Díaz Canel: la continuidad de Palabras a los intelectuales

Martes de Dimas

En el 60 aniversario de Palabras a los Intelectuales, Miguel Díaz-Canel”1, presidente de Cuba y secretario del Partido Comunista, retomó las tesis expuestas por Fidel Castro en aquel discurso pronunciado en la Biblioteca Nacional en junio de 1961, conocido como Palabras a los Intelectuales para “demostrar” la vigencia” de las tesis del líder de la revolución. Con ese fin se refirió a una de las afirmaciones de Fidel en aquella oportunidad: “la Revolución garantizaría la mayor libertad de creación”.

Según el Presidente, a partir de 1961 en Cuba se gozó de libertad de creación y se mantuvo un diálogo entre el Gobierno y los creadores. Afirmación contraria a lo ocurrido en las seis décadas que median entre uno y otro discurso, como puede deducirse tanto de lo expresado por Fidel como de la represión ejercida contra los creadores. Para demostrarlo basta citar cuatro de las tesis expuestas por Fidel en aquel momento:

1- “Nosotros hemos sido agentes de la Revolución económico-social que está teniendo lugar en Cuba…. La preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí misma. Y después, entonces, preocuparnos por las demás cuestiones”.

2- “Frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie… puede alegar con razón un derecho contra ella”.

3- “¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”.

4- “Y esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores. Esto es un principio general para todos los ciudadano”.

Las cuatro tesis se resumen en que: la preocupación de los que tomaron el poder por la armas era la Revolución y después las demás cuestiones, entre ellas la cultura que era el centro del debate en 1961; que nadie puede alegar un derecho contra la Revolución; que los agentes que la promovieron se atribuyen el derecho de restringir la libertad de los creadores; que tal imposición no se limita a escritores y artistas, sino que incluye a todos los cubanos, quienes desde ese momento fueron convertidos en súbditos; que tales decisiones se toman en defensa de los derechos de un pueblo, sin que ese pueblo haya sido consultado. Es decir, de una imposición dura y cruda, en la que la revolución –un hecho temporal que termina cuando la misma se institucionalizan– se eleva por encima de la cultura, un hecho permanente y superior que trasciende en el tiempo a la revolución, y que además de instrumento para conservar la experiencia de la humanidad tiene entre sus funciones la transmisión y desarrollo de esa experiencia. Cuando esa relación se invierte, como ocurrió en Cuba, la cultura se enferma a falta de su oxigeno: la libertad.

Para comprender el objetivo de Palabras a los Intelectuales, hay que tener en cuenta que las mismas fueron precedidas por la sustitución de la Constitución de 1940 con los estatutos denominados Ley Fundamental del Estado Cubano; por la declaración del carácter socialista de la revolución; por la Primera Ley de Reforma Agraria, que depositó en manos del Estado el 40% de las tierras cultivables del país; por la Ley que puso que eliminó la enseñanza privada y en medio del primer gran esfuerzo de adoctrinamiento masivo que fue la Campaña de Alfabetización. Sin embargo, tan enorme poder jurídico, económico e ideológico resultaba insuficiente para el establecimiento de un sistema totalitario. Para completarlo se requería del control de la cultura.

El resultado de esa inversión la explicó la escritora y política, judía, nacionalizada en Estados Unidos, Hannah Arendt, de la siguiente forma: cualquier “revolución que se proponga liberar a los hombres sin plantear la necesidad de generar un espacio público que permita el ejercicio de la libertad, sólo puede llevar a la liberación de los individuos de una dependencia para conducirlos a otra, quizás más férrea que la anterior.

Lo cierto entre las tesis de Fidel y las palabras de Díaz-Canel es la continuidad; pero no por la existencia de libertad de creación, sino por su negación. A la libertad, ese atributo inherente a la persona humana –como decía el enciclopedista francés, Juan Jacobo Rousseau– no se puede renunciar, porque la renuncia a ella es incompatible con la naturaleza del hombre.

