que existía previamente.

El caso de Cuba es un buen ejemplo para entender lo anterior. Estamos en presencia de una ideología, de un sistema totalitario, que surge, crece y se consolida a partir de unas convicciones extremadamente marcadas, hasta el punto de pasar por encima de la persona humana y el respeto a su dignidad. De este modo, surge la preocupación por la necesidad de garantizar el bien común y no ponerlo en riesgo por los extremos a los que pueden llegar los políticos si cuentan con un exceso de pasión, de convicciones, de ambición.

El nihilismo y el pesimismo son comunes en Weber (1979), quien es criticado por Strauss, pues según este último no vale la pena la política si todo es negativo, si no existe solución al dilema entre los valores y principios por un lado y la acción política por otro, si no es posible un punto de conciliación, un equilibrio que garantice una gestión eficiente que se aleje tanto de las grandes ideologías como de la indiferencia, la falta de pasión política y la extrema profesionalización de esta.

No obstante, la solución a las cuestiones expuestas por Weber se encuentra a partir del concepto de prudencia. Si bien es cierto que resulta imposible vivir a plenitud el ideal de sociedad, o actuar en plena coherencia con los valores y los principios debido a los retos que la realidad plantea; no es menos cierto que la prudencia permite a los políticos mejorar cada vez más su accionar, acercarse cada vez más a la utopía, a la justicia, a lo que sería o estaría más cercano de una actuación acorde con esa utopía o gran ideal. Si bien es imposible la perfección en las obras humanas, también es cierto que todo es perfectible y todo puede ser cada vez mejor, y en esto consiste el secreto para conjugar valores y acción política, y de este modo superar el pesimismo de Weber.

Es cierto que es necesario cierto nivel de renuncia, que en cierta medida se necesita pactar con el diablo y ser flexible ante los retos prácticos que se presentan, pero ello debe ir acompañado de la virtud o cualidad de la prudencia. Esa que permitiría una actitud más racional, más eficiente, más responsable en la gestión cotidiana, y que al mismo tiempo genera confianza, mayor participación y satisfacción ciudadana. Esa que pondría límites al pacto con el diablo, que establecería las fronteras a salvaguardar.

Acabar con la ruptura planteada por Weber, conciliar teoría y realidad en la medida de lo posible, acotar los ideales, educar la acción política y a los políticos son los retos que de la mano de la prudencia se plantean a la acción política. Reconocer que una parte del hombre, del actor político, responde a los grandes ideales, y además es capaz de educar la acción política en búsqueda de cada vez mayor justicia, y más prudencia.

Por último, resulta determinante asumir el hecho de que, a pesar de la imposibilidad de alcanzar completamente los grandes principios, las utopías que motivan la acción humana, es posible acercarse a ellas, y construir grandes cosas con esa guía. Y que la cuestión principal en relación con el tema de los valores y la acción política hay que encontrarla, entenderla, estudiarla a partir del hombre concreto, común y corriente, del reconocimiento de la persona humana, y no en los grandes relatos históricos, no en las grandes ideologías. Esta es una idea que se puede encontrar en el fondo de los análisis de los autores que se han estudiado en esta asignatura y de sus críticas a las ideologías. El futuro de Cuba, de la política en Cuba, puede dar un giro histórico si se reconocen estas realidades y si se enfrentan oportunamente los retos que se desprenden de las contradicciones entre principios y valores, por un lado, y la acción política por otro.

 

  • Referencias
  • Arendt, H., 1951. Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Taurus 1974.
  • Strauss, L., 1959. What is Political Philosophy?, Illinois: The Free Pressof Glencoe.
  • Weber, M., 1979. El político y el científico. Quinta ed. Madrid: Alianza.

 

 


Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.

Scroll al inicio