¿Culpa o responsabilidad?

Foto de Adrian Martínez Cádiz.

Cuba duele. Más allá del hashtag usado frecuentemente en las redes, esta es una realidad que nos abruma. Hace mucho tiempo la vida del cubano va de la zozobra de la cola para ver qué sacaron, al otro lado del péndulo que es la realidad de la crisis del Coronavirus, y sus consecuencias directas. Algunos intentamos renunciar a ese estilo de vida agitado, angustioso, que asfixia hasta más no poder, y limita la creación; pero la tozuda realidad hace poner los pies en la tierra, y presenta la disyuntiva entre el pan de la vida material y nuestra existencia trascendente.

Darnos ánimo unos a otros es una bella señal de solidaridad. Compartir lo poco que se tiene, es una actitud muy loable en estos tiempos. Conformarnos con lo que tenemos, y dejar de soñar, debería estar prohibido. No debemos dejar que la dureza de las circunstancias económicas, políticas, sociales y culturales nos roben las pocas cuotas de ilusión, con las que parece estar configurada la esencia del cubano. Recuerdo al párroco de mi niñez, actual obispo de Matanzas, cuando en cada Misa decía: “que no nos dejemos arrastrar por el ambiente” (ahí hacía una pausa, porque ya la frase era contundente, y luego continuaba) “de todos los males, Señor”. Es una oración recurrente que rezo desde niño, porque las cosas han cambiado, pero las dimensiones de la persona humana siempre se verán influenciadas por los escenarios en que se desarrolla.

Si a pesar de la alta densidad de noticias de carácter negativo que recibimos a diario, somos capaces de mantener la calma y pensar en el anhelado futuro de luz y prosperidad, podemos estar seguros de que nuestra salud mental es correcta. Ello conlleva el ejercicio de la inteligencia emocional, que poco se trabaja en nuestro sistema educativo, más dedicado a las materias concretas, y también a la ideologización, que al cultivo de la esencia humana, las virtudes y los valores. Aun así, y como característica también esencial de la materia viva, está la irritabilidad, entendida como capacidad de respuesta a todo cambio del ambiente. En nombre de ella, que es intrínseca a la vida, deberíamos responder que no somos responsables de todos los problemas de los que se nos culpa.

He leído que cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie (Concepción Arena). También que hay un remedio para las culpas, reconocerlas (Franz Grillparzer). Me gustaría hablar en términos de responsabilidad, que es el valor que relaciona el hecho con la capacidad de afrontarlo de la mejor y más completa manera posible. No de culpa, o culpabilidad, que da idea de acusado y acusador, de tribunal e institución para juzgar a la persona.

Y así me parece cuando unos ciudadanos llaman a otros, responsables de muchos males de los que en realidad somos víctimas todos. Duele. Duele mucho ver cómo el hombre se convierte en lobo para el hombre. Duele mucho la ligereza con la que se habla, fácil cuando se trata de tildar al hermano de acaparador o de disidente, y las muchas reservas que se tienen cuando toca responsabilizar al Estado de la salvaguarda de derechos violados y deberes no cumplidos. Es algo así como confundir los verdaderos roles de la persona y las instituciones, e introducirse en una espiral de justificaciones del mal, sin llegar a resolverlo.

En nombre de las más sagradas libertades que todos tenemos como persona, me gustaría repetirme, y repetir, que:

  • No somos responsables del desabastecimiento generalizado (medicinas y alimentos encabezando una larga lista). Ni siquiera los que llaman “acaparadores”, porque si se produjera los suficiente, ellos serían alabados en el mercado porque comprar más se traduce en mayores ganancias para el vendedor.
  • No somos responsables de la crisis que ha supuesto el Coronavirus en Cuba, de lo que llamamos crisis sobre crisis, porque no es que estuviéramos hablando de un anterior estado de bienestar.
  • No somos responsables del alto nivel de contagios de los últimos días. En primer lugar, pienso que nadie quiere contagiarse, ni contagiar a otros. Otra cosa es la irresponsabilidad de algunos, que no generalizada, y que también puede ser vista en instituciones del Estado, en el cumplimiento de determinados protocolos, y en el tratamiento a personas positivas al virus en los centros de aislamiento. Cuando muchos abogaban por el cierre de fronteras el año pasado, cuando la pandemia llegó a Cuba, no se hablaba en estos términos actuales de culpabilidad. Cuando se abrió el polo turístico de Varadero y otros, tampoco.
  • No somos responsables del “ordenamiento monetario”. A la par que aumentan los salarios, aumentan los precios de los pocos productos que oferta el Estado. Si esta medida tiene lugar en otro país, resulta una medida neoliberal, que afectaría injustamente a sus ciudadanos. Si se trata de Cuba, es una medida necesaria para el progreso de la economía y nadie quedará desamparado.
  • No somos responsables de la nueva polarización de las riquezas en Cuba: los que tienen MLC y los que devengan un salario aumentado, pero en CUP, que no alcanza para comprar la canasta básica, pagar la electricidad y gestionar los dólares que no vende el Estado, para poder acceder a una de las tiendas que proliferan por la Isla, en otra moneda distinta de la nacional. Tampoco somos responsables de que no se cumpla lo que antes fue anunciado, aquello de que se abrirían tiendas en MLC, pero habrían productos en las demás. Ahora, realmente, lo que no hay son tiendas de las “otras”, que igual eran caras, y desabastecidas, pero vendían en la moneda que cobra el trabajador cubano.
  • No somos responsables de los ataques que reciben algunos ciudadanos en los espacios televisivos, monopolios del Estado, con ideología de un solo color, y sin derecho a réplica. ¿Por qué? Tan simple como por escribir estos puntos explicando de lo que no somos responsables.

 

Y así vivimos hoy, entre la incertidumbre y la esperanza. Dos sensores que crecen vertiginosamente y en sentido inverso. Aumenta la incertidumbre y disminuye la esperanza en la medida en que pasa el tiempo y los cambios no repercuten, ni en tranquilidad ciudadana, ni en aumento de la calidad de vida.

Algunos podrían no estar de acuerdo con la asignación anterior de responsabilidades. Es la opinión de este autor, que considera que de lo que sí somos responsables, como decía el escritor Horacio Quiroga, es de “echar afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores”.

 

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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