El diferendo, la crisis actual y su posible solución

Foto de Adrian Martínez Cádiz.

La crisis estructural de Cuba es resultado de una peculiar interacción entre factores históricos, políticos, sociales, culturales y geográficos, tanto internos como externos, donde los primeros tienen primacía. La salida de la crisis tiene que transitar por la democratización del modelo totalitario vigente: un problema a resolver entre el gobierno y el pueblo cubanos.

La principal característica de los procesos sociales es el cambio. De igual manera que el crecimiento de los niños obliga a cambiar la talla de sus ropas y calzados, en la sociedad no hay nada definitivo, con excepción de los inevitables cambios, los que asumen -en dependencia de la época, de la cultura y de las tradiciones- la forma de evolución o revolución. Estos términos, extrapolados a la sociología, uno desde la biología para designar los cambios graduales; el otro desde las ciencias naturales para designar los cambios bruscos. De ello se deduce que las revoluciones y las contrarrevoluciones son alteraciones de la evolución histórica; una tesis demostrativa del daño que representa para cualquier sociedad aferrarse a la idea de que la historia tocó techo y por tanto no hay nada que cambiar, aferramiento que generalmente desemboca en cambios bruscos.

En el diferendo entre Cuba y Estados Unidos, que es el objeto de estas líneas, hay dos hechos indiscutibles. En primer lugar, que los conflictos entre Estados desmovilizan los conflictos al interior de los Estados, pues, cuando dos países se enfrentan las contradicciones internas quedan solapadas por el conflicto externo; un hecho que generalmente es aprovechado por los gobiernos para desviar la atención de las deficiencias. En segundo lugar, si el otro país, como es el caso de Estados Unidos en sus relaciones históricas con Cuba, cuenta con un expediente de intenciones de dominio, entonces les brinda a los enemigos internos del cambio un importante argumento simbólico e histórico, empleado por el movimiento insurreccional que tomó el poder en 1959 para declararse continuadores del proceso revolucionario, truncado por la intervención extranjera, definirse como antimperialista y proceder, en medio de la Guerra Fría que condujo a una escalada de medidas y contramedidas que han tenido un efecto negativo sobre la nación cubana en las últimas seis décadas de nuestra historia.

Importancia de las relaciones internacionales

Lo anterior no niega que las relaciones internacionales desempeñan un papel importante en los procesos de transición hacia la democracia, especialmente en la época de la globalización.Por eso, a diferencia de esquemas clásicos o de otras experiencias, la peculiaridad de las relaciones conflictivas entre los gobiernos de Cuba y de los Estados Unidos indica que la democratización en Cuba, aunque sea asunto de los cubanos, no puede ignorar la necesidad e importancia de sus relaciones.Tan crucial resulta esta tesis, como demuestra la historia, que una vez finalizada la Guerra de Independencia en 1898 la rápida recuperación de la Isla en materia de economía, educación y sanidad fueron posibles por la ayuda norteamericana.

Lo que no puede ser objeto de discusión es que, si los cubanos quieren ser los que definan el destino de su nación, ningún agente externo puede sustituirlos en ese empeño.

