Cuando Cuba tenía monedas de plata

Foto de Yoandy Izquierdo Toledo.

Los que peinamos canas aún recordamos el tiempo aquel en que en Cuba circulaban las monedas de plata. Y no solo circulaban, sino que con frecuencia se descubrían botijas, pomos, cofres, llenos de monedas de plata, enterrados en los patios, debajo de una ceiba, bajo las losas del piso de un caserón viejo. Era huellas de un cierto progreso material de Cuba.

Eran piezas de 10, 20, 25, 40 y 50 centavos u otra denominación, que tenían valor más allá de cualquier frontera. Poco a poco, comenzaron a escasear, a desaparecer y aparecieron sus sustitutos hechos de aluminio o de calamina. Algunos, con el tradicional humor cubano, afirmaban que estas monedas eran hechas con percheros viejos.

La plata se desapareció de las monedas que circulaban y quedó reducida a los joyeros o a pocos coleccionistas. Después aparecieron las Casas del Oro y la Plata, invento para acabar de recoger lo que quedaba de estos metales con gran valor entre la población cubana. Los mismos humoristas cubanos le llamaron a estas tiendas: las Casas de Cristóbal Colón. Le bautizaron así porque recordaban aquellos trueques que los conquistadores establecieron con los aborígenes: ellos recogían el oro y la plata y la cambiaban por cristalitos, utensilios que no estaban al alcance de los “indios” y otras bisuterías sin valor.

En el caso de las Casas del Oro y la Plata en Cuba, el Estado recogía estos metales preciosos de gran valor en cualquier parte del mundo y los cambiaban por un televisor, una nevera, y hasta un automóvil ruso de uso o “remotorizado”. Al poco tiempo, aquellos artículos terminaban su vida útil, pero el oro y la plata que recogió el Estado mantendrían siempre y en todos los países su valor propio. ¿A dónde fueron a parar las abundantes monedas de plata de nuestros abuelos? ¿Cuánto duraron las baratijas con las que, como espejitos de colores, nos engañaron los poderosos?

 

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