El derecho a elegir lo que se ve en televisión

Por Juan Carlos Fernández Hernández
 
 
Para entender el comportamiento de nuestra nación, es primordial conocer nuestra cultura. En muchas lenguas y civilizaciones la palabra cultura se refiere al arte, la música, la literatura, etc. ¿Pero en cuál de estos esquemas podríamos encasillar a la cultura? En todos y en ninguno, pienso yo. Porque todo ello son consecuencias o manifestaciones de la cultura. Pero ella por sí misma es mucho más amplia y es un concepto en el que casi nunca vamos a estar totalmente de acuerdo.


 

 
 
Por Juan Carlos Fernández Hernández
 
 
Cartel de Jaime Tamarit.
 
 
Para entender el comportamiento de nuestra nación, es primordial conocer nuestra cultura. En muchas lenguas y civilizaciones la palabra cultura se refiere al arte, la música, la literatura, etc. ¿Pero en cuál de estos esquemas podríamos encasillar a la cultura? En todos y en ninguno, pienso yo. Porque todo ello son consecuencias o manifestaciones de la cultura. Pero ella por sí misma es mucho más amplia y es un concepto en el que casi nunca vamos a estar totalmente de acuerdo.
 
 
Para muchos la cultura significa: modos de vida que un grupo de personas transmite de generación en generación, a través del aprendizaje, la práctica, la lección, el estudio, la tradición. Esta apreciación es válida. Pero yo me quedo con la definición que de ella nos hiciera el Sumo Pontífice san Juan Pablo II en su visita a nuestra tierra en el año 1998, cuando se dirigió al mundo de la cultura en el Aula Magna de la Universidad de La Habana: “La cultura es aquella forma peculiar con la que los hombres expresan y desarrollan sus relaciones, entre ellos mismos y con Dios, formando el conjunto de valores que caracterizan a un pueblo y los rasgos que lo definen”.
 
Pero sin adentrarnos en conceptos subjetivistas o demasiados encriptados, puedo decir, siempre con temor a errar, que la cultura viene siendo la adición de créditos, equivalencias, artes de pensar y cosmovisión que compartimos, en este caso, los cubanos(as). Esta es nuestra manera de ver, sentir y sobre todo, de ser. De estos atributos, cuasi externos, se induce que son luminiscencia y claridad de nuestros valores intrínsecos y más profundos.
 
Este posible diagrama, estaría representado, perdón por lo frío, por la cabeza del iceberg, donde la punta es siempre permeable y cambiante pero con la solidez que ampara a la base bajo el agua. Esto último no es erosionado o cambiado, son nuestras raíces, sumergidas en lo más profundo del ser de cada pueblo. Eso no lo puede cambiar nada ni nadie. La punta siempre está a la intemperie, sola o acompañada, poco importa, luchando con los elementos adversos/diversos que influyen sobre ella, siempre permeable, cambiante, dinámica, creando y recreándose a sí misma. La base es firme y muchas veces no la vemos, está en nuestro inconsciente, reflejada en nuestras conductas externas, como personas y como sociedad.
 
Estas conductas, personales y sociales, detentan una razón de ser y existir: la libertad personal, sin esta lo demás seria letra muerta. Pero tampoco sería serio y convincente si esta libertad no tuviera una hermana inseparable: la responsabilidad. Por tanto la ecuación está planteada. No hacen falta más factores. El hombre es libre tanto más es responsable en todas sus dimensiones. Son, sin dudas, libertad y responsabilidad, dos elementos que enriquecen constantemente a la cultura de cualquier pueblo.
 
El hoy en cuba… los sabios grises de la cultura
 
Esta consideración preñada de introspección y un poco de abstracción, estaría fuera de lugar si no fuera por la grave preocupación que me inquieta y consume al ver reseñada en nuestra prensa nacional (Granma/Noviembre/4/2014) la celebración en nuestro país del foro: “Consumo cultural en Cuba: arte, cultura, educación y tecnología”, que tuvo como punto de asociación la conferencia: “Provocaciones en torno al consumo cultural en la Cuba contemporánea”, del crítico de cine Juan Antonio García Borrero. Dicho encuentro hubiera pasado desapercibido para el público lector, si en él no se hubiera abordado un tema tan actual como lo es: el consumo de programación televisiva en la Cuba de hoy.
 
El análisis de lo que le conviene o no al público cubano afecta la libre elección del televidente y muestra una falta de respeto, cuando se afirma en este encuentro, que al proyectar en la televisión películas de manera, según sus opiniones, acríticas, “el espectador nacional no sabe qué es lo mejor y qué es lo peor. Se necesita que se oriente a la gente en lo que se está proponiendo”. Por otra parte se llama en dicho encuentro a superar “este instante de incertidumbre que está provocando la revolución electrónica”.
 