El diferendo

En 1960, en respuesta a las primeras medidas económicas que afectaron los intereses norteamericanos en Cuba y los intentos de expandir la revolución al resto de la región, el presidente de Estados Unidos ordenó la preparación de una fuerza armada de exiliados cubanos para invadir a la Isla y el gobierno de Cuba restableció las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética e intervino las refinerías de petróleo norteamericanas. El Congreso norteamericano aprobó una ley que facultaba al Presidente para rebajar la cuota azucarera y el Gobierno cubano nacionalizó las empresas norteamericanas radicadas en la Isla. Estados Unidos redujo 700 mil toneladas de la cuota de azúcar cubano y la Unión Soviética dispuso la compra de ese volumen de azúcar. Fidel Castro anunció la nacionalización de la mayoría de las empresas norteamericanas radicadas en el país y la Organización de Estados Americanos condenó a Cuba, mientras el gobierno estadounidense decretaba el embargo comercial. En 1961 Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas con Cuba y apadrinó el desembarco por Bahía de Cochinos, mientras Fidel Castro, que ya había proclamado el cumplimiento del Programa del Moncada, aprovechó la ocasión para declarar el carácter socialista de la revolución. En 1962 el presidente Kennedy ordenó el bloqueo naval y en respuesta se instalaron los cohetes soviéticos de mediano alcance en la Isla, dando origen a la Crisis de Octubre que colocó al mundo al borde de una guerra nuclear. Más reciente, en 1992, Estados Unidos aprobó la Ley Torricelli, en 1996 la Ley Helms-Burton, en 2003 el presidente George Bush anunció la creación de la “Comisión de Ayuda a una Cuba Libre”, encargada de propiciar la transición democrática en la Isla, al año siguiente hizo público un plan para “acelerar la transición hacia la democracia en Cuba” y en octubre de 2006 anunció la creación del Fondo para la Libertad.

Esas medidas fueron neutralizadas eficazmente por el discurso en defensa de la “soberanía nacional” y por el mito de David frente al gigante Goliat, pues los argumentos esgrimidos por el gobierno cubano acerca de su “enemigo” no eran infundados, sino utilizados hábilmente por la capacidad simbólica que los mismos poseen. Esas décadas de confrontación facilitaron al Gobierno cubano desmontar la sociedad civil cubana, solapar los problemas internos, y justificar la ausencia de derechos, libertades y espacios cívicos. Un resultado altamente ventajoso para el inmovilismo y perjudicial para los cubanos.

En medio del conflicto todas las asociaciones existentes fueron disueltas o supeditadas al poder, hasta que en 1968, con la “Ofensiva Revolucionaria”, se eliminaron los vestigios más diminutos de la independencia económica. Los cubanos quedaron desarmados de instrumentos cívicos y de autonomía para poder influir en los cambios sociales. Así, en plena guerra fría, los intereses norteamericanos afectados, la alianza con la entonces Unión Soviética y el giro hacia un modelo totalitario, alimentaron aún más las relaciones conflictivas con Estados Unidos, hasta que el diferendo pasó a ocupar el centro de la política nacional.

Tres consecuencias negativas para Cuba

– La primera, fue el empleo de la violencia de forma permanente y generalizada hasta desplazar a la diplomacia en la solución del conflicto. Esa conducta se manifestó en misiones militares en el exterior, en movilizaciones y desfiles, en la demonización del “enemigo”, en los actos de repudio y en el uso y abuso del lenguaje militar extendido a cada esfera de la vida nacional. “Batallas” por la Alfabetización, por la universalización de la enseñanza, por la salud, por los 10 millones de toneladas de azúcar, hasta desembocar en la “batalla de ideas”; un concepto militar trasladado al ámbito de las ideas.

– La segunda, radica en que el Estado, con el control absoluto sobre los medios de comunicación, empleó eficazmente los argumentos históricos para suprimir o limitar los derechos humanos y supeditar la sociedad a sus intereses, generando con ello un efecto negativo sobre todas las esferas sociales:incapacidad productiva, insatisfacción de las necesidades básicas de la población, éxodo masivo, pérdida de la función del salario, poco valor del peso cubano, y carencias de aspectos vitales como el transporte y la vivienda.

– La tercera, consiste en que, junto a la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción y a la desaparición del empresariado nacional, se eliminó también el papel de la clase obrera y de toda la sociedad, condenando el modelo al estancamiento y al fracaso. Como consecuencia, la economía quedó supeditada a la política, y por tanto incapacitada como agente de los cambios.

Con un saldo negativo para la sociedad cubana -atrapada en medio del diferendo entre los dos gobiernos- se produjo la elección del demócrata Barack Obama como presidente de Estados Unidos, con una nueva política hacia Cuba.

