El club de los cinéfilos muertos

Por Steve Maikel Pardo Valdés
 
 
Basta una caminata dominical por cualquiera de lo que queda de nuestras calzadas capitalinas y quedaremos estupefactos ante tanta indolencia. Claro está que, entre tanto descalabro debemos hacer la aclaración de que nos referimos al dantesco espectáculo de los restos de las salas cinematográficas que aún quedan en pie por toda la capital cubana.


 

 
 
Por Steve Maikel Pardo Valdés
 
 
 
Basta una caminata dominical por cualquiera de lo que queda de nuestras calzadas capitalinas y quedaremos estupefactos ante tanta indolencia. Claro está que, entre tanto descalabro debemos hacer la aclaración de que nos referimos al dantesco espectáculo de los restos de las salas cinematográficas que aún quedan en pie por toda la capital cubana. No estamos hablando de la cadena de cines de estreno sedes del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, o de la recientemente culminada muestra de cine francés, sino a esos sencillos cines de barrio de antaño, que hicieron las delicias y forjaron la imaginación de nuestros padres y abuelos que penosamente ya no logran siquiera asociar con los bellos recuerdos de su infancia, estos sitios que desde hace mucho se encuentran semiderruidos y abandonados, que por demás han devenido en basurales, baños públicos y muladares.
 
Toda esta situación posee un origen ciertamente oscuro que se remonta a los primeros años de la Revolución y el proceso de vergonzosas y arbitrarias expropiaciones que se aplicó supuestamente en pos del bienestar de la población. Después de 1959 se creó a partir de la Ley No. 169 el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) cuyo primer presidente fue Alfredo Guevara, quien tuvo entonces a su cargo la elaboración y desarrollo del diseño cultural, organizativo y técnico de la nueva cinematografía cubana. Instituyendo nuevas perspectivas estéticas, conceptuales, estructurales y económicas que traerían como consecuencia un rompimiento con la anterior manera de hacer cine en la Isla, imponiéndose de esta forma una identidad propia pero totalmente comprometida con los intereses del proceso revolucionario.
 
No sería justo dejar de reconocer que, durante las primeras décadas de la Revolución, el cine vivió un momento de desarrollo sin precedentes, proyectos amparados por la Cinemateca de Cuba hicieron que este llegase a lugares insospechados mediante la estrategia del cine móvil, cubriendo las zonas rurales y montañosas más apartadas, llegando a la comunidad y dando lugar a la génesis de un espectador analítico, más crítico y exigente en cuanto a la factura de las propuestas audiovisuales.
 
Según las estadísticas, fue la década de los 70´ quien registró la mayor asistencia a las salas cinematográficas, valores que luego fueron decreciendo hasta llegar a los convulsos años 90´, aunque estos bajos índices se comportaron acorde a un similar fenómeno a nivel mundial generado tal vez a partir de la generalización del uso de los reproductores caseros de video. Acá en la Isla se optó por implementar una serie de medidas que finalmente no lograron estimular la asistencia de los espectadores a las salas de proyección cinematográficas.
 
A partir de este fenómeno el Estado cubano, consciente del poder movilizador de masas que posee el cine, dio paso a la creación de diferentes instituciones como la Sección de Cine, Radio y Televisión de la UNEAC para 1977, luego la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en 1987, que por demás garantizaría su influencia en la región de Latinoamérica, y para 1989 se crea la facultad de Radio, Cine y Televisión del ISA. En el año 1979 ve la luz una herramienta más de la maquinaria mediática gubernamental, se realiza en La Habana el primer Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.
 
Con la llegada del llamado Período Especial se acrecentó el proceso de decadencia que ya venía presentándose en su mantenimiento y conservación, produciéndose un recorte mayor en los presupuestos, restricciones en la frecuencia de las funciones y el tan lamentable cierre masivo de muchas de estas instalaciones, muchas de las cuales vieron transformarse su objeto social hasta llegar a convertirse unas en viviendas multifamiliares (solares o casas de vecindad), parqueos estatales, otras en almacenes o simplemente relegadas al olvido hasta el ser totalmente abandonadas sin posibilidades hoy de ser recuperadas debido al avanzado estado de deterioro en que se encuentra su estructura.
 
La revolución cinematográfica no fue ni mucho menos pareja o beneficiosa para todos los casos, mucho menos para las salas cinematográficas de los términos municipales de las restantes provincias del país. Luego con la legislación 169, se cubrió lo tocante a la creación y distribución cinematográfica, instituyéndose la censura y el mensaje subliminar procomunista, pero se excluyó el elemento material, el espacio físico vital donde se disfruta de la producción audiovisual, aunque parezca increíble, la reparación y mantenimiento de los cines quedó en tierra de nadie. Como sucede a menudo con todo lo que se colectiviza, cuando el dueño somos todos, pues desaparece ese elemental sentido de pertenencia, y entonces a nadie parece importarle nada.
 
Hoy, como hace cincuenta años, el Séptimo Arte en Cuba sirve como herramienta gubernamental, las producciones cinematográficas ya sean totalmente de factura nacional o coproducidas mano a mano con casas productoras foráneas constituyen meras fachadas para aparentar un clima de aperturismo y tolerancia que para nada responde a la realidad que vive el ciudadano cubano medio, cuando más, tocan superficialmente temas cotidianos como la homosexualidad, la convivencia intrafamiliar, la emigración o la marginalidad pero siempre desde una perspectiva que pretende ser humorística, pero que para muchos, sobre todo a esos que les toca muy de cerca, constituye la más cruel de las burlas.
 
Así se ha cambiado por completo la faz de un pueblo.A golpes de consigna se acabó con todo el encanto, con todo cuanto evocara al desarrollo del individuo por encima de las masas. Se hizo uso de un supuesto nuevo y mejor discurso estético para romper con el pasado en virtud de sinrazones que obedecían a tozudas voluntades, a burdas sensibilidades que de apoco solo consiguieron desarticular nuestra identidad. Así sucedió con la familia, con la religión, las vocaciones y los distintos gremios profesionales, ¿qué esperar entonces de cualquier otra tradición que estuviese al margen de aquel concepto insuperable de hombre nuevo?
 
Steve Maikel Pardo Valdés (La Habana, 1989).
Graduado de Construcción Civil y Proyectos.
Miembro de la Mesa de Diálogo de la Juventud Cubana.
Coordinador de Relaciones Internacionales del CAT.
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