CIENTÍFICOS CUBANOS. INTRODUCCIÓN GENERAL

Universidad de La Habana, Cuba. Foto tomada de Internet.

El desarrollo de la Ciencia y la Tecnología (C y T) ha sido -sin excluir otras fuentes importantes- uno de los mayores resultados socio-económicos y culturales excepcionalmente adquiridos por la civilización donde ha contribuido a que evolucione, de forma imparable, el bienestar de las sociedades modernas. Lograrlo, por supuesto, ha requerido una sería y cuidadosa combinación de las fuerzas motrices que la gobiernan, el impacto positivo que nos brinda y el dominio profundo de sus vínculos directos e indirectos con la sociedad.

Las ventajas que se perciben, gracias a la estrecha relación existente entre las diversas ramas de la C y T, han dado importantes respuestas para conocer, dominar, controlar y transformar el planeta, para el bien de la humanidad.

La importancia de la C y T crece en la medida en que las naciones más desarrolladas, que son minoritarias, penetran en los ya conocidos “Círculos Selectos” que algunos identifican también como la “Sociedad del Conocimiento”. A este grupo pertenecen los países en los cuales el conocimiento crece constantemente, al incorporar en sus procesos productivos y de servicios; los recursos financieros, medios técnicos y talentos humanos en las que consideren más importantes disciplinas o ramas del saber. Su selección y desarrollo estarán determinados por la relevancia que adquieren en el ejercicio y participación mancomunados del país, pueblo y gobierno de que se trate; así como de la ponderada, adecuada y responsable introducción en la utilidad social y para la vida en general.

De ahí “La enorme capacidad cognoscitiva de la humanidad”, como señala Yanet Rodríguez en su ensayo “La ciencia y la tecnología en América Latina. Su impacto en el desarrollo de la medicina natural y tradicional” debe ejercer una influencia cada vez mayor en la vida de las sociedades y las personas”. Pero no siempre ocurre de la manera en que la hemos descrito en este ensayo. Muchos son los intereses que entran en juego y pocos los que logran disfrutarlos por ser de la exclusividad de los privilegiados.

Dicho lo anterior y a título ilustrativo, pasemos de inmediato al tema que nos ocupa: El desarrollo de la C y T en Cuba, desde mediados del siglo XVIII, pasando por el XIX y terminando en el XX; así como quiénes fueron sus actores, si no todos, al menos los de mayor relevancia, a juicio del autor.

El pensamiento científico en Cuba se manifestó concretamente a mediados del siglo XVIII como parte del proceso de integración de la nacionalidad cubana, acompañada, en lo económico, por el incremento de la producción de azúcar de caña, por la propagación y la asimilación de sistemas anti-escolásticos y por la introducción de algunos métodos modernos de la enseñanza en general.

Debo señalar que dos de las más importantes fuentes que permitieron incrementar el conocimiento científico-tecnológico a finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX, entre profesionales nacidos en nuestro país, especializados en diferentes ramas del conocimiento científico y sus similares europeos y de los EE.UU. fueron, en primer lugar, los estudios realizados por nuestros jóvenes y las relaciones interpersonales desarrolladas entre éstos con sus similares europeos y norteamericanos y, en segundo término, debido a los estudios realizados por nuestros adolescentes en universidades europeas y los vínculos creados por estos y sus colegas del Viejo Continente que trascendieron la dorada época estudiantil.

En lo cultural, esas condiciones facilitaron la aparición de las Letras y de las Artes en la Isla. En el año 1861 Cuba graduaba el primer médico. Su nombre: Diego Velázquez de Hinojosa. La Universidad de La Habana sería fundada en 1728. A partir de este año ya se podrían formar nuevos médicos en la Mayor de Las Antillas.

La incorporación en Cuba de algunos adelantos de la medicina moderna está confirmada desde 1804, cuando gracias a los trabajos de Tomás Romay Chacón, se introduce la vacuna contra la viruela en la Isla.

Otros adelantos de la C y T en nuestro país continuaron retroalimentándose, paralelamente, en esos primeros años del siglo XIX, gracias a las conferencias de filosofía impartidas por el Presbítero Félix Varela Morales, empleando métodos no escolásticos, como los que primaban hasta esos tiempos en Cuba, al ser sustituidos por los de la observación, discusión, prueba y error, para luego retornar al principio del análisis aportando nuevos elementos en una espiral creciente de verificación… y así sucesivamente; hasta convertir la hipótesis sostenida hasta ese momento, en la tesis confirmada por los métodos científicos empleados y la realidad observada. Este fue el método utilizado a partir de ese momento como estudio y rigor científicos.

