Jueves de Yoandy
Ayer fue un día feliz. De esos en que el agradecimiento se desborda. De esos en los que piensas en tantas personas compañeras de camino. Pensé en mis padres, mis amigos y en mis sobrinos que siempre me preguntan: “¿tío, hasta cuándo vas a estudiar? Ayer tuvo lugar mi tercera graduación universitaria, con la imposición de la medalla doctoral que me acredita como Miembro del Claustro Extraordinario de Profesores de la Universidad Francisco de Vitoria en Madrid.
Luego de cinco años de estudios, llegar a la meta y disfrutar del acto académico de inicio de curso, que con la aceptación de los nuevos doctores sería para nosotros los cubanos como la graduación, es una ocasión para el disfrute. Los avatares de la investigación desde Cuba y para Cuba, los problemas de conectividad a internet y los largos e interminables apagones, ayer fueron puestos a un lado, justo donde deben estar, para vivir con alegría e intensidad esta ceremonia.
Más allá de la emoción que encierra en sí misma la jornada, junto al reencuentro y el abrazo de muchos colegas del Programa de Doctorado, el saludo de antiguos profesores y la calidez del campus universitario, el acto ha sido, en su conjunto, una clase magistral. Se trata de un tiempo que no quieres que pase, pero que cuando concluye vuelves a “rumiar”, una y otra vez, en la conciencia para ver, desde todas las aristas posibles, el mensaje transmitido y su significado.
Y es que no se trata de una simple imposición de una medalla, o una pose ante la cámara que inmortaliza a la promoción de doctores del curso 2024/2025. Todo el evento ha sido, como corresponde a una Alta Casa de Estudios, un aprendizaje permanente, desde la introducción y presentación de los logros del curso anterior a cargo del Secretario de la Escuela Internacional de Doctorado, hasta las palabras de clausura del Rector Magnífico; pasando por la lección inaugural, oportunísima, para el inicio de un curso escolar.
Sin proponérselo, cada uno de los responsables de estas tres partes presentaron, en síntesis, tres ingredientes necesarios no solo para las andaduras académicas, sino para la vida en libertad y al servicio del bien común que son, a fin de cuentas, puntos principales de la misión de la universidad como comunidad educativa: la sonrisa y la alegría, el amor para combatir el aburrimiento y la esperanza que no defrauda.
Mientras escuchaba todo pensaba en Cuba, objeto de las tesis doctorales de los dos cubanos allí presentes, pero necesitada también de esos tres insumos para darle color a la vida, para insuflar aires de cambio y renovación, para llevar un mensaje vivificante a un pueblo que transita en tinieblas.
La sonrisa, que a veces escasea, pero que cuesta poco y produce mucho, fomenta la convivencia y alimenta la fraternidad, porque es la distancia más corta entre dos desconocidos. Mantener la alegría, a pesar de la tormenta, no es ingenuidad ni imprudencia, es saber que el espíritu se alimenta de lo bello y de lo bueno; y que cultivar ciertas virtudes en la vida a veces cuesta mucho más, porque precisamente estas son más duraderas. Sin la risa, que hace las cosas más flexibles, que rompe con la rigidez que a veces genera la investigación en algunos campos del saber, no hubiera sido posible el final de esta etapa. Mucho sufrimiento tenemos los cubanos, pero el fenómeno social que es la risa, como lo describe el Premio Nobel de Literatura Henri Bergson, en su obra “La risa: Ensayo sobre la significación de lo cómico”, a veces nos puede sacar del bache de la tristeza, para conducirnos hacia fuentes más tranquilas que, en la investigación, pueden ser líneas de trabajo más productivas.
La lección inaugural de este curso trató sobre el aburrimiento y cómo combatirlo. El aburrimiento, entendido como ausencia de toda presencia, se refiere a la falta de interés, al cansancio, al rechazo por lo rutinario y cotidiano cuando no hay estímulos suficientes o experiencias atrayentes o significativas que sean capaces de captar nuestra atención. Entonces, no hay propósito firme y se genera una percepción de vacío, por la que todos alguna vez hemos transitado. ¿Qué decir de un recorrido doctoral? Burocracia, actividades curriculares, búsqueda constante de bibliografías, procesamiento de información, acotar, redactar, revisar textos una y otra vez. Pero lo que sí es innegable es que, a pesar de ser el aburrimiento una emoción desagradable, puede potenciar la creatividad porque, para salir de ese aburrimiento la persona humana se reinventa, innova, se plantea cambios que den un vuelco a esas ausencias.
Al concluir el acto, el Rector Magnífico, Dr. Don Daniel Sada, quien una vez al principio nos dijera que el tema Cuba era una obra de caridad que cabía dentro de la misión de la Universidad en cuanto aquello de “servir más y mejor”, nos habló de la esperanza. No de la esperanza como certeza de que todo va a cambiar. No. Porque poco podrá pasar si no nos convertimos en agentes de cambio. Sino de la esperanza que conoce del miedo, pero que, precisamente por eso, lucha contra él, lo supera porque impulsa a la acción para provocar ese cambio deseado, alcanzar esa meta propuesta, transformar esa realidad que se nos torna difícil.
Escuchar hablar sobre todas estas cosas en el día de ayer, con la buena vibra de todo el claustro universitario, la sonrisa que nos sacaba la foto y la alegría de la ocasión, nos llena de esperanza. Nos invita a permanecer, como nos convoca san Pablo, “alegres en la esperanza” (Rm 12,12) en tiempos de persecución, en medio de las crisis y en etapas de aburrimiento.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Doctor en Humanidades por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