Para conservar el totalitarismo establecido, el Partido-Estado-Gobierno creó un sistema de instituciones estatales y paraestatales como la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, para el control de los escritores y artistas, y el Consejo Nacional de Cultura, para regir la política cultural. Y una Constitución, la de 1976, en la que ninguna de las supuestas libertades reconocidas, como reza en su artículo 61, “puede ser ejercida contra lo establecido en la Constitución y las leyes, ni contra la existencia y fines del Estado socialista, ni contra la decisión del pueblo cubano de construir el socialismo y el comunismo”, precepto también presente en la actual Constitución de 2019, la cual declara irrevocable el sistema impuesto; la promulgación de los decretos-leyes 349, de enero de 2018 y 370 de julio de 2019, con los que se establecieron las “contravenciones a las regulaciones en materia de política cultural”. Es decir, a los límites establecidos por Fidel Castro en Palabras a los Intelectuales “Dentro de la revolución todo contra la revolución nada”, se les otorgó rango constitucional.

El expediente de limitaciones a la libertad de creación comenzó desde 1959: la censura del corto “PM” sobre la noche habanera, de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante; el cierre de “Lunes de Revolución en 1961”; el rechazó a obras como el libro premiados como “Fuera del Juego” de Heberto Padilla y “Los Siete contra Tebas” de Antón Arrufat; la designación en mayo de 1971 del entonces segundo jefe de la Dirección Política de las FAR, Luis Pavón Tamayo, al frente del Consejo Nacional de Cultura; la conversión del Congreso de Cultura en Congreso de Educación y Cultura para subordinar la segunda a la primer y ratificar las pautas de lo “políticamente correcto”; y la prohibición en 2019 a los escritores a participar como intelectuales en la discusión del Anteproyecto de Constitución, son algunos ejemplos.

A pesar de tan férreo control, las críticas a la falta de libertad de creación fueron constantes, desde los proyectos alternativos que debutaron en la década de los años 80 hasta el Movimiento San Isidro.

En su discurso Díaz-Canel llamó a conservar una libertad de expresión inexistente, en un momento caracterizada por el decrecimiento del PIB; la escasez de alimentos, medicamentos, transporte, viviendas y energía eléctrica; la incapacidad de pagar las deudas contraídas; ante un descontento creciente ue irrumpió en las grandes manifestaciones públicas de noviembre de 2020 frente a la sede del Ministerio de Cultura y de julio de 2021 que estremecieron las estructuras del poder.

En ese contexto, tratando de calmar el creciente malestar; pero sin soltar el palo, mostró la zanahoria: “El Gobierno –dijo– ha cuidado particularmente a la Cultura, a los artistas e intelectuales, destinando fondos y recursos al sostenimiento de quienes a su vez alimentan la espiritualidad que nos salva de una cuota importante de angustias… Para que se tenga una idea, y no se asusten -dijo-, del presupuesto del Estado se ha destinado 620 millones de pesos para el financiamiento a artistas no subvencionados, beneficiando con ello a 10 457 músicos y artistas escénicos y a 3 222 personas que ejercen como personal de apoyo de la producción artística y en la asistencia técnica”.

La cultura y la libertad son indivisibles. La primera es el fundamento para el disfrute de las libertades y ésta, premisa para su desarrollo y consolidación. Por ello, en condiciones de la cultura subordinada a una ideología y a la falta de libertades, ni se puede cultivar lo humano en el hombre ni vivir acorde con las ideas de la época; de ahí lo absurdo y dañino de la continuidad..

Zurich, 1 de agosto de 2022

 


  • Dimas Cecilio Castellanos Martí (Jiguaní, 1943).
  • Reside en La Habana desde 1967.
  • Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información (1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos en el (2006).
  • Trabajó como profesor de cursos regulares y de postgrados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
  • Primer premio del concurso convocado por Solidaridad de Trabajadores Cubanos, en el año 2003.
  • Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.
  • Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (CEC).

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