Este fue, si no el primero, sí uno de los pasos más importantes que tuvieron lugar en Cuba y que permitieron ir modificando la mentalidad de muchos profesionales de la ciencia y los jóvenes estudiantes que, en pocos años, se convertirían en la cantera fundamental de nuestros profesionales en diversas ramas del conocimiento humano. Uno de los escenarios propiciatorios que permitió favorecer este cambio de mentalidad en los jóvenes intelectuales cubanos, fueron las aulas del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, quienes mantuvieron una sostenida e importante asistencia a los mismos. Es justo destacar que un elevado por ciento de los temas sometidos a debate, se dedicaron a la enseñanza teórica y experimental de la Física y la Química, las que fueron explicadas por los modernos métodos científicos, en franca oposición a las concepciones escolásticas, como ya se apuntó.

Gracias a la acción de valiosos profesionales cubanos que se anticiparon a su época por los  conocimientos previamente adquiridos, los reyes de España accedieron a crear la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, en 1861, institución en la que, en 1881, expuso sus descubrimientos científicos el Dr. Carlos Juan Finlay de Barres acerca de la identificación del agente transmisor de la fiebre amarilla y los medios que este utilizaba para diseminarla. Esta Institución tuvo entre sus Miembros Fundadores de Número, al brillante cirujano Nicolás José Hernández Gutiérrez, al excelso naturalista Felipe Poey y al notable agrónomo y químico Álvaro Reynoso.

A inicios del siglo XX fueron apreciables las medidas higiénico-sanitarias y organizativas asumidas en Cuba por los organismos gubernamentales de la salud, que contribuyeron a mejorar -en cierta medida- la calidad de vida de nuestros nacionales.

Sin embargo, algunos especialistas cubanos de esos tiempos, como Nicolás José Hernández Gutiérrez y Joaquín de Albarrán, vieron que sus esfuerzos fueron frenados por la corrupción gubernamental y el empleo de otros mecanismos inapropiados que facilitaron durmieran en el limbo las posibles soluciones aportadas por sus trabajos debido a la falta de apoyo oficial. Para llevar adelante muchas de las investigaciones médicas en Cuba durante esos años difíciles, hubo que recurrir al financiamiento de estas con el apoyo de los fondos privados -filantrópicos- al ser los presupuestos estatales insuficientes y, en algunos períodos, estar ausentes. A pesar de esas y otras dificultades, se pudieron crear el Laboratorio Histobacteriológico y el Instituto de Medicina Tropical, gracias al empuje de los profesionales que defendían sus respectivos proyectos científicos. Algunos de estos especialistas, verdaderos hombres de ciencia, pudieron ver sus sueños convertidos en realidad. Como ejemplo citaremos al Dr. Pedro Kourí, fundador de la Parasitología Médica cubana. Este fue uno de los aislados logros de las investigaciones médicas cubanas. Lamentablemente, este ejemplo constituyó una excepción y no la regla.

No obstante los esfuerzos y dedicación empleados por Enrique José Varona para mejorar el Sistema Educacional de Cuba (en la primera mitad del siglo XX) no evolucionó hacia la modernidad ni alcanzó los máximos resultados, al no aceptarse la aplicación de las ideas formadoras más modernas que ya existían en Estados más avanzados. Por su parte, la Universidad de La Habana -en esos tiempos difíciles- no estaba preparada para cumplir con las exigencias que el desarrollo le exigía al país.

Existían dificultades múltiples, pero los hombres de ciencia que poseían altas cuotas de sacrificio y elevadas dosis de principios éticos y decoro excepcionales, no se amedrentaron ante las dificultades. Al contrario, las combatieron por todas las vías y con todos los medios a su alcance.

La visión que sostenemos de esta epopeya se ha mantenido y compartido por otras personalidades de las ciencias y la tecnología que aún no se ha destacado su reconocida participación en otros resultados importantes, en toda su extensión y profundidad. Por estos motivos se hace necesario hacer un recordatorio que nos sirva de guía en la vida, tanto en el pasado, el presente y posiblemente también en el futuro de Cuba, construido por estos cubanos y cubanas a lo largo de casi tres siglos, cuya historia se remonta, incluso, desde los primeros años de la segunda mitad del siglo XVIII y se ha mantenido a lo largo de los XIX y XX.

