Dicta Dagoberto Valdés conferencia en el Aula Magna de la Universidad Jaguelónica de Polonia

En la mañana de este jueves, 17 de octubre de 2018, en el Aula Magna de la Universidad Jaguelónica de Cracovia, Polonia, el laico católico Dagoberto Valdés participó en la Conferencia Internacional sobre san Juan Pablo II Veritatis Splendor; junto al Rector de tan prestigiosa institución universitaria, el Sr. Rector Magnífico Wojciech Novak y el Dr. Krzysztof Wieliszko, Director de la Fundación san Juan Pablo II en el Vaticano.

A continuación reproducimos el texto de la conferencia.

RENOVARÁS LA FAZ DE LA TIERRA: LA HERENCIA NO ES IGUAL AL PASADO DECADENTE

Dagoberto Valdés en la presidencia del Aula Magna de la Universidad Jaguelónica con el Sr. Rector Magnífico de esta Aula Máter, Dr. Wojciech Novak, primero a la izquierda, y el Dr. Krzystof Wieliszko, Director de la Fundación san Juan Pablo II en el Vaticano. Cracovia, 17 de octubre de 2018

 

“Nadie pone un remiendo de tela nueva en un vestido viejo;

porque el remiendo al encogerse tira del vestido y se produce una rotura peor. 

Y nadie echa vino nuevo en odres viejos,

porque entonces los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se pierden;

sino que se echa vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan.”

(Mt 9, 16-17)

El fin de una época y el nacimiento de una nueva “con dolores de parto” (Rom 8, 22) han provocado lo que la Encíclica Veritatis Splendor llama “la triste perplejidad de un hombre que a menudo ya no sabe quién es, de dónde viene y a dónde va… así asistimos al pavoroso precipitarse de la persona humana en situaciones de autodestrucción progresiva” (V.S. 84). Ante esta realidad que llamamos daño antropológico es necesario engendrar una nueva era a partir de lo que pudiéramos llamar “la información genética” del alma de la persona humana, creada desde el principio “a imagen y semejanza de Dios, redimida por el misterio de la encarnación, la cruz y la resurrección de Cristo, cuya herencia ha sido el Espíritu Santo Paráclito “que sopla donde quiere” y cuyas luces van revelando la historia de la salvación encarnada en la propia historia de la humanidad.

En efecto, san Pablo nos recuerda la herencia que hemos recibido cuando dice: “Cuídense de que nadie los engañe con teorías filosóficas o con cualquier otro discurso hueco que no son más que doctrinas humanas que no se inspiran en Cristo sino en las luces de este mundo… por tanto hagan morir lo que les queda de vida terrenal” (Col 2, 8. 3,5). Ustedes tienen que dejar su manera anterior de vivir, el hombre viejo, cuyos deseos engañosos los llevan a su propia destrucción. Dejen que su mente se haga más espiritual, para que tengan nueva vida, y revístanse del hombre nuevo. Este es el que Dios creó a su semejanza dándole la justicia y la santidad que proceden de la Verdad” (Ef 4, 22-24).

La herencia no es lo muerto del pasado decadente. Vengo de Cuba, un país de matriz cristiana con una herencia católica que nos transmitieron los padres fundadores de la Nación: el presbítero Félix Varela y el apóstol de nuestra independencia José Martí. La nación conquistó su libertad bajo el manto de su Madre y Patrona la Virgen María de la Caridad del Cobre, a quien san Juan Pablo II coronó como Reina de Cuba, y a quienes los propios libertadores llamaron “emblema patrio”. Cuba creció y se desarrolló llegando a ocupar el tercer lugar en desarrollo entre todos los países latinoamericanos, hasta que hace 60 años un pequeño grupo de hombres quisieron fundar una nueva república sobre las bases de viejas doctrinas filosóficas que pertenecían a un pasado muerto: el marxismo-leninismo, que la gran Polonia también sufrió. Y como nadie puede poner otro cimiento que no sea Cristo, y Cristo muerto y resucitado, en lugar de nacer el hombre nuevo engendraron el hombre dañado antropológicamente, al hombre frágil, desarraigado, desanimado y despersonalizado. Por esta historia vivida en carne propia puedo darles testimonio de que los tiempos nuevos, no pueden ser fundados ni sostenidos sobre ese pasado decadente. Es como esperar nuevos frutos de un árbol cuya raíz está muerta.  