Y la joya de la corona, fue el consabido “paquete” de televisión alternativa que llega semanalmente a muchos cubanos y que fue víctima, por enésima vez, de las críticas. No cuestiono la validez de estas, sino el empeño por presentarlo como una plaga nefasta que contamina nuestros hogares y distorsiona nuestros gustos.
 
Al respecto me surgen varias interrogantes, opiniones y alguna que otra sugerencia.
 
Es bien conocido el discurso del gobierno cubano en cuanto a la educación e instrucción de que goza nuestra sociedad. Por tanto, es contradictorio que en este encuentro intelectual se esgrima la opinión de que el público no sabe apreciar si lo que está viendo es bueno o malo. Y ¿cuál es esa incertidumbre por la que supuestamente estamos pasando con el avance de la electrónica? ¿Se referían a la Internet, redes sociales y televisión digital global? Deberían alegrarse ¿o no?
 
Al respecto creo que ese mismo avance al que hace referencia este grupo de intelectuales, los está aislando de la dinámica y los códigos que hoy usan las personas para buscar esparcimiento. Además, nuestra pobre y destartalada televisión nacional no cumple con las expectativas y necesidades del público actual. De ahí que no me extrañe el impacto que ha tenido el “paquete”. Cada vez se ve menos televisión nacional y todo parece indicar que no va a suceder un revertimiento, por el contrario, las personas se muestran cada día con más hambre satelital y muy poca nacional. 
 
No dudo que investigar, diagnosticar y establecer perfiles preferenciales de la teleaudiencia es algo normal, realizado en cualquier parte del mundo para establecer tendencias en los medios audiovisuales. Pero algo inaceptable es imponer “paquetes” oficiales.
 
Lo primero que deberían revisar las instituciones culturales, especialmente las de medios audiovisuales, de nuestro país es que, en última instancia, radica en el televidente la decisión de qué programas ve y cuáles no. Esa es su libertad. En todas partes del mundo civilizado, Cuba no es una excepción, existen programas malos y programas buenos. Televisión culta y seria y televisión chatarra, que tiene su gran público, por cierto. Gente que asiste al teatro, la ópera, el ballet y otras que prefieren el reguetón, el reality show o los concursos de belleza, o todos a la vez. Las opciones deben ser defendidas, amparadas y salvaguardadas desde la libertad del ser humano para elegir libremente.
 
Censurar, satanizar y prohibir, exacerba el morbo y la curiosidad. Educar, sugerir y dejar a la libre elección enriquece la sociedad y la mejora. Los espectadores serán más críticos y elevarán sus gustos estéticos cuando se deje a un lado la mentalidad paternalista/maniquea de: bueno/malo, mejor/peor, esto sí/esto no. Esa valoración siempre será subjetiva y arbitraria, además de simplista y violatoria del derecho de las personas a la libre información/elección.
 
Para defender lo que llamaron en la conferencia “el constante crecimiento cultural de la nación” es indispensable la libertad del ser humano, sin ella cualquier obra que se emprenda, por muy loable que pueda ser en sus intenciones, quedará coja, sin sustancia y, sobre todo, sin fundamento moral y ético.
 
El consumo cultural de cualquier país del mundo es tan diverso como lo son sus habitantes. Para lograr una armonía en consumo y calidad se necesitan “hombres y mujeres educados para la libertad y la responsabilidad, que contengan en su más íntimo ser un proyecto ético que les permita asumir lo mejor de nuestra rica herencia cultural y los inagotables valores trascendentes que todos llevamos dentro, y por otra parte, que las relaciones humanas y el estilo de convivencia social, favorezcan los espacios donde cada persona pueda desempeñar el papel histórico que le corresponde para dinamizar el Estado de Derecho, que es garantía esencial de toda convivencia humana que quiera considerarse democrática”.
 
La tarea de todo intelectual que desee con su talento servir a la sociedad en la que vive, no es ponerle trancas a la diversidad, en este caso de gustos televisivos y derechos del televidente. La diversidad es una oportunidad que debemos acoger como riqueza y no como obstáculo contra el cual luchar. Parafraseando al Padre Varela me atrevería a decir que una de las más grandes virtudes del ser humano es saber pensar con su propia cabeza. Cada quien ve lo que su conciencia y valores le dicten, sin coerciones externas vengan de donde vengan, que no serían más que una flagrante violación del derecho a elegir.
 
Juan Carlos Fernández Hernández (Pinar del Río, 1965).
Fue Co-responsable de la Hermandad de Ayuda al Preso y sus Familiares de la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Pinar del Río. Animador de la Sociedad Civil.
Miembro del Equipo de Trabajo de Convivencia.
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