Lamentablemente, no siempre se ha divulgado en nuestro país, con suficientes detalles, el derrotero seguido por la Ciencia y la Tecnología cubana que no puede ostentar sitios privilegiados en el universo de la “Sociedad del Conocimiento”, pues estas se concentran en los países altamente desarrollados y con enormes recursos financieros. Ello se debe al financiamiento brindado a sus centros de investigaciones y universidades en sus respectivos países; gracias a la solidez de sus asociadas economías (al contar con fondos gubernamentales, así como de entidades privadas con grandes capitales que no posee Cuba).

Este último importante y necesario componente (empresas particulares de gran capital) les ha permitido brindarle, a las instituciones científicas de sus respectivas naciones, enormes medios en equipos, componentes y fondos para mantenerse de punteros en la ya citada “Sociedad del Conocimiento” a la que Cuba no ha pertenecido ni podrá pertenecer mientras no abandone el carril de “país en vías de desarrollo”. Pero jamás será por carecer de talentos en los campos del conocimiento humano especializado en las Biociencias, Farmacología, Medicina, Neurociencias, Biotecnología, Química; por solo citar las más destacadas y con resultados pasados y presentes sobresalientes; sino también en Filosofía, Física, Botánica, Meteorología, Bacteriología, Parasitología, Helmintología (ciencia que estudia los gusanos y helmintos), Anatomía, Mineralogía, Antropología, Espeleología y otras.

La historia y los resultados de las Ciencias y la Tecnología en Cuba no es nada despreciable. Por el contrario, personalidades como Tomás Romay Chacón, Félix Varela Morales, José Agustín Caballero y Rodríguez de la Barreda, Felipe Poey y Aloy, José Estévez Cantal, José Antonio Saco y López Cisneros, Esteban Pichardo Tapia, entre otros; a quienes les correspondió vivir entre los siglos XVIII y XIX.

Le siguieron Nicolás José Hernández Gutiérrez, Juan Miguel Dihigo Mestre, Enrique José Varona y Pera, Carlos Juan Finlay de Barres, Joaquín Albarrán, Manuel Francisco Gran Guilledo, René Herrera Fritot, Luis Montané Dardé, Fernando Ortiz Fernández, Andrés Poey Aguirre, Álvaro Reinoso Valdés, Juan Tomás Roy Mesa, Francisco de Frías Jacott -Conde de Pozos Dulces-, Juan Guiteras Gener, Carlos de la Torre y de la Huerta, Salvador Masip Valdés, Diego Tamayo Figueredo,… quienes mucho le aportaron a la ciencia y/o a la tecnología entre los siglos XIX y XX.

Continuamos con Pedro Kourí Esmeja, Mirta Aguirre Carreras, Rosa María Angulo y Díaz Canel, Raúl Cepero Bonilla, Antonio Núñez Jiménez y los colectivos de investigadores que laboran actualmente en las ramas de Biotecnología, Farmacología, Genética, Neurociencias,… que también han puesto su granito de arena, respectivamente, a lo largo del siglo XX y lo transcurrido del XXI.

Todos ellos son ejemplos de consagración a las ciencias puras y aplicadas y ocuparon u ocupan un lugar destacado en nuestra historia, entre los siglos XVIII, XIX, XX y XXI según el caso. Es justo que sean recordados por su valía, dedicación, aportes a su patria y verdaderos hijos de la Cuba de ayer, hoy y mañana.

Sirvan las notas recogidas en este documento como introducción a una serie de ensayos que dedico a la vida y obra de cada uno de estos hombres y mujeres, en reconocimiento a sus esfuerzos y titánica labor, donde trataré de destacar los resultados individuales más relevantes de cada uno de ellos, que tanto hicieron por la ciencia.

 


Héctor Maseda Gutiérrez (La Habana, 1943).
Ingeniero electrónico de profesión.
Miembro de Número de la Academia Cubana de Altos Estudios
Masónicos.
Gran Inspector General de la Orden Masónica, grado 33.
Uno de los 75 presos de conciencia del 2003. Agencia DECORO.

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