Es por ello que el reto para diferenciar la herencia eterna de la herencia de un pasado corruptible no puede ser otro que el discernimiento ético y espiritual. El mismo san Pablo, en su Carta a los Romanos, nos dice:

“Les ruego pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que se entreguen ustedes mismos como sacrificio vivo y santo agradable a Dios: ese es nuestro culto espiritual. No os acomodéis a la mentalidad del mundo presente, más bien transfórmense por la renovación de su mente. Así sabrán ver cual es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto” (Rom 12, 1-2).

Hermanos, este ha sido el secreto de la perseverancia del “resto fiel” de la Iglesia en Cuba y del resto de nuestro pueblo que no vive, ni piensa, ni actúa, según esas filosofías espurias que son totalmente ajenas a nuestra cultura concebida en matriz cristiana. Nuestra vida cotidiana va alcanzando su coherencia con la cultura cristiana cuando la iluminamos con estas dos corrientes de luz: Uno, el discernimiento ético y espiritual a la luz de la Palabra de Dios en la que solo podemos encontrar el esplendor de la Verdad. Y dos, ofreciendo cada día, nuestro culto espiritual como fieles laicos comprometidos con Cristo, con su Iglesia y con Cuba. Doy testimonio de que todo lo que hemos sufrido y todo lo que hemos podido edificar es por la fe en Cristo, Jesús, “piedra viva que desecharon los arquitectos” del viejo régimen y fue, es y será la piedra angular de la cultura cubana. Por mi parte, como hombre de Cristo, hombre de Iglesia, hombre cubano, todo lo ofrezco para completar en mí la cruz de nuestro Señor y Salvador, porque solo en la Cruz hay esperanza.

Ahora bien, como dice la inolvidable Encíclica Veritatis Splendor de san Juan Pablo II, el más grande de todos los polacos, para “no desvirtuar la Cruz de Cristo” (I Cor. 1,17), para hacer un recto discernimiento entre la herencia de vida y la cultura de la muerte: “la cuestión fundamental… es la relación entre la libertad del hombre y la Ley de Dios, es decir, la cuestión de la relación entre libertad y verdad”. En efecto, “la cultura contemporánea ha perdido en gran parte ese vínculo esencial entre Verdad-Bien-Libertad… La obra de discernimiento de estas teorías éticas por parte de la Iglesia no se reduce a su renuncia o su rechazo, sino que trata de guiar a todos los fieles en la formación de una conciencia moral que juzgue y lleve a decisiones según la verdad” (V. S. 84-85). En Cuba, ahora mismo, como en el resto del mundo, el nacimiento de una auténtica nueva era se decide entre vivir en la verdad o morir junto con un pasado decadente.  

Esto hemos tratado de hacer durante más de 25 años en dos obras que tuve el honor de fundar y presidir: El Centro de Formación Cívica y Religiosa de la Diócesis de Pinar del Río y su revista Vitral, “la libertad de la luz” (1993-2007); y el Centro de Estudios Convivencia y su revista del mismo nombre (2007-2018). Sus objetivos han sido: Reconstruir la primacía y dignidad de la persona humana y reconstruir el tejido de la sociedad civil, dejando atrás el pasado muerto de los materialismos asfixiantes y rescatando la herencia eterna de la cultura cristiana, es decir, de los valores y virtudes que emanan del “esplendor de la Verdad”, que es Cristo, para todo hombre y cultura.

  1. Lo muerto del pasado en el mundo, en Cuba.

El Papa Francisco en su discurso a los líderes religiosos de Albania, 21 sept. 2014) dice: “Cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben bien a qué atrocidades puede conducir la privación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, y cómo esa herida deja a la humanidad radicalmente empobrecida, privada de esperanza y de ideales”. Esta es y debe ser una de las lecciones de la historia del pasado siglo XX: “No se puede construir una casa sobre la arena” (Lc 6,49) de un pasado corrompido y muerto, porque el edificio que parecía la “novedad” y “la liberación de toda alienación” y “la eliminación de la explotación del hombre por el hombre”.

