Comunicar con la verdad

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

Es menester de la ética ocuparse de lo bueno y de lo malo de las acciones humanas. Por tanto, en el área de la comunicación, donde el objeto principal es el mensaje, el comunicador tiene un compromiso fundamental: buscar y comunicar incesantemente la verdad que contribuye al bien común.

La responsabilidad de transmitir el mensaje verdadero no puede ser eludida por intereses personales o del grupo al que se pertenezca. Los hechos que se comunican, las acciones de las que se hablan, las realidades que se cuentan son las que son. Y si bien el comunicador le pone algo de su carisma en el arte de transmitir el mensaje, este nunca puede ser tergiversado, ni silenciado, ni manipulado. Si esto sucediera, deja de ser comunicación para convertirse en bulo o en propaganda.

La comunicación es entendida también como construcción de lo social. No se trata de decir algo por decir, es asumir conscientemente lo que se dice, interiorizando que de lo que digamos o publiquemos depende que estén informados los demás, se sea fiel a lo que expresó alguien y se genere un estado de opinión.

Entonces, no podemos ser correas de transmisión de un mensaje preelaborado, de un constructo fijo, de un filtrado ideológico, de un buenismo que evade el riesgo de la verdad, o lo que es peor, transmitir una información incierta. Ante estos escenarios es mejor no comunicar que negar o torcerle el cuello a la verdad.

Por estos días, tuve la oportunidad de participar en un evento que tuvo bastante repercusión en los participantes por la seriedad del mensaje pronunciado. Al final todos hablaban de la empatía del mensaje, de la cercanía a la realidad, de la verdad contenida en cada palabra, del contenido profundo y esperanzador en medio de situaciones adversas. Luego, al leer en algunos medios de comunicación los reportes, sin conocer a los autores, ni juzgar sobre las intenciones, que no lo hace ni la Iglesia, podía darme cuenta que aquella crónica no reflejaba la realidad, y pude determinar, eso sí, qué medio estaba del lado de la verdad. Al contrastar la información de unos y de otros parece que habíamos asistido a eventos diferentes: unos fueron fieles a cada palabra pronunciada, otros, no solo no se ciñeron a la realidad discursiva, sino que dijeron todo lo contrario, en brevísimas notas para restar importancia a lo sucedido.

Es a este tipo de deformaciones a las que debemos temer y, mucho más importante, debemos evitar; sobre todo, porque el compromiso con el público que espera y confía en un medio de comunicación es inviolable.

Las personas que no asisten, las personas que no son testigos fieles del momento, se formulan una idea falsa porque falsa ha sido la noticia transmitida. Ese comunicador ha faltado a la verdad y ha vulnerado el derecho del receptor a conocer la verdad, le guste o no a quien la transmite, y también es infiel a quien quiso libremente enviar el mensaje tal como lo pronunció.

Tengo muchos amigos comunicadores, y cada uno tiene sus opiniones como es de esperar. Sin embargo, todos tienen claro que: la comunicación de la verdad no va asociada a los gustos personales del comunicador, ni a su opción política, ni a su fe religiosa, ni a las personas que estén en la dirección o redacción del medio en un momento u otro.

Si edulcoramos la realidad en medios serios, si decimos solo lo que es “políticamente correcto”, es mejor que hagamos novelas rosa en lugar de comunicación efectiva.

La comunicación efectiva pondera la verdad, respeta a la audiencia, mejora la resolución de conflictos, no crea otros nuevos que provienen de la raíz del mensaje, fortalece las buenas relaciones entre los distintos medios y de esta forma fomenta la convivencia del gremio.

Los comunicadores no pueden convertirse en instrumentos de los sistemas o estructuras de poder político, económico, religioso o de cualquier otro tipo. Eso es manipulación de las personas y de las comunidades. Y la manipulación, venga de dónde venga, es un atentado contra la dignidad de la persona humana que goza de la libertad de discernir con cabeza propia.

Los cristianos tenemos un modelo a seguir en ese largo camino ininterrumpido en busca de la verdad. Cristo nunca dejó de decir la verdad, al precio de la cruz, con humildad y sin herir a los demás. Entonces, en nuestros medios eclesiales, podemos imitar ese modelo, conscientes de nuestras cruces cotidianas, pero conocedores de que, también como nos narra el Evangelio de san Juan, solo “la verdad nos hará libres”.

 

 

 

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).

Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.

Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.

Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.

Doctor en Humanidades por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.

Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.

Responsable de Ediciones Convivencia.

Reside en Pinar del Río.

 

 

 

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