Ciencia y tecnología es también ciencia y conciencia

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

El 10 de abril se celebra el Día Mundial de la Ciencia y la Tecnología. Esta conmemoración fue establecida en el año 1982 por la Conferencia General de la Unesco haciendo honor al nacimiento del Doctor Bernardo Houssay (1887), médico y farmacéutico, quien fuera el primer latinoamericano en ser galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1947. Sus investigaciones en el campo de la Fisiología, específicamente trabajando el tema de la regulación del azúcar en sangre y el metabolismo de los carbohidratos, le valieron no solo para obtener el honorable premio, sino también para instituir una fecha clave para el mundo biomédico, biotecnológico, tecnocientífico y para la sociedad toda.

El desarrollo vertiginoso de la ciencia, que ha sido capaz de llegar a límites insospechados, aparejado a la introducción y uso de nuevas tecnologías, ha puesto en tela de juicio, en no pocas ocasiones, la cuestión ética. A día de hoy, si pensamos desde un punto de vista utilitarista o desde la óptica de simples usuarios o beneficiarios, podríamos estar de acuerdo con todo lo que sea introducido como adelanto para el bien de la humanidad. Sin embargo, si nos remontamos a algunos ejemplos, por solo mencionar los más conocidos, podemos constatar las terribles consecuencias que el uso indiscriminado de la ciencia y la técnica ha acarreado para la humanidad. La bomba atómica, la carrera armamentista, las armas nucleares, los experimentos con embriones humanos, la eugenesia, la eutanasia, entre otros. También podríamos estar hablando de fenómenos más contemporáneos como la producción de animales de laboratorio, los organismos genéticamente modificados o el transhumanismo que pretende aplicar a la especie humana todo lo novedoso que puedan aportar las tecnologías, con el fin de eliminar aspectos no deseados o considerados innecesarios. Es lo que en otros momentos hemos llamado: jugar a ser Dios.

Cuando en los diferentes niveles de enseñanza se debaten las implicaciones de la ciencia y la tecnología en el medio ambiente, los problemas sociales devenidos del mal manejo de políticas públicas en estos sectores, o se analizan las consecuencias de los resultados científicos en función del mejoramiento humano, precisamente se debería tener muy presente el límite que debe poner el razonamiento humano o todo aquello que, incluso, no imaginamos que se pueda hacer en este cambio de época acelerado que estamos viviendo en la actualidad.

La pandemia de Coronavirus, por poner un ejemplo conocido y, desgraciadamente con saldo negativo para la humanidad, puso al descubierto que, aún en medio de graves situaciones, se deben cumplir los protocolos en cuanto a tiempos, ciclos de investigación, desarrollo y producción. La Covid-19 permitió el acercamiento del ciudadano al personal científico a través de una concientización del valor de la ciencia y la tecnología, pero también reafirmó que la seguridad y la eficacia de todo aquello que producimos deben ser aseguradas antes de llegar a suministrarse en humanos. Algunos movimientos culturales, intelectuales y científicos abogan por desplazar la ética relacionada con la naturaleza humana a un segundo plano, anteponiendo como deber científico la mejora de las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana. Por si creíamos que la manipulación genética era un tema polémico, los transhumanistas han subido la parada y han generado infinidad de debates en torno a qué es verdaderamente el bien para el hombre.

El dilema ético que supone cuestionarse si todo lo bueno para el hombre es éticamente aceptable sale a flote con reiterada frecuencia. Es absurdo negarse a los avances científicos. De hecho, nadie duda de los valiosos descubrimientos en campos como la genómica, la terapia del cáncer, la virología, la producción de antibióticos, las vacunas, la obtención de productos de origen vegetal, el mejoramiento de los cultivos a través de la introducción de variedades más resistentes y productivas, la utilización de microorganismos en la protección del medio ambiente a través del control de vectores, la degradación de compuestos químicos o la utilización de hongos y bacterias en procesos industriales importantes. Otra cosa muy distinta es no poner límites a todo lo que pueda generar la inteligencia humana. Ese límite es no traspasar el umbral de lo éticamente aceptable.

En una nueva jornada mundial por la ciencia y la tecnología debemos volver a la esencia del fenómeno, debemos remitirnos a la alerta que nos indica siempre su conjunción. Es aquello que uno de nuestros padres fundadores, el presbítero Félix Varela denominaba binomio fundamental para garantizar el progreso humano y el bien de la Patria. Él se refería a la fusión de ciencia y conciencia para construir la Patria nueva. Una sociedad más avanzada en el campo de los saberes científicos requiere hombres moralmente superiores que velen por el bien común.

Los resortes morales de la persona del científico deben ser lo suficientemente fuertes para determinar qué es lícito y qué no, así como para poner límites a toda aquella actitud que, en nombre de una falsa libertad que es en realidad libertinaje o relativismo moral, barre con la dignidad humana.

En sus “Cartas a Elpidio” Varela nos habla de la necesidad de la razón, pero con pasos moderados y con aire de respeto. También decía que en el ámbito científico se requieren “…muchos momentos de meditación para hacer verdaderos progresos en las ciencias, para adquirir un caudal propio y no prestado…” al que se le debía agregar siempre una reflexión propia a nivel de una conciencia bien formada.

La ciencia y la tecnología deben tener en cuenta, en todo momento, y bajo cualquier circunstancia, la centralidad de la persona humana, su dignidad plena y el respeto irrestricto a todos los derechos humanos. Si tenemos en cuenta estos tres aspectos estamos haciendo ciencia verdadera para el bien de toda la humanidad y estaremos haciendo realidad efectiva, en todos los ámbitos de la vida humana, aquella fórmula de la eticidad de Varela y Martí: unir ciencia y conciencia.

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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