De esa construcción sobre arena resultó un engendro de lo viejo y caduco que ahora vuelve a hastiar a las nuevas generaciones, que en lugar de liberación trajo nuevos cerrojos para el alma humana, con nuevos vicios y corrupciones. En lugar de eliminar la explotación del hombre por el hombre, trajo la explotación del hombre por el Estado, y el deterioro de la Naturaleza por las tecnologías depredadoras. Hay que aprender de la historia. Es por ello que es bueno enumerar solo algunas de las herencias de muerte de ese pasado reciente no para la queja inútil sino para que aprendamos a discernir y optar por lo bueno. Algunas de esas huellas del pasado muerto en Cuba, en Polonia y en el resto del mundo son:

La muerte de las utopías inmanentes, la vaciedad de los materialismos asfixiantes, el “ateísmo como fenómeno de cansancio y de vejez” (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, Nuntius ad iuvenes, 4), el daño antropológico de los totalitarismos, las angustia existencial, la frustración y la despersonalización, la cultura de la muerte que no respeta la vida humana desde su concepción hasta su final natural, los terrorismos de sectas y Estados, la violación sistemática de los derechos humanos universalmente reconocidos, la banalización de la cultura y de las culturas, los nacionalismos que manipulan y aislan, los populismos y autoritarismos engañosos que volvieron a intentar disfrazar el pasado muerto con máscaras de modernidad, la xenofobia y las crisis migratorias, el daño ecológico, los consumismos alienantes, las tecnocracias sin espíritu, la inversión de la escala de valores, en la que se ha colocado el progreso por encima del desarrollo integral y a las ideologías y sistemas políticos o económicos por encima de la persona humana.

En resumen y volviendo al lenguaje bíblico: el pasado muerto, es decir, las filosofías decadentes, los sistemas económicos deshumanizantes, la corrupción de los políticos y la desintegración moral de la sociedad, solo producen la “nueva” y frustrante Torre de Babel contemporánea. Aquella que nuevamente intentó “tomar el cielo por asalto” y que solo logró hundir a la humanidad del siglo XX en el caos, la guerra, los campos de concentración, los sistemas totalitarios como el fascismo y el comunismo. La herencia del pasado muerto termina por matar la vida del hombre y el alma de las naciones.

  1. El pasado decadente puede volver en el mundo, en Polonia y en Cuba, ¿cómo evitarlo?

Sí, señoras y señores, “no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20) Ese pasado muerto puede regresar. Puede regresar a Europa, puede regresar a Polonia. Lo estamos viendo ya. Es necesario otear el horizonte, despertar a los que duermen, alertar a los ciudadanos, a los intelectuales, a la intelligentzia de nuestros pueblos, a los políticos, economistas, sociólogos católicos y amantes de sus Patrias y de un futuro mejor para sus naciones: ¡El pasado puede regresar!

Lo dije a los jóvenes polacos el año pasado frente a la luminosa ventana del palacio arzobispal de Cracovia, desde donde san Juan Pablo II, anunció y denunció tantas cosas que ahora podemos comprobar que se han cumplido según su voz profética. Desde aquella pequeña plaza les dije a los jóvenes polacos lo que también repito hoy, con mucho respeto, a todos ustedes, distinguidas personalidades civiles y religiosas: el pasado puede regresar.

Lo digo, con infinito amor por el pueblo polaco y lo digo con la misma pasión y amor por mi sufrido pueblo cubano, ahora que, nos vemos empeñados en una reforma constitucional, Cuba parece balancearse peligrosamente entre la continuidad y la novedad, entre el atrincheramiento y la oportunidad, entre mantener las viejas filosofías del pasado y sistemas decadentes y empobrecedores o abrirse como Juan Pablo el Magno nos invitó en su inolvidable visita a Cuba el 21 de enero de 1998: “mis mejores votos para que esta tierra pueda ofrecer a todos una atmósfera de libertad, de confianza recíproca, de justicia social y de paz duradera. Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba, para que este pueblo, que como todo hombre y nación busca la verdad, que trabaja por salir adelante, que anhela la concordia y la paz, pueda mirar el futuro con esperanza.”

¿Cómo evitar volver al pasado muerto? Aprendiendo las lecciones de la historia. Volviendo a las raíces imperecederas de nuestra cultura cristiana que ha fecundado durante siglos a la civilización occidental, redescubriendo los genes espirituales de “el Principio” grabados por el Creador en nuestra almas a su “imagen y semejanza”; dejando que Cristo nos redima a cada uno personalmente y redima el alma de la Nación, “volviendo a nacer” como nuevas creaturas en el maternal útero de María de la Caridad y del Monte Claro, que por la Gracia de la Encarnación de su Hijo, muerto y resucitado, podemos llamar a Dios Abba, Padre, porque en realidad somos hijos, y si somos hijos somos herederos de la herencia eterna derramada en nuestros corazones en Pentecostés. En una palabra, podemos evitar que el pasado muerto regrese si nos esforzamos en rescatar la herencia del Espíritu Paráclito, señor y dador de Vida.

