Comparar para mejorar el futuro: la historia del elevador y la brújula

Foto de Maikel Iglesias Rodríguez.

Es propio del ser humano y de su evolución personal y social, hacer algo que parece instintivo: recordar y comparar. Siempre se ha comparado libremente y sin necesariamente ofender, desde las comparaciones más sencillas como las características físicas hasta los carismas personales. Comparar no es malo, ayuda a constatar cómo crece o se deteriora un proyecto, un país o una persona.

En esta historia, que pertenece al reino del absurdo en Cuba, quiero hacerles una comparación de Cayuco, mi pueblo natal, nada menos que con La Habana, capital de la República. Y quiero hacerlo en dos etapas históricas muy diferentes: antes de 1959 y en la actualidad. Les parecerá la comparación absurda pero así es mi Cuba. ¡Ya verán!

Imagine que usted vivió en un pequeño pueblo que recuerda con muchos detalles. Recordar no es solo volver a vivir sino que sirve para comparar y buscar por qué camino se va al progreso o a la decadencia.

El lugar imaginado por usted y rememorado por mí es Cayuco. Ya escribí con detalles de él, mi patria chica. Hoy solo quiero comparar con lo que en mi juventud era lo máximo: La Habana de antes del 59. En aquellos años de mi infancia y primera juventud, no había que salir de Cayuco para encontrar casi todo y cuando salías, por ejemplo, a visitar a la familia en La Habana, era para que te deslumbrara el progreso y las diferencias.

Hoy, 58 años después, de Cayuco han desaparecido comercios, carnicerías, pescaderías, farmacias, negocios de todo tipo que eran propiedad y alegría de los habitantes de ese minúsculo poblado, el más occidental de la occidental provincia de Pinar del Río, casi en la cola del caimán. Cualquier octogenario de aquel bello lugar nos podrá contar, si tiene buena memoria, cómo una comunidad campesina conseguía gestionar sus propios negocios, crear riquezas, compartir dificultades y resolver problemas sin tener que “elevar” todo ello a las “instancias superiores”. En aquel tiempo no había elevadores en Cayuco, ahora hay un elevador con tecnología del Reino del Absurdo: solo conduce los problemas hacia arriba, dicen que por eso se llama “elevador”, pero jamás baja las soluciones, esas mismas o mejores de las que antes del 59 resolvían, por sí mismos, los naturales del Cayuco.

Y usted se preguntará: ¿y cómo puede volver a elevarse si no ha bajado? Pues porque solo baja con un letrero: “más control, exigencia y disciplina”. Y de las soluciones nada. ¡Qué raro es el elevador que se ha instalado en el reino del absurdo!

Dejemos ese absurdo artefacto y regresemos a las comparaciones. Cualquiera que vaya hoy a Cayuco y luego a La Habana, si logra hacer este viaje al centro de la tierra, y además haya tenido la suerte, como yo, de haber vivido bastante, podrá constatar que allá en Cayuco antes del 59, quien tuviera dinero cubano, ganado con su esfuerzo y trabajo, el peso de siempre que era el único que existía para todos, y valía cantidad, (creo que como un dólar), podía comprar casi todo sin salir del pueblo y vender todo lo que producía. No robaba casi nadie, y al que lo hacía le llamaban ladrón, no “el que me va a resolver”. ¡Qué raro es este reino del absurdo, tanto en los elevadores como en el lenguaje! ¿En qué idioma se hablará aquí? Y hasta las comparaciones son absurdas. Miren esta:

En aquella época “atrasada” en Cayuco podías comprar de todo cuando tenías el dinero, pero si no, ibas a La Habana y allí encontrabas de lo que en Cayuco no había y más. El dinero, si lo tenías, valía lo mismo en Cayuco que en la capital, y era el mismo, del mismo color.

Todo el que viaja y regresa, hace sus comparaciones aunque no las diga en público por miedo al elevador. Pregúntele a su pariente que viene del Norte o al internacionalista que viene del Este, o al médico que viene del Sur. ¿Será que al reino del absurdo se le perdió la brújula?

Hoy, 58 años después, en La Habana no puedes encontrar casi nada de lo que abundaba en Cayuco, ni teniendo del otro dinero, el CUC, que tiene más colores pero que está más escaso que los elevadores en Cayuco.

¡No, no! Usted no leyó mal, dije “58 años después”, es decir, hoy mismo, no 258 años antes.

Moraleja: Todo ser humano aspira, necesita y tiene derecho a un futuro mejor. También los pequeños pueblos y las naciones, sin pretextos que disfrazan ineficiencia, ni obstáculos naturales, como ciclones y sequías que siempre hubo, convertidos en pretextos cuando baja el elevador cargado de culpas, exigencias y controles para el pueblo. Quedarse en la nostalgia y las comparaciones de los años para que lleguemos a pensar que “todo pasado fue mejor” no es propio del talante de los cubanos. Cuba es muy bella y puede ser muy próspera y feliz, solo con que nos dejen manejar el elevador, recuperar la brújula y emprender en todas las empresas donde, con nuestro trabajo, construiremos un futuro mucho mejor, desde Cayuco hasta La Habana y más allá… ¡Ah! y con una sola moneda.

 


 

Luis Cáceres Piñero (Pinar del Río, 1937).

Pintor.

Reside en Pinar del Río.

 

Scroll al inicio