De haber existido voluntad política de la parte cubana, se hubieran salvado los escollos para pasar la página de la confrontación, con un fuerte golpe al inmovilismo, cuyo principal sostén ha sido y sigue siendo la “amenaza exterior”, enarbolada como la causa principal de todos los males al interior.

Entre los obstáculos, no puede ignorarse que durante el último medio siglo, el gobierno cubano ha sido el poseedor de la economía, de las fuerzas armadas, de los medios de comunicación y del control casi absoluto de la sociedad; un gobierno que tiene intereses que defender y por tanto solo emprenderáun proceso de democratización gradual si existe un mínimo de garantías para su futuro. Sin tener en cuenta esa realidad es impensable proceder a la democratización mediante la fuerza, donde el empleo de la violencia podría ser, además de sangrienta, el último episodio de nuestra inconclusa nación. Ante esa cruda realidad la única vía sensata es la evolución: la gradualidad, el diálogo y la negociación.

Una nueva política

Agotado el capítulo de ganadores y perdedores, se impone el regreso a la política. Y ese regreso requiere asumir la crisis interna como resultado de un modelo inviable y ajeno a la naturaleza humana

Continuar insistiendo en la culpa ajena para evitar o lentificar los inevitables cambios; poner el acento en que la nueva administración norteamericana cambie su política y que Cuba no tiene nada que cambiar porque ya cambió en 1959, además de una utópica aberración, puede conducir al país a una salida indeseada y perjudicial para todos: pueblo y gobierno.

En el caso de Cuba, si el gobierno acepta que los cubanos han sufrido innumerables calamidades por el diferendo, debería renunciar a los principios ideológicos y los esquemas desgastados, y en su lugar hacer gestos, no tanto hacia el exterior, como hacia los propios cubanos, como podría ser la ratificación e implementación de los Pactos de Derechos Humanos firmados en febrero de 2008. La importancia del contenido de esos pactos -de carácter vinculante, es decir obligatorios una vez que son ratificados- radica en que los derechos civiles y políticos constituyen la base para exteriorizar la conciencia interior, para el intercambio de opiniones, para la concertación de conductas, la toma de decisiones y la formación de asociaciones; mientras los derechos económicos y sociales, relacionados con las condiciones de vida, constituyen un factor determinante para la participación ciudadana en la vida social. Si de los primeros surge la diversidad de asociaciones que conforman la sociedad civil, de los segundos depende su funcionamiento, autonomía, vitalidad y desarrollo.

Si el gobierno cubano procediera al restablecimiento de las libertades, comenzando por las económicas, neutralizaría los argumentos para que el Congreso norteamericano suspenda el embargo. Sería el acto de mayor utilidad para los cubanos y el tiro de gracia a los enemigos. No se trata de la rendición ante el “enemigo”, sino del reconocimiento a su pueblo agotado y atrapado en el diferendo.

No queda, pues, sino mirar al diálogo, a la negociación y a la reconciliación, para intentar la nación con todos y para todos. En un “todos” que no puede excluir a nadie, mucho menos a los que tienen el poder, pues el esquema de vencedores y vencidos, aunque se continúe enarbolando, pertenece al pasado. Y como siempre, después de tantos daños materiales y espirituales, pérdidas humanas, dolor y sufrimientos, se presenta como único camino realista y posible el abandono de trincheras, de esquemas inoperantes, de lenguajes y actos agresivos como paso previo hacia el inicio de las negociaciones, única forma que responde a la naturaleza y a la dignidad humanas. Si bien no hay mal que dure cien años, uno tan perjudicial como el diferendo no debería durar más tiempo.

 

 


  • Dimas Cecilio Castellanos Martí (Jiguaní, 1943).
    Reside en La Habana desde 1967.
    Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información (1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos (2006).
  • Trabajó como profesor de cursos regulares y de postgrados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
  • Primer premio del concurso convocado por Solidaridad de Trabajadores Cubanos, en el año 2003.
    Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.
    Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (CEC). 
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