  1. La herencia viva del pasado en el mundo, en Polonia y en Cuba:

Por esa condición de hijos y herederos de los “cielos nuevos y la tierra nueva”, no podemos ser profetas de la desolación sino profetas de la consolación, heraldos de la esperanza que no defrauda, infatigables sembradores de la “Verdad que nos hará libres” (Jn 8,32), cultivadores de lo que San Justino llamó ya desde el siglo II: “la semilla del Verbo (spérma taú lógou), que se halla ingénita en todo el género humano” (I Apol. V, 3 y II Apol. XIII), que están latentes en toda persona y cultura, en toda nación y religión, para evitar que las malas hierbas de las falsas doctrinas, las piedras del camino de la humanidad sufriente, y la falta del “agua que salta hasta la vida eterna”, nuestros pueblos no reconozcan, no cultiven y no multipliquen esas “semillas” de vida y de plenitud que espera el día de su manifestación gloriosa.

Forman parte de esa herencia viva: el humanismo cristiano, la cultura de la vida, la doctrina social de la Iglesia y las obras sociales que dan testimonio de la luz. Los pensadores cristianos, los laicos comprometidos, tenemos el sagrado e irrenunciable deber de pensar nuestro presente, de prever nuestro futuro, de proponer caminos y soluciones para que nuestras naciones se renueven trasmitiendo la herencia viva y vivificadora del Reino de Dios que edificamos y que, como dice Jesús en el Evangelio, “se parece a un Padre de familia que saca del arca lo viejo y lo nuevo” (Mt 13,52). La Iglesia, y en ella los intelectuales católicos, los profesionales de todas las disciplinas, deben fundar lo que hoy se llaman “think tanks” o laboratorios de pensamiento para ayudar a inculturar los valores eternos y universales de la herencia cultural cristiana en la edificación del futuro de sus países, trasvasando los valores de la Verdad, la Justicia, la Libertad y el Amor, al lenguaje y las obras contemporáneos, para no volver a caer en los cantos de sirena y falsas imágenes de “lo viejo muerto” que intenta “como león rugiente” devorar lo mejor de nuestra humanidad y de nuestras culturas.

Esto hacemos hace más de una década en el Centro de Estudios Convivencia (www.centroconvivencia.org) y ya hemos publicado 6 informes académicos, confeccionados con pensadores cubanos de la Isla y de la Diáspora, sobre temas de trascendencia para el futuro de Cuba como son: Marco jurídico y tránsito constitucional, economía, educación, cultura, medios de comunicación y nuevas tecnologías y agricultura. Proponer nuestras visiones y soluciones de futuro contribuirá a no regresar al pasado muerto. Así podremos dar nuestro aporte a la construcción de lo que los pontífices han llamado “la civilización del Amor” y que ya en la antigüedad San Agustín llamó “la amistad cívica” y a la que Hannah Arendt le atribuye la creación del espacio público cuando expresa: “La noción de philia politike, amistad cívica o respeto, constituye la condición de posibilidad de nuestros juicios políticos. Y son estos, junto con nuestras acciones y discurso los que nos permiten constituir el espacio público.” (Arendt, H. La condición humana). Este espacio público, “lugar teológico” para construir la civilización del amor se debe edificar sobre los cuatro pilares de la convivencia fraterna y pacífica: la inclusión, el pluralismo, el consenso, la democracia, elevados todos sobre el cimiento de la primacía y dignidad de la persona humana.

  1. Las actuales síntesis culturales: ¿nueva Babel o nuevo Pentecostés?

 Los hombres y mujeres de nuestro tiempo están desconcertados y frustrados por los fracasos del pasado decadente, pero también esperan ese parto que surge de las nuevas síntesis culturales a las que les podemos identificar como san Pablo a los Romanos: “La creación entera que hasta ahora gime y siente dolores de parto… está esperando la manifestación de los Hijos de Dios” (Rom 8, 19 y 22). En la Redemptor Hominis, el santo Papa polaco dice con gran elocuencia: “En el misterio de la redención el hombre es creado de nuevo”, lo viejo ha pasado, “Dios ha dado a su Hijo a fin de que el hombre no muera con ese pasado sino que tenga vida eterna”. Todos sentimos el estupor del Misterio de la Encarnación. Y sigue el Papa: “Ese profundo estupor respecto de valor y la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Ese estupor también determina un particular derecho de ciudadanía en la historia del hombre y de la humanidad” (R. H. 10).

En virtud de esa ciudadanía los discípulos de Cristo tenemos el derecho y el deber de participar comprometidamente en la síntesis de las nuevas culturas y de los tiempos nuevos, aportando la apertura a lo absoluto y la trascendencia de la vida nueva en la que el hombre participa de la misión real de Cristo, de esa misión de servicio y construcción de su Reino donde la escala de valores invertida que sembró en el pasado la cultura de la muerte, regrese a su orden primigenio, la humanidad vaya pasando progresivamente de la Babel del caos y la decadencia al Pentecostés de un nuevo “cosmos” ordenado según la vida en el Espíritu. En la Encíclica Redemptor Hominis nos dice claramente: “El sentido esencial de este “dominio” del hombre sobre el mundo visible consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia.” (R. H. 16).

Los cristianos, con toda humildad y respeto por la libertad religiosa, podemos y debemos anunciar que la herencia no es el pasado muerto y corruptible sino ese “cielo nuevo y tierra nueva” (Ap 21,1) cuya semilla está sembrada en el corazón de cada persona en lo que llamamos “la ley natural”, que en la contemporaneidad ha tomado una expresión superior y consensuada por la conciencia universal en los reconocidos, y aún no suficientemente respetados, derechos humanos. Los nuevos gemidos del Espíritu se manifiestan también en las nacientes ansias de espiritualidad, de nuevas experiencias místicas. Si la Iglesia no responde a esas ansias vendrán a saciarlas las expresiones espurias llamadas del new age.  

La historia del pasado siglo XX y los experimentos del llamado “socialismo del siglo XXI”, con sus desastres, demuestran fehacientemente que “Nadie puede poner otro cimiento que el que ya está puesto: Cristo.” (I Cor 3, 11). El útero de los tiempos nuevos es y debe ser el esplendor de la verdad. La luz de Aquel que ha dicho “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 5-6) En el pasado muerto el hombre y la humanidad han perdido el camino, han manipulado la verdad y han atentado de mil formas contra la vida.

San Juan Pablo II quiso y logró introducir a la Iglesia y a la Humanidad entera en el Tercer Milenio del Cristianismo con una nueva evangelización, nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en su expresión. Avanzado ya el siglo XXI podemos comprobar que aún “el pasado muerto” intenta engañarnos con proyectos viejos zurcidos de parches aparentemente nuevos. Es por eso que hoy más que nunca debemos acudir insistentemente al Espíritu Santo Paráclito, defensor de la persona humana, dador de vida, fuerza para poder identificar y resistir los mensajes engañosos de la mundanidad, de los nuevos materialismos, de los populismos disfrazados de falsos nacionalismos. Para que ese nuevo Pentecostés del siglo XXI pueda iluminar nuestras mentes, convertir nuestros corazones e impulsar nuestro compromiso en la edificación del Reino de Dios debemos alzar en los nuevos areópagos esa milenaria secuencia que forma parte de la herencia incorruptible y eterna de nuestra cultura cristiana:

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,

lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito y guía al que tuerce el sendero.

Resuene hoy, más que nunca, aquella plegaria estremecedora y profética de san Juan Pablo II pronunciada en la Misa de la Plaza de la Victoria en Varsovia aquel inolvidable 2 de junio de 1979. Yo, también, rogando la poderosa intercesión del santo pontífice polaco, quisiera tener su fuerza y su fe para rezarla. No obstante, desde mi pobreza, me atrevo, una vez más, como durante toda mi vida, a repetirla con estupor y temblor por su vigencia y urgencia en este nuevo Pentecostés del siglo XXI. Por su apremiante necesidad en Cuba, en Polonia, en Europa, en el mundo entero, imploramos al Espíritu con el mismo fervor:

“Grito, yo, hijo de la tierra polaca, y al mismo tiempo yo: Juan Pablo II Papa, grito desde lo más profundo de este milenio, grito en la vigilia de Pentecostés”:

 “Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.”

 De esta tierra polaca, de la tierra cubana y del mundo entero. Amén.

 Muchas gracias.

 


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

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